sábado, 24 de marzo de 2018

CAPITULO 52




—Entonces, ¿qué has estado haciendo?— Sebastian se deslizó en el asiento del bar de tacos cerca de Fenway. Cata y yo habíamos llegado solo unos minutos antes. El sitio estaba lleno con gente de negocios y estudiantes.


—Nada…


—Paula se casó este fin de semana,— interrumpió Cata y le soltó a Sebastian.


—¿Qué?— Sebastian me lanzo una mirada asesina. Mordí mi labio; yo no estaba preparada para esta conversación en lo absoluto.


—Cata, perra.— Le pegue un codazo.


—Es mi hermano,— ella se encogió de hombros y lanzo un chip de la tortilla en su boca.


—Te casaste con ese idiota?— Sebastian continúo fulminándome con la mirada.


Resople y rodé mis ojos. 


—Él no es un idiota, Sebastian.


—Porque te casarías con él? Después del modo en que te trato en el club y algunas de las peleas de las que Cata me conto.


Le dispare a Cata una mirada de fastidio.


—No es muy tarde para anularlo.— Cata arqueo una ceja hacia mí.


—Yo no voy a anularlo.


—Bien, solo quería que conocieras tus opciones. El modo en que llegaste a casa la otra noche…


—Como llegaste a casa? Como llego ella a casa?— Sebastian observo de mí a Cata.


—Él la dejó, ni una palabra del por qué. Ellos se casaron en Aspen, pasaron unas impresionantes semanas, se pelearon y él la dejo, sin ninguna explicación.


—Cata, eso no fue así.— Me estremecí, porque eso era exactamente lo que había pasado.


—Fue justo así—. Cata arqueó una ceja, desafiándome a estar en desacuerdo.


—Pensé que te gustaba?— Le disparé.


—Lo hace. Pero tú me gustas más,— se encogió de hombros y lanzo otro chip en su boca.


—Tienes que decirme qué coño está pasando—. Sebastian siguió mirándome.


—Nos casamos en Aspen—, me encogí de hombros.


—Está bien... estas jodidamente loca por hacer eso, pero ¿qué pasa ahora?


—Nada, estamos bien.


Cata arqueó una ceja hacia mí. 


—Es por eso que llevas tu anillo en la mano derecha en vez de la izquierda?— dijo Cata. Yo sólo mire de vuelta y jugué nerviosamente con el anillo en mi dedo.


—Estamos trabajando en ello. Hablamos anoche; No estamos peleando. Sé por qué me dejó la noche del lunes, ya lo superamos.


—Así que vas a vivir con él, ¿entonces?— preguntó Cata. 


Mordí mi labio inferior entre los dientes.


—No exactamente. En algún momento, pero ahora no.


—Esto es jodido, Paula,— dijo Cata.


—Lo sé, pero tenemos más en lo que trabajar. Sé que lo lograremos, pero Pedro y yo siempre nos arrojamos sin pensar primero, así que ahora quiero pensar primero. Quiero tomar las cosas lentamente,— continúe.


—Eso es ridículo. Te casaste con él.— Sebastian conservo su mirada de enojo. —¿Le dijiste acerca de tu problema?— Sebastian me lanzó una mirada desagradable.


—¿Qué problema?— Sumergí un chip de tortilla en salsa.


—El hecho de que no puedes tener hijos. Seguro que es un hombre que quiere un heredero para pasar su legado, no puedo imaginar que esté de acuerdo con tu problema.


Mi boca cayó en sorpresa. Sebastian generalmente no daba golpes tan bajos. 


—Jódete, Sebastian. Jódete.— Me levante y choqué mi silla contra la mesa en mi salida por la puerta. Oí a Cata reprenderlo mientras me alejaba.


Parecía como si Cata y Sebastian se habían aliado contra mí, y yo no estaba dispuesta a sentarme en el almuerzo haciendo frente a sus acusadoras preguntas. Me meti en un taxi para dirigirme a su casa cuando recibí un texto.


-¿Cómo estuvo el almuerzo, hermosa dama?


-Tengo que decir, me estoy acostumbrando a tus palabras cariñosas :) El almuerzo no fue genial. Me dirijo a casa ahora.


-A Beacon St. 


Rodémis ojos aunque él no estuviese aquí para ver.


-No. A mi apartamento, tengo trabajo que hacer.


-¿Qué pasó en el almuerzo?


-Salí temprano.


-¿Oh?


-Te voy a contar sobre eso más tarde.


-Está bien. ¿Puedo verte más tarde? Podemos hablar sobre nosotros. 


Solté un suspiro exasperado.


-Estoy agotada. No creo que me apetezca hablar.


-Podemos hacer otras cosas además de hablar 
;) 


Rodé mis ojos otra vez.


-Acabo de rodar los ojos para tu información. En serio, no tengo ganas esta noche.


Mi teléfono sonó un instante más tarde. La hermosa cara sonriente de Pedro brilló a través de la pantalla. Había tomado una foto de él mientras estábamos sentados en la bañera de hidromasaje la noche antes de que nos hubiéramos casado. Parecía joven y desenfadado, el Pedro que amaba desesperadamente.


—¿Por qué no quieres verme?— Voz enojada de Pedro llegó a través de la línea. Gruñí en exasperación. Al parecer, yo simplemente no podía tomar un tiempo — él estaba demostrando eso ya. Iba a golpear la pared de acero que era Pedro Alfonso cuando yo quería hacer algo que a él no
le gustaba.


—No quise que sonara así. Estoy agotada. No he dormido desde... —Hice una pausa, preguntándome cómo llamar lo que estaba pasando entre nosotros, —desde que esto pasó. Solo necesito la noche libre.— Reconocí el error en mis palabras apenas escaparon de mi boca.


—¿La noche libre? ¿De mí, Paula? Eso es ridículo.


Mastiqué el interior de mi mejilla pensando cómo salir de ésta hasta que me di cuenta de que era imposible, porque era la verdad.


—Tal vez no. Es un trabajo duro. Sólo necesito un minuto para procesarlo.


—Paula... estás corriendo?— El dolor en su voz era palpable. Quería extender la mano y tocarlo a través del teléfono. Quería correr mi mano en su mejilla, deslizar mis dedos por su frente y acariciar el pelo que estaba sin duda despeinado. Quería confortarlo, aunque había dicho la verdad.


—No estoy huyendo, Pedro. Te lo prometo. Sólo tengo cosas que hacer esta noche. Y entonces voy a intentar ir a la cama temprano. Te prometo no estoy huyendo, nunca voy a correr de ti—. Sabía que probablemente no tenía sentido; le dije ayer que teníamos que hablar, y sin embargo aquí le decía que no quería hablar. Absolutamente no tenía sentido para mí. Lo único seguro era que estaba demasiado cansada para siquiera considerar debatir por el futuro de nuestra relación esta noche.


—Deseo que hicieras esas cosas en Beacon Street, entonces irías a la cama temprano conmigo—, dijo en voz baja.


—Lo sé, pero dame algo de tiempo.


—Está bien... Te extraño sin embargo,— su voz era dolida por teléfono.


—Lo sé. Yo también te extraño.— Quería correr a sus brazos y apretarlo firmemente a mí, nunca dejarlo ir. Él soltó un gran suspiro.


—Mi hermana quiere que vayas este fin de semana. Ella quiere conocerte. Mis padres tienen una parrillada antes de que el clima se vuelva más frío.


—Está bien ...— Dejé la frase.


—¿Irás?— Parecía preocupado.


—Me encantaría.


—Tengo que volver al trabajo—, suspiro.


—De acuerdo.


—Te amo—, susurró.


—Lo sé.


—Múdate conmigo—, exigió.


—Todavía no—. Sonreí.


Le oí reír cuando colgué el teléfono.



CAPITULO 51




—¡Despierta, hermosa niña.— Pedro acarició mi cuello y deposito dulces besos en mi sensible piel.


Solté un suspiro de felicidad y me recosté contra él, curvando mis brazos alrededor de su cuello.


—Por más que me gustaría estar envuelto en tus brazos todo el día, tenemos mucho que hacer—. Él continuó colocando besos sobre mi cuello, mi nariz y mis labios. Una sonrisa levanto la comisura de mis labios, cuando le devolví el pico.


Estire los brazos por encima de mi cabeza y lance un suspiro antes de abrir mis ojos.


—Eres hermosa a primera hora de la mañana—. Su hermosa sonrisa entró en mi visión. Rodé mis ojos. Se sentían hinchados y pesados de tanto llorar los últimos días.


—Has dormido como un tronco. Creo que escuché un ronquido procedente de tu lado de la cama,— sonrió.


—Yo definitivamente no ronco.— Le sonreí abiertamente.


—Como aserrando troncos. Me mantuvo despierto anoche.


—De ninguna manera!— Tiré una almohada a su cabeza.


—Tienes razón. Eso no fue lo que me mantuvo despierto—. Deslizó sus manos encima de mi torso sugestivamente. 


Me encantaba su toque después de los últimos días de preocupación por nuestro futuro.


—Me encantaría quedarme aquí toda la mañana con usted, señora Alfonso, pero tengo que hacer unas llamadas. Primera línea de negocios, te vas a mudar aquí.— Sus ojos brillaron con felicidad.


Solté un profundo suspiro mientras sus palabras temblaban en mi cerebro.


—También quiero ese anillo de nuevo en tu dedo, como ayer—. Agarró mi mano y colocó un beso en mi desnudo dedo anular izquierdo.


Pedro—. Mis ojos se llenaron con emoción. Temí estallar su burbuja de felicidad. —Tenemos que hablar.


—Lo haremos. Pero todavía podemos conseguir que te mudes aquí.


—No.


—¿Qué quieres decir con no?— Se alejó de mí y entrecerró los ojos con lo que parecía ser dolor y confusión.


—Quiero hablar primero.


—Te lo dije, vamos a hablar. Pero podemos hablar mientras tú vas a la cama conmigo cada noche y despiertas todas las mañanas conmigo.— Una de sus manos descansaba en mi cadera y me sostenía firmemente. Mordí mi labio inferior, temiendo a donde podía conducir esta conversación.


Después de que exprese mis dudas en Aspen en el festival de vino, él no tenía un historial muy bueno tomándolas bien. Pero solo tendría que superar eso.


—No quiero mudarme en primer lugar. Nuestra relación ha sido un torbellino— de un encuentro, unas citas, una proposición, al matrimonio — hace que mi cabeza de vueltas. Y con la más reciente situación...— Seguí en silencio. Después de la tormenta emocional de los últimos días yo desconfiaba de traer esto a colación otra vez. —Sólo quiero llegar a conocerte mejor,— terminé.


—Me conoces mejor que nadie—, dijo francamente.


—Bueno, quiero conocerte mejor,— disparé de regreso. Él me miró por unos momentos sin aliento.


Sostuve su mirada, negándome a dar marcha atrás.


—Estamos casados, Paula. Vamos a llegar a conocernos como hombre y mujer.


—Ni siquiera intentes esa mierda de Neandertal en mí, Pedro Alfonso. Quedamos atrapados en el momento en que nos casamos. Fue hermoso y el tiempo que pasamos en Aspen fue perfecto, pero tenemos un montón de mierda que superar. Te quiero. Quiero seguir casada contigo. Pero quiero avanzar un poco más lento de lo que estamos acostumbrados. Quiero hablar, mucho. Ni siquiera sé tú segundo nombre; Hay tantas cosas que tenemos que averiguar—. Crucé mis brazos y lo fulmine con la mirada.


—Juan


—¿Qué?


—Mi segundo nombre. Pedro Juan Alfonso. Mamá me llama Juan Pedro cuando está enojada. — Cruzó sus brazos y me observo. Rodé mis ojos ante la parodia de confrontación que estábamos teniendo.


—Todavía no me voy a mudar, Juan Pedro—. Una pequeña sonrisa jugó en mis labios.


—Esta discusión no ha terminado—. Él sonrió mientras se retiraba de la cama. —Hay café en la cocina.— Paseó por la puerta. Entrecerré los ojos sobre su figura en retirada. Si su culo no se viera tan delicioso en esos vaqueros yo todavía podría muy bien estar enojada con él.


—¿Vas a trabajar hoy?— Entré en la cocina unos minutos más tarde y me serví el café en una taza.


Me acerqué a la nevera y encontré la crema que me gustaba. Él debió de notar el sabor que había utilizado en Aspen. Una sonrisa levantó mis mejillas ante el hecho de que él hubiese notado algo tan pequeño, pero ese era Pedro, inconsciente no era su estilo. Rocié crema en mi café y luego me uní a él en la pequeña mesa de la cocina.


—No. Pensé que podríamos quedarnos hoy y hablar—. Me dio una sonrisa sarcástica.


—Bueno, tengo cosas que hacer, no puedo quedarme—. Bebí un sorbo de café y lo mire por encima del borde de la taza. Su rostro se ensombreció al instante.


—¿Qué significa que tienes cosas que hacer?— Él miró.


—Tengo que trabajar por un tiempo. Y le prometo a Cata y Sebastian un almuerzo.— Me congelé en cuanto el nombre cruzo mis labios. Los ojos de Pedro se entrecerraron y su mandíbula se apretó.


—¿Vas a salir con Sebastian?


—Y Cata—. Arquee una ceja, retándolo a decir más. Él me observó durante unos instantes antes de llevar la taza de café a sus labios y tomar otro trago, sin romper el contacto visual conmigo.


—¿Eso es una buena idea?


—¿Por qué no lo sería?— Me encogí de hombros despreocupadamente. Sabía le estaba provocándolo, pero no había más esconderse. Ya habíamos tenido esta discusión, y no estaba dispuesto a revivirla.


—Sólo quiero asegurarme. Tenemos un montón de cosas que hablar, no quiero que te distraigas.


—No lo hare—. Le sonreí inocentemente. Un pequeño resoplido escapó de su boca y mis ojos brillaron con victoria cuando tomé otro trago de mi café.


—Asegúrate de llevar tu anillo,— gruñó él.


—Lo haré, cariño.— Le di mi sonrisa más encantadora.


—Lindo. Tienes escatimar unas horas para tu marido, ¿no?— Él se levantó de su silla e inclinó mi barbilla para encontrar sus labios. Me dedico un beso largo y pausado. 


Sabía que era una invitación.


—¿Está intentando seducirme, señor Alfonso?— me aleje con una sonrisa.


—Si eso es lo que hace falta—. Él me jalo de la silla y me llevó a la sala, nuestros labios unidos todo el tiempo. Me recostó en el sofá y se acurruco conmigo, una pierna sobre la mía, un brazo alrededor de mi cintura y sus dedos deslizándose a lo largo de la piel expuesta en mi cadera. El pequeño toque hizo que mi corazón tronara y mis nervios zumbaran. Había esa carga electrizante en el aire entre nosotros otra vez.


Me incline en su cuerpo y jugué con el pelo en su cuello. Lentamente acaricié sus labios con los míos... burlonamente... degustando su sabor. Deslicé mi mano a lo largo del pronunciado ángulo derecho de su mandíbula, haciendo que mi corazón se acelera. Él deslizó una mano en mi pelo y me sostuvo firmemente de la nuca, aumentando la presión de nuestro beso, urgentemente llevándome más profundo.


Rodé encima de él e hice contacto con su cuerpo, mi parte delantera yaciendo completamente sobre el suyo. Nuestros pies descalzos enredos juntos y él sostuvo mi cabeza con ambas manos, los dedos entrelazados en mi pelo. Moví mi cuerpo contra el suyo minuciosamente y pude sentirlo, duro contra mí centro. Un suave gemido escapó de su garganta cuando yo empujé hacia su cuerpo con firmeza.


—Te extrañe tanto—, susurró contra mis labios. Gemí en su boca mientras deslicé mi lengua contra la suya. —Quiero estar dentro de ti, Paula— susurró en mi oído, su aliento haciendo cosquillas en mi cuello y provocando escalofríos en mi cuerpo. Sus manos se deslizaron debajo de mi camisa para hacer contacto con mi piel. Alisando, acariciando y haciendo cosquillas. Una mano agarró la parte de atrás de mi sujetador y jalo bruscamente cuando él corcoveo su cuerpo hacia mí.


Me aparté de sus labios lentamente, mis dientes raspando lo largo de su labio inferior, mordisqueando justo antes de dejarlo ir.


—Me vuelves loco— exhalo él en un gemido gutural.


Me alejé por un momento, levantando el top sobre mi cabeza. Sus ojos brillaban con lujuria mientras examinaba mi cuerpo. Crucé los brazos sobre mi pecho deslizando los tirantes de mi sostén abajo de cada brazo.


—Provocadora—. Agarró la parte superior de cada copa del sujetador y tiro hacia abajo, exponiendo mis doloridos senos a él. Mis pezones se endurecieron cuando senti su mirada devorarme. Pellizcó y jalo, casi hasta el punto de dolor, mientras mi cuerpo se arqueaba y gemía con placer.


—Suenas tan hermosa cuando te toco—. Se inclinó y atrapo un pezón en su boca, burlándose con suaves gestos de su lengua y luego chupando duro, endureciéndolo aún más. Mi cuerpo se arqueo otra vez y sujeté su cabeza más apretadamente en mi pecho.


—¿Todavía me quieres, Paula?


—Oh Dios, siempre.— La respuesta escapó de mis labios antes de que tuviese la oportunidad de pensar.


—Nunca tendré suficiente de ti.— Buscó a tientas el botón de mis pantalones. Una vez que estaban sueltos levanté su camisa sobre su cabeza y luego los dos nos paramos para deslizar nuestros jeans por nuestras piernas. Caí de nuevo en su regazo con sólo un par de bragas de encaje y mi sostén.


Me froté contra su forma ahora desnuda y él inhaló una bocanada de aire cuando la áspera tela de las bragas rozó su piel sensible.


—Eres tan provocadora.


—Sólo con usted, señor Alfonso,— gruñí y me balancee contra él con más fuerza. Él desabrochó el sujetador y lo arrojó al suelo, apretando la suave piel de mi pecho con aspereza.


—Mejor que sólo sea para mí.— Él tocó los endurecidos picos y un escalofrío recorrió mi cuerpo. — Envuelve las piernas a mi alrededor—, ordenó. Hice lo que me dijo cuando él movió el trozo de tela de entre mis piernas a un lado y me penetro con su erección lentamente. Gemí a medida que me llenaba, mi cuerpo ajustándose a su tamaño y a su ausencia de más de un par de días.


Con mis brazos rodeando su cuello y mis piernas alrededor de su cintura, gemí, balanceándome y lloriquee como Pedro me lleno lentamente y sensualmente, nuestra posición creando una intimidad que nosotros necesitábamos desesperadamente sentir.


Sus brazos se extendieron diagonalmente a través de mi espalda, una palma sosteniendo mi hombro firmemente mientras la otra mano agarraba un puñado de mi cabello, tirando suavemente y arqueando mi cuello así que podía degustar la sensible carne allí. Gemí cuando él deslizó una
mano por encima de mis costillas y pellizcó un pezón entre sus dedos, creando un corriente de llamas de fuego directo a mi corazón. Arquee mi espalda, permitiendo que él llegara más profundo con cada empuje, mientras me mecía encima de él. Su pelvis proporciona la fricción que necesitaba para que una liberación lenta se apoderara de mi cuerpo, a partir de mi centro e irradiara debajo de mis piernas a mis pies.


Pedro continuó chupando y acariciando mis pezones provocando mi clímax para entretenerse y prolongar el placer. Solté un largo y bajo gemido y arquee el cuerpo de nuevo todo el camino.


Pedro aprovechó la oportunidad para sostener mi espalda y devorar mi pecho con su boca.


Presiono aún más rápido, haciéndome rebotar contra su pelvis, entonces gimió y empujo a través de su orgasmo; finalmente cuando termino se desplomó sobre el sofá. Aterricé encima de él con nuestros cuerpos fusionados mientras luchamos por regular nuestra respiración.


—Múdate conmigo—, susurró cuando su respiración volvió a la normalidad.


—No—. Le respondí. 


Una risa profunda escapó de su garganta. Corrió su mano por mi pelo y mi espalda desnuda.


—Te amo, incluso si eres la mujer más testaruda en la tierra. No puedo evitarlo pero te amo.


—Esa es exactamente la razón de por qué me amas—. Me acurruque contra su pecho.


Él se rió otra vez.


—Tienes razón. Sólo sé que no te dejare de preguntar hasta que consiga lo que quiero.— Su mano palmeó mi trasero bruscamente.


—No esperaba nada menos—. Sonreí felizmente.