miércoles, 21 de marzo de 2018

CAPITULO 43





El siguiente viernes, en nuestro quinto día de matrimonio, Pedro hizo un par de llamadas en la mañana y luego me despertó con café en la cama. Él ciertamente sabía que la línea directa a mi corazón era una humeante taza de café por la mañana. Sonreí mientras inhale el aroma.


—Vístete, tengo algo que enseñarte hoy.— Él me dio un beso en los labios.


—Sí, señor,— sonreí con afectación por encima de mi taza de café. Arqueó una interesada ceja hacia mí.


—Si tuviéramos tiempo te tomaría ahora, Paula, pero tenemos una cita.


Entrecerré los ojos en pregunta. Él sólo sonrió y me arrojó una camisa.


Después de que había terminado mi café y agarre un Pop-Tart para el camino, Pedro me llevó al inexplorado garaje adjunto. En el interior había un coche de carreras verde oscuro. Era tan fuera del carácter de Pedro que lo miré con extrañeza cuando él me abrió la puerta del pasajero.


—Es de Dario. Bueno, más o menos. Lo deja aquí, y está fuera de mis límites cuando él está aquí, pero cuando no, lo que no sabe no le hará daño. Cuando esté aquí presume sobre el carro, es un poco gracioso de ver en realidad.— Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, y hay estaba ese muchacho juguetón por el que había caído aún más locamente enamorada la semana pasada.


—Es un Shelby Mustang 1968. Es raro, un modelo experimental. Sólo hicieron uno,—dijo. Mis cejas se arquearon en sorpresa.


Salimos del garaje y Pedro condujo con una mano firmemente sujetada en mi muslo. Apoyé mi mano sobre la suya y trace distraídamente a lo largo de sus dedos. 


Condujimos a través la ciudad antes de girar hacia un tranquilo camino. Los álamos brillaban dorados y naranjas alrededor de nosotros y había una ligera capa de nieve que aún no se había fundido bajo el sol de la mañana. Sonreí alegremente y Pedro me echo un vistazo con una sonrisa en su rostro. Él apretó mi muslo cariñosamente y luego paso suavemente su mano arriba y abajo por la mezclilla del pantalón. Finalmente acabamos en una amplia plaza hasta que esta se abrió en un enorme claro albergando un chalet y un estacionamiento. La reconocí como una estación de esquí, el estacionamiento estaba casi vacío para tan temprano en la mañana. Pedro estacionó en la entrada y rodeó el coche para abrir mi puerta.


Él camino con pasos seguros, mi mano en la suya, a través de las puertas delanteras, directamente a través de la recepción y hacia la parte posterior del edificio donde funcionaban las góndolas que subían y bajaban de la montaña. Asintió con la cabeza hacia el operador, que sonrió en señal de saludo. Entramos en la góndola, y nos sentamos cuando el operador cerró la puerta. Por suerte yo me había puesto un suéter ya que el aire de montaña era frío y sólo se hacía más frio a medida que subíamos por la montaña.



—Nunca había estado en uno de estos antes.— Mis ojos se clavaron en los cables que corrían por la montaña con una leve inquietud sobre la seguridad de estas cosas. La góndola inició con una sacudida y me agarre del muslo de Pedro firmemente para no perder el equilibrio. Él se echó a reír y envolvió un brazo sobre mi hombro y besó mi pelo.


—Esta es la góndola más larga del país. Dieciocho minutos de ida.


Mire fijamente el paisaje mientras viajamos por la montaña. 


Afortunadamente la góndola estaba encerrada para impedir la entrada de los explosivos vientos y el gélido aire, pero los asientos de metal seguían estando fríos. Me puse de pie para tener una mejor vista desde la ventana. La ciudad de Aspen era visible a medida que ascendíamos más arriba en la montaña. Los edificios se asomaban por encima de la línea de los árboles, los coches que viajaban por la carretera cada vez más pequeños a medida que subíamos. La góndola se elevaba suavemente cuando Pedro se levantó detrás de mí, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura y descansando su cabeza en mi hombro para disfrutar de la vista conmigo.


—Es magnífico—. Mis ojos tomaron nota de los colores del otoño que nos rodeaban. El sol de la mañana iluminaba las hojas de color amarillo y flameante naranja de los árboles en el valle y de las montañas alrededor. A lo lejos las cimas de las montañas estaban áridas y espolvoreadas con nieve, creando el escenario de ensueño. Cuanto más alto subimos, más lejos de la realidad parecía ser. Aspire el aire fresco y sonreí satisfecha. Los brazos de Pedro me apretaron y besó a lo largo de la línea de mi cuello y acarició mi oído.


—No estás mirando la vista.— Me reí mientras él me hacía cosquillas con su nariz.



—Tengo la vista perfecta aquí—. Sus manos se deslizaron hasta mis muslos seductoramente.


—Eres un sinvergüenza—, dije con una sonrisa.


—Sólo con usted, Sra. Alfonso.— Él sonrió y movió mi pelo a un lado para que la parte posterior de mi cuello estuviera expuesta a él. Besó a lo largo de mi tierna piel y sopló ligeramente su aliento caliente contra mi sensible carne, provocando que un escalofrío corriera por mi cuerpo y aterrizara firmemente en el ápice de mis muslos. Incline mi cabeza hacia un lado para darle mejor acceso mientras él recorría con su nariz suavemente mi cuello y pasaba seductoramente sus dientes a lo largo de la capa exterior de mi oreja. En ese momento la góndola se detuvo y estábamos en la cima de la montaña. Un enfurruñado resoplido escapó de Pedro y yo sonreí y tome su mano mientras me precipité fuera de la góndola para disfrutar del aire de la montaña y de la vista que nos rodeaba.


Estábamos en la cima de la montaña en una cubierta de observación con vistas al valle. Con el canto de las aves y la fría brisa susurrando entre las hojas, se sentía como si fuéramos los únicos que existían en nuestro perfecto mundo en ese momento. Suspiré y Pedro se quedó detrás de mí, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura, y balanceándonos hacia adelante y hacia atrás con la brisa.


—Tengo algo para ti,— susurró en mi oído. Me gire en sus brazos para enfrentarme a él. —Me has hecho el hombre más feliz de la tierra, Paula.— Se dejó caer de rodillas delante de mí. —Sé que hemos hecho las cosas un poco fuera de sincronización, pero no seríamos nosotros si lo hiciéramos convencional—. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro.



Baje la mirada a sus ojos que estaban nadando con emoción. Él saco una caja de terciopelo negro de su bolsillo y la abrió, revelando un brillante anillo ubicado dentro. Caí de rodillas frente a él, con lágrimas en mis ojos.


Pedro—. El aire abandono mis pulmones. Una piedra redonda, azul claro, estaba rodeada por docenas de pequeños diamantes que se extendía por la alianza. El anillo era impresionante y único, y me dejó sin aliento, justo como Pedro lo hacía.


—Es mi piedra de nacimiento, aguamarina. Y tu piedra es el diamante, así que creo que estamos cubiertos allí—. Su boca se curvo hacia arriba en las esquinas. — Somos nosotros. Tú y yo, siempre.— Sacó el anillo de la caja y me cogió la mano suavemente en la suya, deslizando el anillo en mi dedo anular izquierdo.— ¿Lo usarías? ¿Por mí?— Pedro me miraba cuidadosamente.


—Oh, Pedro. Es tan hermoso. Me encanta. Pero yo pensé que íbamos a esperar hasta que volviéramos a Boston ¿Cuándo has hecho esto?— Mis ojos buscaron los suyos.


—Lo elegí el día antes de casarnos—. Una sonrisa se extendió en su rostro. —Pero no tenían la medida, así que no estaba listo hasta ahora—. Frotó con el cojín de su dedo pulgar alrededor del anillo en mi dedo suavemente. Observé el destello de luz en las piedras.


—Me encanta tenerte conmigo siempre—. Miré sus ojos cuando un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas. 


Sus ojos me devolvieron la mirada, la emoción agrupándose en sus profundidades azules. Me lancé hacia él, mis brazos alrededor de su cuello y lo abrace con fuerza a mi cuerpo.



—Eres el hombre más guapo que he conocido—. Sostuve sus mejillas en mis manos y lo besé en los labios, profundizando poco a poco el beso, nuestras lenguas bailando juntas suavemente.


—Estoy tan contenta de haberte derramado champán encima en esa fiesta—, susurre contra sus labios. Una carcajada escapó de su garganta.


—Yo también.— Sus manos envueltas alrededor de mi cuello, me sostuvieron contra él.


—Gracias por traerme aquí.


—Me gusta estar aquí. Me encanta compartir las cosas que me gustan contigo—. Se puso de pie y me ayudo a levantarme, rodeándome con sus brazos mientras disfrutábamos de la vista. Contemplamos el sol iluminando el valle abajo. Era impresionante y perfecto. Al igual que toda la semana que había estado con Pedro. Un momento de miedo brilló a través de mi cerebro ante el pensamiento de lo que podría pasar con nuestro matrimonio una vez estuviéramos en Boston.


Una parte irracional de mí no quería volver, con miedo a perder esta parte perfecta de nosotros si lo hacíamos. 


Suspire profundamente para calmar la ansiedad e intente reorientar mi cerebro en la hermosa vista delante de mí y en el hermoso hombre detrás de mí.


—Estás helada, deberíamos volver abajo.


Asentí suavemente.


Aún no habíamos decidido cuando dejaríamos Aspen, pero yo ya estaba temiéndolo.



Él me llevó a la góndola, mi mano firmemente encerrada en la suya. Me puse de pie junto a la ventana, dispuesta a disfrutar de la vista en el camino de vuelta. Los fuertes brazos de Pedro me atraparon, sus manos en la barandilla delante de mí. La góndola comenzó otra vez y descendimos por la montaña iluminada por el sol. La nueva incorporación en mi mano izquierda se sentía extraña y pesada en mi dedo, pero también reconfortante.


Pedro me sorprendió mirando el anillo. —¿Te gusta?— Él acarició mi cuello.


—Me encanta, Pedro.— Me recosté contra él.


Pedro colocó ambas manos en mis caderas y froto en firmes círculos, luego metió un dedo debajo de mi cálido suéter. Mi cuerpo se estremeció ante su frío tacto. Sonreí y me di la vuelta en su abrazo, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello y besándolo suavemente. Él me sostuvo de la cintura y me devolvió el beso antes de deslizar sus manos debajo de mi suéter y abrirse paso hasta mi caja torácica para frotar a lo largo de mis pezones ya endurecidos. Aspire una bocanada de aire y empuje mis caderas contra las suyas. 


Podía sentir su excitación y mis nervios tararearon con necesitan.


Pedro profundizó el beso y tiró de la copa de mi sujetador hacia abajo, exponiendo mi pezón a sus dedos que le hicieron cosquillas y pellizcaron. Gemí en su boca y Pedro corrió una palma abierta hasta mi muslo, tirando de mi pierna en su cadera. Él deslizó sus dedos más arriba de mi muslo interior hasta llegar a mi centro a través de mis pantalones vaqueros. Mi respiración quedo atrapada y capture sus labios con los míos.



Pedro gimió y se alejó de mí, sus ojos lanzándose al albergue en la base de la montaña donde la góndola se detenía. Oí su cerebro corriendo, tratando de determinar cuánto tiempo teníamos.


—A la mierda—. Él sonrió descuidadamente, luego me volteó y me jaló hacia atrás hasta el banco de metal y sobre su regazo. Soltó el botón de mis vaqueros y rápidamente bajo la cremallera, empujando el dril de algodón y mis bragas más allá de mi trasero para exponerme. Gimió y paso un dedo por mi resbaladizo centro desde atrás. Lloriquee de placer, entonces lo oí bajar su cremallera y me empujó ásperamente hacia él, llenándome en un instante. Un pequeño gemido escapó de mi garganta mientras empezaba a moverme febrilmente en su regazo. Él deslizó sus manos alrededor de mi cintura, encima y por debajo de mi suéter así estábamos tan piel con piel como podríamos estar en la góndola de esta fría montaña. Sus manos trazaron un camino caliente por encima de mi cuerpo hasta mis pechos donde él apretó bruscamente mis senos.


Monté arriba y abajo de él rápidamente, mis manos en sus muslos para estabilizarme y suponer un impulso. Desde este ángulo él estaba golpeándome deliciosamente profundo y yo sabía que no pasaría mucho tiempo, lo cual era bueno, porque a cada minuto podía vernos cada vez más cerca y más cerca de la casa principal.


—Me estoy acercando, Paula. Te sientes tan jodidamente bien de esta manera.— Sostuvo mis caderas firmemente cuando me levantó sobre él para ganar más impulso con cada empuje. Un gemido ininteligible escapó de mi garganta cuando golpee de nuevo en su regazo con fuerza. Él bombeo en mí más duro, uno de sus dedos atrapo mi dolorido brote y masajeo en círculos apretados. Mi orgasmo estaba construyéndose en mi vientre y con un empuje más Pedro me tenía cayendo por el precipicio en placer. La excitación pulso a través de mi cuerpo e inundó el ápice de mis muslos. La sensación era tan intensa, diferente a cualquier cosa que había experimentado antes. En algún lugar en lo más recóndito de mi mente me preguntaba si Pedro podría sentirlo, pero mi cerebro se perdió en las sensaciones que cursaban a través de mí mientras Pedro continuaba estrellándose contra mí.


—Joder, Paula. Eres increíble,—gruño él a través de dientes apretados.


Yo gemí su nombre repetidamente. Un suspiro de satisfacción escapó de la garganta de Pedro mientras bombeaba frenéticamente en mí, pellizco mis pezones y luego alcanzó su propia liberación. Sus caderas tiraron en mí y le monté unos empujes más antes de que su cabeza se desplomara sobre mi espalda, su respiración pesada. Mis ojos observaron el albergue aproximándose y mordí mi labio.


Pedro, estamos casi allí,— susurre frenéticamente. Él soltó unas cuantas respiraciones más y luego tiró lentamente de mí. 


Lo escuché cerrar la cremallera de su pantalón rápidamente mientras yo levantaba mis vaqueros y los abotonaba con dedos casi adormecidos. Pedro se puso de pie junto a mí y sostuvo mi mano mientras esperábamos a que la góndola llegara a la parada.


—Tiene suerte de que este tan tranquilo en la montaña esta mañana, Sr. Alfonso—. Susurre cuando deposite un beso en su mejilla.


—No, suerte, bebé. Una cuidadosa planificación.— Él acarició mi cabello.


—¿Planificación?


—Todo el mundo tiene un precio—. Él me dio una sonrisa casual. —El complejo no está abierto tan temprano en la mañana en esta época del año. Hice unas cuantas llamadas, arreglando que el operador estuviera aquí temprano.— Me guiñó un ojo.


—Desvergonzado—. Me eche a reír.


—Pero valió la pena ¿cierto? ¿Montarme en la góndola? Fue caliente, nena. Y luego cuando llegaste sobre mí...joder. Me has hecho venir,—susurró en mi oído justo cuando la góndola se detuvo. Mis mejillas flamearon con vergüenza ante las palabras de Pedro.



CAPITULO 42




Desperté temprano la mañana siguiente con el estómago gruñendo y una abrumadora necesidad de ir al baño. 


Habíamos pasado la tarde y toda la noche en cama, alternando entre el sueño ligero y amarnos el uno al otro. 


Fue perfecto. Pedro tenía un pesado brazo colocado sobre mi cuerpo y estaba teniendo problemas para contonearme fuera de debajo de él de forma oportuna para poder correr al baño


Finalmente suspiró profundamente, rodó a un lado, salté fuera de la cama y fui al baño para encargarme de mis asuntos. Cuando salí del baño una cálida sonrisa se extendió por mi rostro al ver a Pedro durmiendo tan pacíficamente, las blancas sábanas acariciando su cuerpo desnudo. La sábana yacía de cualquier modo, revelando esa deliciosa V en su pelvis y el ligero rastro de vello que desaparecía en la nítida línea blanca dirigiéndose a ese lugar que mi cuerpo anhelaba tanto.


Decidiendo renunciar a mi estómago que gruñía por el sexy hombre en mi cama, me deslicé a su lado y apoyé la cabeza en su hombro, rozando ligeramente con las puntas de mis dedos a lo largo de los duros planos de su cuerpo. 


Comencé en sus pectorales, haciendo círculos alrededor de sus oscuros pezones que lentamente se endurecieron ante mi provocador roce, abajo y a través de las líneas de sus ligeramente definidas abdominales. Mis dedos susurraron hacia abajo al músculo en V y se entretuvieron alrededor de sus caderas, deslizándose como un fantasma arriba y abajo, mientras mi cuerpo respondía a estar tocándolo.


Me trepé sobre su cuerpo y me senté a horcajadas en sus delgadas caderas entre mis rodillas. Mi cabello cayó en cascada alrededor de ambos y me agaché para depositar ligeros besos a lo largo de la curva de su cuello y clavícula. 


Dejé que mi cabello se deslizara por su suave piel mientras me abría paso hacia sus músculos inferiores con mi lengua y labios. Finalmente llegué a sus caderas y mordisqueé a lo largo de su aterciopelada piel.


Me recline hacia atrás por un momento para mirarlo. La sábana apenas cubriendo su endurecida excitación, un ligero rastro de vello y el feliz trayecto que conducía a mi otra parte favorita de su cuerpo. La bronceada, aterciopelada piel contrastaba tan intensamente con las suaves sábanas blancas. Quería tomar una foto de este momento y guardarla


Deslicé una mano por su cadera abajo y más abajo, lentamente arrastrando la sábana con ella y revelándolo completamente. Lo tomé en mi mano y me incliné, mi cabello haciendo cosquillas de nuevo a lo largo de su cintura. 


Presioné mi lengua en la parte inferior de su longitud y lentamente la arrastré hacia arriba a la cima y provoqué alrededor de la cabeza, antes de abrir mi boca y bajar sobre él por completo. Escuché un pequeño gemido y entonces las manos de Pedro estaban enredadas en mi cabello y sus caderas estaban sacudiéndose lentamente por el placer.


―Paula, carajo ―susurró. 


Le eché un vistazo a través de mis pestañas mientras me movía de regreso hacia arriba de su longitud con mi boca, ahuecando mis mejillas y succionando con más fuerza. Pedro me devolvió la mirada, sus ojos azul acero girando con amor, emoción, placer y lujuria,su cabello enredado por el sueño, unos mechones a través de su frente. Mi excitación se dobló al instante entre mis muslos. 


Cerré los ojos de nuevo y trabajé arriba y abajo de su longitud con mi boca y mi mano, provocándolo suavemente, y luego succionando más fuerte, alternando para prolongar el placer.


―Ven aquí, amor ―Pedro tiró de mí hacia arriba de su cuerpo y mis rodillas estuvieron a horcajas en sus caderas. 


Sentí su excitación en mi entrada y un pequeño suspiro brotó de mi garganta al sentirlo una vez más tan cerca de mí. Lo necesitaba más que a nada. De nuevo se sentía como la primera vez, sin la frenética lujuria que habíamos mostrado. 


Esto se sentía más como amarnos el uno al otro. Pasión en un nivel completamente diferente. El amor debía sentirse así, algo que nunca había sentido antes por nadie más.


Pedro presionó sus manos detrás de mí cuello y acarició mis labios con los suyos, besándome lenta y apasionadamente. 


Sus manos recorrieron mi torso, regresaron para amasar la carne de mi pecho y pellizcar mi pezón, incrementando mi excitación diez veces. Me sacudí contra él y me moví hacia atrás y hacia delante, mi cuerpo dolorido por la excitación. 


Su mano bajó por mi torso, sobre mis caderas para agarrarse a mi trasero mientras se guiaba a sí mismo dentro de mí. Lentamente me llenó, y ambos exhalamos suspiros de placer cuando mi cuerpo se ajustó al suyo. Me moví lentamente sobre él, tomándome mi tiempo, disfrutando de su cuerpo y sacando el placer de él.


Pedro se movió lentamente debajo de mí, nos movimos tranquilamente, no se necesitaban palabras para compartir el placer de este momento. Mis manos subieron por sus costillas, levanté sus brazos por encima de su cabeza y sostuve sus manos fuerte en las mías. Lo usé como palanca para golpear el punto correcto en mi interior, y continuamos moviéndonos suavemente, ligeros suspiros brotando de nuestras gargantas mientras mi cabello caía en cascada a nuestro alrededor y Pedro me amaba con sus labios a lo largo de mi clavícula y cuello. Incrementé el ritmo y Pedro empujó nuestras manos entrelazadas hacia arriba para que lo cabalgara.


―Quiero verte ―me susurró cuando nuestras miradas se entrelazaron. Mi boca se abrió mientras jadeaba por el placer a medida que hacíamos el amor. 


Mi balanceo se aceleró conforme me acercaba al borde. Pedro liberó sus manos de las mías, colocando una en mi cadera para ayudar a sujetarme, mientras la otra encontraba ese punto sensible entre mis piernas. Acarició, masajeó y pellizcó y caí por el acantilado suave y ligeramente. El aire escapó de mis pulmones y gemí suavemente, cerrando mis ojos mientras el placer irradiaba por mi cuerpo.


Un gemido ahogado brotó de la garganta de Pedro y su mano se apretó en mi cadera cuando encontró su propia liberación. Tomó mi mano de nuevo y la sostuvo con fuerza mientras golpeaba a través de las últimas gotas de su placer. 


Sus ojos cerrados y su rostro tenso en una hermosa expresión de placer terminado en liberación. Froté mi centro contra su cuerpo unas veces más y luego dejé caer mi agotado cuerpo en su pecho, apoyando la cabeza en su pecho y escuchando su corazón latir frenéticamente.


Aún conectados, permanecí ahí por momentos interminables mientras nuestra respiración se ralentizaba. Pedro trazó un patrón al azar a lo largo de mi espalda desnuda con la yema de un dedo, el movimiento suave, dulce y reconfortante. 


Inhalé profundamente y entonces rocé felizmente mi nariz contra su cuello.


―Buenos días ―sonreí con mis ojos cerrados.



―Una muy buena mañana ―pasó su mano por mi enredado cabello―. Eres tan hermosa. Gracias.


―¿Gracias por la llamada a despertar? ―sonreí.


―Gracias por casarte conmigo ―dijo seriamente.


Sonreí ligeramente e inhalé su delicioso aroma. Y entonces mi estómago gruñó en protesta. Una risa escapó de la garganta de Pedro.


―Vamos, levantémonos y vamos a darte de comer ―me dio una palmada en el trasero ligeramente.


―Como que sólo quiero quedarme en cama contigo todo el día ―no hice ningún esfuerzo por moverme.


―Entonces lo haremos. Después de que comamos ―me retiró de su cuerpo y entonces se dirigió al baño, completamente desnudo y un regalo para mis ojos todo el camino. Me senté en el borde de la cama esperando a que regresara. Mi cuerpo era una masa flácida de placer, incapaz de moverse. Regresó y se paró a unos pasos frente a mí, desnudo como de costumbre, y arqueó una ceja. Mis ojos se deslizaron por su esbelta figura, desde sus lisos y musculosos brazos, sus hombros definidos, las ligeras pendientes de su pecho, más abajo, a su estrecha cintura y sus reducidas caderas…


―¿Ves algo que te guste? ―una petulante sonrisa jugó en sus labios. Arrastré mis ojos lentamente de regreso hacia arriba, sonreí y arqueé una juguetona ceja hacia él. Sus ojos destellaron con oscura lujuria y la sonrisa desapareció de sus labios. Mi corazón se saltó unos latidos y pensé que iba a venir de nuevo a mí y podríamos comenzar el resto de nuestro día de amor pasándolo en la cama. Soltó un gran suspiro y entonces su juguetona sonrisa regresó.



―Comida. Entre más pronto comamos, más pronto podemos regresar a la cama ―sonrió maliciosamente y entonces se puso un gastado par de jeans que había colgado sobre una silla en la esquina. Resoplé y pase una camiseta sin mangas sobre mi cabeza y me puse un par de bragas. Sólo estaba interesada en el mínimo desnudo que me hiciera presentable en la cocina antes de que pudiera quitármelas de nuevo y acurrucarme de nuevo en la gran cama con ese guapo hombre.


―¿Qué quieres comer? ―tomó mi mano mientras bajábamos las escaleras y entrabamos a la cocina.


―La pizza sobrante ―mis ojos brillaron con diversión infantil.


―Sexo y pizza parece ser el camino a tu corazón entonces ―Pedro sonrió.


―Algo así ―saqué la caja del refrigerador y la puse en la isla, eligiendo un trozo.


―¿No vas a calentarla?


Lo fulminé con la mirada en respuesta.


―¿Y arruinar una perfectamente buena pizza sobrante? Nunca ―di un mordisco―. Mm, pizza fría en la mañana, nada mejor.


Sonrió y después agarró un trozo para él.


Pedro y yo pasamos el resto de nuestro primer día como una pareja casada en la cama, acurrucándonos, riendo, y amándonos el uno al otro. Parecía nuestro propio trozo perfecto de felicidad; un estado de dichosa paz. Fue mágico ver la tranquilidad en los rasgos de Pedro ese día. El controlador Presidente Ejecutivo esfumándose… abandonó sus demonios y se volvió el hombre que se comportaba de acuerdo a la edad que tenía, sonreía fácilmente, se reía de corazón, y amaba libremente. Y yo me convertí en la mujer segura que siempre quise ser. Pedro me amaba, y me mostró cuánto lo hacía. Estaba segura de mi cuerpo y nuestra relación. Mientras nuestro tiempo juntos puede haber sido corto, era puro.


Los siguientes días pasaron de manera muy similar. Pedro tomó llamadas de negocios de vez en cuando, pero aún nos las arreglamos para aventurarnos a la ciudad y comprar, tomados de la mano y riéndonos como adolescentes, observar a la gente en la cafetería local y conducir por ahí viendo las atracciones turísticas de Aspen. 


Las noches las pasamos en el jacuzzi disfrutando del fresco aire de las montañas, a veces los copos de nieve bajaban a la deriva suavemente, aterrizando en nuestras pestañas y derritiéndose con el humeante aire caliente sobrevolando el jacuzzi. Bebíamos vino, preparábamos juntos la cena y ordenábamos pizza, bebiendo cerveza en esas noches. No hablamos de Boston para nada. No hablamos de las reacciones de nuestras familias por nuestro apresurado matrimonio. Vivimos en el momento, en nuestra pequeña burbuja de Aspen, y fue indudablemente un pedazo de cielo.




CAPITULO 41




Sólo veinte minutos después, Pedro y yo habíamos comprometido nuestro amor y nuestras vidas el uno al otro. 


Me besó apasionadamente cuando el oficiante dijo que lo teníamos permitido, mientras el fotógrafo sacaba fotos desde diferentes ángulos. Era difícil ser consciente de cualquier cosa a mí alrededor mientras mis ojos estuvieran fijos en los de Pedro todo el tiempo y la sonrisa era tan amplia en mi rostro que casi dolía. Pedro sostuvo mi mano con fuerza mientras posábamos para diferentes fotos y firmábamos el certificado de matrimonio. Esos momentos fueron bellísimos. 


Nos quedamos por más de una hora, asimilando la vista, nuestros brazos alrededor del otro, intercambiando pequeños besos y tomándonos de la mano con fuerza. No tenía fuerza para soltar su mano.


Conforme el sol comenzó a ponerse observamos los brillantes rayos reflejarse en los picos de las montañas nevadas e iluminar las hojas naranjas y amarillas de los álamos del valle con sus rayos. Era una imagen de perfección que permanecería en mi mente toda la vida.


Después de la puesta de sol tras las montañas nos dirigimos de regreso al auto y el conductor nos bajó de la montaña conduciendo.


―¿Estuvo bien? ―preguntó Pedro mientras bajábamos por el camino de grava.


―Oh, Pedro, fue perfecto. Tan impresionante. No puedo creer que hicieras todo esto en sólo unos días ―le sonreí.


―Me alegra que fuera perfecto para ti. Sólo quería hacerlo así para ti, dado que tu familia no estaría aquí, y Cata, sé que la extrañas ―me miró a los ojos con tristeza en los suyos.


―La extraño, pero esto fue más que perfecto, Pedro ―lo besé larga y suavemente en sus perfectos labios para mostrarle mi agradecimiento.


―Lamento que no tuviéramos tiempo para conseguir anillos ―jugó con mi dedo anular izquierdo, notablemente ausente del anillo que normalmente indicaba un matrimonio.


―Está bien ―sonreí y entrelacé nuestros dedos con firmeza.


―Creo que podríamos ir de compras por algunos cuando regresemos a Boston.


―Me parece perfecto ―lo besé en los labios suavemente.


―Te ves impresionante, mucho más que cualquier vista en la tierra. Este vestido… ―su voz se fue apagando mientras deslizaba la mano por la espalda y tocaba el borde de la tela contra mi piel―. Este vestido fue hecho para ti. Y este encaje ―tenía una mirada pícara en sus ojos. Solté una risita―. Espero que no te importe que sólo estemos yendo a casa. Tengo una cena planeada. Te quiero para mí está noche ―sus dedos se deslizaron a lo largo de lo alto del escote del vestido de manera seductora y las mariposas saltaron de inmediato en mi estómago ante su indirecta.


―Me parece perfecto ―coloqué una mano en su mejilla y lo besé profundamente. Él pasó una mano por mi cabello con suavidad y luego curvó su palma alrededor de mi nuca para atraerme más cerca de él.


Mi cuerpo estaba deseoso de su toque, quería sentirlo por todos lados, sin la barrera de la ropa a la que nos había sometido durante estas últimas noches. Casi me había vuelto loca por tenerlo en cama a mi lado y ser incapaz de tocarlo.


―Te he extrañado ―me aparté para respirar.


―Ya no más, amor ―un pícaro brillo iluminó sus ojos. Mordí su exuberante labio inferior rápidamente y una profunda risita se escapó de su garganta mientras su pulgar masajeaba en círculos mi desnuda espalda baja.


―Estoy dividido entre querer que uses este vestido para siempre y arrancártelo justo aquí ―Pedro se acomodó en su asiento, supongo que para aliviar algo de presión que debe haber estado sintiendo bajo el cinturón. Le sonreí, contenta de que no fuera la única sufriendo.


―Adoro este vestido ―deslicé mis manos hacia abajo por la tela de encaje que caía por debajo de mis rodillas y se extendía en el piso del auto.


―Eres tan hermosa ―la voz de Pedro bajó y agarró mis piernas y las deslizó sobre su regazo. Trazó con la yema de un dedo el borde de los hermosos Manolo Blahnik que había elegido. Su mano subió por mi tobillo y luego por mi pantorrilla, masajeando suavemente pero nunca aventurándose más alto. Suspiré, contenta. Había sido el día más hermoso de mi vida, y no podría haber sido mejor incluso si hubiéramos tenido un año para planearlo. Las cosas que Pedro podía lograr cuando se lo proponía eran sorprendentes. Una risita escapó de mi garganta con el pensamiento.


―¿Qué? ―me miró cariñosamente.



―Sólo estaba pensando, el cielo es el límite cuando te propones algo, y entonces me di cuenta que podría ser la metáfora perfecta para nuestra relación ―mi voz se desvaneció con una sonrisa.


―Siempre consigo lo que quiero ―le dio un apretón a mi pantorrilla con una sonrisa. El auto disminuyó la velocidad mientras aparcábamos en la entrada de la casa de Pedro


Nuestra casa ahora. Sacudí la cabeza ante el pensamiento.


―Sra. Alfonso ―Pedro se bajó del auto y tendió una mano para escoltarme. Le sonreí, incapaz de quitar la felicidad de mi rostro. Me acompañó hasta el umbral y después me levanto en sus brazos.


Pedro ―solté una risita y rodeé su cuello con los brazos. 


La excitación comenzó a arder en mi estómago; estar tan cerca de su cuerpo e inhalar el dulce aroma de su cuello me tenía deseosa de él.


Mordisqueé a lo largo de su mandíbula con barba incipiente y luego me abrí paso lamiendo bajo su oreja.


―Paula… ―susurró él.


―Te deseo ―susurré en su oído. 


Un pequeño gruñido salió de su garganta. Me puso de pie en el recibidor abierto y sostuvo mi mano con firmeza, llevando su otra mano hacia mi nuca presionando sus labios contra los míos en un seductor beso. Me besó largo y duro. Deslicé mi mano a su estrecha cintura y la rodeé para apretar su trasero. Estaba tan deseosa de él y quería que lo supiera. El beso se volvió lento y luego se apartó poco a poco.


Con sus ojos cerrados susurró:
―Paula ―en un suspiro susurrante. Se lamió los labios después abrió los ojos con un renovado sentido de determinación―. Hice que trajeran la cena. Ven conmigo.


Fruncí el ceño y solté un pequeño resoplido mientras me llevaba a la planta alta. Me llevó al dormitorio principal y abrazó mi cuerpo con fuerza.


―Gracias por casarte conmigo ―me susurró al oído. 


Las lágrimas brotaron de mis ojos cuando pensé en sus revelaciones de anoche; pensaba que cualquiera que amara lo dejaría. Sabía ahora cuánto significó para él cuando había dicho que sí. Sabía por qué había estado tan desesperado porque nunca lo dejara, porque no huyera cuando habíamos estado juntos.


Sus dedos rozaron mi espalda desnuda con suavidad y después subieron al escote de encaje y comenzó a jugar con los botones. Mi corazón saltó a mi garganta al pensar que lo había reconsiderado después de todo, quizás podíamos saltarnos la cena y dedicarnos a algunas actividades más íntimas. Mis manos se abrieron paso hacia arriba a cada lado de su torso bajo la chaqueta de su traje.


Él desabrocho los botones en la parte superior del vestido y comenzó a bajarlo por mis hombros suavemente, asimilando mi piel expuesta lentamente con una mirada llena de lujuria. 


Me apartó el pelo de los hombros y pasó los mechones de seda entre sus dedos.


―Soy tan afortunado. Nunca olvidaré cuán afortunado soy de tenerte, Paula. Ni un solo día de mi vida ―deslizó la tela hacia abajo justo sobre mi pecho y se detuvo. Respiró hondo y luego cerró los ojos―. Si voy más allá, no seré capaz de detenerme, y quiero detenerme, Paula.


Mis ojos se entrecerraron por la confusión.



Pedro, no quiero que te detengas. Quiero que me quites la ropa. Quiero que me hagas el amor. Por favor hazme el amor ―abrió los ojos y atravesaron los míos. Parecía como si estuviera en guerra consigo mismo―. No puedo comer. No quiero hacerlo. Te quiero a ti. Por favor déjame tenerte, ahora mismo.


Delineé su fuerte mandíbula con las puntas de mis dedos y pensé en la noche en el club cuando había hecho exactamente lo mismo esa primera vez. Esta noche se sentía como la culminación de toda la pasión e intensidad que habíamos sentido el uno por el otro desde el primer día. 


Si la noche de la fiesta de moda hubiera sabido que conocería al hombre del que me enamoraría tan profundamente, creo que mi corazón hubiera explotado al pensarlo.


―Te necesito ―las lágrimas se acumulaban en mis ojos por la abrumadora emoción que estaba sintiendo por él. Pedro deslizó sus palmas abiertas hacia abajo por mi expuesta espalda y me abrazó por unos momentos. Acarició mi cabello con su nariz e inhaló profundamente.


―Te amo tanto. Nunca seré capaz de decirte que no. No quiero hacerlo nunca ―bajó lentamente la tela de mi perfecto vestido blanco el resto del camino por mis hombros y mis brazos. Deslizó la tela más allá de mis caderas y me quedé parada frente a él con un par de descaradas bragas de encaje que él había comprado en La Perla. Un par morado no obstante, que hacia juego tan perfectamente con las calas que él había escogido para este día. Lo que él no sabía era que había escogido esas bragas porque también me recordaban las flores que me había dado.


Sus dedos se engancharon en el encaje de mis bragas y manosearon la tela mientras me besaba a lo largo de la curva de mi cuello y susurraba su amor por mí en mi oído. 


Gemí y me retorcí en su agarre, mi cuerpo dolorido por él. 


Lentamente se dejó caer de rodillas en el piso ante mí y bajó sus manos por mis piernas. Levantó una pierna fuera del charco de encaje en el piso y quitó uno de los tacones de satín de mi pie, luego lo colocó de regresó en el piso. Hizo lo mismo con mi otro pie entonces subió sus cálidas palmas por mis piernas, deslizándolas por la curva de mi trasero, colocándolas entrelazadas en mi cintura.


Lo besé plenamente en sus suaves labios y mis dedos jugaron con los botones de su chaqueta. Le quité la tela café claro de sus hombros, y luego saqué la camisa blanca de sus pantalones. Seguí besándolo y sus dedos pasaron por mi cabello mientras los míos trabajaban en cada botón de su camisa. Soltó las manos de mi cabello y le quité la fresca tela de sus esbeltos hombros. Las puntas de mis dedos se entretuvieron a lo largo de las duras líneas de su cuerpo, trazándolo; alrededor de los músculos de sus hombros y clavícula, hacia arriba por la curva de su cuello, agarrando los lóbulos de sus orejas y dándoles un apretón juguetón, antes de enredarse en su enmarañado cabello. Tiré de sus labios hacia los míos y presioné mi cuerpo contra el suyo. 


Agarró mi cadera con una mano y me sujeto con firmeza, paseando su otra mano hacia arriba por mi muslo para llegar al encaje de mis bragas. Jugó con la delicada tela, sus dedos delineando alrededor de los bordes y rozando ligeramente justo por debajo de la línea de las bragas, dentro y fuera suavemente, volviéndome loca. Gemí contra su boca y moví mi centro contra él para mostrarle que estaba más que lista. Una sonrisa jugó en sus labios mientras suavizaba nuestro beso y depositaba pequeños mordiscos en mi labio inferior. Me hizo retroceder contra la cama hasta que mis piernas golpearon el colchón.


Puso ambas manos en mi trasero y me hizo dar un brinco para colocarme en su cintura, mis piernas envueltas alrededor de su cuerpo. Mis brazos alrededor de su cuello mientras yo enredaba mis dedos en su cabello y lo besaba duro y con intensidad; estaba tan lista para él.


―Te deseo. Deseo a mi esposo ―mi corazón se saltó unos latidos ante las palabras. Sus ojos se abrieron de golpe para mirar a los míos, amor y pasión mezclados ardían en sus profundidades azules. Pedro forzó mi cuerpo de regreso a la cama con mis piernas aún envueltas alrededor de su cintura, tomando mi pelo con un puño, mientras su otra mano se extendía para soportar su cuerpo, cerniéndose sobre el mío.


Lo besé, lo mordisqueé y moví mi cuerpo contra el suyo. Mis manos se movieron torpemente para soltar el botón de sus pantalones, trabajando en el cierre para bajarlos por sus estrechas caderas. Estaba complacida por descubrir que Pedro, mi sexy esposo, estaba sin ropa interior otra vez. 


Estaba comenzando a pensar que no tenía ninguna. Empujé sus pantalones tan debajo de sus muslos como pude antes de que él se apartara de mí y empujara la tela el resto del camino. Se quitó cada zapato de una patada, lanzó sus pantalones a un lado con el pie y luego gateó de regreso sobre mí con una mirada hambrienta en sus ojos.


Moví mi trasero hacia arriba de la cama para concedernos más espacio. El musculoso y lampiño cuerpo de Pedro se cernió sobre mí, su boca depositando ligeros besos por mi estómago, entre mis senos, dando vueltas en el hueco en mi garganta, alrededor de la curva y finalmente llegando a la piel bajo mi oreja. Su aliento brotaba en jadeos irregulares mientras sus dientes rozaban el lóbulo de mi oreja. Me retorcí contra su cuerpo, agarrando sus caderas y tirando de él hacia abajo y sobre mí. Pedro aspiró bruscamente a través de sus dientes cuando su excitación hizo contacto con mis bragas de encaje.


―Te deseo tanto ―Pedro frotó ligeramente su longitud a lo largo de la tela, sus ojos permanecieron cerrados y su mandíbula apretada mientras trataba de contenerse a sí mismo. Aplasté mi centro más fuerte contra él, intentando liberar algo de la presión de mi necesidad por él.


―Estoy lista, estoy tan lista, por favor.


―Por favor qué, dime ―susurró con sus ojos aún cerrados.


―Por favor hazme el amor, Pedro. Te amo tanto. Por favor hazme el amor ―exhalé mientras mis manos subían por su esbelto torso.


―Me encanta cuando dices eso. Me encanta cuando dices que me amas. Me haces tan feliz, Paula. Todos los días ―enganchó un dedo alrededor de la cinturilla de mis bragas y luego las bajó lentamente por mis piernas. El encaje deslizándose toscamente por mi piel hipersensible provocó que mi corazón alcanzara su punto máximo y que mi excitación por él creciera. Se reclinó sobre sus muslos, deslizó el encaje el resto del camino por mis piernas y las lanzó al piso, mirando atrás hacia mí con una sonrisa torcida.


―Eres dolorosamente hermosa ―subió sus manos por mis piernas para agarrar mis caderas―. No te merezco ―susurró contra mis labios. Se acomodó entre mis muslos y provocó su longitud a lo largo de los pliegues, provocándome en dónde más lo anhelaba.


Pedro ―gemí con frustración mientras empujaba mis manos en su cabello y atraía su cabeza a la mía.


―¿Qué, amor? ―preguntó con una pequeña sonrisa mientras continuaba provocándome.


―Dios, por favor. Quiero sentirte dentro de mí ―gimoteé. Un pequeño suspiro escapó de sus pulmones mientras empujaba un poco más duro y se deleitaba con su lengua y labios, arriba y alrededor de mi cuello, bajo mi clavícula, a través de la parte superior de mis hombros. Presionó más fuerte de nuevo y trabajo su longitud arriba y abajo por mi centro, dándome sólo la cantidad de fricción que ansiaba antes de apartarse de nuevo. Envolví mis brazos alrededor de él y sujeté sus omóplatos, enterrando mis uñas en su espalda y forzando mi anhelante centro contra él. Pedro continuó su provocador ataque a mi cuerpo y profundicé mi agarré en su espalda con las puntas de mis dedos. Deslizó su longitud hacia arriba de mi hendidura una vez más, gemí e hice un recorrido con mis uñas desde sus omóplatos al centro de su espalda. Sabía que lo había hecho con fuerza; un profundo gemido salió de su garganta y sentí humedad en donde supuse había sacado sangre. Tan pronto como aligeré mi agarre en su espalda, Pedro empujó dentro de mí y me llenó completamente. Gemí por el exquisito placer y Pedro permaneció quieto dentro de mí por unos jadeantes momentos mientras mi cuerpo se ajustaba al suyo.


Por fin estábamos conectados de nuevo. Habían sido días desde que nos habíamos compartido el uno al otro de este modo, y había sido demasiado tiempo. Habíamos pasado por mucho en nuestra corta relación, y esta parte siempre nos conectaba, nos hacía sentir completos de nuevo.


Besé a lo largo de su cuello y él comenzó a moverse lentamente dentro y fuera de mí, realizando largos y moderados movimientos que me golpeaban hasta el centro y me llenaban y satisfacían como nunca nadie podría. Me di cuenta de que hacer el amor con Pedro era tan bueno porque compartíamos una conexión. Inclusive nuestra primera vez, estábamos tan atraídos el uno al otro a un nivel tan básico, primordial, que nuestros cuerpos habían encontrado su pareja, y el sexo desde entonces había sido transcendental para ambos.


Pedro me hizo el amor por lo que parecían horas. Se movió dentro y fuera, se quedó quieto, luego aceleró, me besó y mordisqueó, se llevó mis pezones a su boca y los acarició, las puntas de sus dedos bailaron alrededor de mi anhelante botón, siempre llevando a mi cuerpo al borde, entonces retrocediendo sólo lo suficiente para retrasar mi clímax. Si no estuviera haciendo un trabajo tan experto me hubiera vuelto loca por la frustración pero en su lugar estaba en el momento con Pedro. Sabía que me estaba adorando del mejor modo que conocía, me estaba mostrando su amor total y completamente.


Pedro se movió dentro y fuera de mí, a veces empujando profundo y llenándome, otras realizando movimientos cortos y superficiales hasta que finalmente aceleraba y me llevaba al mismo borde. Envolví mis brazos alrededor de su cuerpo y pasé mis palmas a lo largo de su piel resbaladiza por el sudor, bajé a sus caderas y trasero. Lo apreté ligeramente cuando aceleró, golpeando con todo lo que tenía. Mi clímax se disparó a través de todo mi cuerpo, mis terminaciones nerviosas zumbando a toda velocidad. Los dedos de mis pies se curvaron y mi cerebro se inundó con una avalancha de placer. Sentí una tremenda cantidad de amor por el hombre que al que había comprometido mi vida antes ese día.


Pedro sujetó mis muslos con sus palmas y empujó una última vez antes de que alcanzara su propio clímax, su cuerpo estremeciéndose completamente de la cabeza a los pies. Empujó unas veces más, mi cuerpo sacando lo último de su orgasmo con un apretón, y él lentamente sosegó su ritmo y bajó su sonrojado cuerpo al mío. Ambos estábamos sudorosos y agotados mientras yacía sobre mí por un largo y tranquilo momento.


Nos deleitábamos en la euforia post-orgásmica que ambos estábamos cabalgando, sólo aumentada por nuestra sonrojada piel contra la otra, nuestros cuerpos aún conectados.



Pedro se movió para apartarse pero envolví mis piernas alrededor de su cintura y enlacé mis tobillos alrededor de él.


―No estoy lista para deshacerme de ti todavía ―sonreí y lo besé en los labios.


―Espero que nunca ―sus dedos jugaron con un mechón de mi pelo.


―Nunca ―negué con la cabeza y aparté mechos errantes de cabello de sus ojos. Sus profundidades gris-azuladas me devolvieron la mirada fijamente y resplandecían de felicidad. Sólo ver su paz provocó que una sonrisa se extendiera por mi rostro―. Te amo, todos los días, por siempre ―susurré y besé su nariz.


―No tanto como la amo yo, Sra. Alfonso ―recorrió mi mejilla con su pulgar. 


Nos besamos de nuevo y apoyó su cabeza en mi pecho y entonces delineó con un dedo alrededor de mi seno, acercándose más y más a mi pezón, provocando que se endureciera y sobresaliera por la excitación. Le hizo cosquillas con su nariz y después su lengua salió para una prueba. Solté una risita y sentí un hormigueo entre mis muslos señalando que mi cuerpo estaba listo para él otra vez. Lo sentí comenzar a endurecerse dentro de mí y corcoveé mis caderas hacia su pelvis.


―Insaciable como siempre, al parecer ―sonrió y me besó por completo en los labios y entonces Pedro y yo hicimos el amor de nuevo.