jueves, 29 de marzo de 2018
CAPITULO 69
Mis padres habían conducido por Navidad y se quedaron con nosotros durante el fin de semana en Beacon Street.
Pasamos el día de Navidad en casa de los padres de Pedro en Belmont, donde la mamá de Pedro sacó con mucho esfuerzo la mejor cena. Yo estaba agradecida por muchas cosas en mi vida — una, el haber sido bendecida con una suegra que tenía increíbles habilidades en la cocina.
Dejé que Pedro soltara la noticia en torno a la mesa de nuestra inminente sorpresa.
Pedro dijo que estaba agradecido de que pudiéramos estar todos juntos. Dijo que la familia era algo maravilloso para ser bendecido y que yo lo había hecho el hombre más feliz de la vida cuando acepté casarme con él. Después procedió a decir que el segundo día más feliz de su vida fue el día que vio dos pequeños latidos en la pantalla del ultrasonido.
Los ojos de todos aterrizaron en mí, y la mirada verde de mi madre parecía aterrorizada.
Probablemente pensó que había habido un error.
—¿Paula?—, susurro.
—Mamá son gemelos—. Un sollozo escapó de mi garganta cuando ella se acercó y me sostuvo en sus brazos. Las felicitaciones se extendieron alrededor de la mesa y nos fuimos esa noche felices y agotados.
Era víspera de año nuevo y me sentia mejor que nunca. Ya habían pasado las náuseas matutinas, las constantes ganas de orinar se habían calmado, al menos por ahora y yo ahora tenía más energía que antes de enterarme que estaba embarazada.
—¿Por qué estás tan bien vestida y luciendo deliciosa? ¿Pensé que nos quedaríamos en casa esta noche? ¿Creo que dijiste que solo necesitabas pantalones de chándal y helado?—Pedro entró en el baño de nuestra suite principal.
—Tengo una sorpresa para ti. Reservas en el Anthony en el muelle. Métete a la ducha. Salimos en veinte minutos.
Sus cejas se arquearon en sorpresa.
—Me gusta completamente este nuevo lado controlador tuyo —. Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y mordisqueó mi oreja. Me reí y me recosté contra él. Sus palmas calientes acariciaron mi amplio vientre y luego una mano se arrastró hasta el escote de mi abrigado vestido. — También me gusta bastante este vestido en ti. ¿Estás segura de que no quieres quedarte en casa esta noche, Sra. Alfonso?— Paso el dedo por el borde de la tela que revelaba mí siempre creciente escote.
—Más tarde maniaco del sexo—, Solté una risita.
—¿O tal vez una segunda ronda en el restaurante?—Él me empujó hacia atrás y hacia adelante y senti su erección creciente contra mi trasero. Suspiré cuando mi cuerpo empezó a zumbar y mis nervios se estremecieron con deseo.
—¿Puedo persuadirte de unirte a mí en la ducha?—, susurró en mi oído.
—No, ahora vete.— Me volví y lo empuje lejos de mí, golpeando su trasero cuando se giró hacia la ducha. Me di la vuelta hacia el espejo y corrí un cepillo por mi cabello.
Mis ojos se dirigieron al reflejo en el espejo de Pedro quitando su camisa de vestir. La dejo caer al suelo y soltó el botón de sus pantalones y los deslizó por su cadera. Gemí cuando su esbelta forma desnuda forma se inclinó y giró el pomo de la ducha.
—¿Ve algo que le guste, Sra. Alfonso?— Se había girado y levantó una ceja mirándome en el espejo. Mis mejillas enrojecieron en vergüenza.
—Siempre—, sonreí.
Él movió la cabeza con una risa y caminó detrás de la puerta de vidrio.
CAPITULO 68
—¿Estás bien?— Sostuve su mano mientras nos adentrábamos en el frío aire de diciembre. Nos dirigí hacia el auto. Pedro todavía tenía un aspecto aturdido en la cara.
—Sí,— refunfuño él. Llegamos al auto y me detuve.
—¿Estás bien para conducir?
—Por supuesto—. Él me ayudó a entrar en el asiento del pasajero y luego avanzó alrededor hacia el lado del conductor. Torcí la correa de mi bolso en mis manos. Era evidente que él no está bien.
No en lo absoluto. Acababa de recibir la noticia de que estábamos esperando gemelos; era un shock, pero yo ciertamente estaba sorprendida. Quería armarme de valor y cubrirlo por el momento.
—¿Adónde vas?— Miré por la ventana y tomé nota de lo que nos rodeaba.
—A casa—, contestó.
—Pensé que íbamos a comer—. Mi estómago estaba vacío y no muy contento con eso.
—Claro—. Se movió a otro carril de tráfico. —¿Algún lugar en particular?
—¿Me lo estas preguntando?— Arquee una ceja en sorpresa.
—Por supuesto.
Rodé mis ojos. Por supuesto, mi culo. Pedro nunca había pedido mi opinión sobre dónde deberíamos ir a comer. Jamás.
—Donde sea. Algún lugar cerca y rápido. Me muero de hambre.— Me froté mi barriga.
Pedro se deslizó en una plaza de aparcamiento en frente de una charcutería. Salte del auto y me dirigí a la puerta con Pedro un paso detrás de mí. Ordenamos sándwiches y entonces nos sentamos en la única mesa disponible en la sala llena de gente.
Quité de mi sandwich los pepinillos y me los comí por separado. Pedro resopló desde el otro lado de la mesa y luego escogió los pepinillos de su sándwich y los deposito en mi plato. Le sonreí.
Parecía que iba a volver a la normalidad, por lo menos ligeramente. Me comí sus pepinillos y luego di un mordisco a mi sandwich. Mastique y lo observe.
ÉL inspeccionaba su sandwich antes de tomar cada bocado, pero yo sabía que realmente no lo estaba viendo. Su mente estaba corriendo con la información que nos acababan de dar. Tome otro bocado y mastique luego baje mi sandwich.
Tomé un trago de mi limonada, mis ojos sobre él todo el tiempo. Pude ver que sus hermosos ojos azul metálico estaban a un millón de kilómetros de distancia.
—Sé que es una sorpresa—, le ofrecí.
—Sí,— suspiro.
—¿Estás bien?
— Sí — respondió otra vez sin mirarme.
—Pedro, en serio. Me estás preocupando. O matando. O voy a matarte. No lo sé todavía.
Finalmente levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los míos. Se fundieron en los mis ojos y volvieron a la normalidad. Busqué su mano sobre la mesa.
—Vamos a estar bien. Es mucho, pero podemos hacerlo—. Era mi turno para tranquilizarlo. Él me había estado diciendo durante toda nuestra relación que yo era para él, que estábamos destinados a estar juntos. Ahora era mi turno para decirle que esto era exactamente lo debía ser y que de alguna manera lo arreglaríamos. Tenía plena confianza de que no sólo sobreviviríamos a dos niños gritando y saqueando nuestra casa, sino que también podríamos prosperar juntos. Acaricie con mi pulgar los nudillos de su mano. —Lo prometo.
Un intento a medias de una sonrisa levantó las comisuras de su boca.
—Te amo más que a mi propia vida—. Levantó mi mano hasta sus labios y presiono un suave beso allí.
—Lo sé—. Una sonrisa levantó mis mejillas. Él rodó sus ojos mirándome con una sonrisa. —Yo también te amo.— Le sonreí de vuelta.
—Lo siento, sé que fui un caso perdido allí.— Movió sus labios a lo largo de los nudillos de mi mano izquierda.
—¿Y eso de que juraste frente al doctor?— Arquee una ceja.
—¿Lo hice?
—Creo que las palabras exactas fueron 'puta madre'.
—Oh, claro. Lo siento por eso también.— Sus ojos bailaron con diversión.
—¿Estás bien ahora?
—Sí. Sólo necesitaba un minuto para procesarlo— Él fijó mi mano sobre la mesa y tomó un sorbo por su pajita.
—Lo sé. Yo también. — Cogí un pepinillo de mi plato y lo meti en mi boca. —¿Así que no más colapsos?— Lo vi con cautela.
—No—. Me sonrió.
—Bien, porque pensé que podríamos comprar ropa de bebé. Tal vez muebles, también.
Pedro tosió en su bebida. Me reí con él y tome otro mordisco de mi sandwich
CAPITULO 67
Las siguientes semanas pasaron en un dichoso borrón. Me quedé con Pedro en su casa; ahora era nuestra casa como me recordaba a cada momento. Felizmente firme los papeles para hacer oficialmente de mi nombre Sra. Paula Alfonso. Mi corazón se hinchó con amor por que los tres seríamos una familia unida.
No era tan ingenua como para pensar que todos nuestros problemas estaban olvidados, y estaría mintiendo si dijera que de vez en cuando no temía que Pedro elevara sus paredes y me encerrara, pero no lo hizo y quería creer en el fondo de mi corazón que esos días habían quedado atrás.
Después de resistirlo tanto llame a mis padres y les di la noticia de que Pedro y yo nos habíamos casado. Mi mamá estaba comprensiblemente devastada. Yo era su única hija; Ella siempre había soñado estar algún día en mi boda. Ella lloró, yo llore, pero le expliqué que Pedro y yo éramos felices y que estábamos trabajando en nuestro futuro juntos. Papá por otro lado no fue tan receptivo, pero sabía que mamá lo calmaría.
Pedro y yo habíamos decidido esperar para compartir las noticias del bebé con nuestras familias; estaba tan nerviosa de que algo malo podría pasar en cualquier momento, aún contenía mi aliento cada día que pasaba hasta nuestra próxima cita. Pedro también les dio a sus padres la noticia de que nos habíamos casado y ellos estaban más allá de emocionados. Emma de hecho lo había sabido desde ese día en la barbacoa y barbullo por teléfono lo emocionada que estaba de finalmente tener una hermana y que ella había estado a punto estallar con el deseo de soltar prenda.
—¿Estás nerviosa?—Pedro se había tomado el día libre para llevarme a mi cita de seis semanas.
Esta era el premio mayor, en esta es donde con suerte escucharíamos los latidos del corazón.
—Siempre—, fruncí el ceño. La enfermera me llamó y tomo mis signos vitales. Todo era como se esperaba. La enfermera nos guió a una habitación y me senté en la mesa mientras Pedro sostuvo mi mano y acarició mi muñeca suavemente con el cojín de su dedo pulgar.
—¿Quizás podamos almorzar después de esto? ¿O hacer una parada en La Perla?— susurró él en mi oído seductoramente. Su cálido aliento me hizo cosquillas en el cuello y envió escalofríos por mi cuerpo. Cuando no estaba durmiendo u haciendo pipi, mi deseo por él estaba por las nubes, aparentemente un efecto secundario de todas las hormonas en mi sistema. Pedro no se quejaba en lo más mínimo.
—Pedro, me estás poniendo nerviosa.— Incline mi cabeza para bloquear su acceso a mi cuello.
—Estoy tratando de distraerte—. Tiró del cabello de mi cuello. El aire fresco provocó que otra oleada de escalofríos corriera a través de mi cuerpo.
—Lo haces peor,— susurré.
—No suena así—. Él arrastró sus labios a lo largo de mi carne sensible.
—Buenos días, Paula—. La Dra. Burke rápidamente entro en la sala con una enfermera siguiéndola detrás de ella. Pedro se alejó de mí en un instante
—Buenos días—. Sonreí.
Ella buscó entre sus papeles y luego se volvió hacia mí.— ¿Seis semanas hoy, eh?— Se levantó y coloco una mano sobre mi hombro.
—Sí,— Suspiré nerviosamente.
—Así que hoy vamos a escuchar el latido del corazón. Deberíamos ser capaces de escucharlo, pero si no es que es todavía temprano y no anormal. Recuéstate sobre la mesa y levanta tu camisa.
Pedro me recostó lentamente y movió las cejas con una sonrisa pícara. Puse mis ojos en blanco.
La Dra. Burke se dio la vuelta y coloco una sonda contra mi vientre y subió el volumen de la caja en sus manos. Yo contuve la respiración mientras ella se movía alrededor de mi vientre buscando el latido del pequeño corazón que yo estaba desesperada por oír. Pedro sostuvo mi mano firmemente y continúo acariciando mi piel con su pulgar. Estaba tomando lo que sentia por siempre. Seguí recordándome que si no oíamos nada hoy no significaba que algo estuviera mal.
Ella traslado la sonda justo por encima de mi pelvis y luego un pequeño pum-pum resonó en la habitación.
—¿Eso es?— Mis ojos se clavaron en ella.
—Ese es el bebé—. Ella sonrió alegremente. El silbante sonido lleno mis oídos y una sonrisa se extendió en mi cara tan ampliamente que dolió. Agua se reunió detrás de mis párpados y exhale un inmenso suspiro de alivio. Miré a Pedro y su amplia sonrisa emparejo la mía.
—No puedo creerlo.
—Yo tampoco—, susurró él.
—Es interesante—. El doctor nos sacudió de nuestra gozosa burbuja del bebé.
—¿Qué?
—Creo que me gustaría ver más de cerca—. La doctora se dirigió a la enfermera y susurró unas pocas sílabas indescifrables antes de que la enfermera saliera de la habitación. Mi corazón se apretó en mi pecho.
—Vamos a hacer una ecografia, Paula—. La Dra. Burke alejó la sonda y ahora el silbido que llenaba la sala con tanto amor hace un momento estaba ausente.
—¿Está todo bien?— Me atraganté a través de un nudo de miedo en la garganta.
—Sólo quiero ver más de cerca—. Ella acarició mi pierna. Lo decía como un gesto tranquilizador, pero sólo sirvió para aumentar el temor que se había asentado en el fondo de mi estómago. La enfermera regresó empujando un carrito con un monitor situado en lo alto.
Esto era aterrador y equivocado. Algo debe estar mal. ¿Qué podía haber determinado a través de ese dulce silbido de los latios del corazón que habíamos oído hace un momento? ¿Podría decir si había un defecto?
Oh Dios, por favor deja que nuestro bebé esté saludable. El miedo ahogó mi garganta y unas lágrimas extraviadas viajaron por mis mejillas. Pedro se dio cuenta y las limpió con la yema del pulgar.
—Todo va a estar bien, nena—, susurró y me besó en la frente. Cerré los ojos y respiré hondo.
—Esto va a estar frío—. La doctora roció un gel en mi estómago. Pedro continuó frotando mi frente y acaricio con su enorme mano mi cabello. Me calmo tener sus relajantes manos tranquilizándome.
La Dra. Burke movió otra sonda alrededor de mi vientre y luego empujó con fuerza por encima de mi pelvis donde había encontrado el latido del corazón.
—Ahí está el bebé—. Ella dio vuelta al monitor para nosotros y apunto a la pantalla. —Ese pequeño parpadeo allí es el corazón—. Vimos como un pequeño punto negro en la pantalla oscilaba dentro de un minúsculo borrón blanco. La doctora desplazo más la sonda y el bebé se movió fuera de la pantalla. Ella empujo y pincho y luego el bebé volvió a aparecer desde un ángulo diferente.
—Y ahí está el bebé número dos—. Ella sonrió brillantemente. Mi mundo se congeló en ese momento mientras miraba el segundo latido parpadeante en la pantalla, ahora obviamente junto al lado del primero.
—Oh Dios mío. ¿Gemelos?— Mis ojos se ampliaron.
—Sí, felicitaciones. Estarás dando la bienvenida dos bebés el próximo julio.
La mano de Pedro se quedó inmóvil en mi frente y la mano que sujetaba la mía apretó hasta casi el punto de dolor. Me di cuenta de que él no había dicho nada y me gire hacia él.
—Pedro...— Susurré mientras observaba su intensa mirada fija en la pantalla. No me respondió,sólo miraba al frente, sosteniendo mi mano con fuerza.
—¿Pedro?— Sin respuesta. Oh Dios esto no puede ser bueno del todo. No dejes que tenga una crisis aquí frente al doctor. Él acababa de hacerse a la idea de un bebé. Mi estómago dio un vuelco ante la idea de que ahora estaría trayendo dos bebés en nuestra casa.
—¿Pedro?— Apreté su mano para sacarlo de su trance.
—¿Gemelos?—, susurró.
—Gemelos, señor Alfonso,— respondió la doctora con un brillo en sus ojos.
—Puta madre,— susurró y se desplomó en una silla junto a la mesa. Mi boca se abrió en shock.
Esa ciertamente no era la reacción que yo esperaba.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)