viernes, 16 de marzo de 2018
CAPITULO 26
—A casa. Gracias, Parker.— Pedro y yo entramos en la parte posterior del Bentley.
—No, tengo que ir a mi casa.— Miré a Pedro. Sus ojos brillaban en dolor y confusión.—Todo está bien, es sólo que tengo que ir a casa, he estado ausente toda la semana.— Le toqué con la mano la barba de tres días que tenía a lo largo de su mandíbula con una sonrisa tranquilizadora. Lo que realmente tenía que hacer era alejarme de Pedro. Disfrutamos de nuestra comida como si nada hubiera pasado, pero mi mente aún estaba presente en todo lo que había sucedido.
Pedro se había comprometido con Madeleine.
Pedro seguía viendo Madeleine.
Pedro me follo en el baño de un restaurante y luego me dijo que me amaba.
Necesitaba distancia porque él acababa de dar vuelta a mi mundo poniéndolo al revés.
—¿Está segura? —susurró Pedro.
—Sí.— Asentí con la cabeza. No podía decir algo más tenía miedo de mi voz se quebrara y los diques estallaran.
—La Srta. Chaves se va a casa esta noche, Parker, —anunció Pedro por el intercomunicador. Sostuvo mi mano con fuerza durante todo el camino de regreso a mi apartamento, como si el agarrarme con la fuerza suficiente afianzara su derecho sobre mí. El coche se detuvo frente a la casa y Parker saltó de el para descargar mi equipaje. Habían pasado tantas cosas que se sentía como hace años que yo había volado desde Nueva York. Él llevó mis maletas a mi apartamento, y Pedro me entregó la bolsa de La Perla.
—No te olvides de tu ropa interior.— Una pequeña sonrisa se dibujó en su boca.
Esa sonrisa puede derretir mis bragas, esa sonrisa era la razón por la que estaba allí de pie sin bragas. Mi corazón se peleó con mi mente para invitarlo arriba.
—Gracias. —le sonreí.
Pedro me dio un suave beso en los labios.
—Gracias por una maravillosa cena, Paula — susurró Pedro. Asentí con la cabeza y sonreí de nuevo antes de girar y entrar en el edificio.
CAPITULO 25
Treinta minutos más tarde, Pedro y yo caminamos en la acera para ir a cenar. Yo llevaba un ajustado mini vestido negro con mangas largas y escote de malla que Pedro había elegido. Al hombre con seguridad le gustaban los vestidos cortos. Entré primero en la parte posterior del Bentley y yo decidí antes de que Pedro se deslizara a mi lado levantar el cristal de privacidad. Sus ojos se dispararon a los míos con una mirada peligrosa.
—Paula, ¿dónde coño están tus bragas? — Mis ojos se abrieron con sorpresa, lo había notado tan pronto, y luego le di una sonrisa descarada. La falta de líneas de las medias debe haberle avisado.
—Pensé en ir directo al grano. No quiero que arruines las nuevas que acababas de comprar para mí.— Sonreí
—Ponte algo de ropa interior.— Arrojó la bolsa de La Perla para mí. Levanté una ceja.
—¿O qué, Sr. Alfonso? — Crucé mis piernas para que el vestido se moviera más arriba en mis muslos. Pedro apretó los dientes mientras sus ojos se dispararon hacia mi pierna al descubierto.
—Ropa interior, Paula—rechinó a través de sus dientes, todavía centrado en el muslo expuesto.
—No, estoy bien, gracias. — Le sonreí dulcemente. Sus ojos se dispararon a los míos, sorprendidos por mi rebeldía. Me sostuvo la mirada durante un minuto antes de que se diera cuenta de que yo no cedería.
—Eres incorregible, mujer. — Pedro se pasó una mano por el pelo y tiró del vestido más abajo en mi muslo, en un intento de cubrirme. Me sonrió en señal de triunfo y mis partes femeninas cosquillearon en anticipación al infierno yo le haría pasar esta noche sabiendo que estaba sin mis bragas.
Pedro y yo estábamos sentados en una mesa privada en el Meritage con vista al mar. Las luces de la ciudad se reflejaban brillando en el agua y el ambiente del comedor era mágico. El camarero llegó y Pedro ordenó para nosotros.
—Tomaremos el '95 Chateau Margaux con la carne Kobe y Vieiras Diver al horno. — Ordenó sin mirar el menú.
—¿Qué pasa si yo no quiero eso?
—Estás siendo hoy muy desafiante, Paula.— Él me miró pensativo.
—Estás siendo bastante controlador. — Le dije.
Tomé un sorbo de mi vino y atrapé mi labio inferior entre los dientes mientras miraba la noche de Boston.
—¿Qué pasa, Paula?—Dijo Pedro con un toque de exasperación.
—¿A quién pertenecen esas cosas? — Mis ojos se clavaron en los suyos.
—¿Vas a volver con eso? — frunció el ceño. —Una amiga, una vieja amiga. Alguien que no ha estado en mi oficina en mucho tiempo, Paula. Me desharé de todo.— Sus ojos me imploraron que dejar el tema.
—¿Era Madeleine? — Tomé otro sorbo de mi vino para evitar sus ojos.
—Sí.—Pedro se movió en su asiento, incómodo.
—¿Por qué Madeleine deja sus cosas en tu oficina?
—Estuvimos juntos un tiempo. — Pedro me atrapo con una mirada firme.
—¿Otra de tus amantes de mierda?
—No, Madeleine y yo estuvimos comprometimos, —me dijo Pedro sin expresión.
El aire abandonó mis pulmones en un instante.
¿Qué?
Yo estaba preparada para envolver mi mente alrededor del hecho de que Pedro era un ex mujeriego, playboy, y modelizer, ¿pero él había estado comprometido? De alguna manera en el fondo de mi mente había sido más fácil para mí aceptar su antigua vida cuando pensé que no les importaba, que no significaban nada. Pero por lo menos una de ellas importó.
Volví a pensar en esa noche en el baile y lo que Madeleine me había dicho.
Él no es alguien con quien construir tus sueños.
¿Qué pasó entre ellos que la hizo decir eso? ¿Qué había hecho? De repente su actitud fría y viciosa tenían sentido, estaba celosa, ella tenía un derecho sobre él. Ella tenía su corazón, por lo menos lo tuvo una vez. Y pudo haber sido la única que alguna vez lo ha hecho.
Mi respiración era superficial y pensé que podría estar al borde de un ataque de pánico.
—¿Aun sigues siendo amigo de ella?— Baje mi copa y lo miré fijamente.
—Sí, pero nosotros rompimos las cosas hace mucho tiempo.
—¿Aún la ves? — El corazón me latía tan fuerte en mis oídos que apenas podía oír mis propios pensamientos.
—Sí, trabajamos juntos en algunos negocios. Ella es una especie de inversionista, es inevitable que la vea. — Yo mordí tan fuerte mi labio inferior pensé que podría sangrar.
—Tengo que ir al baño.
— Paula.—Pedro levantó su voz en advertencia mientras yo me ponía de pie y corría al baño.
Cuando llegué allí cerré la puerta con llave y me dejé caer en el afelpado. Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras intentaba tirar el vestido hacia abajo sobre mis muslos
—Paula.—La voz de Pedro resonó a través de la puerta mientras golpeaba con el puño. Me senté en silencio y seguí llorando. —Paula, abre la maldita puerta. — Él estaba golpeando sin cesar.
—Vete, Pedro— susurré entre sollozos.
—Abre la puerta o te juro que voy a romperla,—gruñó. Tomé unas cuantas respiraciones profundas obligándome a calmar. Me acerqué a la puerta y la abrí. Atravesó como un oso con un aspecto imprevisible, con el rostro lleno de ira.
Me senté en el sofá y esperé a que él dijera algo.
—¿Cuál es el maldito problema, Paula?— Seguí ignorarlo. —Simplemente estábamos comprometidos hace mucho tiempo, eso es todo—me suplicaba con voz ronca.
—El problema no es que estaban comprometidos—susurré entre dientes. —El problema es que aún la ves; sigues siendo amigo de ella. — Rechine los dientes de rabia.
—Tengo que hacerlo, ella es una parte de mi compañía. Y somos amigos, ella siempre ha estado ahí para mí— La voz de Pedro se suavizó.
—No me importa. Tu jodido pasado sigue apareciendo mordiéndome el culo, y ni siquiera me dices que era tu novia después de que ella afiló sus garras contra mí, la noche del baile— Escupí con furia.
—Lo siento, por no habértelo dicho, pero ella no significa nada para mí. No es más que una amiga que apenas veo, ella está saliendo con alguien más, ambos hemos cambiado. He seguido adelante contigo.—Se dejó caer de rodillas y me levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos.
—¿Así que tengo que aceptar que Madeleine este en tu vida, pero tú te pones todo hombre de las cavernas sobre Sebastian?— Lo miré.
Apretó los dientes con rabia.
—No es lo mismo, Paula. Él todavía te quiere.—Sus ojos destellaron fuego enojado conmigo.
—Es lo mismo. Estabas comprometido con ella, Pedro. Solías follar en tu oficina, y creo que todavía siente algo por ti. —Mis ojos destellaban cuando lo mire.
—No, los dos hemos cambiado. Ella tiene otra persona, y yo te tengo a ti. — La yema de su pulgar limpió una lágrima de mi mejilla con ternura.
—Te digo que ella todavía tiene sentimientos por ti. Las cosas que dijo aquella noche en el baile...— Aparté la vista de él.
—Bueno, yo no tengo sentimientos por ella. Tú eres para mí. Y Sebastian tenía sus manos sobre ti esa noche en el club. Eres mía, Paula. — Él me tomó en sus brazos y me dio la vuelta para mirar a los espejos con su pecho contra mi espalda. —No quiero las manos de ningún otro hombre sobre ti. ¿Ves esto? — Apartó mi pelo de mi cuello para mostrar el moretón que había dejado en mí. —Este es mi marca en ti, la que dice que eres mía. — Sostuvo firmemente mi cintura contra él y podía sentir su dura erección contra mi trasero. Sabía que debería estar enojada por sus divagaciones neandertales, Pero yo estaba loca de lujuria por él también. Me restregué contra él y mis ojos se reunieron con los suyos en el reflejo del espejo.
Él me dio la vuelta en un instante y llevó mis labios a los suyos en un beso feroz. Me levantó el vestido corto por encima de las caderas y empujó su mano en mi dolorido centro. Frotó en círculos ásperos y me pellizcó el manojo de sensibles nervios y gemí en su boca. Me levantó por el culo para colocarme sobre el mostrador y se desabrochó el botón y bajo la cremallera de sus pantalones rápidamente antes de empujar dentro de mí.
Él se apretó contra mí, con una mano sobre el mostrador para hacer palanca y la otra con fuerza alrededor de mi cuello para mantener mi cabeza en su lugar mientras me besaba y mordisqueaba.
—Estoy tan fuera de control por ti, Paula. Me haces enloquecer,—dijo apretando sus dientes mientras golpeaba dentro de mí. Yo arqueé mi espalda y moví mis caderas para encontrarme con su ritmo tan frenético. —Eres mía. No quiero las manos de nadie sobre ti, sólo las mía.
—Sí—suspiré.
—Dilo. Di que eres jodidamente mía… — El sudor brillaba en su frente y envolví mis dedos en su pelo en la parte posterior de su cuello.
—Soy tuya, Pedro.
—Para siempre. Eres mía para siempre. —Golpeó más fuerte. Se sentía como si me estaba castigando, recordándome que yo era sólo suya.
—Sí, — jade y Pedro gimió y entonces se impulsó aún más dentro de mí mientras yo me arqueaba y caía por el acantilado en frenético placer. Mi cuerpo temblaba por la pasión y el esfuerzo; repleta de erótica felicidad. Pedro se inclinó sobre mi cuerpo y respiro entrecortadamente mientras su cabello humedecido por el sudor me hacía cosquillas en la frente.
—No te vayas. Te amo, Paula — Mi corazón dejó de latir y mis dedos se cerraron alrededor de sus hombros.
Me senté en silencio, no podía decir ni una palabra. Pedro me había dado un polvo áspero y sucio en el baño de uno de los restaurantes más lujosos de Boston y ahora ¿él me estaba diciendo que me amaba?
Él continuó jadeando y no pareció darse cuenta de que yo no le había contestado.
Sostuve su cuerpo apretado al mío mientras mi mente zumbaba en la ansiedad. ¿Amaba a Pedro? ¿Podemos amarnos? Ni siquiera sabía si estábamos hechos el uno para el otro.
Me moví fuera de su abrazo en el tocador para romper la conexión. Había demasiado que tomar en cuenta, y necesitaba no estar tocando su delicioso cuerpo cuando lo estaba considerando.
Me miró a los ojos con una sonrisa lenta y me besó tiernamente en los labios. Le devolví la sonrisa para tranquilizarlo, y luego en silencio salté desde el mostrador y enderecé mi vestido.
Pedro cerró la cremallera de sus pantalones de nuevo. Me incorporé y me mire en el espejo para asegurarme de no parecer que había sido follada cada centímetro de mí en el baño.
—¿Lista? — Él sonrió, pasó un brazo alrededor de mi cintura y me besó en el pelo. Pude ver su gesto en el espejo y mi ansiedad se duplicó.
CAPITULO 24
Pedro voló de regreso a Boston la mañana del viernes para una reunión y yo le seguí un par de horas más tarde. Habíamos planeado reunirnos a cenar esa noche. Sabía que Cata enloquecería, no me había visto en toda la semana, pero Pedro y yo estábamos en un lugar tan bueno que no podía dejar de querer vivir dentro de nuestra propia felicidad por el mayor tiempo posible.
Parker me recibió en el aeropuerto por la tarde.
Me deslicé en el asiento trasero del Bentley y me estremecí al pensar en todas las mujeres que Parker había visto por el espejo retrovisor, riendo con Pedro, con las manos sobre su pecho, sus labios sobre los suyos. Mi corazón se encogió. Odiaba saber que Pedro tenía un pasado, pero lo único que podía hacer era no pensar en ello, lo que podría ser difícil cuando estaba tan cerca y me mordía en el culo con tanta regularidad.
Parker maniobró a través del congestionado tráfico de Boston y mis pensamientos se desviaron de nuevo a los pocos y dulces días que Pedro y yo habíamos pasado juntos en Nueva York. Cuando las cosas estaban bien entre nosotros, todo era perfecto, pero cuando estaban mal, era como si se abriera un hueco debajo de nosotros.
Parker se detuvo junto a la acera de El Hancock y me deslice fuera y le hice un gesto de agradecimiento.
La secretaria de Pedro me saludó con la mano, y me dirigí a su oficina con una sonrisa. Entré y Pedro me miró desde su escritorio con amorosos ojos y una sonrisa genuina.
—Ven aquí —. Palmeó en su regazo. Me acerqué a él, me senté y coloqué mis brazos alrededor de su cuello.
— Te extrañé.— Acarició con la nariz mi pelo.
—Sólo han pasado un par de horas.— retorcí su sedoso cabello entre mis dedos con una sonrisa.
Lo había echado de menos también.
—¿Qué puedo decir? Eres como una droga, no puedo vivir sin tu sabor por mucho tiempo.— Sus labios se curvaron en una sonrisa sexy.
Apreté mis labios en los suyos suavemente.
—Tengo algo para ti.— Él movió las cejas hacia mí y se agachó para tomar una bolsa blanca del piso. Eche un vistazo dentro y me reí.
—Fui a La Perla esta mañana, pensé que ya era hora de sustituir todas las bragas que he estado tomando.— Sonrió. Varios colores de encaje se asomaban a través de papel de seda.
—¿Dónde están mis pantys de todos modos?— Arqueé una ceja. Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro mientras abría un cajón de su escritorio para mostrar el encaje roto y andrajoso de mis bragas.
—Todo un coleccionista. ¿No es encantador?— Puse los ojos en blanco.
—Necesito algo para acordarme de tu cuerpo caliente cuando no estás aquí.— Su cálida mano se deslizó por debajo de mi camisa y acarició mi pecho. Mi respiración se enganchó y lo bese profundamente.
—Vamos, levántate. Hay que prepararse para la cena.— Me levantó de su regazo y me golpeó el trasero. —Utiliza la ducha si quieres, hay algo ahí para que puedas usar.
—Está bien.—Salté al cuarto de baño de su oficina y me quité mis pantalones vaqueros y camisa. —¿Quieres unirte a mí? — Tiré mi sujetador fuera a su oficina con una sonrisa. Él abrió mucho los ojos por un minuto y luego comenzó a caminar detrás de mí como un gato acechando a su presa. Me reí y me metí en la ducha, abrí el agua, y me di cuenta de que no me seguiría. Sostuvo mis ojos con una mirada intensa y se aflojó la corbata y la deslizó sobre su cabeza, se encogió de hombros para sacarse la chaqueta. Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando me di cuenta de que tendría compañía en la ducha después de todo. Se desabrochó los botones de la camisa, uno por uno, sus ojos nunca dejaron los míos, y luego tiró de su camisa fuera de sus pantalones.
Mi corazón martilleaba y mis pezones endurecidos ya dolían a la espera de su contacto. Sostuve el contacto visual con él mientras deslicé mi mano por mi cuerpo resbaladizo. Mis dedos encontraron mi dolorido cúmulo de nervios y comencé a masajear en lentos círculos. Sus ojos se ampliaron mientras me observaba y pude ver su respiración engancharse. Tomé una respiración profunda y me recosté contra la pared de azulejos de la ducha, dejando el agua caer por mi cuerpo.
Eche mi cabeza hacia atrás y empecé a masajear duro, mientras que mi otra mano se deslizó hasta mi pecho para jugar con mi pezón.
Mordí mi labio y un gemido escapo de mi garganta. Pedro pasó la lengua por sus labios y luego abrió el botón de sus pantalones y los bajó hasta el suelo en un movimiento rápido. Se metió en la ducha conmigo y puso su mano sobre la mía para sentir como me tocaba a mí misma. Tomó mi pezón en su boca y tiró con los dientes. Mi espalda se arqueó contra él mientras apretaba mi mano con más fuerza dentro de mí.
Un fiero gruñido escapó de su garganta y luego se dejó caer al suelo de rodillas y tomó mis muslos abiertos con sus fuertes manos, me atacó con su boca. Gemí en voz alta y pasé los dedos por su pelo. Jale de él para apretarlo más a mí y él tiro suavemente de mi sensible nudo con los dientes. Gemí de placer, la sensación del agua caliente cayendo sobre mi cuerpo unido a la boca de Pedro haciéndome el amor fue abrumadora y no pasó mucho tiempo
para que mi cuerpo se estremeciera y temblara por mi orgasmo. Mis piernas estaban débiles y apreté los dedos y le tire de su pelo largo y húmedo. Pedro me levantó con sus manos firmes evitando que cayera al piso de la ducha.
Se deslizó por mi cuerpo y sentí su dura erección presionada suavemente contra mi vientre.
Mi cerebro zumbaba al máximo después del orgasmo, pero no disminuyó mi deseo por él. Él me elevo sobre sus caderas y envolví mis piernas y brazos alrededor de su cuerpo. Me zambullí en su cuello, mordisquee y lamí a lo largo de la carne húmeda debajo de su oreja.
Pedro me agarró el trasero con ambas manos y aparto mi cuerpo lo suficiente para inclinar su longitud dentro de mí. Cuando estuvo enfundado en mi interior empujó sus caderas hacia mí y me inmovilizó contra la pared.
Cuando Pedro llenaba mi interior en una especie de dulce éxtasis y en ese momento no había nada que ansiara más que a él. Él gruñó y se metió más profundo en mi cuerpo mientras nos deslizábamos juntos bajo el chorro caliente de la ducha. Me sostuve en uno de sus brazos, y deslice la palma de la mano contra una de las paredes de la ducha para ayudarme a apoyar mientras lo montaba. Él me sostuvo firme en sus manos y golpeó una y otra vez frenéticamente, como si no pudiera tener suficiente de mí. Desde este ángulo no estaba golpeándome profundamente, pero la cercanía de nuestros cuerpos me estaba proporcionando una estimulación poco profunda que me enloquecía.
Sabía que me iba a correr en cualquier momento. Mi otra mano se apretó en la parte posterior de su pelo y yo gemía y jadeaba de placer
Los empujes de Pedro se hicieron más y más frenéticos antes de que sus dientes se hundieran en mi cuello. Me corrí al instante por la combinación de dolor y placer y Pedro dio un largo y tembloroso gemido y se corrió dentro de mí mientras mi cuerpo palpitaba a su alrededor.
Su cuerpo exhaló por el esfuerzo y me aferré a él, tenía miedo de apoyarme en mis piernas para sostenerme, su pelo largo y húmedo me hacía cosquillas en el cuello. Nuestras respiraciones se ralentizaron y Pedro levantó la cabeza.
—Cristo, lo siento, Paula.— Besó la hendidura de mi cuello con ternura justo donde me había mordido. —Eso probablemente dejará una marca.— Se echó hacia atrás y me miró con ojos de disculpa.
—Está bien.— Toqué con mis dedos la piel sensible. — Fue un poco caliente.— Apreté sus labios con los míos con firmeza, y luego mordí su labio inferior sin disculpa. Pedro me devolvió el beso y dio una profunda risa cuando él se apartó.
—Eres insaciable, señorita Chaves.— Él me puso en el suelo y golpeó mi culo juguetonamente.
—Sólo contigo.—Giré bajo el chorro de agua para tomar su champú. Pedro tomó la botella de mis manos y me lavó el cabello y el cuerpo, me acariciaba lenta y seductoramente. Las grandes manos de Pedro deslizándose por todo mi cuerpo mojado pusieron mi sistema a toda marcha. Después de que terminó, tomé la botella de champú y le lavé el pelo con cariño.
Deslice los dedos por sus sedosos mechones, color caramelo y masajear su cuero cabelludo lentamente me dio tanto placer. Me encantaba el pelo de Pedro. Un director general de una compañía de mil millones de dólares no debería tener cabello largo de forma rebelde, pero Pedro lo hacía y funcionaba tan bien en él.
Tenía los ojos cerrados y un suave gemido escapó de sus labios mientras le masajeaba.
Luego pasé las manos arriba y abajo de su cuerpo con jabón; lentamente por sus brazos definidos, a través de los planos de su pecho tonificado, su estrecha cintura y sus fuertes muslos. El cuerpo de Pedro era parte de una leyenda griega. Cuando Miguel Ángel esculpió a David, él debió haber tenido a Pedro en mente.
—Vamos, ángel, tenemos una reserva.— Salió de la ducha y se secó rápidamente antes de envolver la toalla en sus caderas. Mis ojos se estrecharon ante la vista de su sexy músculo pélvico en forma de V que asomaba encima de la toalla y me mordí el labio mientras traviesos pensamientos pasaban por mi mente.
—Paula.—Los ojos de Pedro estaban oscurecidos con peligrosa lujuria. Hizo girar la perilla para cerrar el agua y sostuvo una toalla abierta para mí. Me envolvió y me besó en la frente. Luego comenzó a trabajar con la toalla secándome y quitándome el exceso de agua del pelo.
Pedro terminó y me señaló la bolsa de ropa que estaba en el tocador.
—Tu vestido. Creo que hay un secador de pelo debajo del lavabo, también.— Se acercó al vestidor para comenzar a vestirse. Miré su perfecto culo a distancia, envuelto en una toalla blanca, y ya estaba lista para él de nuevo. Pedro desapareció y me volvió hacia el tocador. Cepille mi cabello de la mejor manera posible sin un cepillo y luego abrí el cajón del tocador para excavar en busca de un secador de pelo. Encontré uno, junto con spray para el cabello y una botella de perfume parcialmente usado. La recogí con el ceño fruncido. Mi primer impulso fue lanzarlo hacia el espejo y dirigirme hacia la puerta, pero yo sabía que Pedro se merecía más que eso, y yo también. Estábamos en un lugar mejor ahora, ¿no? Habíamos aprendido algo en los últimos días acerca de nosotros mismos y uno al otro.
Olí el perfume y lo reconocí al instante. Recorrí mi memoria tratando de recordar dónde había olido antes.
El baile.
La noche en que Pedro y yo habíamos estado juntos por primera vez.
Madeleine.
Este era el perfume de Madeleine.
Mi puño se apretó en la botella y mi corazón latía de manera irregular. Pensé que eran sólo amigos, ¿Por qué iba a tener artículos de ella aquí? Supe al instante que habían estado juntos más de una vez, pero opté por tener fe de que ya no era así. O al menos le daría Pedro el beneficio de la duda. Decidí en ese momento que Pedro me importaba lo suficiente como para darle la oportunidad de explicar.
Él volvió a salir del armario vestido con pantalones de lana oscuro con una camisa negra abierta. Ese hombre era increíblemente sexy en todo momento. Mechones de pelo mojado le caían sobre la frente en desorden errante y sus ojos brillaron de placer, mientras recorría con la mirada mi cuerpo inmóvil y desnudo. Y entonces sus ojos se centraron en la botella que tenía en la mano. Cerré los ojos cuando vi su reflejo en el espejo y me mantuve inexpresiva.
—Joder. —Pedro dio dos pasos hacia mí y agarró la botella de mi mano y la lanzó de nuevo en el cajón. Envolvió sus brazos alrededor de mí y me abrazó fuertemente a él. — Es viejo. Dios, Paula, yo ni siquiera sabía que todavía estaba allí. Nunca voy a ese cajón. Lo siento.— Me agarro por los hombros con ambas manos y me miró directamente a los ojos. —¿Estás bien? — No sabía cómo reaccionar ya que todavía no había dicho ni una palabra.
Asentí con la cabeza lentamente y respiré hondo.
—Sí, estoy bien. Sólo me tomó por sorpresa. Es irritante cuando todas tus formas de mujeriego vienen a golpeándome en la cara.— Le di una pequeña sonrisa en un intento de aligerar el ambiente.
—Ex mujeriego — Una ceja se levantó hacia mí, sin dejar de mirarme como si yo podría explotar en cualquier momento. —¿Estás bien?
—Sí — . Le sonreí y realmente lo sentí esta vez.
—Te dejé un moretón.— Su dedo tocó mi cuello suavemente. Eché un vistazo en el espejo y mis ojos se abrieron por un momento, sorprendida por el daño que le había hecho a mi piel.
—No me duele.— Me encogí de hombros. Se inclinó y me besó tiernamente.
—Lo siento, Paula, por esto, y por el perfume.— sus ojos se trabaron en los mío nuevamente. — Tengo algo para ti— Él se fue de nuevo hacia el armario y luego salió sosteniendo la caja del reloj azul de Tiffany. Mis ojos se clavaron en los suyos.
—¿Cómo lo conseguiste?
—Me detuve en tu casa antes. Cata me lo dio.— Abrió la caja y sacó el reloj. —Quiero que lo lleves esta noche.— Su mirada sostuvo la mía.
— Yo no creo que debería — Fruncí el ceño.
—Quiero que lo hagas. Es un regalo, por favor.— Pedro tomó mi muñeca con suavidad, cogió el reloj y me lo puso, y luego llevó mi mano a sus labios y me besó la palma.
—Me siento como una caza fortunas.— Lo mire suplicante para que entendiera.
—No vuelvas a decir que eres eso.—Sus ojos se llenaron de ira. —Yo sé que no lo eres, y eso es todo lo que importa.
Le sonreí débilmente.
—Una hermosa chica merece hermosas joyas.— Me dio un beso suave en los labios.
Sonreí y metí mi cabeza en su cuello y respiré su aroma.
—Vamos, la reserva.— Le dio a mi culo un rápido apretón y me lanzó una de sus sonrisa ladeadas. ¿Cómo se tiene una posibilidad de ganar una batalla contra él con una sonrisa como esa?
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