martes, 27 de marzo de 2018

CAPITULO 61





Desperté acurrucada en la cama la mañana siguiente, todavía en mi ropa y encima de las sabanas.


Había tropezado aquí ayer por la noche después de que Pedro había permanecido encerrado en su oficina durante horas. Me estiré y luego corrí al baño para vaciar mi vejiga. Mis ojos se sentian en carne vida y pesados de todo el llanto que había tenido la noche anterior. Pedro obviamente no había ido a la cama anoche. 


¿Qué significa eso para nosotros? ¿Era esto el final? ¿Había elevado sus paredes y nuestro pequeño mono y yo estábamos firmemente situados en el exterior? Mi corazón se retorció ante el pensamiento.


Tome una ducha y deje que el torrente de agua caliente bañara mi cuerpo. Frote mi vientre y hablé con el pequeño humano creciendo en mi interior. Le dije que lo amaba, y que era tan querido y tan apreciado. Le dije que su papá estaría alrededor porque nos amaba a los dos, pero en el fondo no estaba segura de sí me lo creía.


Las lágrimas corrían por mis mejillas y sollozos escaparon de mi garganta. Estaba radiante de felicidad de tener la única cosa que nunca había pensado pudiera tener, y estaba devastada de que la única persona con la que soñé compartirlo podría no querernos en su vida. Me quede en la ducha por una incalculable cantidad de tiempo. No sabía si había lavado mi pelo o mi cuerpo, no me acordaba, pero cuando salí estaba tirando profundo desde un lugar de fortaleza muy en el fondo.


Si tenía que criar a nuestro bebé sola lo haría. 


No podía hacer que Pedro nos quisiera pero sabía que yo quería este pequeño bebé y eso sería suficiente. Tendría que serlo. La mamá de Pedro había hecho un hermoso trabajo criándolo, sabía que si tenía que hacerlo, lo haría posible. Mi corazón se apretó ante la memoria de su dolor esa noche en la bañera de hidromasaje, hablando de su pasado. Esperaba que él no tomara esa decisión, pero no tenía ningún control si lo hacía.


Envolví mi pelo en una toalla y me puse mi albornoz antes de dirigirme descalza a la cocina por jugo de naranja. 


Entonces recordé que debía recoger hoy algunas vitaminas prenatales y programar una cita con el médico. No sabía a quién acudir, pero lo averiguaría y me las arreglaría. 


El pensamiento cruzó por mi mente de que quizás los padres de Pedro podrían recomendarme a alguien, pero claramente esa no era una opción ya que ni siquiera sabía si Pedro estaría en este momento en nuestras vidas. Bebí un sorbo de mi jugo de naranja en la cocina y mire por la ventana perdida en mis pensamientos.


-Buenos días, señora.-Una mujer mayor entró en la cocina.


-Hola, soy Paula- Le di una pequeña sonrisa.


-Mucho gusto, señora Alfonso. Soy Joana, el ama de llaves. El señor Alfonso me dijo que bajaría pronto- Una cálida sonrisa iluminó su rostro.


-Gusto en conocerte, Joana. ¿Sabes dónde está el señor Alfonso?- Pregunté casualmente.


-Creo que fue a nadar- Ella se apresuró en la cocina limpiando los mostradores.


-Gracias- Deje mi vaso en el fregadero antes de salir de la cocina.


No sé si debería buscar a Pedro; No sabía si él quería verme, pero de nuevo yo no sabía que debería hacer tampoco. Y como mínimo yo iba defendernos, a nuestro pequeño mono y a mí, y sólo esperaba que Pedro también lo hiciera. Subí las escaleras hasta el cuarto piso y salí a la terraza luego trepe la pequeña escalera en el tejado. Me di la vuelta y vi la desbordante piscina abierta ante mí con los jardines públicos y el horizonte más allá de Boston. El vapor se levantaba de la piscina climatizada y se mezclaba con el frío aire de noviembre.


El hombre guapo que era mi marido y el padre de mi hijo cortaba a través del agua con movimientos rápidos y seguros. Sus largos brazos entraban en el agua y los músculos de su espalda se ondulaban con el movimiento. 


Sus amplios hombros brillaban en la luz de la mañana y mis ojos se arrastraron hasta su delgada cintura y el digno bañador negro que llevaba. Sus piernas musculosas pateaban suavemente y silencioso. Me quitó el aliento.


Me quede de pie y le vi silenciosamente mientras frotaba mi barriga sobre la gruesa bata. Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios al pensar en cómo me las había arreglado para conseguido un hombre tan hermoso en la tierra, pero mi mente me recordó que él estaría a punto de echarme de su vida. Esperaba desesperadamente que Pedro pudiese romper las paredes que siempre se las arreglaba para construir por nuestro monito y por mí. No decidí arruinar el momento hermoso y me giré para hacer mi camino por las escaleras a la suite principal.


Seque mi pelo y me vesti para hacer algunos recados. 


Cuando bajé vi que el maletin de Pedro había desaparecido, así que supe que él se había ido para el trabajo. Joana lo confirmó. Mi corazón se rompió un poco más al pensar que él no me había dicho una palabra antes de salir.


Cuando regresé de la farmacia con las vitaminas prenatales, Joana estaba en la sala quitando el polvo a las hermosas pinturas de Pedro. Yo había hecho algunas investigaciones por obstetras en Boston antes de salir esta mañana pero las opciones eran abrumadoras.


-¿Joana?- Caminé detrás de ella.


-Sí, señora Alfonso?


-Por favor, llámame Paula- Le di una sonrisa cálida. -Me preguntaba... ¿Conoce de algún obstetra? Hay muchos para elegir, y no conozco a nadie que me dé una recomendación...- Seguí hasta que mi voz se apagó.


-Oh señora Alfonso, está usted y el Sr. Alfonso esperando un bebé?- Una sonrisa brillante cubrió su rostro.


-Um...- ¿Podría decirle? ¿Querría Pedro que ella lo supiera? ¿Acaso importa lo que él quería en este momento? -Sí, estoy embarazada- No estaba segura de si Pedro sería parte de la vida de nuestro pequeño mono, pero ciertamente yo lo estaría.


-Es una noticia maravillosa, Sra. Alfonso, Paula. El Dr. Burke es quien mi hija vio por dos de sus embarazos. Su oficina está en la calle Harrison. A ella le encanta".


-Genial. Gracias, Joana- Sonreí y me dirigí a la suite principal para hacer una cita con el doctor Burke.


Estaba encaramada en el centro de la cama más tarde investigando un diseñador y un articulo cuando un texto de Pedro revoloteó en mi pantalla.


-¿Podemos vernos en mi oficina?- Me quedé mirando la pantalla durante unos instantes.


-¿Cuándo?


-¿Está bien ahora?


-Sí.


Escribí de vuelta y me levante de la cama.


Saqué mis botas de montar Tory Burch— mi primer derroche, una vez que había conseguido el trabajo en Trend29. Junto con un suéter de gran tamaño que me dejaba en algún lugar entre desaliñada y familia-real-en-Galés-vacaciones-casual, pero estaba demasiado cansada para pensar en impresionar a nadie. Tuve la oportunidad de hojear un libro de embarazo que había recogido en la farmacia y aprendí que el agotamiento era común en el primer trimestre. Una siesta diaria sería ahora una feliz adición a mi agenda.


Salí de la casa e inhale el aire fresco de otoño. Era genial, y el olor de las hojas en descomposición hizo mi corazón se hinchara. Decidí caminar los diez minutos hasta El Hancock.


Corté a través de los jardines públicos y disfrute de la fresca brisa y de las brillantes hojas de color naranja quemado. Vi niños, perros y felices mamás charlando con cafés mientras empujaban cochecitos. Lo que sea que Pedro tenía que decirme yo sabía que estaba dispuesto a hacerlo por mi cuenta. No estaba dispuesto a dejar que la hermosa oportunidad de criar un niño resbalara a través de mis manos — una oportunidad que nunca pensé era mía para soñar.


Salí del jardín y pasé la tienda La Perla. Una triste sonrisa se dibujó en mi cara. Aquí era, sin duda, donde Pedro había ido a reemplazar todas las bragas que había arrancado de mi cuerpo en los momentos de pasión. Tenía la esperanza de que esos días no terminaran para nosotros. Me dolía el corazón al pensar en un futuro sin él en ella. Sostuve mi panza mientras caminaba hasta que El Hancock entró en vista. Mi memoria se desvió hacia el día hace unos meses cuando había visto a Nikki salir de este mismo edificio desde esta misma esquina. Sacudí la memoria de mi mente, porque ahora tenia cosas mucho más importantes que discutir.


Entré en el edificio y el guardia de seguridad me saludó con una sonrisa. Monté el ascensor hasta el piso 60 y me preparé durante todo el camino, porque no quería perder mi almuerzo en el rápido ascenso.



CAPITULO 60



Llame a Pedro y le pregunte si podía venir un poco temprano a casa hoy. Le expliqué que no era un problema, sino una sorpresa. Yo sólo esperaba que él lo viera como una feliz sorpresa.


Después de colgar el teléfono me cambie a mi vestido favorito, uno que abrazaba y envolvía cada curva de mi cuerpo y me senté en el sofá, esperando escucharlo abrir la puerta. Manoseé la etiqueta de una botella de agua y soñé con el futuro que Pedro y yo tendríamos tener con nuestro hermoso bebé. Pensé en la alcoba de la suite principal y lo perfecta que sería para el bebé. Podía imaginar arrullar un niño entre nosotros mientras caminábamos por la calle o verla correr a través del parque. Suspiré al pensar en estar embarazada de nueve meses, usando ropa de maternidad, ir a citas con el médico, y ver a nuestro pequeño mono en el ultrasonido.


Mi corazón se hinchó el doble de su tamaño con el amor a la pequeña personita yo ni siquiera había conocido aún.


Y entonces oí la puerta abrirse y las mariposas ahogaron mi garganta y mi cerebro se paralizó.


—Oye, nena.— Pedro dejó su maletin en la mesa lateral y entró en la sala de estar. Se veía delicioso en un traje gris pálido con una camisa blanca y una fina corbata negra. Su pelo estaba perfectamente despeinado y sus suaves labios estaban curvados en una sonrisa mientras caminaba hacia mí. Me arrastró fuera del sofá y plantó un beso en mis labios. —Estás preciosa—. Sus manos recorrieron mi espalda y mi trasero.


—Gracias—. Solté un suspiro. Tal vez podríamos saltarnos esta conversación y yo podría suplicarle que me llevara arriba y me presionara contra las ventanas del dormitorio.


—¿Todo bien?—Bajo la cabeza y sus bellísimos ojos azules me observaron pensativamente.


—Sí, todo está perfecto.— Mastiqué mi labio inferior.


—Entonces ¿por qué esto?— Él levantó una ceja y tiró de mi labio de entre mis dientes. Miré a cualquier lado menos a sus ojos.— ¿Paula?—Un tono de preocupación apareció en su voz.


—Siéntate—. Me senté y acaricie el sofá junto a mí. Él arqueó una ceja en leve sorpresa antes de tomar el asiento a mi lado. Agarré su mano y acaricie su suave piel. Creo que era más para calmar mis nervios que los suyos.


—Te amo tanto— comencé y luego hice una pausa pensando cómo explicarle.


—¿Sí?—Agacho la cabeza para atrapar mi mirada.


—Yo... no sé cómo decirte esto,— susurré sin mirarlo.


—Dime, Paula. Lo que sea. Sea lo que sea, Dime.


Mordí mi labio y mis latidos rugieron en mis oídos cuando lentamente levanté mi cabeza para encontrarme con sus ojos. Oh Dios, no puedo hacer esto. No puedo. No puedo. 


No puedo.


Pero tengo que hacerlo.


Pedro, estamos... hicimos un bebé.— Dejé de respirar en ese instante.


Él simplemente me miro. Sin palabras. Sin ningún tipo de reacción. Era como si yo no hubiera dicho en absoluto las palabras. ¿Las dije en voz alta? ¿ Creí haberlas dicho? ¿Debería repetirlo?


Pedro— susurre y extendí mi mano hasta su mandíbula para una suave caricia. Su músculo se estremeció bajo mi tacto y una mirada oscura cruzó sus ojos. Pude ver su pecho subir y bajar con su respiración cuando sus ojos penetraron en los mía.


Pedro—. Apreté mi mano con un poco más de firmeza en su mejilla.


—Pensé que estabas en control de la natalidad—. Las palabras escaparon a través de sus dientes apretados.


—Lo estaba. Lo estoy—. Apenas había pronunciado las palabras antes de que su mano agarrara mi muñeca y la alejara de su cara.


—¿Cómo sucedió esto?— Observó las cuadros en la pared de la habitación.


—Yo... No sé,—tartamudeé. —Pero estoy feliz, Pedro. Muy feliz. Por favor, se feliz.


Él se sentó durante unos momentos sin aliento, o un millón, no estaba segura. Luego se levantó y se dirigió puerta de la habitación.


—¿Adónde vas?— Susurré, la angustia agrietando mi voz.


—A buscar un trago—. Se quitó la chaqueta y la tiró en la parte posterior de una silla. Vi su hermosa forma alejarse de mí, los músculos de sus hombros claramente definidos debajo de la camisa de vestir blanca perfectamente equipada. Me moría por pasar mis dedos por su espalda hasta su cuello y en su cabello. Quería calmar su mente. Decirle que íbamos a estar bien, que esto podría ser una buena cosa.


Se acercó a la mesa auxiliar, se sirvió un vaso de whisky y se lo tomo de golpe. Estrello el vidrio en el mostrador antes de verter más del ámbar líquido en ella y luego bebérselo también. Vi al hombre hermoso, salvaje, enojado ante mí, estrellando tragos de whisky porque llevaba a nuestro hijo.


—Estaré en la oficina—, dijo antes de salir de la habitación a través de dientes apretados. 


Mi corazón cayó sobre las baldosas de granito y se rompió en un millón de pedazos y luego los incontrolables sollozos lo siguieron.






CAPITULO 59




Unos días que más tarde Cata estaba conmigo en casa de Pedro ayudándome a desempacar más cajas, sobre todo ropa. Rápidamente me di cuenta que la mayoría de mis sueldos durante los años habían ido a llenar mi armario. 


Cata se sentó en el armario y arreglo los zapatos y yo me senté en el baño, organizando una caja entera de productos para el cabello.


—¿Cómo ha sido hasta ahora?— preguntó desde el closet.


—¿Qué?— Distraídamente saqué las cosas.


—¿Cómo que qué? ¿Vivir con Pedro?


—Oh, eso. Bueno. Sólo han pasado unos días, pero ha estado muy bien. Fuimos a casa de sus padres el fin de semana. Eso fue una experiencia.


—¿Cómo son?


—Increíbles. Totalmente increíbles. Perfectos, de hecho. Hasta que su hermano tiro de mis bragas del bolsillo de Pedro y su hermana se enteró de que nos casamos.


—Oh mi Dios, Paula.— Ella asomó su cabeza fuera del armario y me miro fijamente. —¿Por qué estaban tus bragas en el bolsillo de Pedro? ¿Y cómo se enteró su hermana?


—Bueno—, sonreí mientras depositaba tres latas de laca en el tocador. —Es posible que nosotros bautizáramos su dormitorio de infancia—. Le sonreí. —Y justo cuando terminamos su hermana hizo acto de presencia—. Mis mejillas se ruborizaron ante la memoria. —De todos modos ella notó mi anillo, y aparentemente sabía que Pedro quería hacer un anillo de compromiso con respecto a su piedra de nacimiento algún día. Así que ese gato estaba fuera de la bolsa. Pero antes de que ella asomara su cabeza yo no podía encontrar mis bragas, resulta que Pedro las había metido en su bolsillo, pero no lo suficiente, ya que su hermano se dio cuenta más tarde,— terminé.


—Oh Dios mío, gracias a Dios sus padres no las vieron primero.


—Oh Dios, Cata. ¿Y si lo hicieron?— Susurré.


—Zorra.— Ella se rió y luego volvió a excavar a través de los zapatos. —Estas son calientes, olvidé que los tenías. Necesito que me los prestes algún día, —habló Cata a sí misma desde el vestidor.


Alcance el fondo de la caja que había estado investigando y encontré una caja de tampones enterrado bajo los escombros. Mis latidos se duplicaron en mi pecho. No podía por mi vida recordar en qué fecha estábamos. Luché por recordar que día Pedro y yo nos habíamos casado.


¿Cuándo fue mi último periodo? Joder. Joder. Joder. Mi cerebro continuó enumerando las posibilidades de por qué yo no había necesitado un tampón en más de un mes.


—¡Estos son míos! ¿Qué haces con mi Ferragamo?— gritó Cata desde la otra habitación. Yo estaba congelada en mi lugar, mis manos sosteniendo la caja de tampones.


—¡Paula! ¿Qué mierda?— Cata se inclinó en el vestidor para mirarme con los zapatos colgando de los dedos. —¿Qué pasa?


Mis labios temblaban y no pude oírla por encima del rugir en mis oídos.


—Paula—. Ella dejó caer los zapatos y se precipito al baño. —¿Qué es?— Tomó la caja de mis manos y giro mi cabeza hacia ella. —¡Paula! ¿Qué está pasando?— Ella me dio una suave sacudida.


—Tampones.


—¿Sí?


—Tampones—, susurré.


—¿Necesitas uno? ¿Qué está pasando?


—No, Cata, no necesito uno, ese es el problema.


—Paula, no...— dejo de hablar y baja al piso, llevándome con ella. Nos sentamos con las piernas cruzadas y yo apoyo mi cabeza en mis manos y mis puños en mi cuero cabelludo.


—¿Crees que es estrés?— Murmuró. —Por favor Dios, que sea estrés. Que sea estrés. Eso pasa ¿verdad? Cata, estoy en control de natalidad y no puedo tener hijos.


—Está bien, cálmate. Me estás asustando.


—Eso es porque me estoy volviendo loca, Cata! Mis periodos nunca llegan tarde. Nunca,— grito.


—Vale, vale, vale! Voy a correr a la farmacia de la esquina y comprar una prueba de embarazo. Quédate aquí que yo vuelvo enseguida.


—Consigue cinco de ellas.


—De acuerdo—. Ella se levanta de un salto y corre fuera de la habitación.


Me senté agitando mi cabeza en mis manos. Mi estómago se sacudió en ansiedad, pero ya no sabía si era ansiedad o nausea matutina. Joder. Joder. Joder. ¿Cómo pudo suceder esto? Esto no puede estar pasando; No puedo tener hijos. El doctor dijo que sería casi imposible.


Casi.


Mi cabeza aterrizo sobre la última palabra. Mi respiración salió en jadeos mientras consideraba las últimas semanas. 


Pedro y yo estuvimos en Aspen durante dos semanas. En el momento en que nos fuimos yo me empecé a sentir mal. Pero estábamos peleando. Yo no estaba comiendo bien. Estaba agotada. Vomité en la acera camino a casa. Pero fue un ataque de ansiedad. Eso pasa ¿verdad? Por favor que sea inducido por el estrés.


Pedro. Agarré mi teléfono para comprobar el reloj. 


Necesitaba tiempo para procesar esto, si efectivamente había una cosita creciendo dentro de mí necesitaba procesarlo. Eran sólo las 2 de la tarde, lo que significa que aún tenía un par de horas antes de que él llegara a casa del trabajo. Por favor, no dejes que hoy sea un día que llegue a casa temprano del trabajo.


Oh Jesús, había bebido mucho vino las últimas semanas. ¿Qué pasa si el pequeño monito tenía síndrome de alcoholismo fetal? Oh Dios mío mi cerebro no podía incluso procesar nada más racionalmente.


En ese momento oí a Cata precipitarse al dormitorio jadeando.


—Aquí. Tengo uno de cada marca.— Arrojó una bolsa en el suelo a mis pies y una media docena de cajas rosa cayó. 


¿No era ésta la imagen más dulce? Yo sentada en el suelo, temblando incontrolablemente con mi cabeza en mis manos, rodeada de pruebas de embarazo. Un cartel para la abstinencia debería ser estampado en cada escuela secundaria en el país.


Por favor, no dejes que Pedro venga temprano.


—Toma uno, vamos. Necesito saber si voy a ser tía.— Cata jalo del suelo.


—Cata, cállate.— Mis manos se sacudieron cuando recogí una caja y trate de abrirla.


—Aquí—. Ella lo desgarro y me lanzó una prueba. Puse mis ojos en blanco mientras iba al baño y me bajaba los pantalones vaqueros.


—Estoy demasiado nerviosa para orinar—. Levanté la vista hacia ella con terror en mis ojos.


—Paula, vamos,— se echó a reír. —Relájate.


—Dios, ¿y si es positivo Cata?— Susurré.


—¡Paula! ¡Vamos! Sólo es pipí!— Cata lanzó otra prueba a mi cabeza despertándome de mi depresión. Doy un gran suspiro, cierro los ojos y me concentró en cascadas y tibia agua corriente.


Llevó el bastoncito entre mis piernas y rezo por estar en la posición correcta cuando mi cuerpo se relaja lo suficiente como dejarse ir. Miro los ojos de Cata mientras las lágrimas surcaban lentamente mis mejillas.


No tengo palabras para explicarle cómo me estoy sintiendo. 


Yo no podía tener hijos. Esto no puede ser posible. Toda mi vida he estado preparada para un futuro sin niños, así que este no podía ser el caso ahora. Vacié mi vejiga y coloco la tapa en el bastoncito, depositándolo en el mostrador junto a mí antes de poner mi cabeza sobre mis rodillas y sollozar.


—Paula—. Cata se apresura a mí y tira de la cadena. —¡Vamos, cariño!— Me jala del inodoro y yo tiro de mis jeans abotonándolos. —Vamos a recostarnos.— Ella me lleva al dormitorio de Pedro, a mi dormitorio, nuestra habitación y me tumbo en la cama.


—Lo que sea que diga la prueba, todo va a estar bien, Paula.— Alisó su mano en mi espalda mientras yo yacía de bruces con la cabeza en una almohada.


—No sé lo que quiero decir, Cata. ¿Cómo de arruinado es eso? — Llore un poco más mientras el nudo en mi garganta se liberaba y las lágrimas se derramaban. —No debería ser capaz de tener hijos. Pedro y yo... Dios, él me vuelve loca!— Llore con más fuerza. —¿Pero un bebé? Un pequeño bebé... ¿y si él o ella tiene el pelo de Pedro? ¿O sus hermosos ojos? Por Dios Cata, ¿puedo criar a un bebé? ¿Qué clase de madre sería? ¿Qué clase de padre sería Pedro?— Mi voz se elevó al final. El problema de Pedro con el control — ¿cómo sería con un niño pequeño dibujando en las paredes y vomitando por sus muebles de cuero?


Y entonces recordé lo que me había dicho en Aspen. Que su padre se había ido. Cómo esto le había roto el corazón. Sabía que Pedro no se iría. Nunca le haría eso a su propio hijo. ¿Verdad?


—¿Cuánto más toca esperar por la prueba?— Levanté mi cabeza y sorbí por la nariz.


—¿Quieres comprobarlo? Ya debe estar hecha...— termino Cata.


Me quedé mirando la puerta del baño con la brillante luz derramándose hacia fuera. Mi futuro me estaba esperando en ese baño. De una forma u otra, esto determinaría qué pasaría después. Tal vez mi futuro sería más de lo mismo. 


Una vida con Pedro, los dos de nosotros, volviéndonos locos
el uno al otro. O tal vez podríamos adoptar. ¿Me gustaría adoptar? Yo no había pensado mucho en ello antes.


Pero entonces otra vez, si había un pequeño signo de rosa en la ventana, ¿cómo sería mi futuro?


¿Pedro estaría en él? ¿Soy el tipo de persona que le daría toda mi vida a otro pequeño ser humano? Mi corazón se apretó ante el pensamiento. Una visión flotó en mi cabeza de un niño pequeño de cabello caramelo con brillantes ojos verdes. Mi corazón sufría por él. ¿Lo estaba deseando en existencia? ¿O estaba de luto por algo que nunca podría ser?


—Lo haré—. Me sente en la cama y frote mis palmas sudorosas contra mis jeans. —¿Vendrás conmigo?— Sostuve la mano de Cata firmemente en la mia.


—Por supuesto—. Sus ojos nadaban con emoción mientras me observaba. Me levante con piernas temblorosas y caminamos hasta el baño. Cruzamos el umbral y vi la pequeña prueba blanca pegada en el otro extremo del tocador, de por sí, el guardián de mi destino.


Apreté la mano de Cata mientras caminaba hacia ella. Mi pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas cuando me incliné para ver la ventanilla en el bastoncillo. Tenía demasiado miedo de tocarlo. Demasiado miedo de lo que me decía.


Mi visión se hizo borrosa y mi cabeza dio vueltas.


Rosa positivo. Estaba embarazada. Habíamos hecho un bebé. Mi corazón rugió en mis oídos.


—Cata—. Lágrimas frescas saltaron a mis ojos cuando levante el bastoncillo y lo empuje en su cara.


—Paula! Eww!— Ella empujó mi mano.


—Cata, vamos a tener un bebé—. Lágrimas caían por mis mejillas mientras una salvaje sonrisa se extendió a través de mi cara.


—Felicidades, cariño.— Ella me capturo en un apretado abrazo. Yo sollocé en su hombro y la abrace con fuerza buscando apoyo. Temí que mis cedieran y yo cayera en un charco en el suelo de baldosas.


Me aleje de ella y observe la prueba en mi mano otra vez. 


Ese signo hermoso de rosa. No sabía que quería verlo tan desesperadamente. No sabía que secretamente esperaba verlo. No me había permitido tener la esperanza.


Mi otra mano bajó a mi barriga y la acaricie. Allí había una pequeña persona, una personita que era en partes igual de Pedro y de mí. La idea me hizo feliz. Sollocé con lágrimas de alegría y mi sonrisa era tan amplia que mis mejillas dolieron.


—¿Cuándo va a estar Pedro en casa?— pregunto Cata.


—No sé, ¿debería llamarlo?


—No creo que esa sea la clase de cosa que se le dice a un tío por teléfono—.frunció el ceño Cata.


—Cierto. Dios, no sé cómo va a reaccionar, Cata. — El miedo saltó en mi estómago de nuevo.


—Tengo la sensación de que una vez vea tu reacción va a estar muy contento—. Cata limpió sus propios ojos. — ¡Joder, no puedo creer que voy a ser tía,— soltó una risita.


—Nada de palabrotas delante del bebé!— Chille y frote mi estómago.


—Oh Dios, no empieces.— Cata rodó los ojos. —¿Quieres que me vaya? Tal vez deberías llamarlo y pedirle que llegue pronto a casa.


—Sí, creo que debería hacerlo. Tengo miedo, Cata. — Mordí mi labio inferior.


—Prometo que esto va a salir bien, Paula… Y tu mamá va tener el nieto que siempre soñó!— Una brillante sonrisa cruzo su cara.


—Oh mi Dios, mi madre... ella ni siquiera sabe que estamos casados todavía.


—Relájate. Ustedes hacen todo al revés de todos modos.— sonrió ella.


La empuje fuera del baño.