jueves, 22 de marzo de 2018

CAPITULO 46





La semana siguiente volví a trabajar, si bien desde una sala de estar en las montañas rocosas. Pedro trabajó en su oficina, pero dejó la puerta abierta, así estábamos siempre a la vista del otro. A veces yo me acurrucaba en la silla de cuero en su oficina con mi portátil y trabajamos juntos. Era perfecto, tranquilo y dulce. Una sensación de serenidad se había apoderado de nuestra relación. Todavía no habíamos hablado acerca de cuándo deberíamos ir a casa, y una parte de mí estaba temiéndolo. Esto era lo más tranquilo que Pedro y yo habíamos estado, era como si el dulce aire de la montaña llenara nuestros corazones con amor, respeto y satisfacción. Tenía un miedo irracional de que el volver a Boston causaría que la burbuja se reventara.


Nos despertamos el siguiente sábado por la mañana con planes de ir a un festival de vino. Presentaba viñas locales únicamente — a Pedro le encantaba descubrir y apoyar los negocios locales. Puesto que ambos disfrutamos del vino, era la manera perfecta de pasar el último día de otoño.


Agarrados de la mano mientras caminábamos a través de un parque, con una docena o más de tiendas de vinos locales. 


Cada tienda tenía pantallas con una breve historia, hermosas fotos de sus propiedades y una selección de sus mejores vinos. Yo estaba envuelta en un grueso y colorido suéter y leggings con la mano de Pedro entrelazada con la mía. Él vestía un par de sexy jeans azul desteñidos que encajaban en su trasero tan perfectamente que era como si tuvieran un ajuste personalizado para su cuerpo, que pensándolo bien, tal vez era posible. Llevaba una camisa con cuello en V de color gris oscuro con una sexy chaqueta de cuero sobre él. Eso junto con su pelo siempre revuelto, dejaba mi cuerpo en un estado de semi-excitación.


Caminamos de la mano y probamos las ofertas de vino de cada proveedor. Pedro habló con los dueños y estaba bien informado sobre el vino y la viticultura. ¿Hay algo que este hombre no sabía? Pedro tomó unas cuantas tarjetas de sus favoritos diciendo que iba a pedir un poco al llegar a casa. Al decir esa palabra hizo que mi estómago se encogiera.


Pedro debió haber notado mi silencio en respuesta porque me apretó la mano mientras nos sentábamos en un banco con vistas a una fuente.


—¿Todo bien?— Ladeó mi cabeza para mirarlo a los ojos.


—¿Cuándo nos vamos?


—¿A casa?— se encogió de hombros. —Esta semana. Tengo una reunión el jueves que no puedo perder, me gustaría volver a casa unos días antes para organizarme. Hemos pasado fuera casi dos semanas, Paula. — Me miró pensativamente.


—Lo sé.


—¿No estás lista para irte?


—La verdad, no. Me encanta aquí.— Jugué con el anillo en mi dedo. La luz se atrapo en las piedras y se fracturó en un millón de diferentes direcciones. Esto representaba mis pensamientos en ese momento. Sentí que mi corazón y mi cabeza estaban siendo arrastradas en direcciones diferentes. Mi corazón seguiría a Pedro a cualquier lugar, pero mi cabeza tenia tantos temores sobre nuestro futuro.


—Yo también. Especialmente por todos los recuerdos que hemos hecho.— Una pequeña sonrisa se dibujó en su rosto. 
—Pero tengo que volver. Podemos venir aquí pronto. Tal vez para Navidad, a menos que quieras ir con tus padres...—se detuvo con interrogación. Sacudí mi cabeza en silencio.


—¿No quieres volver a Boston en absoluto?— Él entrecerró los ojos en confusión.


Suspiré profundamente, pensando qué decir. 


—Me encanta aquí... Amo como somos aquí. Ha sido perfecto...— Mi voz se apagó.


—Y... ¿tienes miedo de que en Boston no será perfecto?


No respondí mientras gire el anillo nerviosamente alrededor de mi dedo.


—Oye, lo que hemos descubierto aquí, no va a dejarnos. Esto es entre tú y yo. No tiene nada que ver con Aspen. Somos nosotros. Lo prometo—. Él me dio una sonrisa alentadora.


—Pero, allí tienes tanta historia. Odio adentrarme en eso en todo momento,—murmuré.


—Volvemos a esto, ¿entonces?— Quitó su mano de mi muslo y al instante mi cuerpo entero sintió la pérdida. Mi corazón se aceleró porque esto se sentí como una ruptura. 


Su pequeño movimiento lejos de mí ante la exasperación parecía como una señal de nuestro futuro, que ante cualquier señal de problemas, él levantaría sus paredes otra vez.



—Todavía ves... algunas de esas personas.— Elegí mis palabras tan sabiamente como era posible.


—Pero me casé contigo.— Apretó él sus dientes en ira. —No voy a hacer esto aquí. No tiene sentido, no sé por qué sigues sacando el tema. Pensé que había probado que eres para mí. Puse un maldito anillo en tu dedo. Eres mía y yo soy tuyo. Te dije que nadie importaba antes que tú.— Él me miró furioso. La cólera ardía en mi estómago y endurecí mi mandíbula.


—Lo que sea, Pedro—. Me levante y empecé a caminar hacia el estacionamiento.


Las largas zancadas de Pedro siguieron unos pasos detrás de mí hasta que llegamos al coche. Me paré en la puerta y crucé mis brazos esperando que desbloqueara la puerta.


—¿Entonces no vas a hablar conmigo?


Lo mire por el rabillo de mi ojo, pero mantuve mi boca cerrada.


—Paula, joder. Madura. Cuando las cosas se ponen difíciles siempre te vas, pero yo soy tu marido, no más huidas—. Agarró mi codo y me giró para enfrentarme a él. Le permití sostener mi brazo y seguí mirándolo fijamente. Los recuerdos de todas nuestras peleas en las últimas semanas pasaron por mi mente como en una película. Una explosión de cólera atravesó mi cuerpo.


—Déjame ir, Pedro—. Arranque mi brazo de su agarre.


—No hagas una escena—. Me advirtió.



—Entonces abre la maldita puerta.— Sostuve su mirada. 


Él abrió mi puerta y la sostuvo para que yo pudiera entrar. 


Me senté enojada en el asiento y cruce mis brazos de nuevo, mirando fijamente por la ventanilla.


Pedro se dirigió por el otro lado del coche y se puso al volante. Giró la llave y el coche cobro vida. Lo tiró en reversa y salió del estacionamiento. Rodé mis ojos. Viajamos en silencio unos pocos kilómetros y por el rabillo de mi ojo pude ver sus puños apretados alrededor del volante, con los nudillos blancos.


—¿Así que nunca debemos volver a Boston? Eso no va a funcionar, Paula. Me encantaría tenerte aquí desnuda todo el tiempo, follarte cuando quiero, pero tengo un negocio que atender. Todo no puede ser sobre ti, —escupió él.
Mordí el interior de mi mejilla.


 —Sólo quería hablar de ello Pedro. Tenemos una mala historia. Somos una puta montaña rusa, quería hablar contigo, pero te pusiste como un jodido loco. No es que debería sorprenderme, has actuado como un loco desde el principio,—espete mientras miraba los árboles de color amarillo brillante avanzando a toda velocidad por la ventana. 


De repente el coche giro a la derecha y nos deslizamos por un pequeño sendero que trepaba a las montañas. El camino era áspero y definitivamente no hecho para un coche antiguo.


—¿Adónde vamos?— Giré mi cabeza para mirarlo. Incluso de perfil podía ver que estaba lo suficientemente enojado como para escupir balas, pero el conjunto endurecido de su barbilla, el borde recto de su nariz, sus pobladas cejas sobre sus pestañas largas y oscuras — parecía peligrosamente guapo. Mi corazón latía con una mezcla de ira y excitación. 


El hombre me volvía jodidamente loca.



—Tú me vuelves loco, Paula—. Detuvo el coche en un pequeño desvío, así estábamos escondidos de la carretera principal. Golpeó los frenos y el cinturón de seguridad se enterró en mi piel. Apreté los dientes y lo observe. Él apretó el volante con los puños.


—Tú me vuelves tan jodidamente loco todo el tiempo.— Él abrió la puerta del coche y saltó, pateando un neumático.—¡Joder!— gritó él y enterró sus manos en su pelo. La acción causó que la camisa y la chaqueta se levantaran y revelaran sólo una pequeña porción de piel suave y dorada por encima de la cintura de sus pantalones. Mis ojos se lanzaron a él al instante y la visión me excito.


—Hijo de puta!— Pateó las rocas. —Tan jodidamente loco!— Lo observe en silencio desde el coche.


Él se paseó más arriba en el sendero y caminó alrededor de una ligera curva por lo que estaba fuera de mi vista. Esperé unos momentos preguntándome qué hacer antes de abrir la puerta y golpearla tan fuerte como pude. No me importaba si era vintage o no, ese hombre hacia que mis entrañas hirvieran.


Cerré mis puños a mis costados y pisotee por el sendero doblando la esquina para encontrar a Pedro apoyado en un árbol, con los codos encima de la cabeza, la frente apoyada en los antebrazos. Sus largas piernas estaban extendidas en un ángulo lejos del árbol y se veía increíblemente sexy. Puse los ojos en blanco, enfadada conmigo misma por estar tan increíblemente excitada por él.


—¿Podemos volver al coche?— Dije a sus espaldas. Él no se movió. Podía verlo respirar profundamente, probablemente tratando de calmarse. —¿Podemos hacer esto en casa?— Rodé mis ojos ante su comportamiento infantil.


—No, aparentemente no podemos, porque casa es Boston, y al parecer no quieres volver. Así que no estoy seguro a donde ir.— Vi sus puños apretarse sobre su cabeza.


Pedro, Dios, no seas tan dramático.


—¿Dramático? Yo no soy quien está siendo jodidamente dramático, Paula.


En un instante él estaba delante de mí y tenía sus dos manos firmemente sobre mis hombros. Mis ojos se ampliaron en asombro de que él pudiera llegar a mí con tanta rapidez.


—Sólo quería hablar de ello, debería poder decirte lo que pienso sin que te vuelvas loco—. Lo fulmine con la mirada. 


En sus ojos relampagueo fuego contra mí, su mandíbula apretada.


—Prácticamente me dijiste que no quieres volver a casa conmigo, Paula. ¿Qué debo hacer?— Sus ojos estaban disparándome dagas.


—No dije nada de eso, no pongas palabras en mi boca—. Me volví y caminé hacia el coche. Pedro me alcanzó y me hizo girar en sus brazos, sus manos sosteniendo mis brazos con firmeza.


—Entonces ¿qué estabas diciendo?— escupió él.


—Estaba diciendo que tu pasado es una mierda y que lo odio—, dije con vehemencia.


Él se mordió el labio inferior y la ira brilló en sus ojos, y luego algo más. Me tiró al ras contra su cuerpo y me sostuvo firmemente. Nuestros muslos, nuestras caderas, nuestros torsos estaban alineados firmemente.



Una mano se envolvió alrededor de la parte de atrás de mi cuello y me jalo hacia sus labios, de repente estamos apretados y besándonos ferozmente. Podía sentir su furia por la manera en que su lengua se movía contra la mía, esta era su salida para la ira. Él estaba convirtiendo su rabia en pasión por mí. Tiré mis brazos alrededor de sus hombros y salté para envolver mis piernas alrededor de su cintura. Un sensual gemido escapó de su garganta mientras yo sostenía su cabeza con más fuerza hacia mis labios, de volviendo su beso con tanta ferocidad como la que estaba recibiendo.


Él nos llevó de vuelta al capó del coche y deposito mi trasero allí, mis piernas todavía envueltas alrededor de sus caderas mientras él se inclinaba, empujando mi cuerpo sobre el frío metal. Apreté mi núcleo en sus caderas y me mecí rítmicamente.


Mis dedos hurgaron el botón de sus vaqueros. Mi cabeza inclinada hacia un arriba para besarlo, nuestros labios todavía unidos, Pedro titubeo y luego tiró de mis vaqueros. 


Sus dedos torpemente buscaron mi ropa interior y luego lo sentí arrancarlas de mi cuerpo, la ruptura de esa delicada tela sólo fue un acelerador de mi pasión por él. La palma de su mano presiono en mi centro, aplicando el delicioso contacto que mi cuerpo necesitaba. Él deslizó un dedo por mis húmedos pliegues y luego lo empujó en mí. Mi cuerpo corcoveo de placer ante su largo dedo invadiendo y bombeando dentro y fuera de mí. Él lo estaba haciendo tan bruscamente, con tanta pasión desenfrenada. Sus labios se encontraron con los míos y me vine inmediatamente alrededor de su dedo. Grité de placer y oí mi pasión hacer eco en los árboles que nos rodeaban. En algún lugar en el fondo de mi mente registré que podría haber una casa por el sendero a la vista, alguien podría oírnos, pero mi cerebro estaba demasiado agotado como para importarme.



Pedro se deslizó fuera de sus vaqueros y empujo dentro de mí antes de que tuviera tiempo para montar la ola de mi primer orgasmo.


Gemí ante la instantánea plenitud e impulse mis caderas hacia él, meciéndome violentamente cuando él golpeaba dentro y fuera de mí.


—Me vuelves tan jodidamente loco, Paula.— espeto Pedro a través de sus dientes apretados y sostuvo mi mirada con sus ardientes ojos azules. —¿Por qué me vuelves tan jodidamente loco?— Agarró una de mis piernas desnudas y la giro hacia un lado en frente de él, entonces atrapo mis dos tobillos juntos así me penetraba lateralmente. La creciente fricción me dejo jadeando de placer y sentí mi liberación ardiendo en mi vientre.


—No sé— jadee.


—Eres la única que me ha hecho sentir así. Te amo tanto, pero me pones tan malditamente enojado—. Puntuó la última palabra con otra profunda estocada. Así que esta era otra follada enfurecida por parte de Pedro. En alguna jodida parte de mi cerebro registré que esta podía ser mi tipo favorito.


—Tú lo haces en mí también. Me enfureces,— jadeé mientras él me penetraba, con una mano deslizándose por mi muslo desnudo sosteniendo mi cadera rudamente para mantenerme firme. Mi mano se cerró alrededor de su antebrazo y mis uñas se clavaron en su carne.


—No puedes huir de mí, Paula. Maldita sea siempre corres, pero joder tú estaba vez no vas a correr. No te dejaré. Estamos casados, tú eres mía.


—Dios...— Lloriquee de placer, sus palabras estimulando mi liberación. —No lo voy a hacer. No lo haré.— Un gemido escapó de mis labios.



—No puedes ser otra persona que me deja. No lo permitiré.— Él bombeo frenéticamente, rápida, larga y profundamente y mi liberación atravesó mi cuerpo, el abrasador placer esparciéndose por mi sistema. Mi cabeza cayó contra el capó del coche y mi cuerpo se sacudió con pesados jadeos mientras yo trataba de recuperar el aliento y dejaba que mi cerebro se llenara de la dicha.


Pedro palpito y chocó contra mi cuerpo, sosteniendo mis dos tobillos en una mano y moviéndolos, su otra mano sosteniendo mis caderas firmemente. Se enterró otra vez, completa y profundamente y entonces se estremeció y gimió ante su propia liberación, su cara contorsionándose con una combinación de dolor y placer. Su pecho se hincho cuando libero mis dos piernas y se desplomó entre mis muslos.


Bajé de mi ola y al instante recordé que estaba medio desnuda en al aire libre en las montañas, en octubre. Mi cuerpo se estremeció y Pedro se alejó lentamente.


—Lo siento— susurre. 


Sus ojos se posaron en los míos con una mirada de intensa tristeza. Mis labios se separaron ligeramente en shock, Pedro estaba siempre muy bien después de tener sexo, esta era la única cosa que garantizaba aumentar su estado de ánimo, pero parecía más devastado que nunca.


—No, yo lo siento, Paula.— Se subió los pantalones y se inclinó para entregarme los míos. Lo vi guardar mi ropa interior de encaje en su bolsillo y darme la espalda. Me quede desnuda sobre el capó del coche sintiéndome completamente sola y abandonada, aunque acabara de ser follada de todas las formas posibles por el hombre que amaba. Observe su espalda mientras él pasaba una mano a través de su pelo. Sexo sobre el capó de su coche no había aliviado la tensión para él — de alguna manera había creado más ansiedad.


Las lágrimas surgieron de mis ojos y las seque. 


Me bajé del capó y me puse mis pantalones, entonces giré para observarlo todavía de espaldas a mí.


—Estoy lista— susurré. 


Él asintió con la cabeza una vez y luego dio media vuelta y ambos volvimos al coche. Pedro puso en marcha el motor y nos dirigimos a casa en silencio total y absoluto.




CAPITULO 45




Pedro y yo pasamos el fin de semana encerrados en su casa bebiendo vino y viendo películas mientras que una tormenta de nieve soplaba de las montañas. El tiempo finalmente estaba actuando un poco más acorde a las montañas rocosas a finales de octubre, y menos con los últimos vestigios del verano como había estado la semana pasada. 


Yo estaba agradecida por la cálida temperatura el día que nos casamos, pero había algo que hacía que mi corazón se hinchara cuando nevaba en las montañas con Pedro.


Su casa, aunque grande, era el refugio ideal en las montañas rocosas para escapar, con muros acentuados en piedra y chimeneas, vigas de madera y suelos de madera cubiertos de alfombras bien gastadas. El mobiliario era resistente y de gran tamaño; su casa entera era un contraste directo con el estilo moderno de la que había en Beacon Street. Me encantaban las dos. Había algo tan limpio y satisfactorio en las líneas afiladas de la casa de Pedro en Boston y algo tan cálido y acogedor sobre ésta. Cuando le pregunté sobre ello dijo que su mamá felizmente había diseñado el lugar de arriba hacia abajo, incluso agrego una ventana en un pequeño muro con vistas a la montaña para mostrar un hilillo de agua de manantial corriendo por el saliente rocoso. Parecía como si la casa fuera un ser vivo, respirando parte del paisaje.


El domingo por la tarde, una semana después de casarnos, Pedro estaba recibiendo algunas llamadas de Boston en su oficina y yo estaba vagando por la biblioteca en el lado opuesto de la habitación familiar. La habitación era pequeña e íntima, con unas sillas de cuero marrón, situadas alrededor de una pesada mesa redonda de madera. Parecía un lugar donde los caballeros se sentaban para jugar a las cartas y fumar cigarros.


Las paredes llenas de estanterías iban del piso hasta el techo y cada estante estaba lleno de libros antiguos. Vague alrededor y arrastre un dedo a lo largo de los lomos de los libros. Me encontré con clásicos como Chaucer y Shakespeare, libros de diseño moderno, historias de la América Colonial, Colorado y el oeste americano.


Agarré un libro sobre la historia de Aspen, me acurruque en una de las sillas y hojee las páginas. El libro contenía hermosas fotos viejas de la calle principal, y algunos de los edificios eran sorprendentemente reconocibles.


—Encontraste la biblioteca—. Pedro deposito una mano a lo largo de mis hombros y tocó con la cálida palma de su mano la parte posterior de mi cuello debajo de mi cabello. Sonreí ante su toque.


—Es hermoso aquí.— Gire y me enfrente a él cuando se dejó caer en la silla junto a mí.


—Mi papá ama los libros. Es un coleccionista.


—¿Cuánto tiempo ha venido tu familia a Aspen?


—Mucho tiempo. Tomamos viajes de esquí aquí cuando yo era niño, ya que Dario y Emma tenían unos añitos. Siempre alquilamos un lugar, pero cuando empecé a hacer dinero, una de las primeras cosas que hice fue comprar una casa aquí, una especie de agradecimiento a ellos por todo lo que han hecho por mí. Le di a mamá el control total del diseño; le encanta la decoración de interiores y lo único que papá quería era una biblioteca e insistió en una mesa redonda para jugar al poker—. Corrió su mano a lo largo del borde biselado. —Yo he jugado mucho poker aquí, y sabes...— Sus ojos centellaron mirándome maliciosamente. —Siempre he pensado que tiene la altura perfecta...— Arrastro su voz mientras se ponía de pie y me levantaba de la silla, colocando mi trasero en el borde de la mesa. Arquee una ceja hacia él y reí.


—He querido follar en esta mesa desde que la tengo—. Paso sus manos por mis piernas desnudas y la tela de mis pantalones cortos. —Eres tan caliente cuando corres alrededor de la casa en estos pequeños pantalones cortos. Cada vez que te alejas de mi me vuelves loco.— Deslizo sus palmas más arriba de mis muslos debajo del algodón. —Tienes un gran culo, Paula—. Él sacudió sus caderas en mi centro. —Levanta ese trasero—, susurró en mi oído cuando rasguño con sus dientes a lo largo de la carne sensible. Mi corazón trono erráticamente en mi pecho y coloque las palmas de mis manos sobre la mesa y levante mi trasero. Pedro se tomó su tiempo para deslizar la tela hacia bajo de mis piernas y dejarla en el suelo junto a sus pies.


—Te dije que te quería desnuda tanto como fuera posible mientras estuviéramos aquí,— gruñó él en mi oído. Moví mi trasero más cerca del borde de la mesa, mi núcleo buscando algún alivio para la presión. Él empujo sus caderas en mí para que yo pudiera sentir su excitación bajo el dril de algodón de sus vaqueros. Mi respiración quedo atrapada cuando la áspera tela se arrastró sobre mi húmeda entrada.


—Pon tus pies sobre la mesa y extiende las rodillas, Paula—. Se alejó y sus ojos sostuvieron los míos con una oscura y lujuriosa mirada. Mi respiración se aceleró cuando atrape su mirada. Esos acerados ojos azules me penetraron con emoción y pasión, dejando mi cuerpo en llamas.



Hice tal y como me dijo, colocando mis pies al borde de la mesa, dejándome expuesta y vulnerable para él. Agarro mi camisa y la jalo sobre mi cabeza, aspirando una fuerte respiración cuando se dio cuenta de que yo no estaba usando sujetador.


—Haces esto para provocarme.— Él mordió su labio inferior.


Extendió sus manos hasta mis rodillas y paso suavemente sus manos por mis muslos. Sus ojos se dirigieron a los míos, después a mi cuello desnudo, a mis excitados pezones, a mi estómago y luego aterrizaron en mi centro. Me retorcí un poco bajo su mirada. Su lengua saltó hacia fuera y mojo su labio inferior antes de que su mirada encontrara la mía con intensidad.


—Agarra tus tobillos y no te muevas.


Ahí estaba el controlador dios del sexo que mi cuerpo anhelaba. Cerrando mis manos sobre mis tobillos, me sentí ligeramente contorsionada, mi culo casi colgando de la mesa y mis talones firmemente plantados. Pedro soltó el botón de sus vaqueros y bajo la cremallera, sin romper el contacto visual conmigo. La intensidad reflejada en su mirada produjo un pozo caliente de pasión entre mis piernas e inadvertidamente me moví una vez más, sin aliento.


Pedro se inclinó sobre mí y deslizo una mano por mi cabello, empujándolo detrás de mis hombros y exponiendo mi cuello.


—¿Quieres que te folle sobre la mesa, Paula?— gruñó él suavemente.


Asentí. Estaba tan excitada que mi cerebro era incapaz de formar palabras.



Él agarro mi cuello con una mano mientras que con la otra sostuvo mi cadera firmemente, manteniéndome quieta sobre el borde de la mesa. Me provocó con la cabeza de su longitud dentro y fuera de mis pliegues, moviéndose arriba y abajo suavemente, reuniendo mi excitación y causando que se deslizara alrededor de mi centro, sin entrar en mí, sólo burlándose, suavemente jugando, volviéndome loca. Empuje mis caderas hacia él con un gemido.


—Dije que no te muevas, Paula.— Él continuó jugando con mis pliegues, pasando su longitud arriba y abajo dándome solo la suficiente fricción sin causar que llegara.


—Quiero sentirte—, susurre suavemente.


—Lo sé—. Él continuó provocándome —Me encanta cómo te sientes envuelta alrededor de mí.— Apretó un poco más fuerte al pasar su longitud por mi hendidura. Mi respiración aumentó aún más. —Encanta estar dentro de ti, Paula,— murmuro mientras hacía cosquillas en mi oreja con su lengua. Mi cuerpo estaba sobre el acantilado, incapaz de conseguir la suficiente fricción para caer, pero tan cerca, tan cerca de allí.


—¿Te quieres venir, Paula?— susurro en mi oído.


—Sí.


Sus dedos se deslizaron hasta mis costillas y ahuecaron la carne de mi pecho bruscamente. Él bromeó alrededor del pezón y justo cuando estaban dolorosamente duros, pellizco rudamente, casi demasiado y un exquisito sentido de dolor y placer recorrió mi cuerpo y golpeó directamente mi centro. 


Gemí de placer y frustración.


Pedro, por favor.



Pasó su longitud de arriba abajo por mi centro más lento y más duro, proporcionando sólo un poco más de fricción en mis hipersensibles nervios. Gemí y eche la cabeza hacia atrás, mi cabello cayendo detrás de mí y cepillando a lo largo de mi espalda desnuda, una deliciosa sensación en mi carne hipersensible.


Pedro sostuvo con una mano firmemente la base de mi espalda manteniéndome en mi lugar cuando se trasladó más arriba y abajo de mi hendidura mientras yo empujaba mis caderas hacia él. Mi cuerpo estaba tan excitado, que mi cerebro estaba perdiendo los pensamientos conscientes.


—¿Vas a llegar, Paula?


—Sí,— solté. Él se movió más rápido y más duro y la sensación causó que los dedos de mis pies se curvaran.


—Venga, Paula. Ven por mí,—dijo él las palabras y acarició más rápido cuando exploté ante las sensaciones combinadas de su estimulante excitación, sus manos masajeando mi espalda, mi cabello barriendo sobre la mesa y sus palabras enterrándose en mi cerebro. Los fuegos artificiales estallaron detrás de mis párpados y grite de placer.


Pedro, oh Dios,— gemí, con mi pecho pesado.


—Eres tan hermosa cuando vienes—. Su pulgar siguió bailando alrededor de mi pezón, prolongando la sensación de mi clímax. Él continuó sosteniéndome en el borde de la excitación, sin dejarme volver hacia abajo, mientras se deslizaba lentamente en mí. Cerré mis ojos y lloriqueé. 


Corrió la palma de su mano encima de mi pierna y agarro mi cadera apretándome firmemente, golpeando ferozmente en mí.


—Te sientes tan jodidamente bien, Paula.



—Sí,— gemí, —Te sientes perfecto.— jadee mientras él continuaba su empuje, sujetándome firmemente en el lugar sobre el borde de la mesa.


La sensación de él completamente dentro de mí, enterrado tan profundo debido a mi posición sobre la mesa, mis piernas ampliamente extendidas y mis pies plantados en el borde, era casi demasiado para soportar. Él salió totalmente de mí y lloriquee por la pérdida, entonces me penetro de nuevo rápidamente, sin estar dispuesto a seguir sin mi cuerpo por mucho tiempo.


—Eres tan perfecta, Paula. Tan jodidamente perfecta. Esto...—se estrelló aún más duro,—es tan jodidamente perfecto para mí.— Su cabello caía sobre su frente y yo quería extender una mano para tocarlo; para apartarlo de su cara, pero si soltaba una de mis piernas interrumpiría nuestra perfecta cadencia.


Él continúo penetrándome sin descanso, a veces tirando hacia fuera completamente y luego estrellándose de vuelta.


—Voy a llegar, Paula. ¿Estás lista? Ven conmigo,— gimió él, sus ojos cerrados herméticamente.


—Sí,— jadee y asentí con la cabeza frenéticamente. Él empujó su pulgar en mi hipersensible nudo y yo me perdí en el placer. 


Supuse que Pedro había alcanzado su clímax porque lo oí gemir y susurrar mi nombre varias veces, pero mi cerebro estaba perdido en otra estratosfera. Las sensaciones del sexo sobre el borde de la mesa, la forma en que él golpeaba en mí tan profundamente, mi cerebro era incapaz de pensar coherentemente. Yo estaba inundada de placer, sensación y calor. Mis piernas se sentían como líquido, mi núcleo temblaba, los dedos de mis pies curvados con calor, mi cerebro zumbaba con las réplicas de placer.



Sentí a Pedro inclinarse hacia adelante, con la cabeza apoyada en mi hombro para recuperar el aliento. Lo sentí retorcerse dentro de mí mientras los últimos restos de su orgasmo seguían pulsando a través de él, vaciándose en mí.


Su pelo rozó mi piel sensible y contuve el aliento ante la nueva sensación.


Solté mis tobillos y dejé caer mis pies para que colgaran sobre la mesa. Curve mis dedos en sus cabellos húmedos y me recosté sobre la mesa, aspirando respiraciones profundas del aire fresco, tratando de recuperar el aliento. El cuerpo de Pedro exhaló encima del mío. Todavía conectados en el centro y la imagen mental de como debíamos vernos recostados allí causó que mi corazón tronara. Esta erótica imagen — otro recuerdo o imagen-mental para guardar en mi corazón para siempre.


Gire mis dedos en su pelo y frote con mi otra mano arriba y abajo de su piel aterciopelada, limpiando el sudor. Tenía la urgencia de probarlo, así que saque mi lengua y lamí la piel de su cuello debajo de la oreja. Degustando su salado, sensual y masculino sabor.


Pedro debe haber estado todavía perdido en el placer, porque no reconoció mi sensual lamida en un lugar que normalmente era sensible para él. Tomé una respiración profunda e inhalé su delicioso aroma dulce que me enloquecía. Otro recuerdo que guardar bajo llave para siempre.


—Eres increíble—, susurró cuando su respiración se había desacelerado lo suficiente como para hablar.


—Tú también—, murmure suavemente mientras continuaba frotando arriba y abajo su espalda con mi mano. Pase un dedo por el centro de su columna vertebral, sintiendo cada cresta mientras bajaba, entonces sentí la inclinación de su espalda, y luego como se ensanchaba de nuevo hacia las mejillas de su atractivo y tonificado trasero. Le di un apretón rápido en una mejilla, asegurándome de enterrar mis uñas con una risita, y él tiró la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos.


—Eso es un poco caliente—. Sonrió mirándome. Rodé mis ojos hacia él. — ¿No estás lista para la segunda ronda todavía?— Sonrió.


— Me acabas de follar hasta la próxima semana en una mesa de poker, Pedro. Creo que voy a necesitar por lo menos un par de horas para recuperarme


Se echó a reír y me levantó de la mesa con él. 


—Vamos, vamos a golpear la bañera de hidromasaje. Podría ayudar a aliviar algunos de esos doloridos músculos.— Sonrió. Me mordí el labio y lo seguí escaleras arriba hasta la habitación principal a continuación en el aire fresco de la montaña donde nos deslizamos en la bañera de hidromasaje y disfrutamos de la turbulenta agua caliente acariciando nuestros cuerpos



CAPITULO 44




El operador nos dio una sonrisa cuando abrió la puerta y salimos. Oré que él no sospechara lo que habíamos estado haciendo.


—Sí que valió la pena.— Deslicé mi mano en el bolsillo de atrás de los pantalones de Pedro y le di a su trasero un apretón juguetón. Envolvió su brazo alrededor de mi hombro y me tiró hacia él, colocando un beso sobre mi cabeza con una amplia sonrisa.


Condujimos hacia la entrada del resort y nos adentramos en la carretera principal hacia la ciudad. Mi mano descansaba en su muslo mientras él conducía, rastreando las crestas de la mezclilla delicadamente en pequeños círculos. Sus ojos se iluminaron y él me miró por el rabillo del ojo con una pequeña sonrisa.


—¿Quieres conseguir algo de comer?— Sus ojos estaban en el camino mientras nos acercábamos a la ciudad.


—Seguro, algo ligero. No creo que mi estómago pueda manejar demasiado después de ese paseo arriba y abajo de la montaña—. Mis mejillas se calentaron ante el doble sentido de mi declaración. Él sonrió mirándome cuando vio mi vergüenza y juguetonamente le golpee en el pecho.



Pedro estaciono fuera de una cafetería que habíamos frecuentado los últimos días, tenían pasteles y el café más delicioso de la ciudad. Salimos del coche y Pedro sostuvo mi mano al ingresar en la tienda. Escogimos una mesa junto a la ventana con una vista de los nevados en la distancia.


Pedro se acercó al mostrador e hizo nuestro pedido mientras yo registre mi cartera buscando las pastillas. Las guarde en la palma de mi mano y espere a que Pedro volviera con las bebidas.


Se sentó en el asiento frente a mí y deposito el agua sobre la mesa entonces levantó una ceja cuando vio las pastillas en mi mano.


—¿Pensé que estabas en control de natalidad? ¿Para qué es esa otra píldora?—preguntó.


—Para las migrañas. Las he tenido más frecuentemente en las últimas semanas; resulta que estuve bajo enormes cantidades de estrés.— Le sonreí, un recordatorio de los altibajos que habíamos pasado las últimas semanas en casa.


Los ojos de Pedro se suavizaron y una mirada de dolor cruzó sus profundidades azules.


—¿Tienes migrañas?


—Sí. Van y vienen sucesivamente, pero estaban poniéndose bastante regulares por un tiempo. — Le di una pequeña sonrisa cuando tomé las pastillas y las baje con el agua.


—¿Has tenido alguna últimamente?—, susurró.


—¿La semana pasada? No. No desde el viernes.— Mi mente se desvió hacia la noche que se propuso a los pies de mi cama. Una mirada triste todavía permanecía en su rostro así que extendí mi mano a través de la mesa para sostener la suya.


—Estoy bien, Pedro, de verdad. Estoy mucho mejor que bien. Estoy genial. Y nosotros estamos geniales—. Le di una mirada severa con la esperanza de despertarlo de su bajón.


—Lo sé, simplemente me siento mal por todo lo que pasamos. Por todo lo que te hice pasar. Lo siento, Paula. — Tomó mis dos manos entre las suyas y me miró con tristeza.


—Ambos hicimos esto Pedro. Mis inseguridades. Tu pasado, de alguna manera se combinó para hacer una perfecta tormenta. Pero estamos bien ahora, y te amo—. Le sonreí.


—Sí, estamos bien—. Él bajó la cabeza, su largo cabello cayendo sobre sus ojos, y presionó un beso en el interior de cada una de mis manos.


—Sólo prométame que siempre vamos a buscar una solución de cualquier cosa. Tú vales la pena para mí, Paula. Puedo ser un culo, pero por favor, dame una oportunidad de ocuparme de ello. No corras, —susurró.


—No lo voy a hacer, Pedro. Lo prometo. Sin correr.— Llevé una de sus manos a mis labios y le di un beso en los nudillos. Sólo entonces la camarera trajo nuestra comida y café. Dejé caer las manos de Pedro al instante y tomé mi café, bebiendo el líquido caliente y sintiendo la calidez del calor a través de mi cuerpo. Levanté la vista hacia las montañas en la distancia y sonreí.


—¿Un latte grande de vainilla?— preguntó.


—Delicioso—. Una amplia sonrisa se extendió por mi cara y me sentí tan feliz que note lágrimas picando en el borde de mis ojos.



—Eres espectacular cuando sonríes—. Los ojos de Pedro danzaron con amor. Aparté los ojos, avergonzada cuando él decía cosas como esas. Agarré la mitad de un bagel, queso crema y le unte antes de tomar un gran bocado. 


Aparentemente mi estómago se había calmado y ahora tenía un hambre voraz. Pedro sonrió y luego cogió un muffin y lo desenvolvió, llevando un bocado a su boca con una sonrisa.