domingo, 18 de marzo de 2018
CAPITULO 32
Aterrizamos en Aspen a medianoche, pero después de dos vuelos en un día, ambos estábamos agotados. Además todavía estábamos con el horario del este, donde eran las dos de la mañana. Una camioneta oscura nos recibió en la pista y nos transportó a la casa de Pedro.
La casa estaba situada en el barrio Red Mountain de Aspen, y aunque estaba negra como el carbón la noche de octubre, las casas vecinas y las puertas estaban iluminadas con un cálido y acogedor resplandor amarillo, un recordatorio de que Pedro vivía en un mundo de riqueza al que yo no estaba acostumbrada.
Deslice mi mano en la de Pedro y apoye adormilada mi cabeza sobre su hombro mientras el camino serpenteaba más arriba en la montaña con vistas a la ciudad.
Todos los caminos de entrada que pasamos estaban protegidos por imponentes puertas de seguridad disfrazadas entre la hermosa y rica madera y piedra local.
Finalmente el coche desaceleró y entro en un camino de entrada al abrigo de los árboles de hoja perenne. El coche se detuvo por un momento mientras el conductor introducía el código de seguridad, y entonces hicimos nuestro camino hasta la calzada de una solitaria casa rodeada de álamos y gruesos árboles de hoja perenne. El coche se detuvo en la gran entrada y Pedro me miró con ternura.
—¿Estás lista?
Sonreí y bostece, asintiendo con la cabeza. Él me dio una pequeña sonrisa, tirando de mí hacia él y depositando un casto beso en mis labios, antes de que ambos bajáramos del coche
El suave resplandor de las luces al aire libre rebotaba en los pilares de madera y piedra de la casa. El hogar estaba sobre rocas de río, todas de colores gris y beige. Las piedras de color cobre en la entrada añadían un calor acogedor, haciendo que la casa luciera como si hubiese crecido en la ladera de la montaña. Grandes pilares de madera estaban ubicados a ambos lados de una puerta de madera de gran tamaño que parecía pertenecía a un castillo medieval.
La propiedad era, sencillamente, impresionante.
—Bienvenida a casa—. Pedro apretó su mano en la mía y observo cuidadosamente mi reacción. El conductor dejo nuestras pocas maletas junto a la puerta; Pedro asintió con la cabeza en agradecimiento y nos dirigió dentro.
La puerta de entrada, que daba a la sala de estar, era un amplio espacio con un cálido ambiente de montaña. Los suelos de loza gris se extendían por toda la casa, y las paredes de piedra de río y vigas de madera oscura llevan en el interior la rústica decoración de afuera.
—¿Quieres algo? ¿Algo para beber? ¿O comer?—Pedro aún debía soltar mi mano. Sacudí mi cabeza y bostecé. Él se rió entre dientes otra vez.
—Vamos a llegarte a la cama, mi niña hermosa.— Agarró nuestras pocas maletas en una mano y luego me empujó hacia una amplia escalera.
Nos detuvimos en el rellano que se parecía a la puerta de entrada y la gran sala, con pasillos a ambos lados que conducían a las habitaciones.
Él me dirigió a una habitación al final de un largo pasillo, abrió la puerta, y entramos en el dormitorio principal. Tenía una pared de piedra con una chimenea empotrada, mientras que el resto de las paredes eran de un neutro color crema. Los suelos de loza de la planta baja seguían en el segundo piso, pero una alfombra de felpa color crema se extendía en la mayor parte de esta sala. Una descomunal cama con un grueso edredón blanco y montañas de almohadas, estaba ante las puertas francesas que se abrían a una terraza. Yo no tenía ninguna duda de que la vista de ahí seria matadora.
—Cuarto de baño.— Pedro hizo un gesto con una mano. —Armario—. Inclinó la cabeza atrás para indicar el generoso vestidor. Apreté su mano cariñosamente y luego me subí a la cama y me acurruque en posición fetal. Ni siquiera me moleste en desvestirme, yo sencillamente quería dormir durante días.
Pedro dejo nuestras maletas al lado de la puerta del armario, luego se acercó a mí.
—Aquí—. Él me hizo sentar en la cama y tiró de mi camiseta sobre mi cabeza suavemente. Me besó en la nariz una vez que la había sacado.
Sus dedos se pusieron a trabajar en el botón de mis vaqueros y luego la cremallera. A pesar de lo agotada que estaba, Pedro todavía tenía la capacidad de hacer que mi corazón revoloteara.
Trace con las yemas de mis dedos su antebrazo.
Me aferre a él mientras empujaba el dril de algodón hacia abajo de mis caderas. Él me sentó otra vez en la cama, luego se arrodilló delante de mí, desato y quito mis zapatos y deslizo los vaqueros fuera de mis piernas. Paso sus manos lentamente por mis piernas y muslos hasta que se detuvieron en mis caderas, dándome un suave apretón. Presionando un suave beso en mi vientre por encima de mis bragas y entonces me abrazó durante un minuto.
Mi cuerpo estaba pidiendo su toque, sobre todo por lo que había pasado en el vuelo, pero después de su caballerosa promesa de abstinencia hasta que nos casemos, sabía que era una causa perdida. Él se levantó, tiró del edredón de la cama y desplazo unas almohadas a un lado. Me arrastré hasta el cabecero de la cama y me resguarde, tomando una profunda bocanada del fresco y suave algodón. Acurruque y enrosque mi cuerpo en sí mismo. Pedro frotó con su mano mi espina dorsal y me pregunte cómo podría él tocarme tan sensualmente sin querer aún más. Mi cuerpo estaba zumbando con excitación ante su tacto suave y ligero.
—Solo serán unos minutos.— Le dio a mi cadera un suave apretón. Asentí con la cabeza.
Pedro se dirigió al cuarto de baño con una de nuestras maletas y oí encender la ducha. Cerré los ojos y quedé dormida al instante.
Poco tiempo después sentí el movimiento en la cama y Pedro abrazo mi cuerpo. Pude oler su fresco aroma a jabón y acurruque mi cabeza en el hueco de su hombro. Su pelo estaba mojado contra la almohada, y yo pase mi mano por su húmedo cuerpo, su pecho, sus abdominales y sobre la cinturilla de su pijama. Una pequeña parte de mí que apenas estaba despierta registro un trozo de decepción al saber que estaba vestido. Me acurruque más contra él cuando su brazo se envolvió alrededor de mis hombros. Él presiono un rápido beso en mi cabeza.
—Te amo—susurró.
—Mmm— declaré antes de caer dormida de nuevo.
CAPITULO 31
Unas horas más tarde las luces se atenuaron y la cabina del avión emanaba un suave resplandor. Había estado tratando de leer en mi tablet, pero mi cerebro no podía centrarse en las palabras. Pedro estaba sentado junto a mí con su maletín abierto revisando unos informes.
Se había quitado los lentes de contacto y se había puesto un par de gafas. Los marcos de plásticos oscuros, tenían una vibra geek-chic que lucía endiabladamente sexy en él. Vestía unos vaqueros desteñidos, las mangas ligeramente enrolladas y una camisa y un suéter, se veía delicioso. Él, junto con el vino y la tranquila soledad de la cabina, tenía mis nervios zumbando con lujuria.
Deje mi tablet sobre la mesa y me gire así podría encararlo totalmente. Él tenía un lápiz en la mano, con la punta en su boca golpeando contra sus dientes distraídamente. Mi atención fue atraída a sus suaves labios y mi ritmo cardíaco se disparó. Yo lo deseaba, y lo deseaba ahora. Me paré y luego me senté de nuevo sobre mis rodillas en el asiento. Pase suavemente mi mano de su brazo a su hombro y él se volvió dándome una suave sonrisa antes de volver a sus papeles. Mordí mi labio para reprimir un gemido cuando mi otra mano se estiró para tirar de la pluma de entre sus dedos.
Él arqueó una ceja y una sonrisa perezosa cruzó su rostro. Dejé la pluma y los documentos en los que él había estado trabajando en la mesa frente a nosotros y luego me arrastré hasta su regazo.
—No le había visto con gafas, Sr. Alfonso.— Le di una sonrisa lujuriosa. —Me gustan.— Mis manos se levantaron para sostener su rostro y besar sus labios ligeramente. —De hecho, creo que son sexys—. Respiré en su oído y empuje mis caderas contra él sugestivamente. Sus manos se envolvieron alrededor de mi cintura y sus dedos se deslizaron bajo el dobladillo de mi camisa, susurrando a lo largo de mi carne y causando que la piel de gallina viajara a través de mi cuerpo. Mordisqueé su oreja y mis caderas se mecieron lentamente sobre él. Sus dedos se presionaron con fuerza en mi espalda baja.
—Paula—, gimió él.
—¿Sí, Pedro?— susurre otra vez. Enrede mis dedos en su cabello y sentí los sedosas mechones entre mis dedos, entonces jale suavemente mientras mis dientes tiraron del lóbulo de su oreja. Un gemido escapó de su garganta y presiono con más fuerza sus manos en mi espalda, impidiéndome mover sobre él.
—Te deseo—, murmure y deslice mi nariz a lo largo de la línea de su cuello, inhalando su embriagador aroma.
—No, Paula,— jadeo Pedro suavemente.
—¿Qué quieres decir?— Susurre y moví mis caderas contra su creciente excitación. La costura de mis vaqueros contra su endurecida longitud golpeaba justo en el lugar correcto y me estaba volviendo loca con necesidad.
—Quiero decir, no. Te deseo, pero no aquí. No antes de casarnos.
Me aparté y mi cuerpo se puso rígido ante su desaire. Arquee una ceja, necesitando una explicación.
—Quiero hacer lo honorable, Paula. No quiero que nos acostemos antes de que estemos casados.
Una risita incontrolablemente burbujeo de mí.
—¿En serio? ¿Vas a ser todo caballeroso conmigo ahora?
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
—Creo que ese barco ya ha zarpado—. Presione de nuevo mi cuerpo contra el suyo. —Tú me has tenido en tu cama...— Apreté mi centro en su erección, —y tu cocina...— Susurre en su oído, —tu oficina...— Tire de su oreja otra vez con mis dientes, —en la ducha de tu oficina...— Sentí su respiración atraparse. Pedro no podía negarse al sexo; yo podía sentir claramente la evidencia contra su cremallera. —También recuerdo un baño en uno de los mejores restaurantes de Boston—. Envolví mi mano alrededor de su cuello y presione mis labios en los suyos en un beso apasionado, mi lengua empujo más allá de la barrera de sus labios y se deslizo contra él. Las manos de él se escabulleron hasta la piel de mi espalda y la amasaron casi dolorosamente.
Frotando arriba y abajo, entonces extendió una mano en la parte de atrás de mis jeans. Cuando sus dedos alcanzaron el encaje de mis bragas un gemido escapó de su garganta. Sentí sus dedos apretarse alrededor de la tela y presione sus labios en los míos con más fuerza y enterrando mi centro en su excitación. Su mano se deslizó más abajo de la parte posterior de mis vaqueros y apretó la carne de mi trasero. El gesto fue tan erótico que sentí la excitación dispararse directamente a mi núcleo. Me recosté fuera de su regazo para sacar mi camisa sobre mi cabeza. Quería sentir a Pedro. Quería la tranquilidad de que lo que estábamos haciendo era lo correcto. Necesitaba el recordatorio de que éramos realmente perfectos juntos.
—No, Paula—. Él agarro mis muñecas en sus manos con fuerza antes de que pudiera jalar de la camisa por encima de mi cabeza. —Te deseo. No tienes ni idea de cuánto te deseo ahora mismo. — Su voz salió forzada cuando él movió sus caderas debajo de mí, mostrándome cuánto me deseaba. —Pero quiero esperar más.
Mi boca cayó abierta en estado de shock.
Entonces mis labios hicieron un puchero.
—Eres tan terco—. Me deslicé fuera de su regazo y regrese a mi asiento.
—Solo he conocido a otra persona que lo es todavía más—. Sus ojos centellaron hacia mí y sus labios se levantaron en las esquinas. Rodé mis ojos y agarre mi tablet, desesperada por calmar la lujuria que resonaba en mi sistema y no hacerle caso al hombre increíblemente sexy y testarudo, sentado junto a mí.
CAPITULO 30
-Está lista, Señorita Chaves?— Pedro sostuvo mi mano firmemente en la parte posterior del Bentley, sus hermosos ojos contemplándome pensativamente. Acabábamos de parar en una pista de aterrizaje privada en el Aeropuerto Internacional Logan y nos preparábamos para subir a su avión privado.
Asentí con la cabeza hacia él. No creo que pudiese hablar por lo nerviosa que estaba. En el viaje al aeropuerto apenas había tenido tiempo suficiente para que la emoción se disipara y la ansiedad comenzara. Pedro probablemente sintió mis nervios ya que había estado muy callado durante el viaje en coche. Había sostenido mi mano todo el tiempo y la acariciaba suavemente con su pulgar. Fue ese breve contacto el que me impidió saltar fuera del vehículo en movimiento. No es que no quisiera casarme con él; yo no estaba reconsiderando mi relación con Pedro, tenía dudas sobre el período de matrimonio. Nunca había estado particularmente interesada en asentarme, como mi madre a menudo decía. La visión de ella de mi futuro no había sido necesariamente el mío.
Pero nuevamente, tal vez yo nunca había encontrado a la persona adecuada. Y ahora lo había hecho.
—¿Puedo seguir trabajando?— Solté. Pedro levantó las cejas.
—Por supuesto. Si quieres. No tienes que hacerlo.— Él continuó acariciando mi mano con el cojín de su dedo pulgar.
—¿Tienes dudas?— susurró.
—No—. Eso no salió confiado en absoluto. —No,— dije con mayor énfasis.—Solo estoy nerviosa. Y tengo muchas preguntas—. Mordí mi labio inferior distraídamente.
—Bueno, no lo hagas. Porque estaremos bien.— Él saco mi labio de entre mis dientes con su pulgar. —Te amo, y tú me amas, ¿cierto?— Su mirada penetró en la mía. Asentí. —Entonces eso es lo único que importa.— Apretó sus labios en los míos en un beso abrasador. Mariposas saltaban en mi estómago tal y como siempre lo hacían cuando él me tocaba.
—Después de usted, Señorita Chaves.— Él agitó una mano hacia el avión en espera.
Lentamente una amplia sonrisa se extendió por mi rostro cuando su sonrisa se encontró con la mía. Lo bese rápidamente una vez más, me gire y avance hacia el avión sin pensarlo dos veces.
—Buenas noches, Sr. Alfonso. Hace una noche clara hacia Aspen. Sin problemas previstos.— El piloto se reunió con nosotros cuando abordamos el avión.
—Gracias Livingston—. La mano de Pedro sostuvo firmemente la mía. Aunque probablemente era un gesto posesivo, fue extrañamente reconfortante. Pedro me poseía en cuerpo y alma.
—Sr. Alfonso.— Una asistente de vuelo algo mayor, nos dio una sonrisa genuina. Sus ojos aterrizaron en mí. —Yo soy Karen.
—Paula—. Sonreí y tome su mano extendida.
—Les acompañare a Colorado esta noche. Puedo ofrecerles algo de beber?—preguntó ella.
—Sí. Vino blanco, por favor.— Estaba desesperada por detener las mariposas golpeando en mi estómago.
—Por supuesto. El Sr. Alfonso?
—Whisky, Karen. Gracias—. Hicimos nuestro camino hacia los cómodos asientos de cuero.
Me dejé caer en uno mientras Pedro dejaba nuestras maletas cerca de la parte posterior del avión y luego volvió para sentarse a mi lado.
—Estas bien?— Sus ojos me observaron con atención.
—Sí—. Alcance su mano y la apreté firmemente para tranquilizarlo.
—Aspen es hermoso ahora mismo. Yo no tengo una oportunidad de venir a menudo en el otoño.
Asentí con una suave sonrisa.
—¿Alguna vez estuviste en Colorado?
—No—. Sacudí mi cabeza distraídamente. Mi diálogo interno estaba volviéndome loca. Sentí que estaba al borde de un ataque de pánico. De hecho, sería la segunda vez en esta semana que Pedro casi me había dado uno.
—Si hay algo más que yo pueda hacer por ustedes me avisan.— Karen coloco nuestras bebidas sobre la mesa delante de nosotros.
—Gracias—. Pedro asintió con la cabeza hacia ella. Tomó mi mano con fuerza y levantó su vaso de whisky con la mano izquierda. Las palmas de mis manos estaban sudorosas y de repente estaba incómoda con su mano en la mía. Yo lo amaba. Sabía que lo hacía, pero mi cerebro ni siquiera podía empezar a procesar lo que las próximas cuarenta y ocho horas serian para mí.
Mi mano se estremeció en la suya. Pedro me miró por el rabillo del ojo mientras tomaba un suave sorbo de su bebida. Su agarre se apretó cuando extendí mi otra mano para agarrar la copa de vino. La llevé a mis labios y bebí. El líquido se apodero de mis papilas gustativas y avanzo por mi garganta, ayudándome a calmar mis nervios. Tomé otro trago y luego otro, terminando mi bebida. Karen atrapo mi mirada y yo asentí con la cabeza por otro.
Las cejas de Pedro se alzaron en sorpresa.
—No eres una alcohólica, ¿cierto?— Su boca se curvó en una sonrisa burlona. Le dirigí una sonrisa descarada y le pegué en el brazo con la otra mano. Sus labios hicieron mohín simulando dolor y se agarró el bíceps superior. Puse mis ojos en blanco ante eso.
—Te amo—. Giró su cuerpo hacia mí y pasó sus dedos por mi cabello. Sus ojos brillaban con pasión y adoración.
—Yo también te amo.— Me incline hacia él y lo bese suavemente y lentamente. Me aleje y sonreí justo cuando Karen volvió con mi vino.
—Gracias—. Le di una sonrisa avergonzada porque acababa de pillarnos besuqueándonos.
Ella sonrió de nuevo y luego caminó lejos.
—¿Estas bien?— me preguntó Pedro otra vez.
—Sí. Estoy mucho mejor que bien— Bese sus nudillos, todavía entrelazados con los míos y luego me reajuste en mi asiento para sentirme cómoda, preparándome para un largo vuelo a través de todo el país.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)