lunes, 19 de marzo de 2018

CAPITULO 35





Después de que la diseñadora se fue subí a la habitación principal que Pedro y yo estábamos compartiendo y rebusqué mi bolso en busca de mi teléfono. Cuando salimos apresuradamente del departamento, Cata sabía que estaríamos fuera por el fin de semana pero no tenía idea de la propuesta o de que saldríamos corriendo a casarnos.


Marqué su número. No tenía intención de revelar ese pequeño trozo de información ahora, pero iba a ponerme en contacto y avisarle que habíamos llegado a salvo.


Contestó al primer timbre y hablamos por un rato. Le conté lo maravillosa que era la casa de Pedro en las montañas. Preguntó si nos estábamos divirtiendo, y sabía que se estaba refiriendo al ardiente sexo que solíamos tener. 


Mascullé que de hecho él había puesto un alto a esa situación.


―¿Qué? ―un chillido provino del teléfono.


―Quiere… abstenerse hasta que resolvamos algunas cosas ―solté una pequeña mentirijilla. 


Imaginé que me encontraría con un poco de resistencia de su parte acerca de nuestra decisión de casarnos, y no estaba dispuesta a discutirlo a mil quinientos kilómetros de distancia. Sería más fácil dar las noticias cuando llegara a casa y no se cambiara la situación. No era que tuviera miedo de que ella pudiera disuadirme de ello, sabía que no podría, nadie podría… y por esa razón no estaba dispuesta a defenderme ante alguien más.


Platicamos por un rato más antes de que me deseara unas buenas vacaciones y colgamos. 


Me sentí inmensamente culpable por no compartir la noticia más grande de todas con ella, pero era el modo en el que tenía que ser por ahora.


Escuché a Pedro llegar a casa un poco después y bajé las escaleras para saludarlo.


Llegué al final de las escaleras, buscándolo. La casa estaba en silencio. Caminé por el piso principal buscándolo. Afuera del salón encontré un pequeño estudio con la puerta entreabierta. 


Asomé la cabeza para encontrar a Pedro al teléfono. Cuando alzo la vista le sonreí y lo saludé con la mano pero antes de que pudiera irme me hizo señas para que entrara y me sentara en su regazo.


Me senté mientras él continuaba su conversación telefónica. Su cálida mano paseo de arriba abajo por mi espalda mientras yo escuchaba su profunda voz hablarle a la persona al otro lado de la línea.


Pedro siguió por unos minutos más antes de terminar la llamada y luego depositó un dulce beso en mi nuca.


―¿Almorzaste? ―le pregunté.


―No, tengo unas llamadas más que hacer y después buscaremos algo.


―Te dejaré entonces. Sólo quería checar ―comencé a levantarme de su regazo antes de que sus manos se deslizaran a mis caderas y me sostuvieran con firmeza.



―Quédate aquí, no tardaré ―subió una mano por mi espalda y masajeó. Sonreí y asentí antes de que su teléfono sonara de nuevo.


Contestó con voz entrecortada.


Hurgué de manera ausente por algunos de los papeles en su escritorio mientras él acariciaba suavemente mi espalda de arriba abajo. Una foto enmarcada estaba en su escritorio y la levanté para verla.


Era Pedro y asumí que eran sus padres y hermanos afuera de la casa de Aspen. Una atractiva e impresionantemente mujer mayor que asumí era su mamá tenía una cálida sonrisa en su rostro. Su padre era guapo con cabello entrecano y una encantadora sonrisa. Pedro tenía un brazo alrededor de su mamá, y otro alrededor de la que pensé era su hermana menor, quién era bajita con el mismo cabello oscuro y sonrisa brillante de su mamá. Al lado de ella estaba quién asumí era su hermano; un hombre que se vería parecido a Pedro, con excepción de que era más alto y tenía el mismo cabello oscuro que su mamá y su hermana. 


Tenía una gran sonrisa de espíritu libre en el rostro.


La calidez y felicidad en el rostro de Pedro calentó mi corazón. No era el Presidente Ejecutivo controlador, o el hombre de negocios, o el mujeriego, estaba en casa con su familia, despreocupado y amado. Tal vez el único lugar donde se sentía feliz y cómodo. 


Claramente ellos eran su lugar seguro. 


Esperaba algún día ser eso para Pedro. Nuestra relación había sido tan tumultuosa, el pensamiento de que quizá sólo seríamos la causa del dolor del otro pasó volando por mi mente.


Bajé la fotografía y respiré hondo, nunca apartando los ojos de la hermosa sonrisa en el rostro de Pedro congelada en el tiempo.


Pedro y yo tuvimos momentos espectaculares también; sólo teníamos que encontrar la manera de resolver los difíciles. Pedro debió haber sentido mi inquietud porque deslizó su mano hacia arriba por debajo de mi blusa para hacer contacto con mi piel. Sus dedos se deslizaron más allá de los delicados tirantes de mi sostén y subieron por mi nuca en donde las puntas de sus dedos se movieron suavemente y luego comenzaron a frotar en pequeños círculos.


Suspiré profundamente y cerré los ojos. No había ningún lugar en donde preferiría estar en este momento que sentada justo en el regazo de este guapo hombre.


Me giré para verlo, envolví ambos brazos alrededor de su cintura y deslicé mis manos bajo su camisa para tocar su suave piel aterciopelada. Puse la cabeza en su hombro y me acurruqué en su cuello mientras él seguía hablando por teléfono. Su otra mano se apretó alrededor de mi cintura y se hundió bajo la cinturilla de mis jeans para provocar mi piel.


Pedro terminó su llamada abruptamente y luego colocó su otra mano en mi muslo.


―¿Estás bien, hermosa? ―deslizó un brazo alrededor de mi cuerpo y frotó mi espalda.


―Sí ―susurré. Llevó una de sus palmas a mi largo cabello para acariciarlo tiernamente.


―¿Me lo juras?


―Sí. Te amo ―me aparté para mirarlo a los ojos―. Sólo quiero asegurarme que estamos seguros de hacer esto. Que no tienes dudas. Hemos peleado tanto… ―mi voz se desvaneció, preocupada porque cambiara de parecer.


―Estoy justo aquí contigo. No hay ningún otro lugar en el que preferiría estar que aquí, casándome contigo mañana. Si es que todavía estás conmigo ―inclinó mi barbilla hacia arriba con su mano―. ¿Estás conmigo? ―susurró.


Asentí mientras las lágrimas brotaban de mis ojos.


―Sin lágrimas ―limpió una con su pulgar―. Nos va a ir tan bien, Paula. Te lo prometo. Para mí no hay nadie más que tú ―me besó de modo tranquilizador y su mano serpenteó alrededor de mi cuello para sostenerme suavemente contra él.


―Te amo ―se apartó.


―También te amo ―apoyé mi frente en la suya con una sonrisa.


―Bien. Ahora vamos a comer ―me dio esa sexy, sonrisa torcida y se paró, sujetándome firmemente a él. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y me aferré a él mientras me sacaba cargando de la oficina y entrábamos a la cocina, provocando mis labios con los suyos todo el camino.



CAPITULO 34




Treinta minutos después la diseñadora de vestidos, que se presentó como Nanette, llegó con un séquito de asistentes trayendo estantes de vestidos blancos. Levanté las cejas y me mordí el labio inferior, detestando el que tuviera tan poco tiempo para hacer una monumental elección de vestido de novia. De hecho, Pedro había dicho muy poco acerca de lo que estaba planeando, así que no tenía ni idea de qué esperar. No es que estuviera terriblemente decepcionada, estaba notoriamente indecisa; en realidad, mis sentimientos sobre nuestra relación de las pasadas semanas habían probado eso, así que estaba feliz de dejar los detalles de nuestra boda en las muy capaces manos de Pedro.


Pedro notó mi ansiedad y frotó mis hombros de modo tranquilizador.


―Vas a estar hermosa sin importar qué, Paula.
Incline la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, tratando de relajarme.


―Tómate tú tiempo, hermosa. Regresaré en unas horas ―me besó ligeramente en los labios y después me dejó con una montaña de vestidos blancos.


Entré en la habitación extra en la que Nanette y una asistente se habían instalado. Ella era entusiasta y amigable, sin duda Pedro le había ofrecido escandalosas cantidades de dinero para hacer una visita a domicilio. Era simpática, preguntando y haciendo conversación. Una de las asistentes por otro lado era poco amigable e incluso rayaba en lo irrespetuoso.


Mi corazón daba golpes en mi pecho mientras me golpeaba la comprensión de que iba a casarme mañana, con un hombre que apenas conocía, y que a veces me volvía loca. 


Tal vez yo era la loca por estar haciendo esto. Pero también sabía que nunca me había sentido así con nadie más. Pedro y yo teníamos alguna conexión irresistible… una atracción a estar juntos, algo que no podía mantenernos separados. Mientras las mariposas estaban revoloteando en mi estómago, lo supe ahora, más de lo que había sabido ayer; tenía un presentimiento, más fuerte que nunca, que esto era correcto.


Nanette me hizo revisar cuidadosamente entre los estantes de vestidos y sacar cualquiera que me quisiera probar. 


Saqué los primeros del resto del montón y sacudí la cabeza inmediatamente. Eran hermosos y elegantes, pero demasiado simples. Sabía que estaba buscando algo un poco más romántico. Un gran vestido de princesa definitivamente estaba fuera, así que haya fueron cerca de la mitad de los vestidos que habían traído. Comencé a preocuparme de que no encontraría algo que me encantara después de todo. Hurgué a través de unos cuantos vestidos más y los separé tentativamente del montón. Me encontré atraída por los sencillos vestidos estilo línea-A con pequeños y hermosos detalles como adornos de cuentas y encaje. 


Sonreí con satisfacción para mí misma cuando saqué unos vestidos de encaje que a Pedro le encantarían.


Escogí unos cuántos más del montón y luego indiqué con la cabeza que estaba lista para probarme algunos. La asistente me ayudo con el primer vestido y fue un no inmediato. La caída de la cintura no era favorecedora. El segundo vestido era sin tirantes, lo que no me gustó tampoco; no era el corte más favorecedor para mi ligeramente curvilínea figura. Me salté unos vestidos que eran sin tirantes y caí sobre uno intrincado de encaje y cuentas estilo línea-A atado al cuello. 


La asistente me ayudó con el cierre. Era hermoso, pero se sentía demasiado quisquilloso en cierto modo, y dije mi opinión. Me volví hacia el espejo con el ceño fruncido.


―Bueno, cuando te metes en situaciones que requieren comprar vestidos de confección, las opciones son limitadas ―la asistente miró deliberadamente a mi vientre. La comprensión me iluminó al darme cuenta que ella estaba insinuando que estaba embarazada y esta era una boda a la fuerza. La fulminé con la mirada.


―Esa no es la situación, de hecho. Si no estás dispuesta a ser amable estaré feliz de llevar mi asunto a otro lado ―le sostuve la mirada en el reflejo del espejo. Sus ojos parpadearon por un momento antes de que una sonrisa de disculpa se extendiera por su rostro.



―Por supuesto, lo siento.


Nanette le lanzó una mirada de advertencia a la asistente después procedió a bajar la cremallera del vestido.


―Encontraremos algo que adores ―dijo ella con una genuina sonrisa. Sacó del gancho otro vestido que yo había elegido y me ayudó a ponérmelo. Tiró de la suave tela blanca sobre mi cuerpo y después me dio la vuelta para abrochar los botones en la espalda. Me volví hacia el espejo para mirarme, conteniendo el aliento. Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras recorría con las manos el encaje blanco del vestido. Era intrincado e impresionante. El encaje cubría el vestido de arriba abajo, extendiéndose por un escote corazón y hacia mi clavícula donde era fino y romántico. El vestido caía en una ligera línea-A con delicadas mangas casquillo de encaje dándole un aspecto clásico.


Di la vuelta frente al espejo para ver la espalda. Mientras que el frente estaba completamente cubierto, la espalda estaba casi descubierta por completo. La tela bajaba hasta mi espalda baja, ese lugar favorito en el que a Pedro le gustaba entrelazar sus manos cuando me abrazaba contra él. La curva de mi espalda estaba a la vista hasta donde el encaje se encontraba con las mangas casquillo y se conectaba a la parte superior de mis omóplatos con unos delicados botones. El vestido tenía una pequeña cola de encaje que se amontonaba bajo mis pies. Era deslumbrante, intrincado, sexy y sencillo; era todo lo que estaba buscando.


Las lágrimas sofocaban mi garganta cuando asentí con la cabeza a Nanette.


―Perfecto ―su reflejo estaba sonriente tras de mí.



―Sí ―susurré mientras limpiaba una lágrima de mi mejilla―. Es perfecto ―sonreí y di vueltas frente al espejo de nuevo. Y a Pedro le encantaría.


―A mí también me gusta. Fue hecho para ti ―Nanette sonrió felizmente―. Sólo tomaremos unas medidas para comprobar el largo, asegurarnos de que no necesite ajustarse. ¿Tienes los zapatos que usarás?


―No ―mis ojos mostraron decepción. Me había olvidado por completo de los zapatos.


―No te preocupes, querida. He traído conmigo algunas muestras. Tengo un par en mente que será perfecto para este vestido ―hizo señas a la asistente―. Los Manolos ―hizo un ademán para que se fuera antes de ponerse de rodillas y mantenerse ocupada con la cinta métrica.


Miré mi reflejo en el espejo mientras mis manos se deslizaban por la tela. Imaginé la reacción de Pedro la primera vez que lo viera. Lo imaginé esperándome al final de algún tipo de pasillo improvisado, dado que ni siquiera estaba segura de lo que él había planeado.


Nunca estuve segura de que el matrimonio estuviera necesariamente en mi destino, supe desde una temprana edad que los niños ciertamente no estarían, pero cuando Pedro me dijo esas palabras, arrodillado frente a mí, me había rendido completamente al hecho de que mi futuro estaba con él.


Mi corazón se hinchó por el recuerdo. Quería recorrer mis dedos por su cabello por el resto de mi vida. Mirar sus ojos azul acerado, despertarme viendo esa sonrisa torcida, lo amaba con todo mi corazón, total y completamente. No podía estar lejos de Pedro porque no estaba destinada a hacerlo. Me había consumido desde el primer día y yo lo había consumido a él… estábamos destinados a pasar nuestras vidas el uno con el otro. Ha sido escabroso, y estaba segura de que continuaríamos enfrentando baches en el camino, pero también sabía que vivir sin él en mi vida ya no era una opción.


La asistente regresó sosteniendo un par de zapatillas de satín blancas con delicadas cuentas de cristal que se extendían a lo largo de la punta. Tenían una hermosa vibra clásica que sería perfecta para el vestido. Me las puse y ella tomó unas medidas más para el dobladillo.


―Todo listo. Sólo reduciré el largo y será perfecto. Sólo me llevará una hora ―le sonrió a mi reflejo en el espejo. Asentí y la asistente me ayudó a quitarme el vestido. A decir verdad no estaba lista para quitármelo, quería usarlo por días… era tan hermoso. Suspiré melancólicamente y rocé mis dedos a lo largo del vestido una vez más antes de salir de la habitación.


Me dirigí a la cocina para tomar una botella de agua antes de darme cuenta que ni siquiera sabía el precio del vestido. 


Había estado tan inmersa en su belleza, que ni siquiera había visto la etiqueta. Mi estómago dio vueltas por los nervios al recordar algunas de las otras etiquetas de precio. 


Podía pagar el bajo costo de cinco dígitos si lo ponía en mi tarjeta de crédito, aunque estaría pagando por él durante meses y meses, sin embargo, valdría tanto la pena. ¿Pero y si el costo era elevado? Sabía que los vestidos de novia de diseñador podrían costar $25,000 o más. Me mordí el labio inferior y recé porque este no fuera el caso.


Regresé disparada al cuarto de huéspedes donde la diseñadora estaba trabajando.


―Disculpa, olvidé preguntar, ¿cuánto cuesta el vestido?


Nanette levantó la vista con una sonrisa tranquilizadora.


―No hay de qué preocuparse, Señorita Chaves. Ya ha sido arreglado.



―Oh, bueno, ¿cuánto era de todos modos? ¿Sólo para que yo sepa? ―podía encontrar otro vestido que estuviera dentro de mi presupuesto si se necesitaba.


―Me han informado que me guarde el total para mí misma, Señorita. También que no había límite de precio, y que usted no debía saber el total porque, y cito, “ella es lo suficientemente testaruda para caminar por el altar desnuda si piensa que el vestido está fuera de su rango de precio” ―la mujer sonrió amablemente.


Me mofé y puse los ojos en blanco por el hecho de que Pedro se las hubiera arreglado para permanecer un paso delante de mí. Ahora nunca sabría si el vestido estaba muy por debajo de mi presupuesto, o estratosféricamente sobre él. Rechiné los dientes y juré hacerlo pagar por avergonzarme y ser más listo que yo todo en uno.


―Bien, gracias, supongo, por su ayuda ―le sonreí.


―No, gracias a usted, Señorita Chaves ―sonrió. Apreté los dientes y supe en ese instante que el vestido estaba muy por encima de mi presupuesto.




CAPITULO 33



-Vamos, arriba, dormilona ―Pedro me besó en la frente. Gruñí como protesta. ―Tenemos mucho que hacer hoy. No casamos mañana.


Me puse derecha en la cama de un golpe. Los ojos de Pedro se abrieron como platos por un momento antes de que las comisuras de su boca se levantaran en una sonrisa. Colocó una taza caliente de café en mis manos. Sostuve el calor entre mis palmas e inhalé el rico aroma. 


Ayudó a despabilarme, y entonces al instante le regresé el café. Sus ojos se estrecharon confundidos.


―Baño ―chillé y salté fuera de la cama. 


Escuché una ronca risa detrás de mí.


Lancé la puerta del baño para que se cerrara detrás de mí y busqué el inodoro. Mis ojos se movieron por la habitación una, dos veces, de regreso una tercera vez. ¿Cómo demonios es que no podía encontrar el inodoro en un baño?


La habitación era un espacio enorme, abierto, con un gran jacuzzi colocado en el centro. 


Techos abovedados y ventanas del piso al techo mostraban una vista de las montañas a lo lejos. 


Una gran ducha esquinera con baldosas de vidrio estaba al lado de las ventanas, y un tocador se extendía a lo largo de una pared.


Y aun así ningún inodoro.


Comencé a dar golpecitos con el pie en el piso exasperada por la necesidad de ir al baño. Y entonces noté una pequeña pared embaldosada apartada en la esquina del tocador. Corrí hacia allá y al instante solté un suspiro de alivio mientras rápidamente me bajaba la ropa interior.


Cuando terminé, me paré frente a los espejos. 


Mi cabello estaba arrugado y enredado, y no del modo sexy. Mis ojos están rojos por nuestra sesión nocturna y pude ver un débil indicio de ojeras bajo mis ojos. Simplemente me veo exhausta.


Había una gran parte de mí que quería posponer el que nos casáramos, no por estar reconsiderándolo, sólo para que no me viera como un desastre en el día de mi boda. 


Encontré la camisa de anoche de Pedro descansando sobre el tocador y me la puse sobre el sostén y las bragas. Tuve un recuerdo de la primera vez que había usado la camisa de Pedro y mi corazón se hinchó de amor. Sólo había sido hace unas cortas semanas. Me acurruqué en su aroma en el cuello de la camisa y mi corazón saltó unas veces en mi pecho. Lo amaba tanto. Amaba todo sobre él. Nuestros buenos ratos sobrepasaban por mucho los malos. Cerré los ojos mientras un escalofrío de excitación me atravesaba. Lograría ir a la cama con Pedro cada noche de mi vida y despertaría con él cada mañana.


Un pequeño golpe sonó en la puerta del baño y me di la vuelta para encontrar a Pedro asomándose.


―¿Todo está bien aquí?



Se veía deliciosamente sexy apoyado contra el quicio de la puerta con un par de jeans y una simple camisa blanca. Quería enredar mi cuerpo alrededor del suyo y nunca soltarlo.


―Sí ―caminé hacia él, depositando un beso en sus labios y después tomando mi taza de café de su mano―. Te amo ―rocé mi nariz con la suya afectuosamente. 


Él envolvió un pesado brazo alrededor de mi cintura y puso su mano en mi espalda baja, atrayéndome para un cálido abrazo.


―Bebe, dama. Tenemos mucho que hacer hoy. Y el número uno en tu lista es encontrar un vestido.


Me atraganté con el líquido caliente.


―¿Dónde se supone que encontraré un vestido? Pensé que sólo iríamos al Juzgado de Paz o algo así ―mis ojos buscaron los suyos por respuestas.


―¿Juzgado de Paz? Ni de cerca lo suficientemente bueno para mi chica ―sonrió―. Una diseñadora de vestidos de Denver vendrá a las diez. Traerán todo lo que tienen de tu talla. Tengo que encargarme de unas cosas en la ciudad, pero no me tardaré ―me condujo fuera de la habitación con una mano y bajamos las escaleras.


Entramos en la hermosa cocina con techos abovedados y una gran isla de exquisita madera rodeada por banquillos afelpados. Había un pequeño desayunador con vistas a las montañas. Estaba comenzando a pensar que esta casa alardeaba de una vista en cada cuarto. La encimera de oscuro granito contrastaba hermosamente con los gabinetes de exquisita madera, con la loza de piedra caliza y las paredes color crema.



―¿Huevos… crepes…? Creo que esa es toda la extensión de mis ofertas culinarias en la mañana ―me sonrió.


―Recuerdo tu talento en la cocina, vale ―coloqué mi taza de café en la encimera y rodeé con fuerza su cintura con los brazos―. Y no tiene nada que ver con comida ―apreté su trasero juguetonamente. 


Puso los ojos en blanco y luego bajo la cabeza para rozar mis labios con los suyos. Deslicé mis manos hacia su pecho y tiré de la tela de su camisa para acercarlo más a mí. Un pequeño gemido escapó de mi garganta cuando profundizó el beso y movió sus caderas contra las mías de manera insinuante.


Envolví las manos alrededor de su nuca y tiré de sus labios a los míos con más fuerza, moviendo mis caderas contra las suyas en un rítmico movimiento. Me aparté para tomar un rápido respiro mientras le hacía cosquillas a lo largo de la suave piel bajo su oreja con mis labios. Cerré los ojos e inhalé su delicioso aroma, dejándome intoxicada con lujuria.


Él apretó su agarre en mis caderas y me apartó de él con suavidad.


―No va a suceder, Paula.


Hice un mohín y lo miré a través de mis pestañas con la esperanza de que cambiara de opinión.


―¿Está seguro de eso, Sr. Alfonso? ―ronroneé y deslicé mi mano por su excitación escondida detrás de la mezclilla de sus jeans. Aspiró bruscamente y sus ojos se oscurecieron. Me mordí el labio y mi ritmo cardíaco se aceleró al ver la lujuriosa mirada en sus ojos.


Cerró los ojos y pasó una mano por mi enredado cabello.


―Desayuno, Paula ―abrió los ojos de golpe para encontrar los míos con una nueva mirada de determinación.



Resoplé por la frustración sexual.


―Testarudo ―murmuré en voz baja.


Sus ojos se abrieron con sorprendida diversión.


―¿Qué dijo, Señorita Chaves? ―enterró los dedos en mis caderas y me hizo cosquillas. 


Traté de escabullirme pero no lo permitió.


Pedro ―supliqué entre risitas.


―¿Dijiste algo, Paula? ―traté de escabullirme de su agarre. Levantó una ceja como desafío.


―Dije que, usted Sr. Alfonso, es un testarudo ―empujé su pecho tratando de escapar todavía. 


Su boca se extendió en una amplia sonrisa. Me dio la vuelta y me levanto sobre la isla, impulsándose entre mis piernas. Una mano recorrió mi espalda, tomando mi largo cabello en un puño mientras tiraba suavemente.


―Cuida tu vocabulario, Paula. No me tomo bien ser provocado ―empujó sus caderas en mi centro con firmeza.


―Ni yo tampoco ―rodee su cuello con mis brazos y me contoneé más cerca de él buscando más fricción. 


Recorrió hacia abajo la curva de mi cuello con un dedo, su otra mano aun aferrada con fuerza a mi cabello y arqueando mi cabeza a un lado. Rozó sus labios a lo largo de mi garganta y continuó moviendo su excitación contra mi centro. Un suave gemido escapó de mis labios.


―Sé que no ―sus labios depositaron suaves besos debajo de la sensible piel bajo mi oreja―. ¿Qué quieres para desayunar? ―exhaló suavemente en mi oído y después se apartó de mí con una diabólica sonrisa.



Mis ojos se abrieron de golpe y solté un decepcionado suspiro. Apreté los labios y lo observé un momento antes de bajarme de un salto de la isla.


―Bueno, dado que casi moriré de hambre si dependo de tus habilidades, creo que me las arreglaré por mí misma ―abrí la puerta de la despensa y mis ojos se abrieron como platos por un momento cuando me di cuenta de que era una despensa de pasillo. Prácticamente del tamaño de mi habitación en casa. Los estantes estaban apilados del piso al techo con comida en caja y enlatada, botellas de agua, y más.


―¿Listo para el apocalipsis? ―fruncí el ceño y después mis ojos se iluminaron ante lo que estaba buscando.


―¿Pop-Tarts,Paula? ―Pedro frunció el ceño.


―Están en tu casa. ¿Tostador?


―Imagino que las dejó mi hermano. Tienen una afinidad por la comida chatarra ―sonrió.


Me reí de él con fingida ofensa.


―Cierra la boca e indícame el tostador.


Se rio y me señaló un gabinete bajo la encimera. 


Saqué el tostador y puse las Pop-Tarts dentro. 


Apoyé la parte superior de mi cuerpo en la encimera y crucé las piernas por el tobillo, meciendo las caderas adelante y atrás esperando a que mi desayuno saltara. Podía sentir la tela de la camisa de Pedro subiendo por mis muslos y el jadeo proveniente del otro lado de la habitación me dijo que él también lo había notado. Justo entonces fuertes manos rodearon mi cintura y sentí sus caderas presionarse contra mi trasero. Mantuvo mis caderas quietas con una mano y con la otra recorrió hacia arriba la curva de mi columna bajo la camisa. Acarició suavemente mientras presionaba su endurecida excitación contra mí. Me empujé hacia atrás contra él y cerré los ojos. Mi respiración se volvió irregular y deseé que rompiera su promesa de abstinencia.


Acarició de regreso hacia abajo por mi espalda y después deslizó su palma hacia arriba sobre la camisa para llegar a mi cabello. Pasó sus dedos con ternura, y luego apretó su agarre y dio un suave tirón.


―Tú. Me. Vuelves. Loco ―se inclinó sobre mi cuerpo y dijo en mi oído con un ronco susurro. 


Una sonrisa jugaba en mis labios mientras empujaba contra su excitación queriendo con impaciencia dar el siguiente paso.


―Oh, no, Paula. No hasta después de que te cases conmigo ―y así como así el cuerpo de Pedro se apartó del mío, rompiendo todo contacto. Gemí con decepción justo cuando mi Pop-Tarts saltó. Pedro puso un plato a mi lado en la encimera y me giré hacia él con un resoplido y una mirada asesina. Sonrió, bebió el resto de su café y después salió de la habitación.


―Treinta minutos, Paula ―soltó tras él. Dios me ayude pero amo a ese exasperante y sexy hombre.