viernes, 16 de marzo de 2018
CAPITULO 24
Pedro voló de regreso a Boston la mañana del viernes para una reunión y yo le seguí un par de horas más tarde. Habíamos planeado reunirnos a cenar esa noche. Sabía que Cata enloquecería, no me había visto en toda la semana, pero Pedro y yo estábamos en un lugar tan bueno que no podía dejar de querer vivir dentro de nuestra propia felicidad por el mayor tiempo posible.
Parker me recibió en el aeropuerto por la tarde.
Me deslicé en el asiento trasero del Bentley y me estremecí al pensar en todas las mujeres que Parker había visto por el espejo retrovisor, riendo con Pedro, con las manos sobre su pecho, sus labios sobre los suyos. Mi corazón se encogió. Odiaba saber que Pedro tenía un pasado, pero lo único que podía hacer era no pensar en ello, lo que podría ser difícil cuando estaba tan cerca y me mordía en el culo con tanta regularidad.
Parker maniobró a través del congestionado tráfico de Boston y mis pensamientos se desviaron de nuevo a los pocos y dulces días que Pedro y yo habíamos pasado juntos en Nueva York. Cuando las cosas estaban bien entre nosotros, todo era perfecto, pero cuando estaban mal, era como si se abriera un hueco debajo de nosotros.
Parker se detuvo junto a la acera de El Hancock y me deslice fuera y le hice un gesto de agradecimiento.
La secretaria de Pedro me saludó con la mano, y me dirigí a su oficina con una sonrisa. Entré y Pedro me miró desde su escritorio con amorosos ojos y una sonrisa genuina.
—Ven aquí —. Palmeó en su regazo. Me acerqué a él, me senté y coloqué mis brazos alrededor de su cuello.
— Te extrañé.— Acarició con la nariz mi pelo.
—Sólo han pasado un par de horas.— retorcí su sedoso cabello entre mis dedos con una sonrisa.
Lo había echado de menos también.
—¿Qué puedo decir? Eres como una droga, no puedo vivir sin tu sabor por mucho tiempo.— Sus labios se curvaron en una sonrisa sexy.
Apreté mis labios en los suyos suavemente.
—Tengo algo para ti.— Él movió las cejas hacia mí y se agachó para tomar una bolsa blanca del piso. Eche un vistazo dentro y me reí.
—Fui a La Perla esta mañana, pensé que ya era hora de sustituir todas las bragas que he estado tomando.— Sonrió. Varios colores de encaje se asomaban a través de papel de seda.
—¿Dónde están mis pantys de todos modos?— Arqueé una ceja. Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro mientras abría un cajón de su escritorio para mostrar el encaje roto y andrajoso de mis bragas.
—Todo un coleccionista. ¿No es encantador?— Puse los ojos en blanco.
—Necesito algo para acordarme de tu cuerpo caliente cuando no estás aquí.— Su cálida mano se deslizó por debajo de mi camisa y acarició mi pecho. Mi respiración se enganchó y lo bese profundamente.
—Vamos, levántate. Hay que prepararse para la cena.— Me levantó de su regazo y me golpeó el trasero. —Utiliza la ducha si quieres, hay algo ahí para que puedas usar.
—Está bien.—Salté al cuarto de baño de su oficina y me quité mis pantalones vaqueros y camisa. —¿Quieres unirte a mí? — Tiré mi sujetador fuera a su oficina con una sonrisa. Él abrió mucho los ojos por un minuto y luego comenzó a caminar detrás de mí como un gato acechando a su presa. Me reí y me metí en la ducha, abrí el agua, y me di cuenta de que no me seguiría. Sostuvo mis ojos con una mirada intensa y se aflojó la corbata y la deslizó sobre su cabeza, se encogió de hombros para sacarse la chaqueta. Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando me di cuenta de que tendría compañía en la ducha después de todo. Se desabrochó los botones de la camisa, uno por uno, sus ojos nunca dejaron los míos, y luego tiró de su camisa fuera de sus pantalones.
Mi corazón martilleaba y mis pezones endurecidos ya dolían a la espera de su contacto. Sostuve el contacto visual con él mientras deslicé mi mano por mi cuerpo resbaladizo. Mis dedos encontraron mi dolorido cúmulo de nervios y comencé a masajear en lentos círculos. Sus ojos se ampliaron mientras me observaba y pude ver su respiración engancharse. Tomé una respiración profunda y me recosté contra la pared de azulejos de la ducha, dejando el agua caer por mi cuerpo.
Eche mi cabeza hacia atrás y empecé a masajear duro, mientras que mi otra mano se deslizó hasta mi pecho para jugar con mi pezón.
Mordí mi labio y un gemido escapo de mi garganta. Pedro pasó la lengua por sus labios y luego abrió el botón de sus pantalones y los bajó hasta el suelo en un movimiento rápido. Se metió en la ducha conmigo y puso su mano sobre la mía para sentir como me tocaba a mí misma. Tomó mi pezón en su boca y tiró con los dientes. Mi espalda se arqueó contra él mientras apretaba mi mano con más fuerza dentro de mí.
Un fiero gruñido escapó de su garganta y luego se dejó caer al suelo de rodillas y tomó mis muslos abiertos con sus fuertes manos, me atacó con su boca. Gemí en voz alta y pasé los dedos por su pelo. Jale de él para apretarlo más a mí y él tiro suavemente de mi sensible nudo con los dientes. Gemí de placer, la sensación del agua caliente cayendo sobre mi cuerpo unido a la boca de Pedro haciéndome el amor fue abrumadora y no pasó mucho tiempo
para que mi cuerpo se estremeciera y temblara por mi orgasmo. Mis piernas estaban débiles y apreté los dedos y le tire de su pelo largo y húmedo. Pedro me levantó con sus manos firmes evitando que cayera al piso de la ducha.
Se deslizó por mi cuerpo y sentí su dura erección presionada suavemente contra mi vientre.
Mi cerebro zumbaba al máximo después del orgasmo, pero no disminuyó mi deseo por él. Él me elevo sobre sus caderas y envolví mis piernas y brazos alrededor de su cuerpo. Me zambullí en su cuello, mordisquee y lamí a lo largo de la carne húmeda debajo de su oreja.
Pedro me agarró el trasero con ambas manos y aparto mi cuerpo lo suficiente para inclinar su longitud dentro de mí. Cuando estuvo enfundado en mi interior empujó sus caderas hacia mí y me inmovilizó contra la pared.
Cuando Pedro llenaba mi interior en una especie de dulce éxtasis y en ese momento no había nada que ansiara más que a él. Él gruñó y se metió más profundo en mi cuerpo mientras nos deslizábamos juntos bajo el chorro caliente de la ducha. Me sostuve en uno de sus brazos, y deslice la palma de la mano contra una de las paredes de la ducha para ayudarme a apoyar mientras lo montaba. Él me sostuvo firme en sus manos y golpeó una y otra vez frenéticamente, como si no pudiera tener suficiente de mí. Desde este ángulo no estaba golpeándome profundamente, pero la cercanía de nuestros cuerpos me estaba proporcionando una estimulación poco profunda que me enloquecía.
Sabía que me iba a correr en cualquier momento. Mi otra mano se apretó en la parte posterior de su pelo y yo gemía y jadeaba de placer
Los empujes de Pedro se hicieron más y más frenéticos antes de que sus dientes se hundieran en mi cuello. Me corrí al instante por la combinación de dolor y placer y Pedro dio un largo y tembloroso gemido y se corrió dentro de mí mientras mi cuerpo palpitaba a su alrededor.
Su cuerpo exhaló por el esfuerzo y me aferré a él, tenía miedo de apoyarme en mis piernas para sostenerme, su pelo largo y húmedo me hacía cosquillas en el cuello. Nuestras respiraciones se ralentizaron y Pedro levantó la cabeza.
—Cristo, lo siento, Paula.— Besó la hendidura de mi cuello con ternura justo donde me había mordido. —Eso probablemente dejará una marca.— Se echó hacia atrás y me miró con ojos de disculpa.
—Está bien.— Toqué con mis dedos la piel sensible. — Fue un poco caliente.— Apreté sus labios con los míos con firmeza, y luego mordí su labio inferior sin disculpa. Pedro me devolvió el beso y dio una profunda risa cuando él se apartó.
—Eres insaciable, señorita Chaves.— Él me puso en el suelo y golpeó mi culo juguetonamente.
—Sólo contigo.—Giré bajo el chorro de agua para tomar su champú. Pedro tomó la botella de mis manos y me lavó el cabello y el cuerpo, me acariciaba lenta y seductoramente. Las grandes manos de Pedro deslizándose por todo mi cuerpo mojado pusieron mi sistema a toda marcha. Después de que terminó, tomé la botella de champú y le lavé el pelo con cariño.
Deslice los dedos por sus sedosos mechones, color caramelo y masajear su cuero cabelludo lentamente me dio tanto placer. Me encantaba el pelo de Pedro. Un director general de una compañía de mil millones de dólares no debería tener cabello largo de forma rebelde, pero Pedro lo hacía y funcionaba tan bien en él.
Tenía los ojos cerrados y un suave gemido escapó de sus labios mientras le masajeaba.
Luego pasé las manos arriba y abajo de su cuerpo con jabón; lentamente por sus brazos definidos, a través de los planos de su pecho tonificado, su estrecha cintura y sus fuertes muslos. El cuerpo de Pedro era parte de una leyenda griega. Cuando Miguel Ángel esculpió a David, él debió haber tenido a Pedro en mente.
—Vamos, ángel, tenemos una reserva.— Salió de la ducha y se secó rápidamente antes de envolver la toalla en sus caderas. Mis ojos se estrecharon ante la vista de su sexy músculo pélvico en forma de V que asomaba encima de la toalla y me mordí el labio mientras traviesos pensamientos pasaban por mi mente.
—Paula.—Los ojos de Pedro estaban oscurecidos con peligrosa lujuria. Hizo girar la perilla para cerrar el agua y sostuvo una toalla abierta para mí. Me envolvió y me besó en la frente. Luego comenzó a trabajar con la toalla secándome y quitándome el exceso de agua del pelo.
Pedro terminó y me señaló la bolsa de ropa que estaba en el tocador.
—Tu vestido. Creo que hay un secador de pelo debajo del lavabo, también.— Se acercó al vestidor para comenzar a vestirse. Miré su perfecto culo a distancia, envuelto en una toalla blanca, y ya estaba lista para él de nuevo. Pedro desapareció y me volvió hacia el tocador. Cepille mi cabello de la mejor manera posible sin un cepillo y luego abrí el cajón del tocador para excavar en busca de un secador de pelo. Encontré uno, junto con spray para el cabello y una botella de perfume parcialmente usado. La recogí con el ceño fruncido. Mi primer impulso fue lanzarlo hacia el espejo y dirigirme hacia la puerta, pero yo sabía que Pedro se merecía más que eso, y yo también. Estábamos en un lugar mejor ahora, ¿no? Habíamos aprendido algo en los últimos días acerca de nosotros mismos y uno al otro.
Olí el perfume y lo reconocí al instante. Recorrí mi memoria tratando de recordar dónde había olido antes.
El baile.
La noche en que Pedro y yo habíamos estado juntos por primera vez.
Madeleine.
Este era el perfume de Madeleine.
Mi puño se apretó en la botella y mi corazón latía de manera irregular. Pensé que eran sólo amigos, ¿Por qué iba a tener artículos de ella aquí? Supe al instante que habían estado juntos más de una vez, pero opté por tener fe de que ya no era así. O al menos le daría Pedro el beneficio de la duda. Decidí en ese momento que Pedro me importaba lo suficiente como para darle la oportunidad de explicar.
Él volvió a salir del armario vestido con pantalones de lana oscuro con una camisa negra abierta. Ese hombre era increíblemente sexy en todo momento. Mechones de pelo mojado le caían sobre la frente en desorden errante y sus ojos brillaron de placer, mientras recorría con la mirada mi cuerpo inmóvil y desnudo. Y entonces sus ojos se centraron en la botella que tenía en la mano. Cerré los ojos cuando vi su reflejo en el espejo y me mantuve inexpresiva.
—Joder. —Pedro dio dos pasos hacia mí y agarró la botella de mi mano y la lanzó de nuevo en el cajón. Envolvió sus brazos alrededor de mí y me abrazó fuertemente a él. — Es viejo. Dios, Paula, yo ni siquiera sabía que todavía estaba allí. Nunca voy a ese cajón. Lo siento.— Me agarro por los hombros con ambas manos y me miró directamente a los ojos. —¿Estás bien? — No sabía cómo reaccionar ya que todavía no había dicho ni una palabra.
Asentí con la cabeza lentamente y respiré hondo.
—Sí, estoy bien. Sólo me tomó por sorpresa. Es irritante cuando todas tus formas de mujeriego vienen a golpeándome en la cara.— Le di una pequeña sonrisa en un intento de aligerar el ambiente.
—Ex mujeriego — Una ceja se levantó hacia mí, sin dejar de mirarme como si yo podría explotar en cualquier momento. —¿Estás bien?
—Sí — . Le sonreí y realmente lo sentí esta vez.
—Te dejé un moretón.— Su dedo tocó mi cuello suavemente. Eché un vistazo en el espejo y mis ojos se abrieron por un momento, sorprendida por el daño que le había hecho a mi piel.
—No me duele.— Me encogí de hombros. Se inclinó y me besó tiernamente.
—Lo siento, Paula, por esto, y por el perfume.— sus ojos se trabaron en los mío nuevamente. — Tengo algo para ti— Él se fue de nuevo hacia el armario y luego salió sosteniendo la caja del reloj azul de Tiffany. Mis ojos se clavaron en los suyos.
—¿Cómo lo conseguiste?
—Me detuve en tu casa antes. Cata me lo dio.— Abrió la caja y sacó el reloj. —Quiero que lo lleves esta noche.— Su mirada sostuvo la mía.
— Yo no creo que debería — Fruncí el ceño.
—Quiero que lo hagas. Es un regalo, por favor.— Pedro tomó mi muñeca con suavidad, cogió el reloj y me lo puso, y luego llevó mi mano a sus labios y me besó la palma.
—Me siento como una caza fortunas.— Lo mire suplicante para que entendiera.
—No vuelvas a decir que eres eso.—Sus ojos se llenaron de ira. —Yo sé que no lo eres, y eso es todo lo que importa.
Le sonreí débilmente.
—Una hermosa chica merece hermosas joyas.— Me dio un beso suave en los labios.
Sonreí y metí mi cabeza en su cuello y respiré su aroma.
—Vamos, la reserva.— Le dio a mi culo un rápido apretón y me lanzó una de sus sonrisa ladeadas. ¿Cómo se tiene una posibilidad de ganar una batalla contra él con una sonrisa como esa?
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