martes, 20 de marzo de 2018

CAPITULO 37




-Arriba y a trabajar, hermosa. Es el día de tu boda—. Pedro aparto el cabello de mi cara y deposito un beso en mi frente. Gemí, día de mi boda o no, las mañanas nunca serian lo mío.


Suspiré profundamente y luego el olor de café caliente golpeó mi nariz e inmediatamente me levanté de la cama.


—Café— murmure. 


Pedro se echó a reír. Tomé un sorbo y al instante sentí un poco más energía. Bebí un poco más y entonces deje mi taza a un lado para ir al baño.


—Estaré en la cocina—, dijo Pedro de espaldas mientras salía de la habitación.


Hice mis asuntos y luego me pare frente a mi reflejo en el espejo. Cepille con mis dedos mi cabello y una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. Hoy me casaba con Pedro


Pase mi dedo sobre mis labios y pensé en cómo se desarrollaría el día. Pedro no había revelado un solo detalle. 


Confiaba en que sería hermoso y exagerado; todo lo que Pedro hacia lo era. Incliné mi cuello a un lado para exponer mi carne y mis dedos tocaron la suave magulladura donde Pedro me había mordido durante nuestra tórrida ducha. Mi estómago se desplomo un par de veces ante la memoria. Se sentía como hace siglos, pero sólo había sido el viernes.


Me envolví en una bata que colgaba de un gancho junto a la puerta, agarré mi taza de café y me dirigí a la cocina.


—Come. Treinta minutos y tu comitiva estará aquí.


—¿Mi comitiva?— Observe a Pedro de pie ante la estufa con una espátula.


—Maquillador y estilista. No es que necesites algo de eso.


Me acerqué y él colocó un suave beso en mis labios.


—¿Así que debo esperar que tus huevos revueltos sean mejores que tus tortillas?— Sonreí mientras tome un poco en un plato.


—Observa—. Él intentó pegarme con la espátula en mi mano. Me reí y lo esquive.


—Gracias—. Sonreí.


—Cuánto tiempo tengo?— Le pregunté.


—Saldremos en dos horas—. Él continuó empujando el tocino en la sartén.


—Eso no es mucho tiempo para prepararme—. Fruncí el ceño.


—¿Desde cuándo eres de tan alto mantenimiento, Señorita Chaves?


—Desde que es el día de mi boda—. Le lance un pedazo de pan tostado desde el otro lado de la cocina. Él lo esquivó con una sonrisa.


—Eres hermosa. No necesitas tiempo para prepararte. Sólo tienes que ponerte el vestido blanco y estarás perfecta.


—¿Quién dice que es blanco?— Sonreí.


— Más vale que lo sea. Soy un hombre al que le gustan las tradiciones—. Él arqueó una ceja.



—Podrías haberme engañado,— murmure mientras tomaba más huevos revuelto en mi boca. Sus labios se levantaron en las esquinas en una sonrisa juguetona.



No hay comentarios:

Publicar un comentario