martes, 27 de marzo de 2018

CAPITULO 59




Unos días que más tarde Cata estaba conmigo en casa de Pedro ayudándome a desempacar más cajas, sobre todo ropa. Rápidamente me di cuenta que la mayoría de mis sueldos durante los años habían ido a llenar mi armario. 


Cata se sentó en el armario y arreglo los zapatos y yo me senté en el baño, organizando una caja entera de productos para el cabello.


—¿Cómo ha sido hasta ahora?— preguntó desde el closet.


—¿Qué?— Distraídamente saqué las cosas.


—¿Cómo que qué? ¿Vivir con Pedro?


—Oh, eso. Bueno. Sólo han pasado unos días, pero ha estado muy bien. Fuimos a casa de sus padres el fin de semana. Eso fue una experiencia.


—¿Cómo son?


—Increíbles. Totalmente increíbles. Perfectos, de hecho. Hasta que su hermano tiro de mis bragas del bolsillo de Pedro y su hermana se enteró de que nos casamos.


—Oh mi Dios, Paula.— Ella asomó su cabeza fuera del armario y me miro fijamente. —¿Por qué estaban tus bragas en el bolsillo de Pedro? ¿Y cómo se enteró su hermana?


—Bueno—, sonreí mientras depositaba tres latas de laca en el tocador. —Es posible que nosotros bautizáramos su dormitorio de infancia—. Le sonreí. —Y justo cuando terminamos su hermana hizo acto de presencia—. Mis mejillas se ruborizaron ante la memoria. —De todos modos ella notó mi anillo, y aparentemente sabía que Pedro quería hacer un anillo de compromiso con respecto a su piedra de nacimiento algún día. Así que ese gato estaba fuera de la bolsa. Pero antes de que ella asomara su cabeza yo no podía encontrar mis bragas, resulta que Pedro las había metido en su bolsillo, pero no lo suficiente, ya que su hermano se dio cuenta más tarde,— terminé.


—Oh Dios mío, gracias a Dios sus padres no las vieron primero.


—Oh Dios, Cata. ¿Y si lo hicieron?— Susurré.


—Zorra.— Ella se rió y luego volvió a excavar a través de los zapatos. —Estas son calientes, olvidé que los tenías. Necesito que me los prestes algún día, —habló Cata a sí misma desde el vestidor.


Alcance el fondo de la caja que había estado investigando y encontré una caja de tampones enterrado bajo los escombros. Mis latidos se duplicaron en mi pecho. No podía por mi vida recordar en qué fecha estábamos. Luché por recordar que día Pedro y yo nos habíamos casado.


¿Cuándo fue mi último periodo? Joder. Joder. Joder. Mi cerebro continuó enumerando las posibilidades de por qué yo no había necesitado un tampón en más de un mes.


—¡Estos son míos! ¿Qué haces con mi Ferragamo?— gritó Cata desde la otra habitación. Yo estaba congelada en mi lugar, mis manos sosteniendo la caja de tampones.


—¡Paula! ¿Qué mierda?— Cata se inclinó en el vestidor para mirarme con los zapatos colgando de los dedos. —¿Qué pasa?


Mis labios temblaban y no pude oírla por encima del rugir en mis oídos.


—Paula—. Ella dejó caer los zapatos y se precipito al baño. —¿Qué es?— Tomó la caja de mis manos y giro mi cabeza hacia ella. —¡Paula! ¿Qué está pasando?— Ella me dio una suave sacudida.


—Tampones.


—¿Sí?


—Tampones—, susurré.


—¿Necesitas uno? ¿Qué está pasando?


—No, Cata, no necesito uno, ese es el problema.


—Paula, no...— dejo de hablar y baja al piso, llevándome con ella. Nos sentamos con las piernas cruzadas y yo apoyo mi cabeza en mis manos y mis puños en mi cuero cabelludo.


—¿Crees que es estrés?— Murmuró. —Por favor Dios, que sea estrés. Que sea estrés. Eso pasa ¿verdad? Cata, estoy en control de natalidad y no puedo tener hijos.


—Está bien, cálmate. Me estás asustando.


—Eso es porque me estoy volviendo loca, Cata! Mis periodos nunca llegan tarde. Nunca,— grito.


—Vale, vale, vale! Voy a correr a la farmacia de la esquina y comprar una prueba de embarazo. Quédate aquí que yo vuelvo enseguida.


—Consigue cinco de ellas.


—De acuerdo—. Ella se levanta de un salto y corre fuera de la habitación.


Me senté agitando mi cabeza en mis manos. Mi estómago se sacudió en ansiedad, pero ya no sabía si era ansiedad o nausea matutina. Joder. Joder. Joder. ¿Cómo pudo suceder esto? Esto no puede estar pasando; No puedo tener hijos. El doctor dijo que sería casi imposible.


Casi.


Mi cabeza aterrizo sobre la última palabra. Mi respiración salió en jadeos mientras consideraba las últimas semanas. 


Pedro y yo estuvimos en Aspen durante dos semanas. En el momento en que nos fuimos yo me empecé a sentir mal. Pero estábamos peleando. Yo no estaba comiendo bien. Estaba agotada. Vomité en la acera camino a casa. Pero fue un ataque de ansiedad. Eso pasa ¿verdad? Por favor que sea inducido por el estrés.


Pedro. Agarré mi teléfono para comprobar el reloj. 


Necesitaba tiempo para procesar esto, si efectivamente había una cosita creciendo dentro de mí necesitaba procesarlo. Eran sólo las 2 de la tarde, lo que significa que aún tenía un par de horas antes de que él llegara a casa del trabajo. Por favor, no dejes que hoy sea un día que llegue a casa temprano del trabajo.


Oh Jesús, había bebido mucho vino las últimas semanas. ¿Qué pasa si el pequeño monito tenía síndrome de alcoholismo fetal? Oh Dios mío mi cerebro no podía incluso procesar nada más racionalmente.


En ese momento oí a Cata precipitarse al dormitorio jadeando.


—Aquí. Tengo uno de cada marca.— Arrojó una bolsa en el suelo a mis pies y una media docena de cajas rosa cayó. 


¿No era ésta la imagen más dulce? Yo sentada en el suelo, temblando incontrolablemente con mi cabeza en mis manos, rodeada de pruebas de embarazo. Un cartel para la abstinencia debería ser estampado en cada escuela secundaria en el país.


Por favor, no dejes que Pedro venga temprano.


—Toma uno, vamos. Necesito saber si voy a ser tía.— Cata jalo del suelo.


—Cata, cállate.— Mis manos se sacudieron cuando recogí una caja y trate de abrirla.


—Aquí—. Ella lo desgarro y me lanzó una prueba. Puse mis ojos en blanco mientras iba al baño y me bajaba los pantalones vaqueros.


—Estoy demasiado nerviosa para orinar—. Levanté la vista hacia ella con terror en mis ojos.


—Paula, vamos,— se echó a reír. —Relájate.


—Dios, ¿y si es positivo Cata?— Susurré.


—¡Paula! ¡Vamos! Sólo es pipí!— Cata lanzó otra prueba a mi cabeza despertándome de mi depresión. Doy un gran suspiro, cierro los ojos y me concentró en cascadas y tibia agua corriente.


Llevó el bastoncito entre mis piernas y rezo por estar en la posición correcta cuando mi cuerpo se relaja lo suficiente como dejarse ir. Miro los ojos de Cata mientras las lágrimas surcaban lentamente mis mejillas.


No tengo palabras para explicarle cómo me estoy sintiendo. 


Yo no podía tener hijos. Esto no puede ser posible. Toda mi vida he estado preparada para un futuro sin niños, así que este no podía ser el caso ahora. Vacié mi vejiga y coloco la tapa en el bastoncito, depositándolo en el mostrador junto a mí antes de poner mi cabeza sobre mis rodillas y sollozar.


—Paula—. Cata se apresura a mí y tira de la cadena. —¡Vamos, cariño!— Me jala del inodoro y yo tiro de mis jeans abotonándolos. —Vamos a recostarnos.— Ella me lleva al dormitorio de Pedro, a mi dormitorio, nuestra habitación y me tumbo en la cama.


—Lo que sea que diga la prueba, todo va a estar bien, Paula.— Alisó su mano en mi espalda mientras yo yacía de bruces con la cabeza en una almohada.


—No sé lo que quiero decir, Cata. ¿Cómo de arruinado es eso? — Llore un poco más mientras el nudo en mi garganta se liberaba y las lágrimas se derramaban. —No debería ser capaz de tener hijos. Pedro y yo... Dios, él me vuelve loca!— Llore con más fuerza. —¿Pero un bebé? Un pequeño bebé... ¿y si él o ella tiene el pelo de Pedro? ¿O sus hermosos ojos? Por Dios Cata, ¿puedo criar a un bebé? ¿Qué clase de madre sería? ¿Qué clase de padre sería Pedro?— Mi voz se elevó al final. El problema de Pedro con el control — ¿cómo sería con un niño pequeño dibujando en las paredes y vomitando por sus muebles de cuero?


Y entonces recordé lo que me había dicho en Aspen. Que su padre se había ido. Cómo esto le había roto el corazón. Sabía que Pedro no se iría. Nunca le haría eso a su propio hijo. ¿Verdad?


—¿Cuánto más toca esperar por la prueba?— Levanté mi cabeza y sorbí por la nariz.


—¿Quieres comprobarlo? Ya debe estar hecha...— termino Cata.


Me quedé mirando la puerta del baño con la brillante luz derramándose hacia fuera. Mi futuro me estaba esperando en ese baño. De una forma u otra, esto determinaría qué pasaría después. Tal vez mi futuro sería más de lo mismo. 


Una vida con Pedro, los dos de nosotros, volviéndonos locos
el uno al otro. O tal vez podríamos adoptar. ¿Me gustaría adoptar? Yo no había pensado mucho en ello antes.


Pero entonces otra vez, si había un pequeño signo de rosa en la ventana, ¿cómo sería mi futuro?


¿Pedro estaría en él? ¿Soy el tipo de persona que le daría toda mi vida a otro pequeño ser humano? Mi corazón se apretó ante el pensamiento. Una visión flotó en mi cabeza de un niño pequeño de cabello caramelo con brillantes ojos verdes. Mi corazón sufría por él. ¿Lo estaba deseando en existencia? ¿O estaba de luto por algo que nunca podría ser?


—Lo haré—. Me sente en la cama y frote mis palmas sudorosas contra mis jeans. —¿Vendrás conmigo?— Sostuve la mano de Cata firmemente en la mia.


—Por supuesto—. Sus ojos nadaban con emoción mientras me observaba. Me levante con piernas temblorosas y caminamos hasta el baño. Cruzamos el umbral y vi la pequeña prueba blanca pegada en el otro extremo del tocador, de por sí, el guardián de mi destino.


Apreté la mano de Cata mientras caminaba hacia ella. Mi pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas cuando me incliné para ver la ventanilla en el bastoncillo. Tenía demasiado miedo de tocarlo. Demasiado miedo de lo que me decía.


Mi visión se hizo borrosa y mi cabeza dio vueltas.


Rosa positivo. Estaba embarazada. Habíamos hecho un bebé. Mi corazón rugió en mis oídos.


—Cata—. Lágrimas frescas saltaron a mis ojos cuando levante el bastoncillo y lo empuje en su cara.


—Paula! Eww!— Ella empujó mi mano.


—Cata, vamos a tener un bebé—. Lágrimas caían por mis mejillas mientras una salvaje sonrisa se extendió a través de mi cara.


—Felicidades, cariño.— Ella me capturo en un apretado abrazo. Yo sollocé en su hombro y la abrace con fuerza buscando apoyo. Temí que mis cedieran y yo cayera en un charco en el suelo de baldosas.


Me aleje de ella y observe la prueba en mi mano otra vez. 


Ese signo hermoso de rosa. No sabía que quería verlo tan desesperadamente. No sabía que secretamente esperaba verlo. No me había permitido tener la esperanza.


Mi otra mano bajó a mi barriga y la acaricie. Allí había una pequeña persona, una personita que era en partes igual de Pedro y de mí. La idea me hizo feliz. Sollocé con lágrimas de alegría y mi sonrisa era tan amplia que mis mejillas dolieron.


—¿Cuándo va a estar Pedro en casa?— pregunto Cata.


—No sé, ¿debería llamarlo?


—No creo que esa sea la clase de cosa que se le dice a un tío por teléfono—.frunció el ceño Cata.


—Cierto. Dios, no sé cómo va a reaccionar, Cata. — El miedo saltó en mi estómago de nuevo.


—Tengo la sensación de que una vez vea tu reacción va a estar muy contento—. Cata limpió sus propios ojos. — ¡Joder, no puedo creer que voy a ser tía,— soltó una risita.


—Nada de palabrotas delante del bebé!— Chille y frote mi estómago.


—Oh Dios, no empieces.— Cata rodó los ojos. —¿Quieres que me vaya? Tal vez deberías llamarlo y pedirle que llegue pronto a casa.


—Sí, creo que debería hacerlo. Tengo miedo, Cata. — Mordí mi labio inferior.


—Prometo que esto va a salir bien, Paula… Y tu mamá va tener el nieto que siempre soñó!— Una brillante sonrisa cruzo su cara.


—Oh mi Dios, mi madre... ella ni siquiera sabe que estamos casados todavía.


—Relájate. Ustedes hacen todo al revés de todos modos.— sonrió ella.


La empuje fuera del baño.




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