jueves, 29 de marzo de 2018

CAPITULO 67





Las siguientes semanas pasaron en un dichoso borrón. Me quedé con Pedro en su casa; ahora era nuestra casa como me recordaba a cada momento. Felizmente firme los papeles para hacer oficialmente de mi nombre Sra. Paula Alfonso. Mi corazón se hinchó con amor por que los tres seríamos una familia unida.


No era tan ingenua como para pensar que todos nuestros problemas estaban olvidados, y estaría mintiendo si dijera que de vez en cuando no temía que Pedro elevara sus paredes y me encerrara, pero no lo hizo y quería creer en el fondo de mi corazón que esos días habían quedado atrás.


Después de resistirlo tanto llame a mis padres y les di la noticia de que Pedro y yo nos habíamos casado. Mi mamá estaba comprensiblemente devastada. Yo era su única hija; Ella siempre había soñado estar algún día en mi boda. Ella lloró, yo llore, pero le expliqué que Pedro y yo éramos felices y que estábamos trabajando en nuestro futuro juntos. Papá por otro lado no fue tan receptivo, pero sabía que mamá lo calmaría.


Pedro y yo habíamos decidido esperar para compartir las noticias del bebé con nuestras familias; estaba tan nerviosa de que algo malo podría pasar en cualquier momento, aún contenía mi aliento cada día que pasaba hasta nuestra próxima cita. Pedro también les dio a sus padres la noticia de que nos habíamos casado y ellos estaban más allá de emocionados. Emma de hecho lo había sabido desde ese día en la barbacoa y barbullo por teléfono lo emocionada que estaba de finalmente tener una hermana y que ella había estado a punto estallar con el deseo de soltar prenda.


—¿Estás nerviosa?—Pedro se había tomado el día libre para llevarme a mi cita de seis semanas.


Esta era el premio mayor, en esta es donde con suerte escucharíamos los latidos del corazón.


—Siempre—, fruncí el ceño. La enfermera me llamó y tomo mis signos vitales. Todo era como se esperaba. La enfermera nos guió a una habitación y me senté en la mesa mientras Pedro sostuvo mi mano y acarició mi muñeca suavemente con el cojín de su dedo pulgar.


—¿Quizás podamos almorzar después de esto? ¿O hacer una parada en La Perla?— susurró él en mi oído seductoramente. Su cálido aliento me hizo cosquillas en el cuello y envió escalofríos por mi cuerpo. Cuando no estaba durmiendo u haciendo pipi, mi deseo por él estaba por las nubes, aparentemente un efecto secundario de todas las hormonas en mi sistema. Pedro no se quejaba en lo más mínimo.


Pedro, me estás poniendo nerviosa.— Incline mi cabeza para bloquear su acceso a mi cuello.


—Estoy tratando de distraerte—. Tiró del cabello de mi cuello. El aire fresco provocó que otra oleada de escalofríos corriera a través de mi cuerpo.


—Lo haces peor,— susurré.


—No suena así—. Él arrastró sus labios a lo largo de mi carne sensible.


—Buenos días, Paula—. La Dra. Burke rápidamente entro en la sala con una enfermera siguiéndola detrás de ella. Pedro se alejó de mí en un instante


—Buenos días—. Sonreí.


Ella buscó entre sus papeles y luego se volvió hacia mí.— ¿Seis semanas hoy, eh?— Se levantó y coloco una mano sobre mi hombro.


—Sí,— Suspiré nerviosamente.


—Así que hoy vamos a escuchar el latido del corazón. Deberíamos ser capaces de escucharlo, pero si no es que es todavía temprano y no anormal. Recuéstate sobre la mesa y levanta tu camisa.


Pedro me recostó lentamente y movió las cejas con una sonrisa pícara. Puse mis ojos en blanco.


La Dra. Burke se dio la vuelta y coloco una sonda contra mi vientre y subió el volumen de la caja en sus manos. Yo contuve la respiración mientras ella se movía alrededor de mi vientre buscando el latido del pequeño corazón que yo estaba desesperada por oír. Pedro sostuvo mi mano firmemente y continúo acariciando mi piel con su pulgar. Estaba tomando lo que sentia por siempre. Seguí recordándome que si no oíamos nada hoy no significaba que algo estuviera mal.


Ella traslado la sonda justo por encima de mi pelvis y luego un pequeño pum-pum resonó en la habitación.


—¿Eso es?— Mis ojos se clavaron en ella.


—Ese es el bebé—. Ella sonrió alegremente. El silbante sonido lleno mis oídos y una sonrisa se extendió en mi cara tan ampliamente que dolió. Agua se reunió detrás de mis párpados y exhale un inmenso suspiro de alivio. Miré a Pedro y su amplia sonrisa emparejo la mía.


—No puedo creerlo.


—Yo tampoco—, susurró él.


—Es interesante—. El doctor nos sacudió de nuestra gozosa burbuja del bebé.


—¿Qué?


—Creo que me gustaría ver más de cerca—. La doctora se dirigió a la enfermera y susurró unas pocas sílabas indescifrables antes de que la enfermera saliera de la habitación. Mi corazón se apretó en mi pecho.


—Vamos a hacer una ecografia, Paula—. La Dra. Burke alejó la sonda y ahora el silbido que llenaba la sala con tanto amor hace un momento estaba ausente.


—¿Está todo bien?— Me atraganté a través de un nudo de miedo en la garganta.


—Sólo quiero ver más de cerca—. Ella acarició mi pierna. Lo decía como un gesto tranquilizador, pero sólo sirvió para aumentar el temor que se había asentado en el fondo de mi estómago. La enfermera regresó empujando un carrito con un monitor situado en lo alto.


Esto era aterrador y equivocado. Algo debe estar mal. ¿Qué podía haber determinado a través de ese dulce silbido de los latios del corazón que habíamos oído hace un momento? ¿Podría decir si había un defecto?


Oh Dios, por favor deja que nuestro bebé esté saludable. El miedo ahogó mi garganta y unas lágrimas extraviadas viajaron por mis mejillas. Pedro se dio cuenta y las limpió con la yema del pulgar.


—Todo va a estar bien, nena—, susurró y me besó en la frente. Cerré los ojos y respiré hondo.


—Esto va a estar frío—. La doctora roció un gel en mi estómago. Pedro continuó frotando mi frente y acaricio con su enorme mano mi cabello. Me calmo tener sus relajantes manos tranquilizándome.


La Dra. Burke movió otra sonda alrededor de mi vientre y luego empujó con fuerza por encima de mi pelvis donde había encontrado el latido del corazón.


—Ahí está el bebé—. Ella dio vuelta al monitor para nosotros y apunto a la pantalla. —Ese pequeño parpadeo allí es el corazón—. Vimos como un pequeño punto negro en la pantalla oscilaba dentro de un minúsculo borrón blanco. La doctora desplazo más la sonda y el bebé se movió fuera de la pantalla. Ella empujo y pincho y luego el bebé volvió a aparecer desde un ángulo diferente.


—Y ahí está el bebé número dos—. Ella sonrió brillantemente. Mi mundo se congeló en ese momento mientras miraba el segundo latido parpadeante en la pantalla, ahora obviamente junto al lado del primero.


—Oh Dios mío. ¿Gemelos?— Mis ojos se ampliaron.


—Sí, felicitaciones. Estarás dando la bienvenida dos bebés el próximo julio.


La mano de Pedro se quedó inmóvil en mi frente y la mano que sujetaba la mía apretó hasta casi el punto de dolor. Me di cuenta de que él no había dicho nada y me gire hacia él.


Pedro...— Susurré mientras observaba su intensa mirada fija en la pantalla. No me respondió,sólo miraba al frente, sosteniendo mi mano con fuerza.


—¿Pedro?— Sin respuesta. Oh Dios esto no puede ser bueno del todo. No dejes que tenga una crisis aquí frente al doctor. Él acababa de hacerse a la idea de un bebé. Mi estómago dio un vuelco ante la idea de que ahora estaría trayendo dos bebés en nuestra casa.


—¿Pedro?— Apreté su mano para sacarlo de su trance.


—¿Gemelos?—, susurró.


—Gemelos, señor Alfonso,— respondió la doctora con un brillo en sus ojos.


—Puta madre,— susurró y se desplomó en una silla junto a la mesa. Mi boca se abrió en shock. 


Esa ciertamente no era la reacción que yo esperaba.



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