domingo, 18 de marzo de 2018
CAPITULO 30
-Está lista, Señorita Chaves?— Pedro sostuvo mi mano firmemente en la parte posterior del Bentley, sus hermosos ojos contemplándome pensativamente. Acabábamos de parar en una pista de aterrizaje privada en el Aeropuerto Internacional Logan y nos preparábamos para subir a su avión privado.
Asentí con la cabeza hacia él. No creo que pudiese hablar por lo nerviosa que estaba. En el viaje al aeropuerto apenas había tenido tiempo suficiente para que la emoción se disipara y la ansiedad comenzara. Pedro probablemente sintió mis nervios ya que había estado muy callado durante el viaje en coche. Había sostenido mi mano todo el tiempo y la acariciaba suavemente con su pulgar. Fue ese breve contacto el que me impidió saltar fuera del vehículo en movimiento. No es que no quisiera casarme con él; yo no estaba reconsiderando mi relación con Pedro, tenía dudas sobre el período de matrimonio. Nunca había estado particularmente interesada en asentarme, como mi madre a menudo decía. La visión de ella de mi futuro no había sido necesariamente el mío.
Pero nuevamente, tal vez yo nunca había encontrado a la persona adecuada. Y ahora lo había hecho.
—¿Puedo seguir trabajando?— Solté. Pedro levantó las cejas.
—Por supuesto. Si quieres. No tienes que hacerlo.— Él continuó acariciando mi mano con el cojín de su dedo pulgar.
—¿Tienes dudas?— susurró.
—No—. Eso no salió confiado en absoluto. —No,— dije con mayor énfasis.—Solo estoy nerviosa. Y tengo muchas preguntas—. Mordí mi labio inferior distraídamente.
—Bueno, no lo hagas. Porque estaremos bien.— Él saco mi labio de entre mis dientes con su pulgar. —Te amo, y tú me amas, ¿cierto?— Su mirada penetró en la mía. Asentí. —Entonces eso es lo único que importa.— Apretó sus labios en los míos en un beso abrasador. Mariposas saltaban en mi estómago tal y como siempre lo hacían cuando él me tocaba.
—Después de usted, Señorita Chaves.— Él agitó una mano hacia el avión en espera.
Lentamente una amplia sonrisa se extendió por mi rostro cuando su sonrisa se encontró con la mía. Lo bese rápidamente una vez más, me gire y avance hacia el avión sin pensarlo dos veces.
—Buenas noches, Sr. Alfonso. Hace una noche clara hacia Aspen. Sin problemas previstos.— El piloto se reunió con nosotros cuando abordamos el avión.
—Gracias Livingston—. La mano de Pedro sostuvo firmemente la mía. Aunque probablemente era un gesto posesivo, fue extrañamente reconfortante. Pedro me poseía en cuerpo y alma.
—Sr. Alfonso.— Una asistente de vuelo algo mayor, nos dio una sonrisa genuina. Sus ojos aterrizaron en mí. —Yo soy Karen.
—Paula—. Sonreí y tome su mano extendida.
—Les acompañare a Colorado esta noche. Puedo ofrecerles algo de beber?—preguntó ella.
—Sí. Vino blanco, por favor.— Estaba desesperada por detener las mariposas golpeando en mi estómago.
—Por supuesto. El Sr. Alfonso?
—Whisky, Karen. Gracias—. Hicimos nuestro camino hacia los cómodos asientos de cuero.
Me dejé caer en uno mientras Pedro dejaba nuestras maletas cerca de la parte posterior del avión y luego volvió para sentarse a mi lado.
—Estas bien?— Sus ojos me observaron con atención.
—Sí—. Alcance su mano y la apreté firmemente para tranquilizarlo.
—Aspen es hermoso ahora mismo. Yo no tengo una oportunidad de venir a menudo en el otoño.
Asentí con una suave sonrisa.
—¿Alguna vez estuviste en Colorado?
—No—. Sacudí mi cabeza distraídamente. Mi diálogo interno estaba volviéndome loca. Sentí que estaba al borde de un ataque de pánico. De hecho, sería la segunda vez en esta semana que Pedro casi me había dado uno.
—Si hay algo más que yo pueda hacer por ustedes me avisan.— Karen coloco nuestras bebidas sobre la mesa delante de nosotros.
—Gracias—. Pedro asintió con la cabeza hacia ella. Tomó mi mano con fuerza y levantó su vaso de whisky con la mano izquierda. Las palmas de mis manos estaban sudorosas y de repente estaba incómoda con su mano en la mía. Yo lo amaba. Sabía que lo hacía, pero mi cerebro ni siquiera podía empezar a procesar lo que las próximas cuarenta y ocho horas serian para mí.
Mi mano se estremeció en la suya. Pedro me miró por el rabillo del ojo mientras tomaba un suave sorbo de su bebida. Su agarre se apretó cuando extendí mi otra mano para agarrar la copa de vino. La llevé a mis labios y bebí. El líquido se apodero de mis papilas gustativas y avanzo por mi garganta, ayudándome a calmar mis nervios. Tomé otro trago y luego otro, terminando mi bebida. Karen atrapo mi mirada y yo asentí con la cabeza por otro.
Las cejas de Pedro se alzaron en sorpresa.
—No eres una alcohólica, ¿cierto?— Su boca se curvó en una sonrisa burlona. Le dirigí una sonrisa descarada y le pegué en el brazo con la otra mano. Sus labios hicieron mohín simulando dolor y se agarró el bíceps superior. Puse mis ojos en blanco ante eso.
—Te amo—. Giró su cuerpo hacia mí y pasó sus dedos por mi cabello. Sus ojos brillaban con pasión y adoración.
—Yo también te amo.— Me incline hacia él y lo bese suavemente y lentamente. Me aleje y sonreí justo cuando Karen volvió con mi vino.
—Gracias—. Le di una sonrisa avergonzada porque acababa de pillarnos besuqueándonos.
Ella sonrió de nuevo y luego caminó lejos.
—¿Estas bien?— me preguntó Pedro otra vez.
—Sí. Estoy mucho mejor que bien— Bese sus nudillos, todavía entrelazados con los míos y luego me reajuste en mi asiento para sentirme cómoda, preparándome para un largo vuelo a través de todo el país.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario