lunes, 12 de marzo de 2018

CAPITULO 11






Salí de la ducha de paredes de cristal de Pedro y me envolví en una toalla. Admiré el amplio cuarto de baño, de azulejos crema y beige. La estética era del viejo mundo, lo que contrastaba con el sombrío y moderno diseño del resto de la casa. Me acerqué al lavado que corría a lo largo de la pared y me estudié en el espejo. Los ojos verdes brillaban de vuelta a mí y mi cabello largo y oscuro caía mojado por mi espalda. Mis labios estaban hinchados por los besos de Pedro y mi piel estaba aún enrojecida por nuestra cita en la cocina.


Revolví entre los cajones hasta que encontré un cepillo para pasar a través de mi pelo. Salí del cuarto de baño de Pedro, todavía envuelta en una toalla, y encontré un par de jeans y un suéter verde de mi talla yaciendo en la cama, todavía con las etiquetas. Al lado había un conjunto de sujetador y pantys de encaje blanco, también de mi talla. Me sentí aliviada de que ahora tenía ropa que ponerme, pero era un poco desconcertante que él conociera perfectamente mi talla.


Me vestí rápidamente y me dirigí al piso principal. Pedro estaba sentado en el sofá de cuero de la sala de estar. La visión de él en pantalones vaqueros y una camiseta reclinado en el sofá me dejó sin aliento. De alguna manera, era tan íntimo ver a un hombre, que pasaba sus días vestido con trajes, relajado delante de mí en ropa casual…


Sonreí y me acurruqué en el extremo opuesto del sofá.


—¿Te sientes mejor? —Pedro dejó a un lado los papeles que había estado mirando. Asentí hacia él con una sonrisa—. Envié a Parker por algo de ropa. Espero que sean de la talla correcta.


—Lo son, gracias.


—Le dije que verde porque resalta tus ojos.


Sonreí. Pedro era dulce y atento esta mañana, nada como el exigente y controlador hombre de anoche. No es que me esté quejando de ese Pedro tampoco.


—Sabes, deberíamos ir a Aspen este fin de semana. Es hermoso en esta fecha.


Mis ojos se ampliaron en sorpresa. Madeleine dijo que él no mezclaba a amigos con placer y sin embargo aquí estaba pidiéndome que me saliera de la ciudad con él.


—Tengo una casa allí. Mi familia pasa la navidad en las montañas, —aclaró cuando yo todavía no había respondido. Esta era la primera vez que mencionó a su familia. Me pregunté acerca de ellos. ¿Cómo eran sus padres? ¿Tenía hermanos? ¿Sobrinos y sobrinas? No podía imaginarme a Pedro Alfonso en el piso jugando con los niños.


—Suena encantador. —Mi corazón se agitó ante la idea de pasar un fin de semana con Pedro.


—Así es. Te llevaré este fin de semana. Podemos tomar mi jet —Pedro sonrió—. Te va a encantar —mis ojos se ampliaron en sorpresa. Había estado alrededor del mundo de la moda por unos pocos años, así que mientras el estilo de vida rico no era ajeno a mí, nunca había afectado a mi vida personalmente. Había crecido en un hogar de clase media modesta; jets privados y una segunda casa en las montañas no eran algo que estaba en mi radar.


—¿Tú esquías? —estiré mis piernas para que se entrelazaran con las suyas.


—No. —atrapó mi pie y comenzó a frotar suavemente el arco—. Sólo quiero escapar. Así que vamos a salir este viernes por la tarde, —me informó Pedro como si yo ya hubiese dicho que sí. Me reí de él y sacudí mi cabeza. Y el Pedro exigente estaba de vuelta.


—¿Qué? —dejó de frotar mi pie.


—Nada. Tú. Yo no dije que podía ir, Pedro. Tengo cosas que hacer. Acabo de mudarme. Ni siquiera he organizado todo, —declaré sin entusiasmo.


—Trabaja en eso esta semana. Te voy a llevar —comenzó a frotar mi pie otra vez—. Volaremos el viernes a las cuatro. No te molestes en empacar, te quiero desnuda tanto como sea posible el próximo fin de semana —sus ojos brillaban.


Me incliné para aplastarlo, pero él me esquivó y entonces me tiró en su regazo y me besó profundamente.


—Usted es bastante exigente, Sr. Alfonso. —Me senté a horcajadas sobre su regazo y lo pude sentir cada vez más duro contra mi muslo.


—Usted es muy terca, Señorita Chaves —mordisqueó a lo largo de la línea de mi cuello—. Voy a llamar a mi médico esta semana para establecer una cita para que recibas la inyección. —Mi cuerpo se tensó en sus brazos.


—¿Disculpa? —me aparté, sin saber si lo había oído bien.


—Para el control de la natalidad. No es que no confíe en ti, pero la inyección es simplemente más fácil. Para los dos. Me tranquiliza y no tienes que acordarte de tomar una píldora todos los días.


—No voy a recibir la inyección —salté en su regazo.


—¿Por qué? Nadie más ha tenido un problema con eso —me miró fijamente.


—¿Haces que todas las mujeres con las que duermes reciban la inyección? Eso es presuntuoso, Pedro. Realmente presuntuoso. Además, no necesitas preocuparte porque me quede embaraza.


Sus ojos se redujeron en confusión—. ¿Por qué no?


Mi corazón se sentía como si fuera a salir fuera de mi pecho y apreté los dientes con ira—. No puedo tener hijos —me quedé mirando la obra de arte por encima de su cobertor. Cuando él no dijo nada volví para mirarlo en el sofá. Su mirada se había suavizado—. No tienes que sentirte mal. Lo he sabido durante mucho tiempo. Tuve que someterme a una operación cuando era una niña y hubo una gran cantidad de tejido cicatrizado que quedó atrás. Me es imposible quedar embarazada. —Me senté en el extremo opuesto del sofá a él—. Así que, la inyección no será necesaria. Sólo utilizo las píldoras para ayudar a regular mi ciclo —evité su mirada compasiva.


—Lo siento, Paula.


—No tienes porqué. Fue hace mucho tiempo. Así que ¿tus padres viven en Boston? —estaba desesperada por cambiar de tema.


—Sí —se deslizó más cerca de mí en el sofá y rozó mi mano con la suya—. Viven en Belmont.


Sabía que era uno de los vecindarios más ricos fuera de la ciudad.


—Técnicamente es mi padrastro, pero han estado casados desde que yo era joven, así que él es como mi papá.


—¿Tienes hermanos?


—Un medio hermano menor y una hermana. —Su pulgar trabajó círculos en la palma de mi mano con dulzura. Me dio la impresión de que estaba haciendo un esfuerzo por abrirse a mí desde que me había obligado a revelar un doloroso secreto.


—¿Y tú verdadero papá? —su mano se congeló en la mía por un momento, antes de que se relajara y comenzara a acariciarme de nuevo.


—No lo conozco. Se marchó cuando era pequeño.


Sentí que era un tema delicado—. Lo siento, —me subí en su regazo y le susurré al oído. Sus manos viajaron hasta mis muslos vestidos de mezclilla y me sujetó las caderas con fuerza.


—Fue hace mucho tiempo —su voz sonaba ronca por el dolor o la ira, no podía decirlo.


Besé sus labios suavemente, luego Pedro tiró de mi cuerpo firmemente al suyo y consumió mis labios en un beso apasionado. Me recostó en el sofá y me besó con fiereza, a continuación, presionó la longitud de su cuerpo al ras contra el mío y me perdí en Pedro Alfonso otra vez.




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