lunes, 12 de marzo de 2018

CAPITULO 10





Los azulejos estaban fríos bajo mis pies desnudos cuando bajé por las escaleras, suavemente. La casa estaba silenciosa, sin señales de Pedro. Su sentido del diseño de interiores era impecable; azulejos de mármol oscuro cubrían los pisos y la habitación estaba decorada con piezas de arte moderno. Tenía impresionantes pinturas abstractas en las paredes, que proporcionan la única fuente de color en la casa. Grandes ventanales daban a una vista fantástica del jardín público de Boston Garden, con la ciudad más allá. 


Muebles de cuero color crema estaban colocados frente a la chimenea y una acogedora alfombra blanca contrastaba con el suelo oscuro.


Me dirigí a lo que yo pensé debía ser la cocina y tomé un respiro, preparándome para enfrentarme a Pedro. Doblé la esquina y ahí estaba él, sentado con el tobillo de la pierna cruzada a la rodilla y el teléfono en su oído. Llevaba un par de pantalones vaqueros y una camiseta negra y se las arregló para lucir deliciosamente sexy. Tenía el pelo todavía húmedo por la ducha y yo no quería nada más que pasar mis dedos a través de él. Las mariposas revolotearon en mi estómago cuando reviví los recuerdos de la noche anterior.


En ese momento, Pedro levantó la vista hacia mí y un pequeño ceño se dibujó en sus labios mientras sus ojos recorrían mi vestido. Levantó un dedo y luego señaló la cafetera sobre el mostrador. Me abrí paso más allá en la cocina y tomé una taza de café al lado de la parrilla. Me lo serví e inhale el aroma, el caliente vapor calmó mis nervios al instante.


—¿Crema o azúcar? —Pedro había terminado su llamada telefónica y estaba de pie al otro lado de la cocina. Me di la vuelta para ver sus acerados ojos azules, observándome.


—Crema estaría bien —vi cómo su esbelta figura se acercaba a la alacena al lado del refrigerador y luego golpeaba la caja a mi lado en el mostrador.


—Pensándolo bien, creo que sólo me iré, —puse mi taza abajo y dejé la cocina.


—Paula, detente. Tenemos que hablar de lo de anoche.


—No hay nada que hablar. Voy a marcharme y podemos fingir que nunca pasó, —disparé de vuelta a él. Sus ojos se endurecieron en respuesta.


—No. Paula —agarró mi brazo firmemente—. No usamos protección —Pedro rechinó los dientes—. Siempre uso condón. Sólo... lo olvidé —la ira ardía en sus ojos.


—Oh, estoy en control de la natalidad —tiré del dobladillo de la camisa hacia abajo, nerviosamente.


—Oh, gracias a Dios —Pedro pasó una mano por su pelo.


—Y estoy limpia. No es que haya tenido muchas parejas, pero me he chequeado por STD’s, y estoy limpia —me detuve, esperando por su respuesta. Cuando no respondió giré sobre mis talones, sin mirarlo—. Voy a vestirme y me voy.


—Espera. ¿Es eso lo que quieres, Paula? —agarró mi brazo de nuevo—. Porque eso no es lo que quiero yo —sus ojos se suavizaron—. Lo siento. Debería haberte preguntado en lugar de actuar como un idiota. Y estoy limpio también. Me reviso regularmente —entrecerré mis ojos a él.


—Oye, de verdad, quédate. —Me empujó dentro de sus brazos y me hizo cosquillas en la oreja con su aliento—. Tendremos desayuno —lo consideré por un momento, debatiéndome. Él me besó en los labios antes de jalarme con la mano de nuevo a la cocina.


—¿Qué quieres de desayuno? —una sonrisa jugó a través de mis labios una vez me di cuenta de que no habría un momento coyote ugly esta mañana.


—Estoy bien. El café es perfecto.


—No lo creo, Paula. Vas a comer algo, no importa si yo lo hago o tenemos que salir.


Sonreí; el Pedro autoritario había regresado.


—¿Cocinas para todas las mujeres que traes a casa? —bromeé.


—Yo no traigo mujeres a casa, Paula. Nunca traigo a nadie aquí —clavó la mirada en mí.


—Oh —aparté mis ojos de los suyos.


Carter Pedrosacó huevos, pimientos, y queso del refrigerador. Rompió los huevos dentro de un cuenco y maldijo cuando un pedazo de cáscara cayó dentro. Me reí entre dientes y tomé otro sorbo de mi café. Pedro me disparó una mirada por encima de su hombro y luego una sonrisa rompió a través de su rostro. Lo observé con una sonrisa mientras él picaba el pimiento, a partir de ahí fue dolorosamente obvio que esto no era algo que hiciese muy seguido.


—No puedo verte así más —me levante y fui hacia él—. Déjame —extendí mi mano por el cuchillo.


—Gracias a Dios —me entregó el cuchillo y observó cómo cortaba en cuadrados el pimiento rápidamente.


—¿Haces esto con frecuencia, entonces? —Pedro se inclinó hacia mí, su excitación presionada contra mi trasero.


—No distraigas a una mujer que sostiene un cuchillo —me reí mientras él acariciaba mi cuello.


—Por supuesto —Pedro extendió sus brazos tonificados por encima de mi cabeza para agarrar una sartén de un estante de arriba, presionando su cuerpo contra el mío. Me volví y tracé una figura con los dedos a lo largo de la cintura de sus pantalones vaqueros, prestando especial atención a la estela de pelo que descendía por debajo de su cintura. Pedro gimió mientras colocaba la sartén sobre el mostrador y envolvía sus brazos alrededor de mi cuerpo, sujetándome entre él y el mostrador.


—¿Te he dicho lo sexy que te ves con mi camisa? —empujó sus caderas contra mí, y luego me puso sobre el mostrador—. Eres hermosa, Paula. Cada hombre tenía sus ojos en ti ayer por la noche, y cada mujer estaba celosa.


Sentí el calor subir a mis mejillas en turbación.


Sostuvo mis caderas con fuerza mientras me besaba profundamente. Envolví mis dedos en su pelo y tiré cuando un gemido escapó de su garganta.


—Desayuno, —susurré sin aliento.


—A la mierda el desayuno —tomó mi rostro en sus manos y presionó sus labios con más fuerza sobre los míos. Me levantó del mostrador y me dio la vuelta para hacer frente a la isla.—Inclínate, y agárrate al otro lado.


Obedecí y froté mis muslos juntos en anticipación.


—Lista como siempre, Señorita Chaves —Pedro deslizó sus manos hasta mis muslos y levantó la camisa para mostrar mi trasero desnudo—. Tan sexy —alisó su mano sobre mi culo y luego golpeó con dureza. Salté en sorpresa y chillé.


—Eres tan dulce, Paula. —frotó el lugar que justo había golpeado y luego sumergió los dedos más abajo, hasta deslizarlos en mi centro. Presionó dos dedos en mí y trabajó de ida y vuelta.


—No puedo tener suficiente de ti —tiró sus dedos fuera de mi cuerpo y se inclinó sobre mi espalda. Trazó ligeramente con sus dedos, húmedos de mi excitación, a lo largo de mi labio inferior, abrí mi boca y lo succioné. Mi sabor en su piel provocó que una nueva ola de excitación pasara a través de mí y me apreté contra sus caderas. El sexo antes de Pedro había sido bueno, pero el sexo con Pedro era alucinante.


—Oh, Paula—Pedro apretó las caderas contra mi trasero antes de apartarse. Oí la cremallera de sus pantalones vaqueros deslizarse hacia abajo y luego me agarró las caderas firmemente con ambas manos y se estrelló contra mí. La instantánea sensación de plenitud fue abrumadora y gemí de placer.


—¿Te gusta cuando soy duro contigo, Paula? —Pedro amasó la carne de mi trasero con su mano.


—Sí, —la palabra silbó entre mis dientes.


—Sólo yo pertenezco a este lugar —bombeó más duro—. Sólo yo. Dilo, Paula.


—Sí, sólo tú.


Pedro pellizcó el sensible brote y se estrelló contra mí, más rápido en respuesta a mis palabras. Caí sobre el acantilado y mis piernas estaban inmediatamente débiles con el placer. 


Pedro sujetó mis caderas y bombeó una vez más antes de llegar a su propio clímax y aminorar la marcha. Frotó mi trasero y luego, lentamente, se retiró de mí. Me dio la vuelta en sus brazos y me abrazó fuertemente contra su pecho, apoyando mi cuerpo contra el suyo. Apoyé mi cabeza en su hombro y suspiré profundamente. Mis venas zumbaban con placer mientras Pedro me abrazaba y me acariciaba el pelo con la mano.


Terminamos de hacer las tortillas y comimos juntos tranquilamente en la isla.


—¿Quién es Madeleine? —pretendí preguntar con indiferencia.


—Una amiga. Una asociada de negocios. ¿Por qué? —llevó otro bocado a su boca.


—Por nada.


Pedro arqueó una ceja.


—Se me acercó ayer por la noche, afuera. Parecía... posesiva.


—Simplemente cuida de mí. Es inofensiva. —Tomó un sorbo de su café—. ¿Quieres salir hoy? O nos podríamos quedar aquí —deslizó su mano a lo largo de mi torso sugestivamente. Me reí mientras se ponía de pie entre mis piernas y envolvía sus brazos alrededor de mí.


—Me gustaría tomar una ducha antes de hacer cualquier otra cosa. —me aparté.


—Pero me gusta mi aroma en ti. —agachó la cabeza y chupó mi labio inferior en su boca. Su atención chamuscó un camino de calor directamente a mi núcleo. Se apartó suavemente, corriendo un pulgar por mi mejilla—. Puedes usar la ducha de mi habitación. Yo ya tomé una esta mañana, de lo contrario me uniría a ti —sonrió. Salté del taburete y Pedro golpeó con fuerza mi trasero en mi camino fuera de la cocina.



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