martes, 13 de marzo de 2018

CAPITULO 14





A la mañana siguiente me desperté con un masivo dolor de cabeza de dar vueltas en la cama toda la noche. Pedro había estado tratando de llamarme y yo había seguido ignorándolo. Cata me preguntó cuál era el problema, pero yo no estaba dispuesta a hablar de ello, considerando que nuestra pelea involucraba a su hermano.


Mi cerebro necesitaba procesar todo primero antes de tomar cualquier decisión. Pedro y yo habíamos pasado de una breve introducción en una fiesta a follar en su oficina una semana después. Todo lo que podía pensar era en una gran dosis de cafeína en mi sistema.


Entré en mi vestidor y busque algo caliente para protegerme del frío de octubre. Aunque hacía buen dinero, no era rica, de ninguna manera. La ropa de diseñador era la única cosa en la que yo estaba dispuesta a gastar, y las otras áreas de mi vida habían estado sufriendo por ello. No tengo un coche, no era necesario en una ciudad tan congestionada como Boston de todos modos, así que ahorraba el pago del coche y el seguro. También era muy frugal en otras áreas de mi vida. No comía fuera a menudo y excepto por el alquiler, mis cuentas eran bastante bajas.


No todo lo que llevo es de diseñador, adoro mi par de desgastados tejanos Gap igual que la chica de al lado, y jamás he encontrado una tienda de segunda mano que no me guste. La ropa hermosa es una forma de arte, una que tenía la capacidad de transformar mi estado de ánimo.


Finalmente elegí un vestido suéter Burberry que tenía rayas negras y azul marino y un escote redondo. Era casual y cómodo, pero aun así se ajustaba lo suficiente como para ser halagador. 


Me puse un par de botines y me dirigí a la cafetería con la esperanza de sacar a Pedro Alfonso de mi cerebro y hacer u poco de trabajo.


Me senté trabajando durante unas horas, bebiendo un triple latte de vainilla cuando una corpulenta figura se cernió sobre mi mesa.


—Paula.


Mi corazón saltó en mi garganta al oír su helada voz. Lamí mis labios nerviosamente y mire a los acerados ojos azules. El aire abandonó mis pulmones. No quería hacer esto aquí. No quiero hacer esto en absoluto.


—¿Ocurre algo malo con tu móvil?— Rechino él con los dientes apretados.


—No—. Sostuve su mirada.


—Entonces ¿por qué coño no has contestado mis llamadas?— Parpadeé ante sus duras palabras.


—No voy a hacer esto, Pedro.


—Oh, vamos a hacer esto.— Cerró mi portátil y lo metió en mi bolsa. Crucé los brazos y resoplé.—Me merezco una respuesta, Paula—. Arrojó mi bolso sobre su hombro y me arrastró por el hueco del codo.


—Puedo caminar, gracias.— Arranque mi brazo de su agarre y me dirigí a las puertas de la cafetería. Él cogió mi codo otra vez y me arrastró hasta el asiento trasero del Bentley.


—Conduce — le espetó a Parker en el asiento delantero antes de subir el vidrio de privacidad.


—¿Cuál es tu maldito problema?— Sus ojos se clavaron en los míos.


—¿Mi problema? Tu intentando dictar quienes son mis amigos es mi problema—. Me crucé de brazos y mire por la ventana.


—Es tu ex, no creo que sea mucho pedir— gruñó Pedro.


—Bueno, yo creo que sí. ¿Hemos terminado? Tengo trabajo que hacer.


—Por lo menos puedes mirarme?— El tono de Pedro se suavizó. Tomé una respiración profunda y me obligué a relajarme y pensar
racionalmente. Gire y lo miré furiosamente. Una pequeña mueca se dibujó en sus labios. Me senté en silencio esperando a que dijera algo más.


—Me gustaría que no estuvieras enojada conmigo—. Sus ojos eran suaves y sinceros.


—Ojalá que no fueras un controlador, acosador e inseguro—. Escupí. 


Sus ojos levantaron con sorpresa ante el veneno en mi voz.


—Está en tu vida?— Sus ojos me observaron.


—Sí — le dije sin expresión.


—¿Para siempre?


—Tal vez.


Pedro tomó un profundo suspiro. Pude ver los pensamientos dando vueltas en su cabeza.—¿No lo quieres?


—No.


—¿Y si digo que puedo vivir con él estando en tu vida? entonces ¿No estarías enojada conmigo?— No pude evitar la sonrisa que levantó las comisuras de mi boca ante su infantil pregunta.


—No lo sé, Pedro. No puedes decirme con quién puedo andar. No amo estar alrededor de Sebastian, pero él es el hermano de Cata, Así que está alrededor. Y no voy a renunciar a Cata, nunca.— Arrastre la frase.


—Te quiero de regreso, Pau.— Su mano rozó mi brazo y envolvió sus dedos con los míos—Haré cualquier cosa, si vuelves.— Me apretó la mano. 


Me senté mirando nuestras manos entrelazadas.


No sé si podría hacer frente a sus cambios de humor; y si estaba dispuesta a hacerlo. Estar con Pedro era tan estupendo, pero podía ponerme lo suficientemente enojada como para escupir balas. Suspiré y trabajé nuestra breve relación otra vez en mi cerebro.


—Te he dicho que te quiero de vuelta, Paula, y tú no has dicho nada.— Pedro dio vuelta a mi cuerpo para enfrentarlo a él.


—Tú me haces enojar, Pedro—. Lo miré.


—Yo hago enojar a muchísima gente.— Él siguió observándome. —Pero estamos bien, ¿no?— Las esquinas de sus labios se levantaron en una pequeña sonrisa.


—Sí—, admití, todavía un poco enojada. —¿Puedo ver a Sebastian?


Pedro dejó escapar un suspiro. —Sí, no me gusta, pero puedes.


—¿No vas a decir nada?— Arquee una ceja.


—No—. Apretó la mandíbula.


—¿Alguna otra regla?


—Nada de vestidos cortos alrededor de él—. Y con eso Pedro me arrastró a su lado del asiento y me sentó a horcajadas sobre su regazo. —Y contesta el puto teléfono la próxima vez.


—No quería hablar contigo—. Crucé mis brazos y una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.


—Me vuelves loco, mujer.— Sus palmas se arrastraron hasta la piel desnuda de mis muslos y por debajo de mi vestido.


—Tú me vuelves loca.— Tire de su pelo entre mis dedos. Una sonrisa se levantó en un lado de su boca y mi corazón se derritió. Le di un beso largo y suave en los labios y saboree su gusto. 


Inhale su esencia a agua fresca y mis nervios zumbaron con energía.


—No podía soportar que no contestaras mis llamadas.— Él se apartó y me susurró al oído. 


Tomé otra respiración y acaricié el hueco de su cuello. 


—No puedo esperar para llevarte lejos este fin de semana—. Paso su mano por mi cabello.


—Yo también— susurré en su oído.




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