martes, 13 de marzo de 2018
CAPITULO 13
—Mmm, huele delicioso. — Inhalé cuando Pedro me recibió en la puerta principal. Llevaba un delantal sobre los vaqueros azules que colgaban sueltos sobre sus caderas. Le entregué la botella del Merlot que había traído y él me besó de lleno en los labios en señal de saludo. Profundice el beso, agarré su culo y apreté.
—No puedo esperar para la cena—, dije en un susurro gutural.
—Eres terrible, Paula.
Le guiñe un ojo y lo pase entrando en el vestíbulo.
—Espagueti?— Me dirigí a su cocina de dónde provenía el delicioso aroma.
—El mejor en Boston—. Pedro abrió el vino mientras yo cogía dos copas de vino.
—Vamos a ver este as.— Me burle de él. Sumergí una cuchara de madera en la burbujeante salsa de tomate y probé. —Oh, Pedro, —gemí de placer.
Él arqueó una ceja y un flash de calor cruzó sus ojos.
—Eres una distracción, Paula. Al comedor, ve. — Me guió fuera de la cocina. Sonreí y balancee mis caderas, sabiendo que sus ojos estaban puestos en mí.
Me senté en la mesa y un minuto más tarde Pedro paseó fuera de la cocina con dos platos de espagueti, y pan de ajo. Llenando nuestras copas de vino y degustando la pasta.
Comer espaguetis era una experiencia embarazosa en los mejores momentos, pero mis nervios estaban sobrecargados tratando de comer con cierta elegancia frente a Pedro.
—Tienes salsa—. Sus ojos destellaron en diversión cuando hizo un gesto hacia la esquina de mi boca. Enrojecí de vergüenza y deslicé mi lengua a lo largo de mi labio inferior para recoger la salsa. Los ojos de Pedro se ampliaron por un momento y luego se inclinó con un peligroso destello en sus ojos. Toco la esquina de mi labio suavemente con el cojín de su dedo pulgar y luego lo deslizo entre sus labios y chupo suavemente. Mi corazón tronaba en mis oídos.
—Tu sabor más la salsa de tomate es delicioso. — Sonrió. Rodé mis ojos. Gire más pasta alrededor de mi tenedor y tome un bocado, sorbiendo los fideos errantes entre mis labios con una sonrisa.
—Como una dama—. Pedro sonrió. Mi lengua saltó hacia fuera a lo largo de mis labios para limpiar la salsa. Lo ojos de Pedro se quedaron en mis labios y me miro con una sonrisa lujuriosa.
—¿Terminaste?—Pedro levantó una ceja.
—Todavía no—. Baje mi tenedor y alcance mi copa de vino, bebiendo el líquido rojo y dejándolo arremolinarse sobre mis papilas gustativas. Cerré mis ojos y gemí suavemente ante el rico líquido deslizándose por mi garganta. Oí a Pedro gruñir y mis ojos se abrieron justo cuando Pedro me alcanzo y atrapo en sus brazos.
—A dónde vamos?— Mis cejas alzaron en confusión.
—Mi cama—, murmuró con los dientes apretados. Pedro me llevo por las escaleras a la planta superior y me recostó en su cama. Se arrastró sobre mí, levantando mi vestido en el camino. Hizo un camino a largo de mi cuello con su lengua y luego pellizco mi carne entre sus dientes. Presione mis caderas contra su dureza y enrede mis dedos en su sedoso pelo, color caramelo.
—Oh Dios, Pedro. Por favor.— Jadee.
—Por favor, ¿qué?— Amaso la carne de mis senos a través de mi vestido.
—Desvísteme.— Arquee mi cuerpo hacia el suyo. Él me arrastro hacia delante y tiró de la tela sobre mi cabeza luego jugo con el tirante de mi sujetador con sus dientes antes de zafarlo de mi hombro.
—Tan hermosa.— Bajo las copas, obligando a la carne alzarse sobre la tela. Pellizco un pezón entre sus dedos y tomo el otro en su boca. Una oleada de calor se condujo directamente a mi centro. Pedro tenía la capacidad de llevarme al borde del orgasmo con unos simples toques.
—Por favor, Pedro— me queje. Él trazo mi montículo desde el exterior de mis bragas, dándome la fricción que mi cuerpo anhelaba.
—Dime lo que quieres—. Sus dedos volaban sobre la tela.
—Tu, te deseo. Follame, Pedro—. Me retorcí contra la palma de su mano.
—Con placer—. Pedro agarró el borde de mis braguitas y me las arrancó. Me volteo en la cama con mi trasero al aire.
—Tan sexy—. Pasó su mano sobre las curvas de mi cuerpo y luego sumergió sus dedos en mi centro. —Y siempre tan lista para mí.
Escuché la cremallera de sus pantalones bajar.
Empujé mi trasero más hacia él alentándolo y lo sentí contra mis nalgas. Su mano bajó en un rápido manotazo al mismo tiempo que se estrellaba dentro de mí. La plenitud fue instantáneamente abrumadora y un gemido escapó de mi garganta. Pedro torció su mano en mi pelo y tiró duro para que mi espalda se arqueara hacia él. Bombeo rápido y furioso, como si él no pudiera conseguir bastante de mí.
—Tan jodidamente caliente, Paula. Tu cuerpo luce hermoso cuando te tomo así.
Mis manos se retorcieron en las sábanas mientras luchaba por mantener el control. Mi interior pulsaba ante sus palabras. Sabía que me vendría pronto, y no podía pensar en detenerlo. Mis paredes comenzaron a acelerar en anticipación.
—Todavía no, Paula— Pedro se retiró de mí tan rápido como había entrado. Me giro y sostuvo mis tobillos por encima de sus hombros. Mordí mi labio inferior; mi cuerpo estaba tan abrumado ahora mismo que me esforcé por no caer al precipicio ante el más leve roce de su piel.
—Abre los ojos, quiero verte cuando llegues—. Pedro entro en mi otra vez. —Dios, te sientes tan bien.— Mis manos apretaron la parte superior de sus muslos mientras él golpeaba en mí. Unos mechones errantes cayeron sobre su frente y su piel resplandeció con un fino brillo de sudor. Se veía hermoso sin lugar a dudas y era un hombre crudo, primal. Bajó una mano para presionar sobre mi montículo y trabajó haciendo círculos en mi sensible centro con su pulgar. Él presiono, pellizco y aligero su toque, sólo para repetir el proceso otra vez.
—Joder, me encanta estar dentro de ti, Paula—. Pedro me penetro y pellizco y caí sobre el borde, incapaz ya de detener mi orgasmo. Sentí a Pedro perderse dentro de mí y mi cuerpo se estremeció de placer ante su lento empuje antes de que él finalmente cubriera con su largo y esbelto cuerpo el mío. Pude sentir nuestros corazones golpeando juntos furiosamente mientras que luchábamos por controlar nuestra respiración.
Pedro mordisqueo el lóbulo de mi oreja con sus dientes y presiono luego sus labios en la piel de mi cuello.
—Eres tan hermosa, —susurro él en mi oído. Solo puede sonreír en respuesta, mi cuerpo todavía débil. Corrió sus dedos a través de mi enredado cabello y lo coloco detrás de mí oreja, tomado una larga y profunda respiración. —Hueles delicioso—Susurro. Suspire contenta y después rodé y envolví mis brazos alrededor de su cuerpo. Abrí mis ojos lentamente unos cuantos latidos después para encontrarlo mirándome pensativamente. Una sonrisa se extendió por mi rostro.
—¿Qué? —sonrió él.
—Tu—susurre.
—¿Que pasa conmigo? — Trazo la forma de mi oreja con su pulgar.
—Eres todo amoroso después del orgasmo.
Sus cejas se levantaron en sorpresa—Supongo que sí—Él me beso suavemente en los labios.
—Vendrías conmigo a cenar mañana? Tengo una reunión con un cliente y su esposa, son negocios, disfrazado como cena. — Remonto mis labios con su pulgar.
—Me lo estás pidiendo? —Mis cejas se arquearon en sorpresa.
—Por supuesto—Él se alejó.
—Usualmente me dices donde debo estar, a qué hora, y que debo vestir. —Le sonreí.
—Puedo hacer eso también, si tú quieres. —Sonrío satisfecho.
Mis dedos trazaron a lo largo de las líneas de su clavícula y hombro.
—No puedo ir. Le prometí a Cata y a Sebastian que iría a la parrilla japonesa que acaba de abrir a la vuelta de la esquina. Ellos me han estado molestando durante una semana, pero yo estado consumida por alguien. — Le sonreí a su vez.
— Vas con Sebastian? — Su cuerpo se tensó al instante.
— Sí, ¿por qué?, — Mis ojos se dispararon hacia él.
— Él seguro está alrededor mucho—se quejó Pedro.
— Es hermano de Cata — me encogí de hombros.
— Quiere entrar en tus pantalones, Paula —. Los ojos de Pedro se clavaron en los míos.
— No, no lo hace. — rodé los ojos.
— Sí. — los dedos de Pedro se apretaron en mi cadera desnuda.— Yo no comparto, Paula. — sus ojos destellando posesivamente.
— No seas tan cavernícola. — lo empujé lejos con cierta fuerza para hacerle saber que estaba hablando en serio. — Sebastian y yo somos noticia vieja. Él ha seguido adelante, e incluso si no lo ha hecho, estoy interesada en alguien más — Sonreí y tracé mi pulgar a lo largo de la curva de su boca. La mano de Pedro me agarró la muñeca y la apretó con fuerza.
—¿Qué quieres decir con que él siguió adelante? Tu saliste con él?
—Hace mucho tiempo. En la secundaria. — Traté de tirar de mi mano.
—¿Te has acostado con él? — el agarre de Pedro se apretó alrededor de mi muñeca.
Apreté los dientes con rabia.
Aleje mi mano fuera de su alcance —Sí, perdí mi virginidad con él cuando tenía dieciséis años. — Los ojos de Pedro ardían de furia.
Apretó la mandíbula mientras el silencio se extendía entre nosotros.
— Cuando terminaron?
—Cuando yo era estudiante de primer año en la Universidad.
—No quiero que lo veas. Nunca. — Sus ojos se estrecharon en mí.
—Qué lástima. Él es hermano de Catalina, está en mi vida. —rodé fuera de la cama y recogí mi desechado vestido.
—¿Lo amas? — Mi cabeza giró ante su sincera pregunta.
—Por supuesto que no. Creo que lo hice en un momento. Pero yo tenía dieciséis años, Pedro. — Deslice el vestido encima de mi cabeza.
Él me miró pensativamente.
—No quiero que lo veas. No puedo soportar la idea de sus manos sobre tu cuerpo, Paula. No puedo soportar que cuando te mira, él sabe cómo te ves sin ropa. No puedo soportar que él haya estado donde yo he estado—. Una furia fría se instaló en sus ojos.
Apreté los dientes con rabia. Me puse mis zapatos y luego di media vuelta y salí de la habitación de Pedro, baje las escaleras y fui directamente a su puerta principal.
Caminé a través de Beacon Street y las puertas del jardín público. Seguí el tortuoso camino con pasos enojados. Mi teléfono zumbó en mi mano y baje la mirada para ver el nombre de Pedro parpadeando en la pantalla. Preocupada mordí mi labio inferior con mis dientes. Golpeando silencio y lanzando mi teléfono en mi bolsa.
No quería verlo. No estaba interesada en hablar con él. No había nada que pudiera decir que podría excusar su comportamiento. El pensamiento de que él controlara a quien podía y a quien no podía ver era absurdo.
Pedro me había aturdido desde el día que lo conocí. En el poco tiempo que lo conocía se las había arreglado para consumir toda mi vida. Al menos había mostrado su verdadera cara antes de que yo entrara en lo profundo.
Aflojé mi ritmo porque sabía que ya estaba adentro muy profundo. Necesitaría tiempo para recuperarme del sexy, peligroso, controlador, y embriagador Pedro Alfonso.
Saqué mi teléfono de mi bolso y encontré ocho llamadas perdidas y seis nuevos mensajes de texto en los pocos minutos que me había llevado a cruzar el jardín y salir hacia Arlington.
‘CONTESTA EL TELÉFONO!’ Leí el último mensaje. Suspiré. Estaba tratando de intimidarme otra vez. Tiré el teléfono en el bolso con fuerza, crucé la calle y me dirigí a casa.
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