sábado, 17 de marzo de 2018

CAPITULO 27





—Oye, ¿cómo estuvo Nueva York? — Cata me dio una cálida sonrisa cuando entré en el apartamento.


—Fue agotador. — Dejé caer mi bolso y la bolsa de La Perla en el suelo.


—Gran vestido. ¿Qué está mal? — Cata dejó su Tablet abajo y se dirigió hacia mí. Yo di un gran suspiro. Era más que reconfortante verla. 


La envolví en mis brazos y sollocé en su hombro.


—Dios, Paula, ¿qué pasó? — Me frotó la espalda. 


Seguí llorando en su hombro, sin poder siquiera responder.


— No lo sé. — Me aparté y me limpié las lágrimas de mis mejillas. — No sé lo que pasó. Pedro me siguió a Nueva York, lo que fue una sorpresa. Lo que hizo fue extraño, manifestando su derecho sobre mí ante mis padres, pero ese no es el problema. Tuvimos estos increíble, románticos días en su apartamento. Y luego, cuando volé de vuelta, fui a su oficina... — mis sollozos me cortaron de nuevo.


—Sólo respira, Paula, respira. Si te lastimó le cortaré las pelotas. En serio.


—No, no. Fue genial. Tan perfecto. Y me dio este vestido. — Alisé mis manos sobre la tela. —Nos preparábamos para ir a cenar, y luego me encontré con esa cosa.


—¿Qué quiere decir con esa cosa?


—En el baño. Cosas de chicas. Perfume.— Mi corazón se aceleró al recordarlo. Cata entrecerró sus ojos mirándome, esperando una explicación más detallada.


—Y ni siquiera eso es el problema, Me explico, yo lo di por terminado. —Le dio una sonrisa débil. —Pero cuando estábamos en la cena me dijo que se había comprometido con Madeleine. Comprometido, después de las cosas que ella me dijo en el baile, él nunca me lo dijo. Y después de la gran pelea que tuvimos acerca de Sebastian. Prohibiéndome verlo, y Madeleine es su ex novia. Y todavía son amigos. Esa puta trabaja con él.


—Bueno, eso no es tan terrible, Paula. Tu puedes superar eso.— Cata me frotó el brazo para tranquilizarme.


—Tal vez, pero cuando me enojé y me fui al baño en el restaurante, él irrumpió y, Dios, ni siquiera quieres saber lo que pasó. En un momento gritaba, yo estaba gritando, y luego estábamos follando, y luego....


—Espera, ¿follaste en el baño?— Los ojos de Cata se abrieron con sorpresa. Asentí con un pequeño sollozo.


—Él me dijo que me amaba, Cata, justo después de esa salvaje, y áspera follada, después de que habíamos estado gritando, y yo estaba llorando, me dijo que me amaba.— Me repantigué sobre el taburete de la barra.


—Jesucristo, Paula. — Cata se sentó a mi lado. —¿Lo amas?


—¿Qué? — Mi cabeza se disparó a ella. —No lo sé. Dios ha pasado dos semanas. No sé— mi voz se fue apagando.


—Yo sabía que te amaba. — Cata sonrió.


—¿Qué? ¿Qué quieres decir? — La miré.


—Simplemente lo sabía porque pude ver la forma en que actúa contigo, las mujeres persiguen a Pedro Alfonso, él no las persigue. He estado en Boston hace unos años,... He oído mucho acerca de Pedro Alfonso, especialmente de las niñas llorando en los cubículos de los baños en los clubes, pero eso es el punto. Él es diferente contigo, Paula. — Me alisó el pelo. — Tú lo amas también.


Mis ojos se dirigieron a ella y la seguí mirando por un momento. 


—No somos el uno para el otro, Cata. Realmente, no lo somos. Estamos tan jodidos juntos. Un minuto es lo mejor, y al siguiente es lo peor. — Estaba masticando mi labio inferior de nuevo.


—Eso es como debe ser. Los buenos tiempos hacen que valga la pena los tiempos difíciles, sin embargo, ¿no es así?— Me encontré los ojos de Cata y le di una pequeña inclinación de cabeza.


Pedro Alfonso vale la pena. La forma en que se siente cuando estoy con él hace que valga la pena.— Ella sonrió de nuevo.


—¿Vas a estar bien?


—Sí, sólo tengo que procesar todo esto. Voy a tomar una ducha, y a salir de este vestido.— Tiré de la tela más debajo de mis muslos con un meneo. Cata me dio una gran sonrisa y un fuerte abrazo cuando me puse de pie.


—Te quiero, Cata— Le apreté.


—Yo también te quiero.— Me pasó la mano por el pelo.


Salí de la ducha y me puse unos pantalones de pijama y mi sudadera de la Universidad de Massachusetts. Me acurruqué en el tejido blando y me dejé caer en la cama, acurrucándome con una de mis almohadas. 


Mi mente daba vueltas. Él me había dejado hace menos de una hora y ya me sentía un poco mejor después de hablar con Cata y después de una ducha de agua caliente. Sólo quería bloquear las últimas horas y conciliar el sueño, y luego despertar mañana con una perspectiva fresca, con suerte.


Escuche a Cata hablando y miré el reloj. Ya eran más de las diez, tal vez estaba hablando por teléfono. En ese momento, Pedro entró por la puerta de mi habitación. Su pelo era salvaje y tenía una mirada desesperada en sus ojos.


Salí corriendo en la cama


—¿Qué pasa?


—Paula.—Se dejó caer de rodillas en el borde de mi cama y me agarró las caderas con las dos palmas de sus manos. Apoyó la cabeza en mi regazo y le pasé los dedos por el pelo.


—Sabía que algo estaba mal cuando me fui. Sabía que no quedamos bien. Traté de volver a casa. Traté de hacer ejercicio, hacer algo de trabajo, ir a la cama. Mis sábanas se sienten vacías cuando no estás allí. El latido de tu corazón me ayuda a dormir. Tu respiración alivia mi alma. Sé que estás enojada, pero, por favor no me dejes. No corras de mí Paula, Te amo, más de lo que sabía que jamás podría amar a nadie. Cuando estamos separados no pienso en nada más que en ti. Eres mi todo.


Tomé respiraciones lentas y profundas y vi la hermosa cabeza de Pedro en mi regazo. Pasé la mano por su cuello hasta la zona fuerte en su espalda superior y rodeé con mis dedos sus músculos. Durante mucho tiempo había pensado que me consumía, que esto sólo iba en una dirección, que me iba a dejar en cualquier momento una vez que se diera cuenta de yo no encajaba en su mundo.


Y sin embargo, allí estaba.


Mis manos se movieron a su cara y le sostuvo la cabeza entre mis manos. 


—Oye, mírame.


Su cabeza se mantuvo abajo.


—Mírame, Pedro— Lo obligué a levantar la cabeza y a que me mirara a los ojos. —Tú me consumes. Lo tengo tan profundo que apenas si puedo respirar. Cuando estamos juntos me quitas el aliento, y cuando estamos separados estoy perdida. No voy a correr de nuevo, lo prometo. ¿Qué puedo decir para que me creas?


La fiera mirada de Pedro se mantuvo con la mía con una intensidad de la que sólo él era capaz. 


— Cásate conmigo. Ve a la cama conmigo cada noche, y despierta conmigo todos los días por el resto de mi vida.


El aire abandonó mis pulmones




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