lunes, 19 de marzo de 2018
CAPITULO 33
-Vamos, arriba, dormilona ―Pedro me besó en la frente. Gruñí como protesta. ―Tenemos mucho que hacer hoy. No casamos mañana.
Me puse derecha en la cama de un golpe. Los ojos de Pedro se abrieron como platos por un momento antes de que las comisuras de su boca se levantaran en una sonrisa. Colocó una taza caliente de café en mis manos. Sostuve el calor entre mis palmas e inhalé el rico aroma.
Ayudó a despabilarme, y entonces al instante le regresé el café. Sus ojos se estrecharon confundidos.
―Baño ―chillé y salté fuera de la cama.
Escuché una ronca risa detrás de mí.
Lancé la puerta del baño para que se cerrara detrás de mí y busqué el inodoro. Mis ojos se movieron por la habitación una, dos veces, de regreso una tercera vez. ¿Cómo demonios es que no podía encontrar el inodoro en un baño?
La habitación era un espacio enorme, abierto, con un gran jacuzzi colocado en el centro.
Techos abovedados y ventanas del piso al techo mostraban una vista de las montañas a lo lejos.
Una gran ducha esquinera con baldosas de vidrio estaba al lado de las ventanas, y un tocador se extendía a lo largo de una pared.
Y aun así ningún inodoro.
Comencé a dar golpecitos con el pie en el piso exasperada por la necesidad de ir al baño. Y entonces noté una pequeña pared embaldosada apartada en la esquina del tocador. Corrí hacia allá y al instante solté un suspiro de alivio mientras rápidamente me bajaba la ropa interior.
Cuando terminé, me paré frente a los espejos.
Mi cabello estaba arrugado y enredado, y no del modo sexy. Mis ojos están rojos por nuestra sesión nocturna y pude ver un débil indicio de ojeras bajo mis ojos. Simplemente me veo exhausta.
Había una gran parte de mí que quería posponer el que nos casáramos, no por estar reconsiderándolo, sólo para que no me viera como un desastre en el día de mi boda.
Encontré la camisa de anoche de Pedro descansando sobre el tocador y me la puse sobre el sostén y las bragas. Tuve un recuerdo de la primera vez que había usado la camisa de Pedro y mi corazón se hinchó de amor. Sólo había sido hace unas cortas semanas. Me acurruqué en su aroma en el cuello de la camisa y mi corazón saltó unas veces en mi pecho. Lo amaba tanto. Amaba todo sobre él. Nuestros buenos ratos sobrepasaban por mucho los malos. Cerré los ojos mientras un escalofrío de excitación me atravesaba. Lograría ir a la cama con Pedro cada noche de mi vida y despertaría con él cada mañana.
Un pequeño golpe sonó en la puerta del baño y me di la vuelta para encontrar a Pedro asomándose.
―¿Todo está bien aquí?
Se veía deliciosamente sexy apoyado contra el quicio de la puerta con un par de jeans y una simple camisa blanca. Quería enredar mi cuerpo alrededor del suyo y nunca soltarlo.
―Sí ―caminé hacia él, depositando un beso en sus labios y después tomando mi taza de café de su mano―. Te amo ―rocé mi nariz con la suya afectuosamente.
Él envolvió un pesado brazo alrededor de mi cintura y puso su mano en mi espalda baja, atrayéndome para un cálido abrazo.
―Bebe, dama. Tenemos mucho que hacer hoy. Y el número uno en tu lista es encontrar un vestido.
Me atraganté con el líquido caliente.
―¿Dónde se supone que encontraré un vestido? Pensé que sólo iríamos al Juzgado de Paz o algo así ―mis ojos buscaron los suyos por respuestas.
―¿Juzgado de Paz? Ni de cerca lo suficientemente bueno para mi chica ―sonrió―. Una diseñadora de vestidos de Denver vendrá a las diez. Traerán todo lo que tienen de tu talla. Tengo que encargarme de unas cosas en la ciudad, pero no me tardaré ―me condujo fuera de la habitación con una mano y bajamos las escaleras.
Entramos en la hermosa cocina con techos abovedados y una gran isla de exquisita madera rodeada por banquillos afelpados. Había un pequeño desayunador con vistas a las montañas. Estaba comenzando a pensar que esta casa alardeaba de una vista en cada cuarto. La encimera de oscuro granito contrastaba hermosamente con los gabinetes de exquisita madera, con la loza de piedra caliza y las paredes color crema.
―¿Huevos… crepes…? Creo que esa es toda la extensión de mis ofertas culinarias en la mañana ―me sonrió.
―Recuerdo tu talento en la cocina, vale ―coloqué mi taza de café en la encimera y rodeé con fuerza su cintura con los brazos―. Y no tiene nada que ver con comida ―apreté su trasero juguetonamente.
Puso los ojos en blanco y luego bajo la cabeza para rozar mis labios con los suyos. Deslicé mis manos hacia su pecho y tiré de la tela de su camisa para acercarlo más a mí. Un pequeño gemido escapó de mi garganta cuando profundizó el beso y movió sus caderas contra las mías de manera insinuante.
Envolví las manos alrededor de su nuca y tiré de sus labios a los míos con más fuerza, moviendo mis caderas contra las suyas en un rítmico movimiento. Me aparté para tomar un rápido respiro mientras le hacía cosquillas a lo largo de la suave piel bajo su oreja con mis labios. Cerré los ojos e inhalé su delicioso aroma, dejándome intoxicada con lujuria.
Él apretó su agarre en mis caderas y me apartó de él con suavidad.
―No va a suceder, Paula.
Hice un mohín y lo miré a través de mis pestañas con la esperanza de que cambiara de opinión.
―¿Está seguro de eso, Sr. Alfonso? ―ronroneé y deslicé mi mano por su excitación escondida detrás de la mezclilla de sus jeans. Aspiró bruscamente y sus ojos se oscurecieron. Me mordí el labio y mi ritmo cardíaco se aceleró al ver la lujuriosa mirada en sus ojos.
Cerró los ojos y pasó una mano por mi enredado cabello.
―Desayuno, Paula ―abrió los ojos de golpe para encontrar los míos con una nueva mirada de determinación.
Resoplé por la frustración sexual.
―Testarudo ―murmuré en voz baja.
Sus ojos se abrieron con sorprendida diversión.
―¿Qué dijo, Señorita Chaves? ―enterró los dedos en mis caderas y me hizo cosquillas.
Traté de escabullirme pero no lo permitió.
―Pedro ―supliqué entre risitas.
―¿Dijiste algo, Paula? ―traté de escabullirme de su agarre. Levantó una ceja como desafío.
―Dije que, usted Sr. Alfonso, es un testarudo ―empujé su pecho tratando de escapar todavía.
Su boca se extendió en una amplia sonrisa. Me dio la vuelta y me levanto sobre la isla, impulsándose entre mis piernas. Una mano recorrió mi espalda, tomando mi largo cabello en un puño mientras tiraba suavemente.
―Cuida tu vocabulario, Paula. No me tomo bien ser provocado ―empujó sus caderas en mi centro con firmeza.
―Ni yo tampoco ―rodee su cuello con mis brazos y me contoneé más cerca de él buscando más fricción.
Recorrió hacia abajo la curva de mi cuello con un dedo, su otra mano aun aferrada con fuerza a mi cabello y arqueando mi cabeza a un lado. Rozó sus labios a lo largo de mi garganta y continuó moviendo su excitación contra mi centro. Un suave gemido escapó de mis labios.
―Sé que no ―sus labios depositaron suaves besos debajo de la sensible piel bajo mi oreja―. ¿Qué quieres para desayunar? ―exhaló suavemente en mi oído y después se apartó de mí con una diabólica sonrisa.
Mis ojos se abrieron de golpe y solté un decepcionado suspiro. Apreté los labios y lo observé un momento antes de bajarme de un salto de la isla.
―Bueno, dado que casi moriré de hambre si dependo de tus habilidades, creo que me las arreglaré por mí misma ―abrí la puerta de la despensa y mis ojos se abrieron como platos por un momento cuando me di cuenta de que era una despensa de pasillo. Prácticamente del tamaño de mi habitación en casa. Los estantes estaban apilados del piso al techo con comida en caja y enlatada, botellas de agua, y más.
―¿Listo para el apocalipsis? ―fruncí el ceño y después mis ojos se iluminaron ante lo que estaba buscando.
―¿Pop-Tarts,Paula? ―Pedro frunció el ceño.
―Están en tu casa. ¿Tostador?
―Imagino que las dejó mi hermano. Tienen una afinidad por la comida chatarra ―sonrió.
Me reí de él con fingida ofensa.
―Cierra la boca e indícame el tostador.
Se rio y me señaló un gabinete bajo la encimera.
Saqué el tostador y puse las Pop-Tarts dentro.
Apoyé la parte superior de mi cuerpo en la encimera y crucé las piernas por el tobillo, meciendo las caderas adelante y atrás esperando a que mi desayuno saltara. Podía sentir la tela de la camisa de Pedro subiendo por mis muslos y el jadeo proveniente del otro lado de la habitación me dijo que él también lo había notado. Justo entonces fuertes manos rodearon mi cintura y sentí sus caderas presionarse contra mi trasero. Mantuvo mis caderas quietas con una mano y con la otra recorrió hacia arriba la curva de mi columna bajo la camisa. Acarició suavemente mientras presionaba su endurecida excitación contra mí. Me empujé hacia atrás contra él y cerré los ojos. Mi respiración se volvió irregular y deseé que rompiera su promesa de abstinencia.
Acarició de regreso hacia abajo por mi espalda y después deslizó su palma hacia arriba sobre la camisa para llegar a mi cabello. Pasó sus dedos con ternura, y luego apretó su agarre y dio un suave tirón.
―Tú. Me. Vuelves. Loco ―se inclinó sobre mi cuerpo y dijo en mi oído con un ronco susurro.
Una sonrisa jugaba en mis labios mientras empujaba contra su excitación queriendo con impaciencia dar el siguiente paso.
―Oh, no, Paula. No hasta después de que te cases conmigo ―y así como así el cuerpo de Pedro se apartó del mío, rompiendo todo contacto. Gemí con decepción justo cuando mi Pop-Tarts saltó. Pedro puso un plato a mi lado en la encimera y me giré hacia él con un resoplido y una mirada asesina. Sonrió, bebió el resto de su café y después salió de la habitación.
―Treinta minutos, Paula ―soltó tras él. Dios me ayude pero amo a ese exasperante y sexy hombre.
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