lunes, 19 de marzo de 2018

CAPITULO 35





Después de que la diseñadora se fue subí a la habitación principal que Pedro y yo estábamos compartiendo y rebusqué mi bolso en busca de mi teléfono. Cuando salimos apresuradamente del departamento, Cata sabía que estaríamos fuera por el fin de semana pero no tenía idea de la propuesta o de que saldríamos corriendo a casarnos.


Marqué su número. No tenía intención de revelar ese pequeño trozo de información ahora, pero iba a ponerme en contacto y avisarle que habíamos llegado a salvo.


Contestó al primer timbre y hablamos por un rato. Le conté lo maravillosa que era la casa de Pedro en las montañas. Preguntó si nos estábamos divirtiendo, y sabía que se estaba refiriendo al ardiente sexo que solíamos tener. 


Mascullé que de hecho él había puesto un alto a esa situación.


―¿Qué? ―un chillido provino del teléfono.


―Quiere… abstenerse hasta que resolvamos algunas cosas ―solté una pequeña mentirijilla. 


Imaginé que me encontraría con un poco de resistencia de su parte acerca de nuestra decisión de casarnos, y no estaba dispuesta a discutirlo a mil quinientos kilómetros de distancia. Sería más fácil dar las noticias cuando llegara a casa y no se cambiara la situación. No era que tuviera miedo de que ella pudiera disuadirme de ello, sabía que no podría, nadie podría… y por esa razón no estaba dispuesta a defenderme ante alguien más.


Platicamos por un rato más antes de que me deseara unas buenas vacaciones y colgamos. 


Me sentí inmensamente culpable por no compartir la noticia más grande de todas con ella, pero era el modo en el que tenía que ser por ahora.


Escuché a Pedro llegar a casa un poco después y bajé las escaleras para saludarlo.


Llegué al final de las escaleras, buscándolo. La casa estaba en silencio. Caminé por el piso principal buscándolo. Afuera del salón encontré un pequeño estudio con la puerta entreabierta. 


Asomé la cabeza para encontrar a Pedro al teléfono. Cuando alzo la vista le sonreí y lo saludé con la mano pero antes de que pudiera irme me hizo señas para que entrara y me sentara en su regazo.


Me senté mientras él continuaba su conversación telefónica. Su cálida mano paseo de arriba abajo por mi espalda mientras yo escuchaba su profunda voz hablarle a la persona al otro lado de la línea.


Pedro siguió por unos minutos más antes de terminar la llamada y luego depositó un dulce beso en mi nuca.


―¿Almorzaste? ―le pregunté.


―No, tengo unas llamadas más que hacer y después buscaremos algo.


―Te dejaré entonces. Sólo quería checar ―comencé a levantarme de su regazo antes de que sus manos se deslizaran a mis caderas y me sostuvieran con firmeza.



―Quédate aquí, no tardaré ―subió una mano por mi espalda y masajeó. Sonreí y asentí antes de que su teléfono sonara de nuevo.


Contestó con voz entrecortada.


Hurgué de manera ausente por algunos de los papeles en su escritorio mientras él acariciaba suavemente mi espalda de arriba abajo. Una foto enmarcada estaba en su escritorio y la levanté para verla.


Era Pedro y asumí que eran sus padres y hermanos afuera de la casa de Aspen. Una atractiva e impresionantemente mujer mayor que asumí era su mamá tenía una cálida sonrisa en su rostro. Su padre era guapo con cabello entrecano y una encantadora sonrisa. Pedro tenía un brazo alrededor de su mamá, y otro alrededor de la que pensé era su hermana menor, quién era bajita con el mismo cabello oscuro y sonrisa brillante de su mamá. Al lado de ella estaba quién asumí era su hermano; un hombre que se vería parecido a Pedro, con excepción de que era más alto y tenía el mismo cabello oscuro que su mamá y su hermana. 


Tenía una gran sonrisa de espíritu libre en el rostro.


La calidez y felicidad en el rostro de Pedro calentó mi corazón. No era el Presidente Ejecutivo controlador, o el hombre de negocios, o el mujeriego, estaba en casa con su familia, despreocupado y amado. Tal vez el único lugar donde se sentía feliz y cómodo. 


Claramente ellos eran su lugar seguro. 


Esperaba algún día ser eso para Pedro. Nuestra relación había sido tan tumultuosa, el pensamiento de que quizá sólo seríamos la causa del dolor del otro pasó volando por mi mente.


Bajé la fotografía y respiré hondo, nunca apartando los ojos de la hermosa sonrisa en el rostro de Pedro congelada en el tiempo.


Pedro y yo tuvimos momentos espectaculares también; sólo teníamos que encontrar la manera de resolver los difíciles. Pedro debió haber sentido mi inquietud porque deslizó su mano hacia arriba por debajo de mi blusa para hacer contacto con mi piel. Sus dedos se deslizaron más allá de los delicados tirantes de mi sostén y subieron por mi nuca en donde las puntas de sus dedos se movieron suavemente y luego comenzaron a frotar en pequeños círculos.


Suspiré profundamente y cerré los ojos. No había ningún lugar en donde preferiría estar en este momento que sentada justo en el regazo de este guapo hombre.


Me giré para verlo, envolví ambos brazos alrededor de su cintura y deslicé mis manos bajo su camisa para tocar su suave piel aterciopelada. Puse la cabeza en su hombro y me acurruqué en su cuello mientras él seguía hablando por teléfono. Su otra mano se apretó alrededor de mi cintura y se hundió bajo la cinturilla de mis jeans para provocar mi piel.


Pedro terminó su llamada abruptamente y luego colocó su otra mano en mi muslo.


―¿Estás bien, hermosa? ―deslizó un brazo alrededor de mi cuerpo y frotó mi espalda.


―Sí ―susurré. Llevó una de sus palmas a mi largo cabello para acariciarlo tiernamente.


―¿Me lo juras?


―Sí. Te amo ―me aparté para mirarlo a los ojos―. Sólo quiero asegurarme que estamos seguros de hacer esto. Que no tienes dudas. Hemos peleado tanto… ―mi voz se desvaneció, preocupada porque cambiara de parecer.


―Estoy justo aquí contigo. No hay ningún otro lugar en el que preferiría estar que aquí, casándome contigo mañana. Si es que todavía estás conmigo ―inclinó mi barbilla hacia arriba con su mano―. ¿Estás conmigo? ―susurró.


Asentí mientras las lágrimas brotaban de mis ojos.


―Sin lágrimas ―limpió una con su pulgar―. Nos va a ir tan bien, Paula. Te lo prometo. Para mí no hay nadie más que tú ―me besó de modo tranquilizador y su mano serpenteó alrededor de mi cuello para sostenerme suavemente contra él.


―Te amo ―se apartó.


―También te amo ―apoyé mi frente en la suya con una sonrisa.


―Bien. Ahora vamos a comer ―me dio esa sexy, sonrisa torcida y se paró, sujetándome firmemente a él. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y me aferré a él mientras me sacaba cargando de la oficina y entrábamos a la cocina, provocando mis labios con los suyos todo el camino.



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