jueves, 22 de marzo de 2018

CAPITULO 44




El operador nos dio una sonrisa cuando abrió la puerta y salimos. Oré que él no sospechara lo que habíamos estado haciendo.


—Sí que valió la pena.— Deslicé mi mano en el bolsillo de atrás de los pantalones de Pedro y le di a su trasero un apretón juguetón. Envolvió su brazo alrededor de mi hombro y me tiró hacia él, colocando un beso sobre mi cabeza con una amplia sonrisa.


Condujimos hacia la entrada del resort y nos adentramos en la carretera principal hacia la ciudad. Mi mano descansaba en su muslo mientras él conducía, rastreando las crestas de la mezclilla delicadamente en pequeños círculos. Sus ojos se iluminaron y él me miró por el rabillo del ojo con una pequeña sonrisa.


—¿Quieres conseguir algo de comer?— Sus ojos estaban en el camino mientras nos acercábamos a la ciudad.


—Seguro, algo ligero. No creo que mi estómago pueda manejar demasiado después de ese paseo arriba y abajo de la montaña—. Mis mejillas se calentaron ante el doble sentido de mi declaración. Él sonrió mirándome cuando vio mi vergüenza y juguetonamente le golpee en el pecho.



Pedro estaciono fuera de una cafetería que habíamos frecuentado los últimos días, tenían pasteles y el café más delicioso de la ciudad. Salimos del coche y Pedro sostuvo mi mano al ingresar en la tienda. Escogimos una mesa junto a la ventana con una vista de los nevados en la distancia.


Pedro se acercó al mostrador e hizo nuestro pedido mientras yo registre mi cartera buscando las pastillas. Las guarde en la palma de mi mano y espere a que Pedro volviera con las bebidas.


Se sentó en el asiento frente a mí y deposito el agua sobre la mesa entonces levantó una ceja cuando vio las pastillas en mi mano.


—¿Pensé que estabas en control de natalidad? ¿Para qué es esa otra píldora?—preguntó.


—Para las migrañas. Las he tenido más frecuentemente en las últimas semanas; resulta que estuve bajo enormes cantidades de estrés.— Le sonreí, un recordatorio de los altibajos que habíamos pasado las últimas semanas en casa.


Los ojos de Pedro se suavizaron y una mirada de dolor cruzó sus profundidades azules.


—¿Tienes migrañas?


—Sí. Van y vienen sucesivamente, pero estaban poniéndose bastante regulares por un tiempo. — Le di una pequeña sonrisa cuando tomé las pastillas y las baje con el agua.


—¿Has tenido alguna últimamente?—, susurró.


—¿La semana pasada? No. No desde el viernes.— Mi mente se desvió hacia la noche que se propuso a los pies de mi cama. Una mirada triste todavía permanecía en su rostro así que extendí mi mano a través de la mesa para sostener la suya.


—Estoy bien, Pedro, de verdad. Estoy mucho mejor que bien. Estoy genial. Y nosotros estamos geniales—. Le di una mirada severa con la esperanza de despertarlo de su bajón.


—Lo sé, simplemente me siento mal por todo lo que pasamos. Por todo lo que te hice pasar. Lo siento, Paula. — Tomó mis dos manos entre las suyas y me miró con tristeza.


—Ambos hicimos esto Pedro. Mis inseguridades. Tu pasado, de alguna manera se combinó para hacer una perfecta tormenta. Pero estamos bien ahora, y te amo—. Le sonreí.


—Sí, estamos bien—. Él bajó la cabeza, su largo cabello cayendo sobre sus ojos, y presionó un beso en el interior de cada una de mis manos.


—Sólo prométame que siempre vamos a buscar una solución de cualquier cosa. Tú vales la pena para mí, Paula. Puedo ser un culo, pero por favor, dame una oportunidad de ocuparme de ello. No corras, —susurró.


—No lo voy a hacer, Pedro. Lo prometo. Sin correr.— Llevé una de sus manos a mis labios y le di un beso en los nudillos. Sólo entonces la camarera trajo nuestra comida y café. Dejé caer las manos de Pedro al instante y tomé mi café, bebiendo el líquido caliente y sintiendo la calidez del calor a través de mi cuerpo. Levanté la vista hacia las montañas en la distancia y sonreí.


—¿Un latte grande de vainilla?— preguntó.


—Delicioso—. Una amplia sonrisa se extendió por mi cara y me sentí tan feliz que note lágrimas picando en el borde de mis ojos.



—Eres espectacular cuando sonríes—. Los ojos de Pedro danzaron con amor. Aparté los ojos, avergonzada cuando él decía cosas como esas. Agarré la mitad de un bagel, queso crema y le unte antes de tomar un gran bocado. 


Aparentemente mi estómago se había calmado y ahora tenía un hambre voraz. Pedro sonrió y luego cogió un muffin y lo desenvolvió, llevando un bocado a su boca con una sonrisa.


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