jueves, 22 de marzo de 2018

CAPITULO 45




Pedro y yo pasamos el fin de semana encerrados en su casa bebiendo vino y viendo películas mientras que una tormenta de nieve soplaba de las montañas. El tiempo finalmente estaba actuando un poco más acorde a las montañas rocosas a finales de octubre, y menos con los últimos vestigios del verano como había estado la semana pasada. 


Yo estaba agradecida por la cálida temperatura el día que nos casamos, pero había algo que hacía que mi corazón se hinchara cuando nevaba en las montañas con Pedro.


Su casa, aunque grande, era el refugio ideal en las montañas rocosas para escapar, con muros acentuados en piedra y chimeneas, vigas de madera y suelos de madera cubiertos de alfombras bien gastadas. El mobiliario era resistente y de gran tamaño; su casa entera era un contraste directo con el estilo moderno de la que había en Beacon Street. Me encantaban las dos. Había algo tan limpio y satisfactorio en las líneas afiladas de la casa de Pedro en Boston y algo tan cálido y acogedor sobre ésta. Cuando le pregunté sobre ello dijo que su mamá felizmente había diseñado el lugar de arriba hacia abajo, incluso agrego una ventana en un pequeño muro con vistas a la montaña para mostrar un hilillo de agua de manantial corriendo por el saliente rocoso. Parecía como si la casa fuera un ser vivo, respirando parte del paisaje.


El domingo por la tarde, una semana después de casarnos, Pedro estaba recibiendo algunas llamadas de Boston en su oficina y yo estaba vagando por la biblioteca en el lado opuesto de la habitación familiar. La habitación era pequeña e íntima, con unas sillas de cuero marrón, situadas alrededor de una pesada mesa redonda de madera. Parecía un lugar donde los caballeros se sentaban para jugar a las cartas y fumar cigarros.


Las paredes llenas de estanterías iban del piso hasta el techo y cada estante estaba lleno de libros antiguos. Vague alrededor y arrastre un dedo a lo largo de los lomos de los libros. Me encontré con clásicos como Chaucer y Shakespeare, libros de diseño moderno, historias de la América Colonial, Colorado y el oeste americano.


Agarré un libro sobre la historia de Aspen, me acurruque en una de las sillas y hojee las páginas. El libro contenía hermosas fotos viejas de la calle principal, y algunos de los edificios eran sorprendentemente reconocibles.


—Encontraste la biblioteca—. Pedro deposito una mano a lo largo de mis hombros y tocó con la cálida palma de su mano la parte posterior de mi cuello debajo de mi cabello. Sonreí ante su toque.


—Es hermoso aquí.— Gire y me enfrente a él cuando se dejó caer en la silla junto a mí.


—Mi papá ama los libros. Es un coleccionista.


—¿Cuánto tiempo ha venido tu familia a Aspen?


—Mucho tiempo. Tomamos viajes de esquí aquí cuando yo era niño, ya que Dario y Emma tenían unos añitos. Siempre alquilamos un lugar, pero cuando empecé a hacer dinero, una de las primeras cosas que hice fue comprar una casa aquí, una especie de agradecimiento a ellos por todo lo que han hecho por mí. Le di a mamá el control total del diseño; le encanta la decoración de interiores y lo único que papá quería era una biblioteca e insistió en una mesa redonda para jugar al poker—. Corrió su mano a lo largo del borde biselado. —Yo he jugado mucho poker aquí, y sabes...— Sus ojos centellaron mirándome maliciosamente. —Siempre he pensado que tiene la altura perfecta...— Arrastro su voz mientras se ponía de pie y me levantaba de la silla, colocando mi trasero en el borde de la mesa. Arquee una ceja hacia él y reí.


—He querido follar en esta mesa desde que la tengo—. Paso sus manos por mis piernas desnudas y la tela de mis pantalones cortos. —Eres tan caliente cuando corres alrededor de la casa en estos pequeños pantalones cortos. Cada vez que te alejas de mi me vuelves loco.— Deslizo sus palmas más arriba de mis muslos debajo del algodón. —Tienes un gran culo, Paula—. Él sacudió sus caderas en mi centro. —Levanta ese trasero—, susurró en mi oído cuando rasguño con sus dientes a lo largo de la carne sensible. Mi corazón trono erráticamente en mi pecho y coloque las palmas de mis manos sobre la mesa y levante mi trasero. Pedro se tomó su tiempo para deslizar la tela hacia bajo de mis piernas y dejarla en el suelo junto a sus pies.


—Te dije que te quería desnuda tanto como fuera posible mientras estuviéramos aquí,— gruñó él en mi oído. Moví mi trasero más cerca del borde de la mesa, mi núcleo buscando algún alivio para la presión. Él empujo sus caderas en mí para que yo pudiera sentir su excitación bajo el dril de algodón de sus vaqueros. Mi respiración quedo atrapada cuando la áspera tela se arrastró sobre mi húmeda entrada.


—Pon tus pies sobre la mesa y extiende las rodillas, Paula—. Se alejó y sus ojos sostuvieron los míos con una oscura y lujuriosa mirada. Mi respiración se aceleró cuando atrape su mirada. Esos acerados ojos azules me penetraron con emoción y pasión, dejando mi cuerpo en llamas.



Hice tal y como me dijo, colocando mis pies al borde de la mesa, dejándome expuesta y vulnerable para él. Agarro mi camisa y la jalo sobre mi cabeza, aspirando una fuerte respiración cuando se dio cuenta de que yo no estaba usando sujetador.


—Haces esto para provocarme.— Él mordió su labio inferior.


Extendió sus manos hasta mis rodillas y paso suavemente sus manos por mis muslos. Sus ojos se dirigieron a los míos, después a mi cuello desnudo, a mis excitados pezones, a mi estómago y luego aterrizaron en mi centro. Me retorcí un poco bajo su mirada. Su lengua saltó hacia fuera y mojo su labio inferior antes de que su mirada encontrara la mía con intensidad.


—Agarra tus tobillos y no te muevas.


Ahí estaba el controlador dios del sexo que mi cuerpo anhelaba. Cerrando mis manos sobre mis tobillos, me sentí ligeramente contorsionada, mi culo casi colgando de la mesa y mis talones firmemente plantados. Pedro soltó el botón de sus vaqueros y bajo la cremallera, sin romper el contacto visual conmigo. La intensidad reflejada en su mirada produjo un pozo caliente de pasión entre mis piernas e inadvertidamente me moví una vez más, sin aliento.


Pedro se inclinó sobre mí y deslizo una mano por mi cabello, empujándolo detrás de mis hombros y exponiendo mi cuello.


—¿Quieres que te folle sobre la mesa, Paula?— gruñó él suavemente.


Asentí. Estaba tan excitada que mi cerebro era incapaz de formar palabras.



Él agarro mi cuello con una mano mientras que con la otra sostuvo mi cadera firmemente, manteniéndome quieta sobre el borde de la mesa. Me provocó con la cabeza de su longitud dentro y fuera de mis pliegues, moviéndose arriba y abajo suavemente, reuniendo mi excitación y causando que se deslizara alrededor de mi centro, sin entrar en mí, sólo burlándose, suavemente jugando, volviéndome loca. Empuje mis caderas hacia él con un gemido.


—Dije que no te muevas, Paula.— Él continuó jugando con mis pliegues, pasando su longitud arriba y abajo dándome solo la suficiente fricción sin causar que llegara.


—Quiero sentirte—, susurre suavemente.


—Lo sé—. Él continuó provocándome —Me encanta cómo te sientes envuelta alrededor de mí.— Apretó un poco más fuerte al pasar su longitud por mi hendidura. Mi respiración aumentó aún más. —Encanta estar dentro de ti, Paula,— murmuro mientras hacía cosquillas en mi oreja con su lengua. Mi cuerpo estaba sobre el acantilado, incapaz de conseguir la suficiente fricción para caer, pero tan cerca, tan cerca de allí.


—¿Te quieres venir, Paula?— susurro en mi oído.


—Sí.


Sus dedos se deslizaron hasta mis costillas y ahuecaron la carne de mi pecho bruscamente. Él bromeó alrededor del pezón y justo cuando estaban dolorosamente duros, pellizco rudamente, casi demasiado y un exquisito sentido de dolor y placer recorrió mi cuerpo y golpeó directamente mi centro. 


Gemí de placer y frustración.


Pedro, por favor.



Pasó su longitud de arriba abajo por mi centro más lento y más duro, proporcionando sólo un poco más de fricción en mis hipersensibles nervios. Gemí y eche la cabeza hacia atrás, mi cabello cayendo detrás de mí y cepillando a lo largo de mi espalda desnuda, una deliciosa sensación en mi carne hipersensible.


Pedro sostuvo con una mano firmemente la base de mi espalda manteniéndome en mi lugar cuando se trasladó más arriba y abajo de mi hendidura mientras yo empujaba mis caderas hacia él. Mi cuerpo estaba tan excitado, que mi cerebro estaba perdiendo los pensamientos conscientes.


—¿Vas a llegar, Paula?


—Sí,— solté. Él se movió más rápido y más duro y la sensación causó que los dedos de mis pies se curvaran.


—Venga, Paula. Ven por mí,—dijo él las palabras y acarició más rápido cuando exploté ante las sensaciones combinadas de su estimulante excitación, sus manos masajeando mi espalda, mi cabello barriendo sobre la mesa y sus palabras enterrándose en mi cerebro. Los fuegos artificiales estallaron detrás de mis párpados y grite de placer.


Pedro, oh Dios,— gemí, con mi pecho pesado.


—Eres tan hermosa cuando vienes—. Su pulgar siguió bailando alrededor de mi pezón, prolongando la sensación de mi clímax. Él continuó sosteniéndome en el borde de la excitación, sin dejarme volver hacia abajo, mientras se deslizaba lentamente en mí. Cerré mis ojos y lloriqueé. 


Corrió la palma de su mano encima de mi pierna y agarro mi cadera apretándome firmemente, golpeando ferozmente en mí.


—Te sientes tan jodidamente bien, Paula.



—Sí,— gemí, —Te sientes perfecto.— jadee mientras él continuaba su empuje, sujetándome firmemente en el lugar sobre el borde de la mesa.


La sensación de él completamente dentro de mí, enterrado tan profundo debido a mi posición sobre la mesa, mis piernas ampliamente extendidas y mis pies plantados en el borde, era casi demasiado para soportar. Él salió totalmente de mí y lloriquee por la pérdida, entonces me penetro de nuevo rápidamente, sin estar dispuesto a seguir sin mi cuerpo por mucho tiempo.


—Eres tan perfecta, Paula. Tan jodidamente perfecta. Esto...—se estrelló aún más duro,—es tan jodidamente perfecto para mí.— Su cabello caía sobre su frente y yo quería extender una mano para tocarlo; para apartarlo de su cara, pero si soltaba una de mis piernas interrumpiría nuestra perfecta cadencia.


Él continúo penetrándome sin descanso, a veces tirando hacia fuera completamente y luego estrellándose de vuelta.


—Voy a llegar, Paula. ¿Estás lista? Ven conmigo,— gimió él, sus ojos cerrados herméticamente.


—Sí,— jadee y asentí con la cabeza frenéticamente. Él empujó su pulgar en mi hipersensible nudo y yo me perdí en el placer. 


Supuse que Pedro había alcanzado su clímax porque lo oí gemir y susurrar mi nombre varias veces, pero mi cerebro estaba perdido en otra estratosfera. Las sensaciones del sexo sobre el borde de la mesa, la forma en que él golpeaba en mí tan profundamente, mi cerebro era incapaz de pensar coherentemente. Yo estaba inundada de placer, sensación y calor. Mis piernas se sentían como líquido, mi núcleo temblaba, los dedos de mis pies curvados con calor, mi cerebro zumbaba con las réplicas de placer.



Sentí a Pedro inclinarse hacia adelante, con la cabeza apoyada en mi hombro para recuperar el aliento. Lo sentí retorcerse dentro de mí mientras los últimos restos de su orgasmo seguían pulsando a través de él, vaciándose en mí.


Su pelo rozó mi piel sensible y contuve el aliento ante la nueva sensación.


Solté mis tobillos y dejé caer mis pies para que colgaran sobre la mesa. Curve mis dedos en sus cabellos húmedos y me recosté sobre la mesa, aspirando respiraciones profundas del aire fresco, tratando de recuperar el aliento. El cuerpo de Pedro exhaló encima del mío. Todavía conectados en el centro y la imagen mental de como debíamos vernos recostados allí causó que mi corazón tronara. Esta erótica imagen — otro recuerdo o imagen-mental para guardar en mi corazón para siempre.


Gire mis dedos en su pelo y frote con mi otra mano arriba y abajo de su piel aterciopelada, limpiando el sudor. Tenía la urgencia de probarlo, así que saque mi lengua y lamí la piel de su cuello debajo de la oreja. Degustando su salado, sensual y masculino sabor.


Pedro debe haber estado todavía perdido en el placer, porque no reconoció mi sensual lamida en un lugar que normalmente era sensible para él. Tomé una respiración profunda e inhalé su delicioso aroma dulce que me enloquecía. Otro recuerdo que guardar bajo llave para siempre.


—Eres increíble—, susurró cuando su respiración se había desacelerado lo suficiente como para hablar.


—Tú también—, murmure suavemente mientras continuaba frotando arriba y abajo su espalda con mi mano. Pase un dedo por el centro de su columna vertebral, sintiendo cada cresta mientras bajaba, entonces sentí la inclinación de su espalda, y luego como se ensanchaba de nuevo hacia las mejillas de su atractivo y tonificado trasero. Le di un apretón rápido en una mejilla, asegurándome de enterrar mis uñas con una risita, y él tiró la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos.


—Eso es un poco caliente—. Sonrió mirándome. Rodé mis ojos hacia él. — ¿No estás lista para la segunda ronda todavía?— Sonrió.


— Me acabas de follar hasta la próxima semana en una mesa de poker, Pedro. Creo que voy a necesitar por lo menos un par de horas para recuperarme


Se echó a reír y me levantó de la mesa con él. 


—Vamos, vamos a golpear la bañera de hidromasaje. Podría ayudar a aliviar algunos de esos doloridos músculos.— Sonrió. Me mordí el labio y lo seguí escaleras arriba hasta la habitación principal a continuación en el aire fresco de la montaña donde nos deslizamos en la bañera de hidromasaje y disfrutamos de la turbulenta agua caliente acariciando nuestros cuerpos



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