jueves, 22 de marzo de 2018

CAPITULO 46





La semana siguiente volví a trabajar, si bien desde una sala de estar en las montañas rocosas. Pedro trabajó en su oficina, pero dejó la puerta abierta, así estábamos siempre a la vista del otro. A veces yo me acurrucaba en la silla de cuero en su oficina con mi portátil y trabajamos juntos. Era perfecto, tranquilo y dulce. Una sensación de serenidad se había apoderado de nuestra relación. Todavía no habíamos hablado acerca de cuándo deberíamos ir a casa, y una parte de mí estaba temiéndolo. Esto era lo más tranquilo que Pedro y yo habíamos estado, era como si el dulce aire de la montaña llenara nuestros corazones con amor, respeto y satisfacción. Tenía un miedo irracional de que el volver a Boston causaría que la burbuja se reventara.


Nos despertamos el siguiente sábado por la mañana con planes de ir a un festival de vino. Presentaba viñas locales únicamente — a Pedro le encantaba descubrir y apoyar los negocios locales. Puesto que ambos disfrutamos del vino, era la manera perfecta de pasar el último día de otoño.


Agarrados de la mano mientras caminábamos a través de un parque, con una docena o más de tiendas de vinos locales. 


Cada tienda tenía pantallas con una breve historia, hermosas fotos de sus propiedades y una selección de sus mejores vinos. Yo estaba envuelta en un grueso y colorido suéter y leggings con la mano de Pedro entrelazada con la mía. Él vestía un par de sexy jeans azul desteñidos que encajaban en su trasero tan perfectamente que era como si tuvieran un ajuste personalizado para su cuerpo, que pensándolo bien, tal vez era posible. Llevaba una camisa con cuello en V de color gris oscuro con una sexy chaqueta de cuero sobre él. Eso junto con su pelo siempre revuelto, dejaba mi cuerpo en un estado de semi-excitación.


Caminamos de la mano y probamos las ofertas de vino de cada proveedor. Pedro habló con los dueños y estaba bien informado sobre el vino y la viticultura. ¿Hay algo que este hombre no sabía? Pedro tomó unas cuantas tarjetas de sus favoritos diciendo que iba a pedir un poco al llegar a casa. Al decir esa palabra hizo que mi estómago se encogiera.


Pedro debió haber notado mi silencio en respuesta porque me apretó la mano mientras nos sentábamos en un banco con vistas a una fuente.


—¿Todo bien?— Ladeó mi cabeza para mirarlo a los ojos.


—¿Cuándo nos vamos?


—¿A casa?— se encogió de hombros. —Esta semana. Tengo una reunión el jueves que no puedo perder, me gustaría volver a casa unos días antes para organizarme. Hemos pasado fuera casi dos semanas, Paula. — Me miró pensativamente.


—Lo sé.


—¿No estás lista para irte?


—La verdad, no. Me encanta aquí.— Jugué con el anillo en mi dedo. La luz se atrapo en las piedras y se fracturó en un millón de diferentes direcciones. Esto representaba mis pensamientos en ese momento. Sentí que mi corazón y mi cabeza estaban siendo arrastradas en direcciones diferentes. Mi corazón seguiría a Pedro a cualquier lugar, pero mi cabeza tenia tantos temores sobre nuestro futuro.


—Yo también. Especialmente por todos los recuerdos que hemos hecho.— Una pequeña sonrisa se dibujó en su rosto. 
—Pero tengo que volver. Podemos venir aquí pronto. Tal vez para Navidad, a menos que quieras ir con tus padres...—se detuvo con interrogación. Sacudí mi cabeza en silencio.


—¿No quieres volver a Boston en absoluto?— Él entrecerró los ojos en confusión.


Suspiré profundamente, pensando qué decir. 


—Me encanta aquí... Amo como somos aquí. Ha sido perfecto...— Mi voz se apagó.


—Y... ¿tienes miedo de que en Boston no será perfecto?


No respondí mientras gire el anillo nerviosamente alrededor de mi dedo.


—Oye, lo que hemos descubierto aquí, no va a dejarnos. Esto es entre tú y yo. No tiene nada que ver con Aspen. Somos nosotros. Lo prometo—. Él me dio una sonrisa alentadora.


—Pero, allí tienes tanta historia. Odio adentrarme en eso en todo momento,—murmuré.


—Volvemos a esto, ¿entonces?— Quitó su mano de mi muslo y al instante mi cuerpo entero sintió la pérdida. Mi corazón se aceleró porque esto se sentí como una ruptura. 


Su pequeño movimiento lejos de mí ante la exasperación parecía como una señal de nuestro futuro, que ante cualquier señal de problemas, él levantaría sus paredes otra vez.



—Todavía ves... algunas de esas personas.— Elegí mis palabras tan sabiamente como era posible.


—Pero me casé contigo.— Apretó él sus dientes en ira. —No voy a hacer esto aquí. No tiene sentido, no sé por qué sigues sacando el tema. Pensé que había probado que eres para mí. Puse un maldito anillo en tu dedo. Eres mía y yo soy tuyo. Te dije que nadie importaba antes que tú.— Él me miró furioso. La cólera ardía en mi estómago y endurecí mi mandíbula.


—Lo que sea, Pedro—. Me levante y empecé a caminar hacia el estacionamiento.


Las largas zancadas de Pedro siguieron unos pasos detrás de mí hasta que llegamos al coche. Me paré en la puerta y crucé mis brazos esperando que desbloqueara la puerta.


—¿Entonces no vas a hablar conmigo?


Lo mire por el rabillo de mi ojo, pero mantuve mi boca cerrada.


—Paula, joder. Madura. Cuando las cosas se ponen difíciles siempre te vas, pero yo soy tu marido, no más huidas—. Agarró mi codo y me giró para enfrentarme a él. Le permití sostener mi brazo y seguí mirándolo fijamente. Los recuerdos de todas nuestras peleas en las últimas semanas pasaron por mi mente como en una película. Una explosión de cólera atravesó mi cuerpo.


—Déjame ir, Pedro—. Arranque mi brazo de su agarre.


—No hagas una escena—. Me advirtió.



—Entonces abre la maldita puerta.— Sostuve su mirada. 


Él abrió mi puerta y la sostuvo para que yo pudiera entrar. 


Me senté enojada en el asiento y cruce mis brazos de nuevo, mirando fijamente por la ventanilla.


Pedro se dirigió por el otro lado del coche y se puso al volante. Giró la llave y el coche cobro vida. Lo tiró en reversa y salió del estacionamiento. Rodé mis ojos. Viajamos en silencio unos pocos kilómetros y por el rabillo de mi ojo pude ver sus puños apretados alrededor del volante, con los nudillos blancos.


—¿Así que nunca debemos volver a Boston? Eso no va a funcionar, Paula. Me encantaría tenerte aquí desnuda todo el tiempo, follarte cuando quiero, pero tengo un negocio que atender. Todo no puede ser sobre ti, —escupió él.
Mordí el interior de mi mejilla.


 —Sólo quería hablar de ello Pedro. Tenemos una mala historia. Somos una puta montaña rusa, quería hablar contigo, pero te pusiste como un jodido loco. No es que debería sorprenderme, has actuado como un loco desde el principio,—espete mientras miraba los árboles de color amarillo brillante avanzando a toda velocidad por la ventana. 


De repente el coche giro a la derecha y nos deslizamos por un pequeño sendero que trepaba a las montañas. El camino era áspero y definitivamente no hecho para un coche antiguo.


—¿Adónde vamos?— Giré mi cabeza para mirarlo. Incluso de perfil podía ver que estaba lo suficientemente enojado como para escupir balas, pero el conjunto endurecido de su barbilla, el borde recto de su nariz, sus pobladas cejas sobre sus pestañas largas y oscuras — parecía peligrosamente guapo. Mi corazón latía con una mezcla de ira y excitación. 


El hombre me volvía jodidamente loca.



—Tú me vuelves loco, Paula—. Detuvo el coche en un pequeño desvío, así estábamos escondidos de la carretera principal. Golpeó los frenos y el cinturón de seguridad se enterró en mi piel. Apreté los dientes y lo observe. Él apretó el volante con los puños.


—Tú me vuelves tan jodidamente loco todo el tiempo.— Él abrió la puerta del coche y saltó, pateando un neumático.—¡Joder!— gritó él y enterró sus manos en su pelo. La acción causó que la camisa y la chaqueta se levantaran y revelaran sólo una pequeña porción de piel suave y dorada por encima de la cintura de sus pantalones. Mis ojos se lanzaron a él al instante y la visión me excito.


—Hijo de puta!— Pateó las rocas. —Tan jodidamente loco!— Lo observe en silencio desde el coche.


Él se paseó más arriba en el sendero y caminó alrededor de una ligera curva por lo que estaba fuera de mi vista. Esperé unos momentos preguntándome qué hacer antes de abrir la puerta y golpearla tan fuerte como pude. No me importaba si era vintage o no, ese hombre hacia que mis entrañas hirvieran.


Cerré mis puños a mis costados y pisotee por el sendero doblando la esquina para encontrar a Pedro apoyado en un árbol, con los codos encima de la cabeza, la frente apoyada en los antebrazos. Sus largas piernas estaban extendidas en un ángulo lejos del árbol y se veía increíblemente sexy. Puse los ojos en blanco, enfadada conmigo misma por estar tan increíblemente excitada por él.


—¿Podemos volver al coche?— Dije a sus espaldas. Él no se movió. Podía verlo respirar profundamente, probablemente tratando de calmarse. —¿Podemos hacer esto en casa?— Rodé mis ojos ante su comportamiento infantil.


—No, aparentemente no podemos, porque casa es Boston, y al parecer no quieres volver. Así que no estoy seguro a donde ir.— Vi sus puños apretarse sobre su cabeza.


Pedro, Dios, no seas tan dramático.


—¿Dramático? Yo no soy quien está siendo jodidamente dramático, Paula.


En un instante él estaba delante de mí y tenía sus dos manos firmemente sobre mis hombros. Mis ojos se ampliaron en asombro de que él pudiera llegar a mí con tanta rapidez.


—Sólo quería hablar de ello, debería poder decirte lo que pienso sin que te vuelvas loco—. Lo fulmine con la mirada. 


En sus ojos relampagueo fuego contra mí, su mandíbula apretada.


—Prácticamente me dijiste que no quieres volver a casa conmigo, Paula. ¿Qué debo hacer?— Sus ojos estaban disparándome dagas.


—No dije nada de eso, no pongas palabras en mi boca—. Me volví y caminé hacia el coche. Pedro me alcanzó y me hizo girar en sus brazos, sus manos sosteniendo mis brazos con firmeza.


—Entonces ¿qué estabas diciendo?— escupió él.


—Estaba diciendo que tu pasado es una mierda y que lo odio—, dije con vehemencia.


Él se mordió el labio inferior y la ira brilló en sus ojos, y luego algo más. Me tiró al ras contra su cuerpo y me sostuvo firmemente. Nuestros muslos, nuestras caderas, nuestros torsos estaban alineados firmemente.



Una mano se envolvió alrededor de la parte de atrás de mi cuello y me jalo hacia sus labios, de repente estamos apretados y besándonos ferozmente. Podía sentir su furia por la manera en que su lengua se movía contra la mía, esta era su salida para la ira. Él estaba convirtiendo su rabia en pasión por mí. Tiré mis brazos alrededor de sus hombros y salté para envolver mis piernas alrededor de su cintura. Un sensual gemido escapó de su garganta mientras yo sostenía su cabeza con más fuerza hacia mis labios, de volviendo su beso con tanta ferocidad como la que estaba recibiendo.


Él nos llevó de vuelta al capó del coche y deposito mi trasero allí, mis piernas todavía envueltas alrededor de sus caderas mientras él se inclinaba, empujando mi cuerpo sobre el frío metal. Apreté mi núcleo en sus caderas y me mecí rítmicamente.


Mis dedos hurgaron el botón de sus vaqueros. Mi cabeza inclinada hacia un arriba para besarlo, nuestros labios todavía unidos, Pedro titubeo y luego tiró de mis vaqueros. 


Sus dedos torpemente buscaron mi ropa interior y luego lo sentí arrancarlas de mi cuerpo, la ruptura de esa delicada tela sólo fue un acelerador de mi pasión por él. La palma de su mano presiono en mi centro, aplicando el delicioso contacto que mi cuerpo necesitaba. Él deslizó un dedo por mis húmedos pliegues y luego lo empujó en mí. Mi cuerpo corcoveo de placer ante su largo dedo invadiendo y bombeando dentro y fuera de mí. Él lo estaba haciendo tan bruscamente, con tanta pasión desenfrenada. Sus labios se encontraron con los míos y me vine inmediatamente alrededor de su dedo. Grité de placer y oí mi pasión hacer eco en los árboles que nos rodeaban. En algún lugar en el fondo de mi mente registré que podría haber una casa por el sendero a la vista, alguien podría oírnos, pero mi cerebro estaba demasiado agotado como para importarme.



Pedro se deslizó fuera de sus vaqueros y empujo dentro de mí antes de que tuviera tiempo para montar la ola de mi primer orgasmo.


Gemí ante la instantánea plenitud e impulse mis caderas hacia él, meciéndome violentamente cuando él golpeaba dentro y fuera de mí.


—Me vuelves tan jodidamente loco, Paula.— espeto Pedro a través de sus dientes apretados y sostuvo mi mirada con sus ardientes ojos azules. —¿Por qué me vuelves tan jodidamente loco?— Agarró una de mis piernas desnudas y la giro hacia un lado en frente de él, entonces atrapo mis dos tobillos juntos así me penetraba lateralmente. La creciente fricción me dejo jadeando de placer y sentí mi liberación ardiendo en mi vientre.


—No sé— jadee.


—Eres la única que me ha hecho sentir así. Te amo tanto, pero me pones tan malditamente enojado—. Puntuó la última palabra con otra profunda estocada. Así que esta era otra follada enfurecida por parte de Pedro. En alguna jodida parte de mi cerebro registré que esta podía ser mi tipo favorito.


—Tú lo haces en mí también. Me enfureces,— jadeé mientras él me penetraba, con una mano deslizándose por mi muslo desnudo sosteniendo mi cadera rudamente para mantenerme firme. Mi mano se cerró alrededor de su antebrazo y mis uñas se clavaron en su carne.


—No puedes huir de mí, Paula. Maldita sea siempre corres, pero joder tú estaba vez no vas a correr. No te dejaré. Estamos casados, tú eres mía.


—Dios...— Lloriquee de placer, sus palabras estimulando mi liberación. —No lo voy a hacer. No lo haré.— Un gemido escapó de mis labios.



—No puedes ser otra persona que me deja. No lo permitiré.— Él bombeo frenéticamente, rápida, larga y profundamente y mi liberación atravesó mi cuerpo, el abrasador placer esparciéndose por mi sistema. Mi cabeza cayó contra el capó del coche y mi cuerpo se sacudió con pesados jadeos mientras yo trataba de recuperar el aliento y dejaba que mi cerebro se llenara de la dicha.


Pedro palpito y chocó contra mi cuerpo, sosteniendo mis dos tobillos en una mano y moviéndolos, su otra mano sosteniendo mis caderas firmemente. Se enterró otra vez, completa y profundamente y entonces se estremeció y gimió ante su propia liberación, su cara contorsionándose con una combinación de dolor y placer. Su pecho se hincho cuando libero mis dos piernas y se desplomó entre mis muslos.


Bajé de mi ola y al instante recordé que estaba medio desnuda en al aire libre en las montañas, en octubre. Mi cuerpo se estremeció y Pedro se alejó lentamente.


—Lo siento— susurre. 


Sus ojos se posaron en los míos con una mirada de intensa tristeza. Mis labios se separaron ligeramente en shock, Pedro estaba siempre muy bien después de tener sexo, esta era la única cosa que garantizaba aumentar su estado de ánimo, pero parecía más devastado que nunca.


—No, yo lo siento, Paula.— Se subió los pantalones y se inclinó para entregarme los míos. Lo vi guardar mi ropa interior de encaje en su bolsillo y darme la espalda. Me quede desnuda sobre el capó del coche sintiéndome completamente sola y abandonada, aunque acabara de ser follada de todas las formas posibles por el hombre que amaba. Observe su espalda mientras él pasaba una mano a través de su pelo. Sexo sobre el capó de su coche no había aliviado la tensión para él — de alguna manera había creado más ansiedad.


Las lágrimas surgieron de mis ojos y las seque. 


Me bajé del capó y me puse mis pantalones, entonces giré para observarlo todavía de espaldas a mí.


—Estoy lista— susurré. 


Él asintió con la cabeza una vez y luego dio media vuelta y ambos volvimos al coche. Pedro puso en marcha el motor y nos dirigimos a casa en silencio total y absoluto.




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