viernes, 23 de marzo de 2018
CAPITULO 47
El lunes por la mañana nos despertamos y empacamos para volver. Volaríamos de regreso a Boston y estaríamos en casa temprano por la noche. Todo el día domingo un incómodo silencio había caído sobre nosotros. La tensión en la casa era palpable a medida que avanzábamos con nuestras rutinas. Revisé correos electrónicos de trabajo, hice una investigación de una historia que tenía que escribir, vagué en la biblioteca, y hojeé algunos libros. Incluso hablé con Cata por teléfono durante un rato. Ella todavía no tenía idea de que nos habíamos casado. Y a este paso quizás nunca tendría que saber. No importaba cuánto lo intentara, no podía alejar mi mente nuestra pelea y la airada follada que había dejado a Pedro aún más abatido.
Estaba segura de que Pedro estaba exagerando pero quizás yo lo había ofendido al traer su pasado de alguna manera.
Estaba tan confundida, ya no estaba segura de nada. Y mientras que Pedro sólo había estado en mi vida por unas semanas, él tenía sus patrones y a un amoroso Pedro post-orgasmo era a quien yo me había acostumbrado; un sombrío Pedro post-orgasmo era nuevo, y francamente, tenía miedo.
Había estado inquieta por regresar a Boston, pero ahora me preocupaba que Pedro estuviera intranquilo por el periodo de estar casado. Y francamente, tal vez yo también lo estaba.
Mi cerebro estaba trabajando en un confuso revoltijo y había perdido mi apetito y me sentía al borde de las náuseas durante todo el día.
Me había ido a la cama el domingo por la noche sola y había oído a Pedro deslizarse dentro mucho más tarde, una vez que él pensó que yo estaba dormida. No me tocó y durmió mirando hacia el otro lado toda la noche. Lo sé porque había estado despierta, un bulto del tamaño de un balón en mi garganta y un dolor imposible en mi corazón.
Cuando abordamos el avión el lunes por la tarde nos sentamos en nuestros respectivos asientos en silencio.
Teníamos la misma asistente de vuelo de la última vez y ella sonrió cuando entramos en el avión, y luego su cara cayó cuando noto la tensión entre nosotros. Ella me trajo agua y a Pedro un whisky. Las alarmas inmediatamente se encendieron en mi cabeza cuando recordé la última vez que nos habíamos peleado y él había tomado whisky. ¿Tendría que estar preocupa de que se dirigiera por ese camino otra vez? ¿Debería pedirle que no bebiera? ¿Decirle que no? Yo era su esposa, eso me daba una especie de derecho a decir algo, pero no sabía cómo lo tomaría, así que no lo hice.
Me puse mis auriculares, encendí la música y abrí un libro en mi tablet. Normalmente no tenía ningún problema perdiéndome en las palabras pero durante todo el vuelo leí las mismas pocas frases una y otra vez mientras mi mente se preguntaba acerca de mi futuro.
Aterrizamos esa tarde en el aeropuerto Internacional Logan. Pedro se había quedado con el vaso de whiskey durante el vuelo, así que no estaba borracho como la última vez, solo callado. Parker, se encontró con nosotros en el aeropuerto.
—A Beacon Street, ¿señor?— pregunto Parker una vez nos habíamos metido en el coche.
—Chandler Street. Gracias, Parker—. Mis ojos le dispararon a su perfil. Pedro iba a llevarme a casa.
Él me estaba dejando en mi apartamento después de que nos habíamos casado y habíamos pasado dos felices semanas en Aspen.
Observe el brillante anillo en mi dedo. De repente se sintió tan pesado, como una carga que me aplastaba. Los pensamientos corrieron por mi mente, las posibilidades e implicaciones de esas dos palabras.
Chandler Street.
Oí su voz sin emoción repetirlas una y otra vez.
Mi corazón latió salvajemente en mi pecho y sentí que me iba a ahogar; mi ansiedad se había disparado al instante.
Traté de mantener mi atención en mi respiración todo el viaje de veinte minutos. El auto se deslizó suavemente, los autos pasaban por la ventana, los edificios aparecieron a la vista, el Hancock dominaba claramente el horizonte de Boston — la vida había continuado para todos aquí. Pero no fue así para mí, mi mundo entero se había detenido, rotado y ahora estaba girando sobre un nuevo eje. Me había casado con un hombre que me consumía, en cuerpo y alma. Yo había tenido las más bellas semanas de mi vida con él. Y ahora me dirigía a mi vida de antes, al parecer Pedro había tomado la decisión de que sería una vida sin él.
Mi cuerpo empezó a temblar incontrolablemente y mi respiración era poco profunda, mi cuerpo en espiral hacia un verdadero ataque de pánico. El Bentley dio vuelta en mi calle y vi los hermosos árboles de arce color naranja brillante, los coches aparcados a lo largo de la calle, las hojas arremolinándose alrededor de los neumáticos.
Parker detuvo el coche fuera de mi apartamento y yo me lancé inmediatamente la puerta, abriéndola y encorvándome sobre ella, tomando respiraciones profundas del aire fresco de Nueva Inglaterra. Aspire unas cuantas y luego vomite, perdiendo lo poco que había comido ese día en la acera fuera de mi casa. La ira quema caliente en mi estómago y las lágrimas picaban mis ojos. Traté de mantener mi largo cabello fuera de mi cara mientras que perdía el contenido de mi estómago. Vomite hasta que parecía que no había nada en mi cuerpo entonces cuando volví a la realidad sentí la palma de Pedro acariciando mi espalda y sosteniendo mi cabello lejos de mi cara.
—¿Estás bien?— murmuro en voz baja. Yo asentí con la cabeza rápidamente y limpie mi boca. Me quedé encorvada unos momentos más, preguntándome qué hacer, qué decir.
Tomé unas cuantas respiraciones más y de repente estaba agradecida de estar en casa. Y todo lo que realmente quería hacer era correr escaleras arriba y lanzarme a los brazos de Cata.
Me levante lentamente, asegurándome de tener mi equilibrio. Parker ya había llevado mis pocas maletas a mi apartamento. Él asintió con la cabeza hacia mí con una mirada sombría en su cara mientras salía por la puerta y se dirigía hacia el asiento del conductor. Endurecí mi mandíbula, el aire frío aliviando mis doloridos pulmones.
Respire profundamente y luego me alejé de Pedro. Me quedé de espaldas a él por un momento.
—Gracias... por todo.— Apreté mis labios juntos firmemente y luego avance hacia la puerta.
—Paula, espera.— La voz de Pedro colgó suavemente detrás de mí. Yo seguí caminando. —Lo siento—le oí susurrar cuando subí los escalones y cerré la puerta detrás de mí.
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