sábado, 10 de marzo de 2018
CAPITULO 5
Después de unas copas sentí como si mi sangre estuviera tarareando a la vida y Cata me arrastró fuera del sofá a bailar. La pista de baile estaba llena y sudorosos cuerpos estaban girando uno contra el otro, de esquina a esquina. El estruendo latía vibrante y profundo dentro de mi cuerpo y mis caderas se movían con la música. Sebastian envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y apretó su cuerpo con el mío.
—Te ves hermosa esta noche, Paula. —Él susurró en mi oído. Mis mejillas se ruborizaron y envolví mis brazos alrededor de su cuello e inhale su picante perfume. Justo cuando el DJ estaba cambiando a la siguiente canción, una voz profunda en mi hombro exigió el próximo baile. Mi cabeza se sacudió con sorpresa al encontrar a Pedro Alfonso y sus duros ojos azules perforando un agujero en mí.
De repente las bebidas de la casa tenían sentido.
Sebastian levantó una ceja hacia mí, y yo asentí con la cabeza mientras Pedro intervenía y envolvía sus brazos alrededor de mi cintura. Él estaba vestido con un traje azul marino y parecía increíblemente sexy rodeado de chicos en jeans y camisas. Los brazos de Pedro se sentían como duro acero y sostenía mi cuerpo apretado al suyo, mi sangre zumbaba con energía. El aire entre nosotros echó chispas y fuimos atraídos entre sí por la pura tensión sexual.
—Pensé que eran sólo amigos, Paula. Ese tipo tenía sus manos sobre ti. —La voz profunda de Pedro resonó en mi oído.
—Estábamos bailando. —Busqué sus ojos mientras su mano izquierda rozaba mis caderas y torso para aterrizar en la parte de atrás de mi cuello. Sus dedos se enredaron en mi cabello y se sentía tan posesivo e íntimo. Me estaba volviendo loca. Debido a que el vodka de arándano había bajado mis inhibiciones, presioné mi cuerpo contra el suyo increíblemente fuerte e hice lo que había estado soñando toda la semana. Deslicé una mano por su cuello y enredé mis dedos en esos largos mechones, la otra la llevé hasta su nuca y a lo largo de su mandíbula. Pasé mis dedos delicadamente a lo largo del agudo ángulo y luego usé las uñas para rasguñar a lo largo de la sombra perpetua de su barba de un día. Él gimió en mi oído y sentí su otra mano dejar el hueco de mi cintura y abrirse camino lentamente a lo largo de mi trasero a mi muslo. Sus dedos alcanzaron el dobladillo de mi vestido y apenas tocó por debajo, seductoramente. Mi corazón comenzó a latir con fuerza y mi respiración se hizo pesada. Nunca había estado tan excitada con sólo unos pequeños toques. Las puntas de los dedos de Pedro Alfonso disparaban fuego hacia mi cuerpo y sus ojos se nublaron con un oscuro deseo que me dejó temblando.
Bailamos a través de la canción mientras otros cuerpos se empujaban contra nosotros, pero era como si estuviéramos en nuestra propia burbuja. Su brazo estaba envuelto alrededor de mí y sus dedos se deslizaron muy lentamente hasta mi muslo, lentamente levantando mi vestido. Yo no podía haber estado más rodeada de la presencia, el olor y el tacto de Pedro. Sus manos estaban sobre mí, su cuerpo cubría el mío, su embriagadora esencia a agua fresca me rodeaba. Justo cuando terminaba la canción las yemas de los dedos de Pedro se arrastraron al interior de mi muslo, peligrosamente cerca del lugar que dolía por su toque.
—Vamos —susurró con su ronca voz en mi oído mientras agarraba mi mano y comenzaba a salir de la pista de baile.
—No puedo —protesté, pero continuó arrastrándome entre los cuerpos hacia la puerta—. Pedro, yo no puedo irme. Llegué con Catalina, simplemente no la puedo dejar aquí. —Pedro finalmente se dio vuelta y ladeó su cabeza hacia un lado. Una mirada peligrosa pasó a través de sus ojos e hizo que algo muy profundo en mí vientre aleteara.
—Bien, pero no hemos acabado, Paula. —Sus ojos se nublaron con lujuria.
Zigzagueamos a través de la gente y fue hasta entonces que me di cuenta de que él todavía sostenía mi mano. Bajé la mirada hasta nuestros dedos entrelazados y mi corazón saltó algunos latidos. ¿Qué es esto? ¿Qué me estaba haciendo él? Llegamos a la esquina más lejana del club y vi a Cata y Sebastian riendo en torno a una nueva ronda de bebidas. La mandíbula de Pedro se tensó cuando él y Sebastian cruzaron miradas. Apretó su control sobre mi mano antes de soltarla. Me senté en el sofá al lado de Cata, y Pedro se sentó a mi lado.
—Te pedimos otro trago, Paula —me informó Cata con una mirada hacia Pedro. Justo cuando iba a alcanzar mi vodka de arándano, Pedro lo deslizó fuera de mi alcance.
—Creo que Paula ha tenido suficiente bebida por esta noche. —Giré mi cabeza hacia él. Pedro me ignoró y le hizo señas a una camarera de nuevo—. Agua, por favor.
—Yo decidiré cuando he bebido suficiente, gracias. —Busqué mi copa otra vez.
—Paula. —Los ojos de Pedro brillaron con ira cuando empujó mi bebida más lejos. Estreché los ojos hacia él, mi vena independiente, sin duda alimentada por el alcohol en mi sistema, estalló a la superficie.
—En realidad, no he terminado. —Alcancé mi copa y bebí un sorbo mientras lo miraba a los ojos.
—Estás siendo inmadura, Paula —Seguí mirándolo mientras terminaba con el resto de mi bebida. Sólo entonces la camarera volvió con el agua.
—Otro, por favor. —Dejé mi vaso sobre la mesa delante de mí.
—No, La Señorita Chaves, ha llegado a su límite. —Rechazó a la camarera.
Apreté mis dientes con ira.
—¿Qué estás haciendo? —Lo fulminé con la mirada.
—No estamos haciendo esto aquí. —Agarró mi codo y me arrastró fuera el sofá. Di un tirón a mi codo de su agarre.
—Tienes razón, tenemos que hablar. En privado. —Me volví para echar un vistazo a Cata—. Estaré bien. —Ella asintió y Pedro me guió hasta la salida con un agarre firme en mi cadera.
—¿Cuál es tu problema, Pedro?
—¿A qué te refieres? —Los ojos le brillaron con diversión.
—¡Comprar bebidas para nosotros, decirme cuando yo he tenido suficiente, y el reloj!
—Me alegra saber que lo tienes —La mano de Pedro apretó mi cadera, mientras me guiaba por la acera.
—Está bien, lo tengo. ¿Tu novia sabe que vas dando relojes caros a mujeres al azar? —Planté mis pies, obligando a que Pedro se detuviera y hablara conmigo cara a cara.
—¿Novia? —Cruzó sus brazos.
—La chica que te acompañaba en la fiesta. No me imagino que tomaría muy bien la idea de que regales joyas a otras mujeres. ¿Dónde está ella esta noche? ¿Sabe que estás aquí?
—Nikki y yo no estamos saliendo. —La comisura de sus labios se levantó en una pequeña sonrisa.
—Bueno, aun así no voy a conservarlo. —Me volví sobre mis talones para irme.
—¿No te gustó? —Los ojos le brillaron heridos por un momento.
—No es eso —mi voz se suavizo—. Es hermoso Pedro. Impresionante. Pero ¿por qué lo enviaste?
—Me recordó a ti. Delicada, hermosa, brillante. —Su mano se acercó hasta descansar en mi mejilla. Mi cabeza se arremolinó igual que el alcohol en mi sistema por sus palabras. Puse mi mano en mi frente protegiendo mis ojos de él por un momento, como si al no verlo, pudiera pensar con claridad. Al parecer se tomó el gesto en el sentido de que me sentía enferma.
—Sabía que habías bebido demasiado. Deberías haberme escuchado, Paula. —Colocó su mano en mi brazo para ayudar a sostenerme.
—No, no es eso. Estoy bien. Sólo estoy confundida, Pedro. —Busqué sus ojos por un momento—. El reloj es demasiado caro. Es hermoso, pero no puedo conservarlo. No lo haré. —Su mano se apretó en mi brazo.
—Bueno, yo no lo acepto —dijo sin rodeos. Dejé escapar un suspiro. Por cada onza de sexo que exudaba, él era simplemente exasperante. No sabía si quería estar en su presencia tanto como fuera posible, o si debería huir y ahorrarme el dolor de cabeza.
—Bien. —Tiré mi brazo fuera de su alcance y empecé a andar por la acera.
—¿A dónde vas? —Pedro me alcanzó con unos pasos rápidos.
—A casa. —Caminé con la mente centrada.
—No puedes caminar desde aquí. Es peligroso.
—Por supuesto que puedo, y lo haré. —El torbellino emocional que había tenido toda la semana me tenía tambaleando y estaba al borde de un colapso. Si Pedro Alfonso no me dejaba sola, no podía ser responsable por mis acciones. Su agarre se apretó en mi brazo.
—Déjame en paz, Pedro.
—No vas caminar —gruñó con los dientes apretados.
—Si lo haré. —Mis ojos brillaban enojados.
Él me arrastró firmemente a su cuerpo y presionó sus labios en los míos. Mis manos fueron a su cuello y corrieron a través de su sedoso pelo. Yo quería estar más apretada, más cerca, cada parte de mi cuerpo en contacto con el suyo.
Mordí su labio inferior y un ruido sordo escapó de su garganta. Me abrazó fuertemente a él y caminamos hacia atrás hasta que mi cuerpo estaba atrapado entre él y el muro del edificio. Su cuerpo se cernió sobre el mío, su mano viajó hasta mi muslo y por debajo de mi vestido.
—Te he deseado toda la noche, Paula. No podía mantener mis ojos lejos de ti, y cuando estabas bailando con ese tipo. —Su otra mano se movió desde mi cintura hasta mi trasero y apretó. Asentí, mi aliento salía en pesados jadeos.
—Yo también te deseo. —Tiré de su cabeza hacia mí y apreté mis labios contra los suyos. Su lengua bailo con la mía y probé su sabor ligeramente mentolado. Rompió el beso y sus dientes encontraron el lóbulo de mi oreja y luego gimió cuando mis caderas empujaron en sus muslos, buscando la fricción. Él enganchó mi pierna alrededor de su cadera y deslizó su mano arriba de mi muslo, tan cerca de donde mi cuerpo dolía por él.
—Hueles tan bien, Paula —dijo en un susurro ronco—. No puedo dejar de preguntarme cómo sabrás. —La mano de Pedro se deslizó más alto y sus dedos encontraron el borde de mis braguitas.
Mi respiración era irregular y mi corazón latía en mis oídos.
Estaba perdida en mi deseo por él. Él podría tomarme aquí en un callejón fuera de la calle Tremont si quería. No podía hacer nada, estaba a su merced. Afortunadamente, estábamos lejos de la luz de la farola, pero las personas pasaban hacia arriba y hacia abajo en la acera a pocos metros de distancia. Gemí mientras Pedro continuó jugando con el borde de mis braguitas. Luego cayó de rodillas y movió su mano lentamente por mi pierna, desde el tobillo hasta la rodilla, y luego, lentamente, hasta el muslo, levantando mi vestido. Él había enganchado mi pierna sobre su hombro y pasó su nariz lentamente por mi rodilla, más y más, hasta que llegó a la cúspide de mis muslos. Rastreó con su nariz sobre el encaje negro de mis bragas e inhalo profundamente.
—Tan dulce, Paula. —Deslizó su dedo dentro de mis bragas—. Y tan preparada. —Mis caderas se estremecieron ante su inesperado contacto.
—Pero no aquí, Paula. No te voy a tomar en la acera. —Un pequeño gemido escapó de mi garganta mientras él se levantaba y jalaba del vestido sobre mis muslos. Mi sangre estaba zumbando por mis venas mientras trataba de recuperarme de su completo asalto a mi cuerpo. Me pasé la mano por el pelo. Pedro sacó su teléfono celular y dio instrucciones a alguien para que nos recogiese. Un minuto después un Bentley negro se detuvo junto a la acera. Pedro abrió la puerta de atrás y colocó su mano sobre mi espalda para ayudarme a entrar. Me deslicé en el asiento y enderecé el vestido. Pedro se sentó a mi lado y gritó mi dirección al conductor antes de presionar un botón para subir el vidrio de privacidad.
—¿Cómo sabes dónde vivo? —Mis ojos se dispararon hacia él.
—Investigación, Paula. —Una de las esquinas de su boca se levantó en una sonrisa.
Más investigación. Él era exhaustivo, sino un poco tirando a acosador. Mi cabeza todavía estaba girando con una combinación de alcohol y el hermoso hombre sentado junto a mí que acababa de tener su cabeza entre mis muslos.
Crucé mis piernas para aliviar algo de la tensión que había creado. Pedro notó mi movimiento y él sonrió a sabiendas.
—¿Algún problema, Paula?
—No. —Levanté mi cabeza en alto. No caería a merced de Pedro Alfonso otra vez. Estaba jugando conmigo, y yo no estaba dispuesta a ser un juego. Su mano se extendió a través del asiento para aterrizar suavemente en la mía. Lo observé y vi un travieso destello brillando en sus ojos.
Nosotros no estábamos haciendo esto. Él no iba a continuar dejándome en un torbellino de emoción. Tiré de mi mano lejos y junté mis dedos en mi regazo. Las luces volvían borrosa la ciudad fuera de las ventanas y grupos de personas que estaban riendo y saliendo de clubes. Este hombre me volvía loca, era exasperante y seductor todo al mismo tiempo. El coche se detuvo en la acera fuera de mi edificio. Dudé por un momento pensando qué decir.
—Hasta que nos encontremos de nuevo, Paula. —Esas palabras una vez más, él las había dicho esa mañana en la cafetería. Me giré hacia él, y por un momento mi mirada viajó por la tela de su traje, abrazando sus piernas hasta el cuello y mandíbula y luego en la mirada de hielo que me observaba cuidadosamente. Parpadeé una vez, como para borrar la imagen de Pedro Alfonso de mi mente y entonces me giré, abrí la puerta y camine hacia la noche.
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