miércoles, 21 de marzo de 2018

CAPITULO 40




—¿Estás lista, querida?— Nanette sonrió. Yo respiré hondo y le dio una sonrisa brillante.


—Lo estoy.


Su asistente alcanzó mi mano y me dio un apretón tranquilizador. Caminé hacia la puerta de la habitación y mariposas saltaron en mi garganta cuando mis dedos tocaron el picaporte. Fuera de esa puerta estaba el resto de mi vida con el hombre que amaba. Tenía el vestido blanco, los hermosos zapatos y un impresionante y sexy novio esperándome. Estaba lista.


Salí del dormitorio y me dirigí a la parte superior de las escaleras. Eche un vistazo a la puerta y me entristeció que en lugar de Pedro, me encontrara con el conductor que había estado con nosotros los últimos días. Fruncí el ceño y baje las escaleras poco a poco tratando de no caer con los tacones altos y la cola de encaje detrás de mí.



—Señorita—. El conductor se quitó el sombrero. —Nos reuniremos con el Sr. Alfonso en el lugar.— Él me abrió la puerta. Caminé en la brillante y soleada tarde e inhale el aire fresco de otoño. El tiempo era inusualmente cálido y yo no tenía frio en el vestido.


Levante la cola de mi vestido y entre en la parte trasera del coche. El conductor cerró la puerta y luego se deslizó en el asiento delantero.


—¿Es muy lejos?— Estaba impaciente por ver a Pedro.


—No mucho—. Él me dio una pequeña sonrisa en el espejo retrovisor. Salimos del camino de entrada y condujimos durante unos minutos antes de detenernos en un estrecho y sinuoso camino que subía más arriba en la montaña. 


Parecían como millas cuando nos abrimos camino a través de los álamos iluminadas por el sol sobre el camino de grava, pero después de unos minutos, el coche se detuvo. El conductor dio la vuelta y me ofreció una mano para salir del coche. Me puse de pie y fruncí el ceño en confusión. Era desolado. Estábamos en algún lugar en lo alto de las montañas, los pájaros parloteaban alrededor de nosotros, y había una brisa tranquila, pero ni rastro de Pedro en cualquier lugar.


El conductor me ofreció su codo. —Por aquí, señorita.— Me llevó al borde del sendero de grava y a un pequeño camino que se curvaba alrededor de un pequeño grupo de árboles de hoja perenne. Doblamos la esquina y el paisaje se abrió ante nosotros.


El claro cubierto de hierba era pequeño, alrededor de cincuenta metros de diámetro, y en el extremo opuesto desaparecía en una montaña cubierta de hierba en pendiente. Al otro lado del valle, el sol se reflejaba en las hojas de color amarillo y naranja que conducían a las montañas cubiertas de nieve. La vista era impresionante, y de pie en el centro de esa fantástica vista estaba el hombre de mis sueños.



Pedro estaba parado al final del camino que se alineaba a ambos lados con docenas de jarrones repletos de calas color purpura, un recordatorio de la primera vez me había enviado flores esa mañana hace unas semanas, cuando él me había dado el reloj Tiffany.


Mis ojos viajaron por el camino de hierba hacia Pedro. Él vestía un ligero traje color canela y una corbata de rayas blancas y purpuras. También tenía un pequeño lirio en su solapa. Su cabello estaba perfectamente organizado con el sol brillando en los mechones color caramelo. Estaba imponente. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro y estoy segura de que mi propia sonrisa igualmente brillante se reunió con la suya. Cuando nos miramos a los ojos yo estaba pérdida en sus profundidades azul acerado.


Un fotógrafo se acercó con una cámara en una mano y un ramo de las mismas calas purpuras entretejidas con ramitas de yipsophilia. Era todo tan hermoso y romántico, y el hecho de que Pedro había orquestado todo ello trajo lágrimas a mis ojos.


El conductor me llevó parte del camino hacia Pedro y luego me dejó ir una vez que él vio que yo estaba bien encaminada hacia el hermoso hombre con el que había trabado mirada.


Camine lentamente con una sonrisa en mi rostro por el sendero hasta donde Pedro estaba, sin romper el contacto visual. El oficiante estaba parado junto a él esperando pacientemente para comenzar la ceremonia. Cuando me acerque, apenas fuera del alcance de la mano de Pedro, él pronunció las palabras, 


—Estas impresionante.


Sonreí y tome los últimos pasos hacia él, extendiendo mi mano por la suya.



Su mano era tan cálida y reconfortante en la mía, todos mis miedos de las últimas cuarenta y ocho horas se deslizaron lejos. Yo estaba justo donde debía estar, en la cima de esta montaña, en un hermoso día de otoño, casándome con el hombre que me hacía tan feliz que sentía como si mi corazón pudiese estallar. Me derretí contra él para un abrazo; rompiendo la convención, necesitaba sentirlo, para asegurarle que él era mi sueño hecho realidad. Él me devolvió el apretón y besó la parte superior de mi cabeza.


—Te amo—, susurró de modo que solo yo pudiese escucharlo.


—Te amo—, susurre de vuelta. 


Finalmente me aleje y mire al oficiante con una sonrisa avergonzada en mi cara. Él me devolvió la sonrisa tranquilizadora y Pedro asintió con la cabeza para que iniciara.



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