miércoles, 21 de marzo de 2018

CAPITULO 42




Desperté temprano la mañana siguiente con el estómago gruñendo y una abrumadora necesidad de ir al baño. 


Habíamos pasado la tarde y toda la noche en cama, alternando entre el sueño ligero y amarnos el uno al otro. 


Fue perfecto. Pedro tenía un pesado brazo colocado sobre mi cuerpo y estaba teniendo problemas para contonearme fuera de debajo de él de forma oportuna para poder correr al baño


Finalmente suspiró profundamente, rodó a un lado, salté fuera de la cama y fui al baño para encargarme de mis asuntos. Cuando salí del baño una cálida sonrisa se extendió por mi rostro al ver a Pedro durmiendo tan pacíficamente, las blancas sábanas acariciando su cuerpo desnudo. La sábana yacía de cualquier modo, revelando esa deliciosa V en su pelvis y el ligero rastro de vello que desaparecía en la nítida línea blanca dirigiéndose a ese lugar que mi cuerpo anhelaba tanto.


Decidiendo renunciar a mi estómago que gruñía por el sexy hombre en mi cama, me deslicé a su lado y apoyé la cabeza en su hombro, rozando ligeramente con las puntas de mis dedos a lo largo de los duros planos de su cuerpo. 


Comencé en sus pectorales, haciendo círculos alrededor de sus oscuros pezones que lentamente se endurecieron ante mi provocador roce, abajo y a través de las líneas de sus ligeramente definidas abdominales. Mis dedos susurraron hacia abajo al músculo en V y se entretuvieron alrededor de sus caderas, deslizándose como un fantasma arriba y abajo, mientras mi cuerpo respondía a estar tocándolo.


Me trepé sobre su cuerpo y me senté a horcajadas en sus delgadas caderas entre mis rodillas. Mi cabello cayó en cascada alrededor de ambos y me agaché para depositar ligeros besos a lo largo de la curva de su cuello y clavícula. 


Dejé que mi cabello se deslizara por su suave piel mientras me abría paso hacia sus músculos inferiores con mi lengua y labios. Finalmente llegué a sus caderas y mordisqueé a lo largo de su aterciopelada piel.


Me recline hacia atrás por un momento para mirarlo. La sábana apenas cubriendo su endurecida excitación, un ligero rastro de vello y el feliz trayecto que conducía a mi otra parte favorita de su cuerpo. La bronceada, aterciopelada piel contrastaba tan intensamente con las suaves sábanas blancas. Quería tomar una foto de este momento y guardarla


Deslicé una mano por su cadera abajo y más abajo, lentamente arrastrando la sábana con ella y revelándolo completamente. Lo tomé en mi mano y me incliné, mi cabello haciendo cosquillas de nuevo a lo largo de su cintura. 


Presioné mi lengua en la parte inferior de su longitud y lentamente la arrastré hacia arriba a la cima y provoqué alrededor de la cabeza, antes de abrir mi boca y bajar sobre él por completo. Escuché un pequeño gemido y entonces las manos de Pedro estaban enredadas en mi cabello y sus caderas estaban sacudiéndose lentamente por el placer.


―Paula, carajo ―susurró. 


Le eché un vistazo a través de mis pestañas mientras me movía de regreso hacia arriba de su longitud con mi boca, ahuecando mis mejillas y succionando con más fuerza. Pedro me devolvió la mirada, sus ojos azul acero girando con amor, emoción, placer y lujuria,su cabello enredado por el sueño, unos mechones a través de su frente. Mi excitación se dobló al instante entre mis muslos. 


Cerré los ojos de nuevo y trabajé arriba y abajo de su longitud con mi boca y mi mano, provocándolo suavemente, y luego succionando más fuerte, alternando para prolongar el placer.


―Ven aquí, amor ―Pedro tiró de mí hacia arriba de su cuerpo y mis rodillas estuvieron a horcajas en sus caderas. 


Sentí su excitación en mi entrada y un pequeño suspiro brotó de mi garganta al sentirlo una vez más tan cerca de mí. Lo necesitaba más que a nada. De nuevo se sentía como la primera vez, sin la frenética lujuria que habíamos mostrado. 


Esto se sentía más como amarnos el uno al otro. Pasión en un nivel completamente diferente. El amor debía sentirse así, algo que nunca había sentido antes por nadie más.


Pedro presionó sus manos detrás de mí cuello y acarició mis labios con los suyos, besándome lenta y apasionadamente. 


Sus manos recorrieron mi torso, regresaron para amasar la carne de mi pecho y pellizcar mi pezón, incrementando mi excitación diez veces. Me sacudí contra él y me moví hacia atrás y hacia delante, mi cuerpo dolorido por la excitación. 


Su mano bajó por mi torso, sobre mis caderas para agarrarse a mi trasero mientras se guiaba a sí mismo dentro de mí. Lentamente me llenó, y ambos exhalamos suspiros de placer cuando mi cuerpo se ajustó al suyo. Me moví lentamente sobre él, tomándome mi tiempo, disfrutando de su cuerpo y sacando el placer de él.


Pedro se movió lentamente debajo de mí, nos movimos tranquilamente, no se necesitaban palabras para compartir el placer de este momento. Mis manos subieron por sus costillas, levanté sus brazos por encima de su cabeza y sostuve sus manos fuerte en las mías. Lo usé como palanca para golpear el punto correcto en mi interior, y continuamos moviéndonos suavemente, ligeros suspiros brotando de nuestras gargantas mientras mi cabello caía en cascada a nuestro alrededor y Pedro me amaba con sus labios a lo largo de mi clavícula y cuello. Incrementé el ritmo y Pedro empujó nuestras manos entrelazadas hacia arriba para que lo cabalgara.


―Quiero verte ―me susurró cuando nuestras miradas se entrelazaron. Mi boca se abrió mientras jadeaba por el placer a medida que hacíamos el amor. 


Mi balanceo se aceleró conforme me acercaba al borde. Pedro liberó sus manos de las mías, colocando una en mi cadera para ayudar a sujetarme, mientras la otra encontraba ese punto sensible entre mis piernas. Acarició, masajeó y pellizcó y caí por el acantilado suave y ligeramente. El aire escapó de mis pulmones y gemí suavemente, cerrando mis ojos mientras el placer irradiaba por mi cuerpo.


Un gemido ahogado brotó de la garganta de Pedro y su mano se apretó en mi cadera cuando encontró su propia liberación. Tomó mi mano de nuevo y la sostuvo con fuerza mientras golpeaba a través de las últimas gotas de su placer. 


Sus ojos cerrados y su rostro tenso en una hermosa expresión de placer terminado en liberación. Froté mi centro contra su cuerpo unas veces más y luego dejé caer mi agotado cuerpo en su pecho, apoyando la cabeza en su pecho y escuchando su corazón latir frenéticamente.


Aún conectados, permanecí ahí por momentos interminables mientras nuestra respiración se ralentizaba. Pedro trazó un patrón al azar a lo largo de mi espalda desnuda con la yema de un dedo, el movimiento suave, dulce y reconfortante. 


Inhalé profundamente y entonces rocé felizmente mi nariz contra su cuello.


―Buenos días ―sonreí con mis ojos cerrados.



―Una muy buena mañana ―pasó su mano por mi enredado cabello―. Eres tan hermosa. Gracias.


―¿Gracias por la llamada a despertar? ―sonreí.


―Gracias por casarte conmigo ―dijo seriamente.


Sonreí ligeramente e inhalé su delicioso aroma. Y entonces mi estómago gruñó en protesta. Una risa escapó de la garganta de Pedro.


―Vamos, levantémonos y vamos a darte de comer ―me dio una palmada en el trasero ligeramente.


―Como que sólo quiero quedarme en cama contigo todo el día ―no hice ningún esfuerzo por moverme.


―Entonces lo haremos. Después de que comamos ―me retiró de su cuerpo y entonces se dirigió al baño, completamente desnudo y un regalo para mis ojos todo el camino. Me senté en el borde de la cama esperando a que regresara. Mi cuerpo era una masa flácida de placer, incapaz de moverse. Regresó y se paró a unos pasos frente a mí, desnudo como de costumbre, y arqueó una ceja. Mis ojos se deslizaron por su esbelta figura, desde sus lisos y musculosos brazos, sus hombros definidos, las ligeras pendientes de su pecho, más abajo, a su estrecha cintura y sus reducidas caderas…


―¿Ves algo que te guste? ―una petulante sonrisa jugó en sus labios. Arrastré mis ojos lentamente de regreso hacia arriba, sonreí y arqueé una juguetona ceja hacia él. Sus ojos destellaron con oscura lujuria y la sonrisa desapareció de sus labios. Mi corazón se saltó unos latidos y pensé que iba a venir de nuevo a mí y podríamos comenzar el resto de nuestro día de amor pasándolo en la cama. Soltó un gran suspiro y entonces su juguetona sonrisa regresó.



―Comida. Entre más pronto comamos, más pronto podemos regresar a la cama ―sonrió maliciosamente y entonces se puso un gastado par de jeans que había colgado sobre una silla en la esquina. Resoplé y pase una camiseta sin mangas sobre mi cabeza y me puse un par de bragas. Sólo estaba interesada en el mínimo desnudo que me hiciera presentable en la cocina antes de que pudiera quitármelas de nuevo y acurrucarme de nuevo en la gran cama con ese guapo hombre.


―¿Qué quieres comer? ―tomó mi mano mientras bajábamos las escaleras y entrabamos a la cocina.


―La pizza sobrante ―mis ojos brillaron con diversión infantil.


―Sexo y pizza parece ser el camino a tu corazón entonces ―Pedro sonrió.


―Algo así ―saqué la caja del refrigerador y la puse en la isla, eligiendo un trozo.


―¿No vas a calentarla?


Lo fulminé con la mirada en respuesta.


―¿Y arruinar una perfectamente buena pizza sobrante? Nunca ―di un mordisco―. Mm, pizza fría en la mañana, nada mejor.


Sonrió y después agarró un trozo para él.


Pedro y yo pasamos el resto de nuestro primer día como una pareja casada en la cama, acurrucándonos, riendo, y amándonos el uno al otro. Parecía nuestro propio trozo perfecto de felicidad; un estado de dichosa paz. Fue mágico ver la tranquilidad en los rasgos de Pedro ese día. El controlador Presidente Ejecutivo esfumándose… abandonó sus demonios y se volvió el hombre que se comportaba de acuerdo a la edad que tenía, sonreía fácilmente, se reía de corazón, y amaba libremente. Y yo me convertí en la mujer segura que siempre quise ser. Pedro me amaba, y me mostró cuánto lo hacía. Estaba segura de mi cuerpo y nuestra relación. Mientras nuestro tiempo juntos puede haber sido corto, era puro.


Los siguientes días pasaron de manera muy similar. Pedro tomó llamadas de negocios de vez en cuando, pero aún nos las arreglamos para aventurarnos a la ciudad y comprar, tomados de la mano y riéndonos como adolescentes, observar a la gente en la cafetería local y conducir por ahí viendo las atracciones turísticas de Aspen. 


Las noches las pasamos en el jacuzzi disfrutando del fresco aire de las montañas, a veces los copos de nieve bajaban a la deriva suavemente, aterrizando en nuestras pestañas y derritiéndose con el humeante aire caliente sobrevolando el jacuzzi. Bebíamos vino, preparábamos juntos la cena y ordenábamos pizza, bebiendo cerveza en esas noches. No hablamos de Boston para nada. No hablamos de las reacciones de nuestras familias por nuestro apresurado matrimonio. Vivimos en el momento, en nuestra pequeña burbuja de Aspen, y fue indudablemente un pedazo de cielo.




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