miércoles, 21 de marzo de 2018

CAPITULO 41




Sólo veinte minutos después, Pedro y yo habíamos comprometido nuestro amor y nuestras vidas el uno al otro. 


Me besó apasionadamente cuando el oficiante dijo que lo teníamos permitido, mientras el fotógrafo sacaba fotos desde diferentes ángulos. Era difícil ser consciente de cualquier cosa a mí alrededor mientras mis ojos estuvieran fijos en los de Pedro todo el tiempo y la sonrisa era tan amplia en mi rostro que casi dolía. Pedro sostuvo mi mano con fuerza mientras posábamos para diferentes fotos y firmábamos el certificado de matrimonio. Esos momentos fueron bellísimos. 


Nos quedamos por más de una hora, asimilando la vista, nuestros brazos alrededor del otro, intercambiando pequeños besos y tomándonos de la mano con fuerza. No tenía fuerza para soltar su mano.


Conforme el sol comenzó a ponerse observamos los brillantes rayos reflejarse en los picos de las montañas nevadas e iluminar las hojas naranjas y amarillas de los álamos del valle con sus rayos. Era una imagen de perfección que permanecería en mi mente toda la vida.


Después de la puesta de sol tras las montañas nos dirigimos de regreso al auto y el conductor nos bajó de la montaña conduciendo.


―¿Estuvo bien? ―preguntó Pedro mientras bajábamos por el camino de grava.


―Oh, Pedro, fue perfecto. Tan impresionante. No puedo creer que hicieras todo esto en sólo unos días ―le sonreí.


―Me alegra que fuera perfecto para ti. Sólo quería hacerlo así para ti, dado que tu familia no estaría aquí, y Cata, sé que la extrañas ―me miró a los ojos con tristeza en los suyos.


―La extraño, pero esto fue más que perfecto, Pedro ―lo besé larga y suavemente en sus perfectos labios para mostrarle mi agradecimiento.


―Lamento que no tuviéramos tiempo para conseguir anillos ―jugó con mi dedo anular izquierdo, notablemente ausente del anillo que normalmente indicaba un matrimonio.


―Está bien ―sonreí y entrelacé nuestros dedos con firmeza.


―Creo que podríamos ir de compras por algunos cuando regresemos a Boston.


―Me parece perfecto ―lo besé en los labios suavemente.


―Te ves impresionante, mucho más que cualquier vista en la tierra. Este vestido… ―su voz se fue apagando mientras deslizaba la mano por la espalda y tocaba el borde de la tela contra mi piel―. Este vestido fue hecho para ti. Y este encaje ―tenía una mirada pícara en sus ojos. Solté una risita―. Espero que no te importe que sólo estemos yendo a casa. Tengo una cena planeada. Te quiero para mí está noche ―sus dedos se deslizaron a lo largo de lo alto del escote del vestido de manera seductora y las mariposas saltaron de inmediato en mi estómago ante su indirecta.


―Me parece perfecto ―coloqué una mano en su mejilla y lo besé profundamente. Él pasó una mano por mi cabello con suavidad y luego curvó su palma alrededor de mi nuca para atraerme más cerca de él.


Mi cuerpo estaba deseoso de su toque, quería sentirlo por todos lados, sin la barrera de la ropa a la que nos había sometido durante estas últimas noches. Casi me había vuelto loca por tenerlo en cama a mi lado y ser incapaz de tocarlo.


―Te he extrañado ―me aparté para respirar.


―Ya no más, amor ―un pícaro brillo iluminó sus ojos. Mordí su exuberante labio inferior rápidamente y una profunda risita se escapó de su garganta mientras su pulgar masajeaba en círculos mi desnuda espalda baja.


―Estoy dividido entre querer que uses este vestido para siempre y arrancártelo justo aquí ―Pedro se acomodó en su asiento, supongo que para aliviar algo de presión que debe haber estado sintiendo bajo el cinturón. Le sonreí, contenta de que no fuera la única sufriendo.


―Adoro este vestido ―deslicé mis manos hacia abajo por la tela de encaje que caía por debajo de mis rodillas y se extendía en el piso del auto.


―Eres tan hermosa ―la voz de Pedro bajó y agarró mis piernas y las deslizó sobre su regazo. Trazó con la yema de un dedo el borde de los hermosos Manolo Blahnik que había elegido. Su mano subió por mi tobillo y luego por mi pantorrilla, masajeando suavemente pero nunca aventurándose más alto. Suspiré, contenta. Había sido el día más hermoso de mi vida, y no podría haber sido mejor incluso si hubiéramos tenido un año para planearlo. Las cosas que Pedro podía lograr cuando se lo proponía eran sorprendentes. Una risita escapó de mi garganta con el pensamiento.


―¿Qué? ―me miró cariñosamente.



―Sólo estaba pensando, el cielo es el límite cuando te propones algo, y entonces me di cuenta que podría ser la metáfora perfecta para nuestra relación ―mi voz se desvaneció con una sonrisa.


―Siempre consigo lo que quiero ―le dio un apretón a mi pantorrilla con una sonrisa. El auto disminuyó la velocidad mientras aparcábamos en la entrada de la casa de Pedro


Nuestra casa ahora. Sacudí la cabeza ante el pensamiento.


―Sra. Alfonso ―Pedro se bajó del auto y tendió una mano para escoltarme. Le sonreí, incapaz de quitar la felicidad de mi rostro. Me acompañó hasta el umbral y después me levanto en sus brazos.


Pedro ―solté una risita y rodeé su cuello con los brazos. 


La excitación comenzó a arder en mi estómago; estar tan cerca de su cuerpo e inhalar el dulce aroma de su cuello me tenía deseosa de él.


Mordisqueé a lo largo de su mandíbula con barba incipiente y luego me abrí paso lamiendo bajo su oreja.


―Paula… ―susurró él.


―Te deseo ―susurré en su oído. 


Un pequeño gruñido salió de su garganta. Me puso de pie en el recibidor abierto y sostuvo mi mano con firmeza, llevando su otra mano hacia mi nuca presionando sus labios contra los míos en un seductor beso. Me besó largo y duro. Deslicé mi mano a su estrecha cintura y la rodeé para apretar su trasero. Estaba tan deseosa de él y quería que lo supiera. El beso se volvió lento y luego se apartó poco a poco.


Con sus ojos cerrados susurró:
―Paula ―en un suspiro susurrante. Se lamió los labios después abrió los ojos con un renovado sentido de determinación―. Hice que trajeran la cena. Ven conmigo.


Fruncí el ceño y solté un pequeño resoplido mientras me llevaba a la planta alta. Me llevó al dormitorio principal y abrazó mi cuerpo con fuerza.


―Gracias por casarte conmigo ―me susurró al oído. 


Las lágrimas brotaron de mis ojos cuando pensé en sus revelaciones de anoche; pensaba que cualquiera que amara lo dejaría. Sabía ahora cuánto significó para él cuando había dicho que sí. Sabía por qué había estado tan desesperado porque nunca lo dejara, porque no huyera cuando habíamos estado juntos.


Sus dedos rozaron mi espalda desnuda con suavidad y después subieron al escote de encaje y comenzó a jugar con los botones. Mi corazón saltó a mi garganta al pensar que lo había reconsiderado después de todo, quizás podíamos saltarnos la cena y dedicarnos a algunas actividades más íntimas. Mis manos se abrieron paso hacia arriba a cada lado de su torso bajo la chaqueta de su traje.


Él desabrocho los botones en la parte superior del vestido y comenzó a bajarlo por mis hombros suavemente, asimilando mi piel expuesta lentamente con una mirada llena de lujuria. 


Me apartó el pelo de los hombros y pasó los mechones de seda entre sus dedos.


―Soy tan afortunado. Nunca olvidaré cuán afortunado soy de tenerte, Paula. Ni un solo día de mi vida ―deslizó la tela hacia abajo justo sobre mi pecho y se detuvo. Respiró hondo y luego cerró los ojos―. Si voy más allá, no seré capaz de detenerme, y quiero detenerme, Paula.


Mis ojos se entrecerraron por la confusión.



Pedro, no quiero que te detengas. Quiero que me quites la ropa. Quiero que me hagas el amor. Por favor hazme el amor ―abrió los ojos y atravesaron los míos. Parecía como si estuviera en guerra consigo mismo―. No puedo comer. No quiero hacerlo. Te quiero a ti. Por favor déjame tenerte, ahora mismo.


Delineé su fuerte mandíbula con las puntas de mis dedos y pensé en la noche en el club cuando había hecho exactamente lo mismo esa primera vez. Esta noche se sentía como la culminación de toda la pasión e intensidad que habíamos sentido el uno por el otro desde el primer día. 


Si la noche de la fiesta de moda hubiera sabido que conocería al hombre del que me enamoraría tan profundamente, creo que mi corazón hubiera explotado al pensarlo.


―Te necesito ―las lágrimas se acumulaban en mis ojos por la abrumadora emoción que estaba sintiendo por él. Pedro deslizó sus palmas abiertas hacia abajo por mi expuesta espalda y me abrazó por unos momentos. Acarició mi cabello con su nariz e inhaló profundamente.


―Te amo tanto. Nunca seré capaz de decirte que no. No quiero hacerlo nunca ―bajó lentamente la tela de mi perfecto vestido blanco el resto del camino por mis hombros y mis brazos. Deslizó la tela más allá de mis caderas y me quedé parada frente a él con un par de descaradas bragas de encaje que él había comprado en La Perla. Un par morado no obstante, que hacia juego tan perfectamente con las calas que él había escogido para este día. Lo que él no sabía era que había escogido esas bragas porque también me recordaban las flores que me había dado.


Sus dedos se engancharon en el encaje de mis bragas y manosearon la tela mientras me besaba a lo largo de la curva de mi cuello y susurraba su amor por mí en mi oído. 


Gemí y me retorcí en su agarre, mi cuerpo dolorido por él. 


Lentamente se dejó caer de rodillas en el piso ante mí y bajó sus manos por mis piernas. Levantó una pierna fuera del charco de encaje en el piso y quitó uno de los tacones de satín de mi pie, luego lo colocó de regresó en el piso. Hizo lo mismo con mi otro pie entonces subió sus cálidas palmas por mis piernas, deslizándolas por la curva de mi trasero, colocándolas entrelazadas en mi cintura.


Lo besé plenamente en sus suaves labios y mis dedos jugaron con los botones de su chaqueta. Le quité la tela café claro de sus hombros, y luego saqué la camisa blanca de sus pantalones. Seguí besándolo y sus dedos pasaron por mi cabello mientras los míos trabajaban en cada botón de su camisa. Soltó las manos de mi cabello y le quité la fresca tela de sus esbeltos hombros. Las puntas de mis dedos se entretuvieron a lo largo de las duras líneas de su cuerpo, trazándolo; alrededor de los músculos de sus hombros y clavícula, hacia arriba por la curva de su cuello, agarrando los lóbulos de sus orejas y dándoles un apretón juguetón, antes de enredarse en su enmarañado cabello. Tiré de sus labios hacia los míos y presioné mi cuerpo contra el suyo. 


Agarró mi cadera con una mano y me sujeto con firmeza, paseando su otra mano hacia arriba por mi muslo para llegar al encaje de mis bragas. Jugó con la delicada tela, sus dedos delineando alrededor de los bordes y rozando ligeramente justo por debajo de la línea de las bragas, dentro y fuera suavemente, volviéndome loca. Gemí contra su boca y moví mi centro contra él para mostrarle que estaba más que lista. Una sonrisa jugó en sus labios mientras suavizaba nuestro beso y depositaba pequeños mordiscos en mi labio inferior. Me hizo retroceder contra la cama hasta que mis piernas golpearon el colchón.


Puso ambas manos en mi trasero y me hizo dar un brinco para colocarme en su cintura, mis piernas envueltas alrededor de su cuerpo. Mis brazos alrededor de su cuello mientras yo enredaba mis dedos en su cabello y lo besaba duro y con intensidad; estaba tan lista para él.


―Te deseo. Deseo a mi esposo ―mi corazón se saltó unos latidos ante las palabras. Sus ojos se abrieron de golpe para mirar a los míos, amor y pasión mezclados ardían en sus profundidades azules. Pedro forzó mi cuerpo de regreso a la cama con mis piernas aún envueltas alrededor de su cintura, tomando mi pelo con un puño, mientras su otra mano se extendía para soportar su cuerpo, cerniéndose sobre el mío.


Lo besé, lo mordisqueé y moví mi cuerpo contra el suyo. Mis manos se movieron torpemente para soltar el botón de sus pantalones, trabajando en el cierre para bajarlos por sus estrechas caderas. Estaba complacida por descubrir que Pedro, mi sexy esposo, estaba sin ropa interior otra vez. 


Estaba comenzando a pensar que no tenía ninguna. Empujé sus pantalones tan debajo de sus muslos como pude antes de que él se apartara de mí y empujara la tela el resto del camino. Se quitó cada zapato de una patada, lanzó sus pantalones a un lado con el pie y luego gateó de regreso sobre mí con una mirada hambrienta en sus ojos.


Moví mi trasero hacia arriba de la cama para concedernos más espacio. El musculoso y lampiño cuerpo de Pedro se cernió sobre mí, su boca depositando ligeros besos por mi estómago, entre mis senos, dando vueltas en el hueco en mi garganta, alrededor de la curva y finalmente llegando a la piel bajo mi oreja. Su aliento brotaba en jadeos irregulares mientras sus dientes rozaban el lóbulo de mi oreja. Me retorcí contra su cuerpo, agarrando sus caderas y tirando de él hacia abajo y sobre mí. Pedro aspiró bruscamente a través de sus dientes cuando su excitación hizo contacto con mis bragas de encaje.


―Te deseo tanto ―Pedro frotó ligeramente su longitud a lo largo de la tela, sus ojos permanecieron cerrados y su mandíbula apretada mientras trataba de contenerse a sí mismo. Aplasté mi centro más fuerte contra él, intentando liberar algo de la presión de mi necesidad por él.


―Estoy lista, estoy tan lista, por favor.


―Por favor qué, dime ―susurró con sus ojos aún cerrados.


―Por favor hazme el amor, Pedro. Te amo tanto. Por favor hazme el amor ―exhalé mientras mis manos subían por su esbelto torso.


―Me encanta cuando dices eso. Me encanta cuando dices que me amas. Me haces tan feliz, Paula. Todos los días ―enganchó un dedo alrededor de la cinturilla de mis bragas y luego las bajó lentamente por mis piernas. El encaje deslizándose toscamente por mi piel hipersensible provocó que mi corazón alcanzara su punto máximo y que mi excitación por él creciera. Se reclinó sobre sus muslos, deslizó el encaje el resto del camino por mis piernas y las lanzó al piso, mirando atrás hacia mí con una sonrisa torcida.


―Eres dolorosamente hermosa ―subió sus manos por mis piernas para agarrar mis caderas―. No te merezco ―susurró contra mis labios. Se acomodó entre mis muslos y provocó su longitud a lo largo de los pliegues, provocándome en dónde más lo anhelaba.


Pedro ―gemí con frustración mientras empujaba mis manos en su cabello y atraía su cabeza a la mía.


―¿Qué, amor? ―preguntó con una pequeña sonrisa mientras continuaba provocándome.


―Dios, por favor. Quiero sentirte dentro de mí ―gimoteé. Un pequeño suspiro escapó de sus pulmones mientras empujaba un poco más duro y se deleitaba con su lengua y labios, arriba y alrededor de mi cuello, bajo mi clavícula, a través de la parte superior de mis hombros. Presionó más fuerte de nuevo y trabajo su longitud arriba y abajo por mi centro, dándome sólo la cantidad de fricción que ansiaba antes de apartarse de nuevo. Envolví mis brazos alrededor de él y sujeté sus omóplatos, enterrando mis uñas en su espalda y forzando mi anhelante centro contra él. Pedro continuó su provocador ataque a mi cuerpo y profundicé mi agarré en su espalda con las puntas de mis dedos. Deslizó su longitud hacia arriba de mi hendidura una vez más, gemí e hice un recorrido con mis uñas desde sus omóplatos al centro de su espalda. Sabía que lo había hecho con fuerza; un profundo gemido salió de su garganta y sentí humedad en donde supuse había sacado sangre. Tan pronto como aligeré mi agarre en su espalda, Pedro empujó dentro de mí y me llenó completamente. Gemí por el exquisito placer y Pedro permaneció quieto dentro de mí por unos jadeantes momentos mientras mi cuerpo se ajustaba al suyo.


Por fin estábamos conectados de nuevo. Habían sido días desde que nos habíamos compartido el uno al otro de este modo, y había sido demasiado tiempo. Habíamos pasado por mucho en nuestra corta relación, y esta parte siempre nos conectaba, nos hacía sentir completos de nuevo.


Besé a lo largo de su cuello y él comenzó a moverse lentamente dentro y fuera de mí, realizando largos y moderados movimientos que me golpeaban hasta el centro y me llenaban y satisfacían como nunca nadie podría. Me di cuenta de que hacer el amor con Pedro era tan bueno porque compartíamos una conexión. Inclusive nuestra primera vez, estábamos tan atraídos el uno al otro a un nivel tan básico, primordial, que nuestros cuerpos habían encontrado su pareja, y el sexo desde entonces había sido transcendental para ambos.


Pedro me hizo el amor por lo que parecían horas. Se movió dentro y fuera, se quedó quieto, luego aceleró, me besó y mordisqueó, se llevó mis pezones a su boca y los acarició, las puntas de sus dedos bailaron alrededor de mi anhelante botón, siempre llevando a mi cuerpo al borde, entonces retrocediendo sólo lo suficiente para retrasar mi clímax. Si no estuviera haciendo un trabajo tan experto me hubiera vuelto loca por la frustración pero en su lugar estaba en el momento con Pedro. Sabía que me estaba adorando del mejor modo que conocía, me estaba mostrando su amor total y completamente.


Pedro se movió dentro y fuera de mí, a veces empujando profundo y llenándome, otras realizando movimientos cortos y superficiales hasta que finalmente aceleraba y me llevaba al mismo borde. Envolví mis brazos alrededor de su cuerpo y pasé mis palmas a lo largo de su piel resbaladiza por el sudor, bajé a sus caderas y trasero. Lo apreté ligeramente cuando aceleró, golpeando con todo lo que tenía. Mi clímax se disparó a través de todo mi cuerpo, mis terminaciones nerviosas zumbando a toda velocidad. Los dedos de mis pies se curvaron y mi cerebro se inundó con una avalancha de placer. Sentí una tremenda cantidad de amor por el hombre que al que había comprometido mi vida antes ese día.


Pedro sujetó mis muslos con sus palmas y empujó una última vez antes de que alcanzara su propio clímax, su cuerpo estremeciéndose completamente de la cabeza a los pies. Empujó unas veces más, mi cuerpo sacando lo último de su orgasmo con un apretón, y él lentamente sosegó su ritmo y bajó su sonrojado cuerpo al mío. Ambos estábamos sudorosos y agotados mientras yacía sobre mí por un largo y tranquilo momento.


Nos deleitábamos en la euforia post-orgásmica que ambos estábamos cabalgando, sólo aumentada por nuestra sonrojada piel contra la otra, nuestros cuerpos aún conectados.



Pedro se movió para apartarse pero envolví mis piernas alrededor de su cintura y enlacé mis tobillos alrededor de él.


―No estoy lista para deshacerme de ti todavía ―sonreí y lo besé en los labios.


―Espero que nunca ―sus dedos jugaron con un mechón de mi pelo.


―Nunca ―negué con la cabeza y aparté mechos errantes de cabello de sus ojos. Sus profundidades gris-azuladas me devolvieron la mirada fijamente y resplandecían de felicidad. Sólo ver su paz provocó que una sonrisa se extendiera por mi rostro―. Te amo, todos los días, por siempre ―susurré y besé su nariz.


―No tanto como la amo yo, Sra. Alfonso ―recorrió mi mejilla con su pulgar. 


Nos besamos de nuevo y apoyó su cabeza en mi pecho y entonces delineó con un dedo alrededor de mi seno, acercándose más y más a mi pezón, provocando que se endureciera y sobresaliera por la excitación. Le hizo cosquillas con su nariz y después su lengua salió para una prueba. Solté una risita y sentí un hormigueo entre mis muslos señalando que mi cuerpo estaba listo para él otra vez. Lo sentí comenzar a endurecerse dentro de mí y corcoveé mis caderas hacia su pelvis.


―Insaciable como siempre, al parecer ―sonrió y me besó por completo en los labios y entonces Pedro y yo hicimos el amor de nuevo.


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