miércoles, 28 de marzo de 2018

CAPITULO 62





Las puertas se abrieron y doblé la esquina, casi corriendo de cabeza en Madeleine Snow. 


Mi respiración quedo atrapada en mi garganta antes de endurecer mi espina dorsal y estrechar mis ojos en ella. Las últimas palabras que habíamos tenido esa noche en la gala no habían sido agradables. Esta mujer había sido la causa de gran parte de mi angustia los últimos meses.


-Bueno, veo que tienes lo que querías- Lanzó un ojo acusar a mi estómago. -Este intento desesperado de atrapar un millonario ¿no crees? Conseguir ser preñada es de tan baja clase -Ella levantó su barbilla y giro delante de mí hacia el ascensor, su pesado perfume, el mismo que había encontrado en el baño de la oficina de Pedro, quedando a su paso. El olor hizo que mi estómago se revolviera


Apreté los dientes en ira. ¿Acaso Pedro quería que yo la viera aquí? ¿Esta era su manera de acabar conmigo? ¡Qué golpe tan bajo!. Él sabía que ella era una discordia para mí.


Me quedé por unos momentos sin aliento con mis puños apretados en ira antes de volver al ascensor y golpear el botón para salir de la oficina de Pedro y del Hancock.


Claramente Madeleine sabía sobre el embarazo, y ella sólo lo había oído de una persona. ¿Por qué le diría él después de todo lo que habíamos sufrido? Tenía que haber sabido que eso me cortaría hasta la médula. ¿Quería que yo me encontrara con ella? Él había enviado el mensaje el texto pidiéndome pasar por allí. Mi cerebro se arremolinaba con todas las posibilidades mientras el ascensor zumbaba hasta el piso principal. Las puertas se abrieron y salí al vestibulo y hacia las puertas sobre Clarendon. Me volví hacia Beacon Street y luego lo pensé mejor. Yo no estaba dispuesta a ir allí. Me volví en dirección contraria y me dirigí a Chandler Street y mi viejo apartamento.


Un rato más tarde me desperté con el tintineo de las llaves y tacones en el piso de madera.


Recordé que yo había venido al apartamento de Cata y había entrado con mi llave. Cata no había estado en casa así que me acurruqué en posición fetal en el sofá y caí en un sueño inquieto.


Mire mi teléfono en la mesa de café y encontré que había estado dormida durante unas horas.


También tenía casi una docena de llamadas perdidas de Pedro.


—Cariño, ¿qué pasa?— Cata se acercó a mí con una mirada preocupada en el rostro.


Rodé mis ojos en respuesta. —¿Qué no está pasando?— Le di una sonrisa triste.


—¿Así que supongo que le dijiste a Pedro?


—Sí, no lo tomó muy bien por decir menos. No dije mucho más allá de que íbamos a tener un bebé y él se encerró en sí mismo y empezó a arrojar tragos por su garganta. No lo he visto desde entonces—. Eso no es totalmente cierto; mi cerebro revoloteo de nuevo a la memoria de la hermosa forma de Pedro cortando a través del agua de la piscina esta mañana. Me dolía el corazón de amor por él.


—Entonces él me mandó un mensaje temprano y me pidió que pasara por su oficina. Pensé que quería hablar, hacer las paces o algo, así que fui y me topé con Madeleine saliendo de su oficina. Ella tenía algunas palabras bien escogidas para mí. Él le conto lo del embarazo. Ella dijo que yo era una caza fortunas que quedó embarazada a propósito. Hasta donde yo sé tal vez Pedro piensa lo mismo,— me encogí tristemente.


—Paula, sabes que no es así.


—No, Cata, no sé nada. Él me ha bloqueado otra vez.


—Entonces, ¿por qué estás durmiendo en mi sofá?— Ella arqueó una ceja.


—No lo sé. No quería volver a su casa.


—Técnicamente ahora es tu casa también, lo sabes.


—No parece así. Se siente como si hubiese sido insertada en su vida sólo para su conveniencia.


—Lo siento—. Frotó mi hombro. —Puedes quedarte aquí tanto como quieras. Y ni siquiera te hare dormir en el sofá.— Ella me guiñó un ojo.


—Gracias. Extraño cuando éramos solo nosotras dos y la vida era simple.


—Sí, pero en ese entonces no sabías lo que te estabas perdiendo.


—¿Qué me estaba perdiendo?


—El hombre más hermoso del planeta que movería cielo y tierra por ti, por los dos— dijo.


—Y quién me vuelve loca, por los dos.— Sonreí.


Sólo entonces un golpe sonó en la puerta de Cata.


—Yo sé quién es.— Fruncí el ceño.


—¿Quieres que yo lo atienda?— se ofreció ella.


—No, necesito hablar con él. Gracias por ofrecerte a enfrentar a la bestia sin embargo—. Le sonreí antes de levantarme para abrir la puerta.




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