miércoles, 21 de marzo de 2018
CAPITULO 43
El siguiente viernes, en nuestro quinto día de matrimonio, Pedro hizo un par de llamadas en la mañana y luego me despertó con café en la cama. Él ciertamente sabía que la línea directa a mi corazón era una humeante taza de café por la mañana. Sonreí mientras inhale el aroma.
—Vístete, tengo algo que enseñarte hoy.— Él me dio un beso en los labios.
—Sí, señor,— sonreí con afectación por encima de mi taza de café. Arqueó una interesada ceja hacia mí.
—Si tuviéramos tiempo te tomaría ahora, Paula, pero tenemos una cita.
Entrecerré los ojos en pregunta. Él sólo sonrió y me arrojó una camisa.
Después de que había terminado mi café y agarre un Pop-Tart para el camino, Pedro me llevó al inexplorado garaje adjunto. En el interior había un coche de carreras verde oscuro. Era tan fuera del carácter de Pedro que lo miré con extrañeza cuando él me abrió la puerta del pasajero.
—Es de Dario. Bueno, más o menos. Lo deja aquí, y está fuera de mis límites cuando él está aquí, pero cuando no, lo que no sabe no le hará daño. Cuando esté aquí presume sobre el carro, es un poco gracioso de ver en realidad.— Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, y hay estaba ese muchacho juguetón por el que había caído aún más locamente enamorada la semana pasada.
—Es un Shelby Mustang 1968. Es raro, un modelo experimental. Sólo hicieron uno,—dijo. Mis cejas se arquearon en sorpresa.
Salimos del garaje y Pedro condujo con una mano firmemente sujetada en mi muslo. Apoyé mi mano sobre la suya y trace distraídamente a lo largo de sus dedos.
Condujimos a través la ciudad antes de girar hacia un tranquilo camino. Los álamos brillaban dorados y naranjas alrededor de nosotros y había una ligera capa de nieve que aún no se había fundido bajo el sol de la mañana. Sonreí alegremente y Pedro me echo un vistazo con una sonrisa en su rostro. Él apretó mi muslo cariñosamente y luego paso suavemente su mano arriba y abajo por la mezclilla del pantalón. Finalmente acabamos en una amplia plaza hasta que esta se abrió en un enorme claro albergando un chalet y un estacionamiento. La reconocí como una estación de esquí, el estacionamiento estaba casi vacío para tan temprano en la mañana. Pedro estacionó en la entrada y rodeó el coche para abrir mi puerta.
Él camino con pasos seguros, mi mano en la suya, a través de las puertas delanteras, directamente a través de la recepción y hacia la parte posterior del edificio donde funcionaban las góndolas que subían y bajaban de la montaña. Asintió con la cabeza hacia el operador, que sonrió en señal de saludo. Entramos en la góndola, y nos sentamos cuando el operador cerró la puerta. Por suerte yo me había puesto un suéter ya que el aire de montaña era frío y sólo se hacía más frio a medida que subíamos por la montaña.
—Nunca había estado en uno de estos antes.— Mis ojos se clavaron en los cables que corrían por la montaña con una leve inquietud sobre la seguridad de estas cosas. La góndola inició con una sacudida y me agarre del muslo de Pedro firmemente para no perder el equilibrio. Él se echó a reír y envolvió un brazo sobre mi hombro y besó mi pelo.
—Esta es la góndola más larga del país. Dieciocho minutos de ida.
Mire fijamente el paisaje mientras viajamos por la montaña.
Afortunadamente la góndola estaba encerrada para impedir la entrada de los explosivos vientos y el gélido aire, pero los asientos de metal seguían estando fríos. Me puse de pie para tener una mejor vista desde la ventana. La ciudad de Aspen era visible a medida que ascendíamos más arriba en la montaña. Los edificios se asomaban por encima de la línea de los árboles, los coches que viajaban por la carretera cada vez más pequeños a medida que subíamos. La góndola se elevaba suavemente cuando Pedro se levantó detrás de mí, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura y descansando su cabeza en mi hombro para disfrutar de la vista conmigo.
—Es magnífico—. Mis ojos tomaron nota de los colores del otoño que nos rodeaban. El sol de la mañana iluminaba las hojas de color amarillo y flameante naranja de los árboles en el valle y de las montañas alrededor. A lo lejos las cimas de las montañas estaban áridas y espolvoreadas con nieve, creando el escenario de ensueño. Cuanto más alto subimos, más lejos de la realidad parecía ser. Aspire el aire fresco y sonreí satisfecha. Los brazos de Pedro me apretaron y besó a lo largo de la línea de mi cuello y acarició mi oído.
—No estás mirando la vista.— Me reí mientras él me hacía cosquillas con su nariz.
—Tengo la vista perfecta aquí—. Sus manos se deslizaron hasta mis muslos seductoramente.
—Eres un sinvergüenza—, dije con una sonrisa.
—Sólo con usted, Sra. Alfonso.— Él sonrió y movió mi pelo a un lado para que la parte posterior de mi cuello estuviera expuesta a él. Besó a lo largo de mi tierna piel y sopló ligeramente su aliento caliente contra mi sensible carne, provocando que un escalofrío corriera por mi cuerpo y aterrizara firmemente en el ápice de mis muslos. Incline mi cabeza hacia un lado para darle mejor acceso mientras él recorría con su nariz suavemente mi cuello y pasaba seductoramente sus dientes a lo largo de la capa exterior de mi oreja. En ese momento la góndola se detuvo y estábamos en la cima de la montaña. Un enfurruñado resoplido escapó de Pedro y yo sonreí y tome su mano mientras me precipité fuera de la góndola para disfrutar del aire de la montaña y de la vista que nos rodeaba.
Estábamos en la cima de la montaña en una cubierta de observación con vistas al valle. Con el canto de las aves y la fría brisa susurrando entre las hojas, se sentía como si fuéramos los únicos que existían en nuestro perfecto mundo en ese momento. Suspiré y Pedro se quedó detrás de mí, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura, y balanceándonos hacia adelante y hacia atrás con la brisa.
—Tengo algo para ti,— susurró en mi oído. Me gire en sus brazos para enfrentarme a él. —Me has hecho el hombre más feliz de la tierra, Paula.— Se dejó caer de rodillas delante de mí. —Sé que hemos hecho las cosas un poco fuera de sincronización, pero no seríamos nosotros si lo hiciéramos convencional—. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro.
Baje la mirada a sus ojos que estaban nadando con emoción. Él saco una caja de terciopelo negro de su bolsillo y la abrió, revelando un brillante anillo ubicado dentro. Caí de rodillas frente a él, con lágrimas en mis ojos.
—Pedro—. El aire abandono mis pulmones. Una piedra redonda, azul claro, estaba rodeada por docenas de pequeños diamantes que se extendía por la alianza. El anillo era impresionante y único, y me dejó sin aliento, justo como Pedro lo hacía.
—Es mi piedra de nacimiento, aguamarina. Y tu piedra es el diamante, así que creo que estamos cubiertos allí—. Su boca se curvo hacia arriba en las esquinas. — Somos nosotros. Tú y yo, siempre.— Sacó el anillo de la caja y me cogió la mano suavemente en la suya, deslizando el anillo en mi dedo anular izquierdo.— ¿Lo usarías? ¿Por mí?— Pedro me miraba cuidadosamente.
—Oh, Pedro. Es tan hermoso. Me encanta. Pero yo pensé que íbamos a esperar hasta que volviéramos a Boston ¿Cuándo has hecho esto?— Mis ojos buscaron los suyos.
—Lo elegí el día antes de casarnos—. Una sonrisa se extendió en su rostro. —Pero no tenían la medida, así que no estaba listo hasta ahora—. Frotó con el cojín de su dedo pulgar alrededor del anillo en mi dedo suavemente. Observé el destello de luz en las piedras.
—Me encanta tenerte conmigo siempre—. Miré sus ojos cuando un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
Sus ojos me devolvieron la mirada, la emoción agrupándose en sus profundidades azules. Me lancé hacia él, mis brazos alrededor de su cuello y lo abrace con fuerza a mi cuerpo.
—Eres el hombre más guapo que he conocido—. Sostuve sus mejillas en mis manos y lo besé en los labios, profundizando poco a poco el beso, nuestras lenguas bailando juntas suavemente.
—Estoy tan contenta de haberte derramado champán encima en esa fiesta—, susurre contra sus labios. Una carcajada escapó de su garganta.
—Yo también.— Sus manos envueltas alrededor de mi cuello, me sostuvieron contra él.
—Gracias por traerme aquí.
—Me gusta estar aquí. Me encanta compartir las cosas que me gustan contigo—. Se puso de pie y me ayudo a levantarme, rodeándome con sus brazos mientras disfrutábamos de la vista. Contemplamos el sol iluminando el valle abajo. Era impresionante y perfecto. Al igual que toda la semana que había estado con Pedro. Un momento de miedo brilló a través de mi cerebro ante el pensamiento de lo que podría pasar con nuestro matrimonio una vez estuviéramos en Boston.
Una parte irracional de mí no quería volver, con miedo a perder esta parte perfecta de nosotros si lo hacíamos.
Suspire profundamente para calmar la ansiedad e intente reorientar mi cerebro en la hermosa vista delante de mí y en el hermoso hombre detrás de mí.
—Estás helada, deberíamos volver abajo.
Asentí suavemente.
Aún no habíamos decidido cuando dejaríamos Aspen, pero yo ya estaba temiéndolo.
Él me llevó a la góndola, mi mano firmemente encerrada en la suya. Me puse de pie junto a la ventana, dispuesta a disfrutar de la vista en el camino de vuelta. Los fuertes brazos de Pedro me atraparon, sus manos en la barandilla delante de mí. La góndola comenzó otra vez y descendimos por la montaña iluminada por el sol. La nueva incorporación en mi mano izquierda se sentía extraña y pesada en mi dedo, pero también reconfortante.
Pedro me sorprendió mirando el anillo. —¿Te gusta?— Él acarició mi cuello.
—Me encanta, Pedro.— Me recosté contra él.
Pedro colocó ambas manos en mis caderas y froto en firmes círculos, luego metió un dedo debajo de mi cálido suéter. Mi cuerpo se estremeció ante su frío tacto. Sonreí y me di la vuelta en su abrazo, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello y besándolo suavemente. Él me sostuvo de la cintura y me devolvió el beso antes de deslizar sus manos debajo de mi suéter y abrirse paso hasta mi caja torácica para frotar a lo largo de mis pezones ya endurecidos. Aspire una bocanada de aire y empuje mis caderas contra las suyas.
Podía sentir su excitación y mis nervios tararearon con necesitan.
Pedro profundizó el beso y tiró de la copa de mi sujetador hacia abajo, exponiendo mi pezón a sus dedos que le hicieron cosquillas y pellizcaron. Gemí en su boca y Pedro corrió una palma abierta hasta mi muslo, tirando de mi pierna en su cadera. Él deslizó sus dedos más arriba de mi muslo interior hasta llegar a mi centro a través de mis pantalones vaqueros. Mi respiración quedo atrapada y capture sus labios con los míos.
Pedro gimió y se alejó de mí, sus ojos lanzándose al albergue en la base de la montaña donde la góndola se detenía. Oí su cerebro corriendo, tratando de determinar cuánto tiempo teníamos.
—A la mierda—. Él sonrió descuidadamente, luego me volteó y me jaló hacia atrás hasta el banco de metal y sobre su regazo. Soltó el botón de mis vaqueros y rápidamente bajo la cremallera, empujando el dril de algodón y mis bragas más allá de mi trasero para exponerme. Gimió y paso un dedo por mi resbaladizo centro desde atrás. Lloriquee de placer, entonces lo oí bajar su cremallera y me empujó ásperamente hacia él, llenándome en un instante. Un pequeño gemido escapó de mi garganta mientras empezaba a moverme febrilmente en su regazo. Él deslizó sus manos alrededor de mi cintura, encima y por debajo de mi suéter así estábamos tan piel con piel como podríamos estar en la góndola de esta fría montaña. Sus manos trazaron un camino caliente por encima de mi cuerpo hasta mis pechos donde él apretó bruscamente mis senos.
Monté arriba y abajo de él rápidamente, mis manos en sus muslos para estabilizarme y suponer un impulso. Desde este ángulo él estaba golpeándome deliciosamente profundo y yo sabía que no pasaría mucho tiempo, lo cual era bueno, porque a cada minuto podía vernos cada vez más cerca y más cerca de la casa principal.
—Me estoy acercando, Paula. Te sientes tan jodidamente bien de esta manera.— Sostuvo mis caderas firmemente cuando me levantó sobre él para ganar más impulso con cada empuje. Un gemido ininteligible escapó de mi garganta cuando golpee de nuevo en su regazo con fuerza. Él bombeo en mí más duro, uno de sus dedos atrapo mi dolorido brote y masajeo en círculos apretados. Mi orgasmo estaba construyéndose en mi vientre y con un empuje más Pedro me tenía cayendo por el precipicio en placer. La excitación pulso a través de mi cuerpo e inundó el ápice de mis muslos. La sensación era tan intensa, diferente a cualquier cosa que había experimentado antes. En algún lugar en lo más recóndito de mi mente me preguntaba si Pedro podría sentirlo, pero mi cerebro se perdió en las sensaciones que cursaban a través de mí mientras Pedro continuaba estrellándose contra mí.
—Joder, Paula. Eres increíble,—gruño él a través de dientes apretados.
Yo gemí su nombre repetidamente. Un suspiro de satisfacción escapó de la garganta de Pedro mientras bombeaba frenéticamente en mí, pellizco mis pezones y luego alcanzó su propia liberación. Sus caderas tiraron en mí y le monté unos empujes más antes de que su cabeza se desplomara sobre mi espalda, su respiración pesada. Mis ojos observaron el albergue aproximándose y mordí mi labio.
—Pedro, estamos casi allí,— susurre frenéticamente. Él soltó unas cuantas respiraciones más y luego tiró lentamente de mí.
Lo escuché cerrar la cremallera de su pantalón rápidamente mientras yo levantaba mis vaqueros y los abotonaba con dedos casi adormecidos. Pedro se puso de pie junto a mí y sostuvo mi mano mientras esperábamos a que la góndola llegara a la parada.
—Tiene suerte de que este tan tranquilo en la montaña esta mañana, Sr. Alfonso—. Susurre cuando deposite un beso en su mejilla.
—No, suerte, bebé. Una cuidadosa planificación.— Él acarició mi cabello.
—¿Planificación?
—Todo el mundo tiene un precio—. Él me dio una sonrisa casual. —El complejo no está abierto tan temprano en la mañana en esta época del año. Hice unas cuantas llamadas, arreglando que el operador estuviera aquí temprano.— Me guiñó un ojo.
—Desvergonzado—. Me eche a reír.
—Pero valió la pena ¿cierto? ¿Montarme en la góndola? Fue caliente, nena. Y luego cuando llegaste sobre mí...joder. Me has hecho venir,—susurró en mi oído justo cuando la góndola se detuvo. Mis mejillas flamearon con vergüenza ante las palabras de Pedro.
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Muy buenos los 5 caps.
ResponderEliminarbellisimos, los ame
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